El trabajo más el comportamiento y personalidad de mi
irritable mánager me suponían un estrés inaguantable. La semana se me hizo
eterna. Viajaba de plató en plató de nuevo, de radio en radio. Qué duro era
empezar. Debía a darme a conocer por todos los lugares. La promoción más dura
era ésta. El primer disco. El primer sueño. Suerte que también era cuando más
ganas tenía. Cuando tenía una fuerza imparable.
-Me tienes abandonada. -oí su voz tras el móvil.
-Lo siento cielo, no paro un segundo… -dije, acomodándome en
la butaca del tren. En frente, Jorge me miraba disimuladamente.
-¿Qué tal con el nuevo? -me preguntó.
-Fatal. -resoplé, mirando por la ventana.
-Bueno, ya mismo vuelve Mari y adiós al problema.
-Ya, Malú, pero joder… no estoy cómoda. -le dije. Mierda. No
me había dado cuenta de que me estaba oyendo. Abrió los ojos como platos y miró
a otro sitio, haciendo como que no había oído nada.
Al poco tiempo de colgar, se sentó a mi lado.
-¿Estabas hablando con Malú…? No he podido evitar oír la
conversación. -claro. No ha podido evitarlo… Claro.
-Eh… sí. -se produjo un silencio incómodo. Volví a
refugiarme en el paisaje primaveral que había tras mi ventana.
-¿Sois muy amigas? -volvió a intervenir.
-Sí. -contesté seca. No quería seguir hablando con él.
-Es una gran cantante, ¿no crees?
-Lo es. -afirmé. -de hecho, la he seguido desde siempre.
-Así que de malulera a intima amiga. -unió hilos. Asentí sin
poner mucho énfasis. -Oye, siento estos días… nunca se me dio bien hacer amigos
y socializar.
-¿Entonces por qué te metiste a mánager…? -le solté. Bajó la
cabeza.
-A partir de ahora vamos a llevarnos genial. -prometió. -de
verdad. -me tendió la mano y dibujó una leve sonrisa. Yo, por no discutir más,
cedí.
Los días se fueron sucediendo con todo el pesar de soportar
a un individuo que estaba las 24 horas incordiándome y con la presión de no
poder hablar libremente con mi chica. La echaba mucho de menos…
El fin de semana más ansiado de mi vida por fin llegaba.
Jamás había tenido tantas ganas de terminar la semana. Llegué a casa de Malú y,
sin soltar la maleta, la abracé.
-Ay… tu perfume… ya no me acordaba ni de cómo olías.
-bromeó.
-Eres más idiota... -reí.
Pasamos la tarde entre caricias, besos robados y tonterías.
Éramos felices. Lo nuestro parecía infinito. Nada podría separarnos. Eran esos
instantes los que nos hacían sentir que aquello era para siempre. Vimos las
fotos del viaje a París y no podíamos estar más contentas. Nuestras caras en
las imágenes lo decían todo. Nadie podría negarlo.
-¿Estas preparada para tu primer concierto? -me sonrió,
acabando sus labios en los míos.
-Nunca se está lo suficientemente preparada para eso…
-Te vas a lucir y yo voy a estar allí para verlo.
Pero no fue así. No estuvo allí para verme. Me prometió que
iría… me indicó el sitio donde iba a
estar en la sala, sitio que estaba vacío.
-Estará al llegar. -me dije, acomodándome en el taburete.
Miré a mis chicos. Estaban plenamente eufóricos.
-El primero de muchos. -susurró Pepe Luí.
-Hagamos que tiemble la tierra. -añadió Merce agarrando con
fuerza las baquetas.
-Comámonos el mundo. -asintió con la cabeza Ricky. Pero me
faltaba ella. Seguía faltando en ese lugar. Comenzamos la canción, a la cual el
público se entregó. La sala estaba llena de gente, y como no, las marineras.
Les mandé un guiño. El cosquilleo se esparció por mi ser. Por cada rincón de mi
alma. Estaba siendo mágico. Por otro lado, el dolor que me producía ver aquella
butaca sin ocupar me partía el alma. La busqué con mi mirada, pero por más que
deseara, no conseguía encontrar su rostro entre la masa.
Al rato la vi llegar. A partir de ese momento, el concierto
cogió fuerza. Fue como la chispa que alimentó al fuego. Mejor tarde que nunca.
Aunque la verdad, se había perdido media actuación. A saber que había pasado…
Me olvidé de eso y disfruté a fondo del extraordinario
momento que me brindaba mi carrera. Gracias a mi fuerza, a mi empeño y a las
ganas que puse en mi sueño, lo había alcanzado. Lo pasé mejor que nunca. El
estrés de aquella semana mereció la pena. Qué sensación de poder me daba el
escenario. Me sentía la reina del mundo.
Me encontré con Malú en nuestra casa. Li se había ido con
López, así que decidimos quedarnos allí, ya que mi piso quedaba más cerca que
su casa.
-Has estado genial. -dijo tímidamente, con el rostro algo
decaído.
-¿Pasa algo, cariño? -le levanté la barbilla. Me abrazó.
Algo pasaba, sí. -Princesa, ¿qué ha ocurrido? -la apreté. Froté su espalda con
mis manos. No decía nada, y eso me ponía nerviosa.
-Siento haber llegado tan tarde… -estaba llorando. Me partía
en dos el oírla sollozar.
-Ah, ¿era eso? Tonta, da igual. -besé su frente.
-No… no solo eso. -me apretó aún más. -necesito que me
prometas una cosa.
-Dime. -nos sentamos en el sofá. Yo a su derecha y ella a mi
izquierda. Mi brazo la rodeaba por detrás y mi mano contraria acariciaba la
suya.
-Vas a ser fuerte, ¿a que sí? -no entendía nada. ¿A qué
venía eso? Apretó mi mano. Sus lágrimas caían despacio por sus mejillas.
-Malú, esto no me gusta…
-Cállate. -me pidió, mirándome con los ojos encharcados y rojos.
-promételo.
-Prometido. -logré decir con mucho esfuerzo. Volvió a
abrazarse a mí, esta vez sentadas. -cariño… explícate, por favor. -suspiró al
oírme.
-Tenemos que dejarlo. -las tres palabras se me cruzaron en
el cuerpo como si fueran tres hachas que me hicieron cachitos. Me hizo tanto
daño que me dolía físicamente. Entré en un estado de shock que me impidió
incluso llorar. Debía ser broma. No… no podía ser cierto. Lo nuestro era
eterno. -Lo siento, de verdad, pero es lo mejor, créeme. Para ti y para mí. -me
dio un largo beso en los labios. -sé grande. Demuestra al mundo lo que vales.
-dijo sin apartarse de mi boca. Se levantó y salió por la puerta. El ruido de
ésta al encajarse me hizo despertar. No era una pesadilla, era la pura realidad
y la mujer que me había robado el corazón se iba con él. Me levanté y abrí la
puerta bruscamente. El ascensor ya se había ido con ella dentro. Eché a correr
por las escaleras gritando su nombre. Cuando quise salir fuera, su coche ya iba
en camino. Era inútil. No la pude retener. Pegué una patada a una papelera que
rodó y rodó por la calle ligeramente inclinada, a la vez que los papeles y la
porquería se salían de ella. Yo era una de esas piezas de basura y Malú había
sido mi botín. Me había destrozado de un solo golpe.
¿Y qué debería hacer ahora? ¿Qué se suponía que tenía que
hacer? Aceptar que solo había sido la cuerda desafinada de mi guitarra. La manzana
del edén que nunca debí probar. El sueño imposible que pasó a ser la peor
pesadilla que podía haber tenido. Me eché a llorar. Lo necesitaba. Me arrodillé
en la oscuridad de la noche. Justo en el borde de la acera. Me desahogué.
Necesitaba soltarlo. Chillar. Y eso hice. Grité mis llantos hasta quedarme sin
voz. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué había hecho? Ni si quiera un motivo. No había
hecho nada para que eso pasara. Eso fue lo que más dolía, que no existía un por
qué. Se fue sin más. Me rompió sin más.
Eché a correr por las aceras. Me encontré con un coche al girar la
esquina y casi me hizo puré. Metió un frenazo y pitó.
-¡A VER SI MIRAMOS ANTES DE CRUZAR! -gritó el conductor
enfadado.
Hizo que me sintiese aún peor… Me sentía tan sola, tan
inútil. Mis ojos se habían quedado sin lágrimas y la carrera me había dado sed.
Encontré un bar abierto. Entré sin pensármelo dos veces. Estaba desierto, solo
había dos personas en la barra y el barman. Pedí una coca cola y me la bebí de
un solo sorbo. El camarero se quedó estupefacto.
-¿Otra? -negué con la cabeza. Necesitaba algo que hiciera
olvidarme todo. Malú no salía de mi cabeza.
-Ponme lo más fuerte que tengas. -volví a dejarlo
boquiabierto. Sacó una botella y empezó a echarme chupitos. Yo me los bebía de
tres en tres.
-Deberías parar ya…
-No. -negué, dando un golpe con el vaso. -otro. -a pesar de
mi vista nublada, seguí bebiendo. No me hacía nada bien, era consciente de
ello, pero mi lado más débil pedía más. No podía parar. Estar ciega me ayudaría
a despejarme. El dolor de cabeza suplía al dolor de perderla.
Pronto empecé a encontrarme mal. El estómago me daba
cuchilladas. Me di la vuelta en el asiento y me agarré el vientre. Vomité allí
en medio. El camarero, muy amable, me agarró y me llevó al cuarto de baño para
terminar la faena. Mi cuerpo desfallecido cayó en las lozas mugrientas.
No sé cómo pasó. Ni cuándo. Me desperté en la bañera con la
ropa puesta y Li echándome agua con la manguera.
-No vuelvas a hacerme esto… -me pidió, con la garganta rota.
-estaba muy asustada.
-Lo siento… -dije avergonzada. Cabizbaja. Mi olor a alcohol
era insoportable, ni yo me aguantaba. Me eché a llorar. Mis lágrimas se
mezclaban con el agua que salía de la manguera. Apoyé mis codos en las rodillas
y sujeté mi cabeza. Lidia cortó el chorro y dejó la alcachofa sobre el grifo.
Se arrodilló y apoyó la cabeza en el borde de la bañera. La miré de reojo. -¿cómo
has sabido que…?
-Malú me avisó... me pidió que te cuidara. -la pronunciación
de su nombre me volvió a descuartizar…
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