martes, 8 de abril de 2014

Capítulo 60. DESAFÍO.

Dicen que hay que aprender a levantarse cuando uno se cae. Yo me había chocado contra el muro cientos de veces, cada golpe era diferente. Unos eran más dolorosos que otros, el caso es que, por desgracia, me había acostumbrado a eso de que las cosas saliesen mal. Me había habituado al duro material del suelo. A tener mil heridas. Aún así, seguía sintiéndome de goma. La persona más débil del universo. Cada piedra me hacía más vulnerable, cuando debería ser lo contrario. Hacerme fuerte con cada lección de vida. Pero no, yo me volvía pequeña, indefensa. Y eso era lo que sentía justo en este momento. No quería que la alarma sonara. Levantarme era un enorme desafío.
Ya habían pasado cuatro días y no había recibido noticias suyas. José solía llamarme con frecuencia para ver cómo estaba. Le preguntaba por ella. Seguía mal, según él, peor que yo. Pero eso era cuestionable. Ningún sentimiento puede ser medido. Por mucho que intentemos verlo… hay gente que puede llegar a sentir más dolor que uno que aparenta estar pasando el peor momento de su vida. La clave está en la manifestación de nuestro estado. Hay gente que sabe amar o sufrir en silencio, y no por eso significa que sientan menos que otros que lloran días y días. Yo intentaba, en la medida de lo posible, guardarme todo. Era de ese tipo de personas. No quería amargar a los de mi alrededor con mis problemas. Si expresara el malestar que sentía, ninguna persona sería capaz de estar a mi lado.
No podía más. Tenía que saberlo, tenía que saber por qué habíamos llegado a ese extremo. Ese mismo día había jurado que era ella la mujer de mi vida, que jamás nos separaríamos. En cambio ahora… ¿Qué me quedaba? Esa idea de felicidad inventada que había creado mi cabeza. Por más que intentaba asimilarlo me era imposible. Aún no me había creído que había desaparecido de mi vida. Que se había largado cuando mi corazón más la amaba.
-¿Me echas una mano con la comida? -me preguntó Li.
-Claro. -le sonreí. -qué menos… -me puse a cortar la cebolla mientras ella calentaba una olla con agua.
-¿Cómo has dormido?
-Dejémoslo en que he dormido. -le respondí sin dejar de mirar al cuchillo. Solía cortarme con facilidad. Me concentré al máximo en donde ponía el cuchillo.

-Bueno, vamos a poner algo de música para animar esto. -dijo Lidia, encendiendo la radio y poniendo la emisora que nos gustaba.
-"Si te amé, ya no sé… ni tu nombre ya no existes en mi piel, si lloré, no recuerdo cómo fue…" -la letra de la canción me llegó tan hondo que sentí mi organismo estallar. Era el tema que yo misma había tocado. Una canción que había oído hasta la saciedad. ¿Cómo pude odiarla tanto en ese momento…? Me despisté y me rebané medio dedo. 
Un chorro de sangre salió disparado mientras el estribillo seguía sonando. -"Si te amé, pudo ser… un momento de locura." -Lidia me limpiaba la herida, pero yo no pude soportar más oír salir esas palabras en su voz. Me di la vuelta furiosa y tiré de la radio, el cable se soltó del tirón que le di. La estampé contra el suelo y se rompió en mil pedazos.
-Marina… -se quedó impactada mi compañera de piso. Suspiré agotada. Ella me miraba impotente, sabiendo que no podía hacer nada. -Vamos. -dijo, agarrándome por el brazo.
-¿A dónde? -pregunté desconcertada.
-A buscar a Malú. No puedes estar así toda tu vida. -ni una palabra más bastó para convencerme. No tenía ni idea de qué iba a ocurrir, ni me lo imaginaba.
-Vale, pero antes apaga el fuego, anda. -la avisé. Ella rió distraída y pulsó el botón de la vitrocerámica. 
Nos subimos al coche y por segunda vez, su música en la radio. ¿POR QUÉ LE HABÍAN DADO HOY POR PONERLA A TODAS HORAS? Decía eso de "¿Por qué te vas y caigo en un abismo dónde no hay salida…?" Solo oímos eso. Mi amiga cambió la emisora. Probablemente tenía miedo a que rompiese la ventana del cristal o algo. Quise responderle, aunque obviamente, era una canción. De todas formas, un impulso me llevó a gritarlo.
-¡¡YO NO ME HE IDO!! -Li me ignoró y siguió mirando la carretera.
-Apriétate. -me dijo mirando mi dedo cubierto por una servilleta ensangrentada. Hice lo ordenado. El corazón se me iba a salir del pecho. Las manos me sudaban, como cuando me ponía nerviosa.
-¿QUÉ HACES? -le grité nerviosa. Se había metido por otro camino.
-Ir a recuperar a tu princesa. -dijo tan normal.
-¡ES POR LA OTRA SALIDA! -exclamé.
-Jo, yo no me entero en este pueblo. ¿No podía comprarse una casita al lado nuestra? -reí. Dio la vuelta invadiendo el sentido contrario. Bajé la mirada al suelo risueña. Oí un sonido extraño. El coche se paró en horizontal a la línea del medio. Vamos, que tanto los coches que iban, como los que venían, no podían pasar.
-Serás huevona… -me eché reí por no llorar. Le dio mil vueltas a la palanca de cambio, aceleraba y frenaba. Nada.
-¡Jo! -le dio un puñetazo al volante. -No hay manera.
-Anda, toma. -le di mi móvil para que llamase a una grúa y abrí la puerta.
-¿Dónde vas, colgada? ¡No me dejes aquí tirada! -me chilló por la ventanilla. -¡Pero si faltan dos kilómetros para llegar a la casa! ¿Dónde vas? -le dije adiós con la mano. Siguió gritando. Yo pasé.
Fui pensando por el largo camino qué decirle. Pero tenía claro que por más que pensara, cuando llegara allí no iba a decir nada que tuviese organizado. Iba a soltar las cosas tal y como las sentía. O puede que me cortara y me rajara. Que diera media vuelta. Perdí el hilo de mis pensamientos, me quedé en blanco. Llegué a su fachada. Estuve como cinco minutos en la puerta, dando vueltas sobre el felpudo. Había acercado mi dedo al timbre unas cuantas veces, pero no me atrevía a llamar. La puerta se abrió lentamente sin que yo hubiese tocado. 
-¿Pensabas llamar algún día? -rió. Yo sonreí tímidamente y asentí. -pasa, anda. -dijo sin mucho ánimo. Se me cortó la voz. No me salía decirle nada. Al pasar por delante suya, su fuerte aroma me traspasó el cuerpo. Me tragué las lágrimas. Verla me había producido un dolor fortísimo. Nos sentamos en el sofá y un silencio se formó, esta vez incómodo, no como los que teníamos antes. -¿No piensas decir nada?
-No soy yo quien debe hablar… -le dije sin mirarla. Lo entendió.
-Te quiero. -sonó sincero.
-¿Entonces por qué todo esto? Malú, en serio, estoy hecha un lío. No sé a qué ha venido tu comportamiento.
-Joder. -murmuró. -Marina, te juro que te amo.
-Deja de decir eso… haces daño. -echó la mirada al suelo. Mis palabras fueron frías y directas a donde más dolía, pero debía decirlas. Tenía que saber lo que me había hecho pasar.
-Cariño…
-Déjate de rodeos. Dame un por qué antes de que me vuelva loca, por favor. -le rogué. Observó mi punto de desesperación y suspiró. Se puso la mano en la frente.
-Está bien. -cedió. -voy a por una tila, espera. -pintaba mal, muy mal. En realidad no quería que volviera a sentarse con las tazas. No quería estar allí. Tenía miedo. Esta situación me superaba. Por otro lado, me moría de ganas por saber el motivo. ¿QUÉ HABÍA HECHO? Me había entregado totalmente. La pierna me empezó a dar saltitos. Me dio la tila y le di un buche. -sí, bebe. -quise chillarle que lo soltara todo… pero me mordí la lengua. No me gustaba gritar, y menos a ella.
-Venga… -le supliqué. Mis latidos se multiplicaban. Necesitaba saberlo de una vez por todas. Su móvil sonó, me puse histérica. Resoplé. Ella se quedó mirando la pantalla.
-Tengo que cogerlo. -me miró con miedo. -lo siento… -se levantó y se alejó. Mientras Malú dialogaba yo sorbía el culito de la taza. Me la había tomado en dos buches. Me iba a hacer falta.
Volvió a sentarse. Llevaba unas piratas negras ajustadas y una camiseta de manga larga de deporte. Seguía siendo perfecta. La miraba y es que no podía hacer otra cosa que amarla. Era para mí, estaba segura.
-¿Preparada…? -me preguntó frunciendo el ceño.
-¡YA, POR FAVOR! -chillé.

-Nos han descubierto…

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