lunes, 1 de diciembre de 2014

Capítulo final: EL MAYOR DESAFÍO DE LA VIDA ES VIVIR.

Agarro la guitarra con fuerza. La achucho contra mi cuerpo. Cierro los ojos un instante y tomo aire con seguridad y con ganas de darlo todo. Subo los escalones, el corazón me empieza a latir con ímpetu. Las cosquillas en la barriga y el nudo en la garganta aparecen de nuevo. Una magia nueva se apodera de mí. Este sitio me trae muchos recuerdos. Es una sensación preciosa. Un viaje en el tiempo. Como si nada hubiese pasado. Miro aquel nombre, esta vez sin iluminar, en el sillón. Aún recuerdo cómo me temblaban las piernas. Aún recuerdo ese miedo. Cómo olvidarlo. Empiezo a tocar la guitarra. Esta vez no hay golpes de sonido, ni público que me anime. Esta vez no siento la presión, ese "¿seré lo suficientemente buena?" "¿les gustaré?". Para romper el ensordecedor silencio, golpeo las cuerdas con énfasis. Inundo el vacío plató con mi música. Con esa canción. La canción que lo desencadenó todo. A prueba de ti. La letra de la canción parece estar a fuego en mi mente. Oigo el pulsador, y la silla de Malú se gira. Sonrío. Ella hace lo mismo. Su rostro comienza a dar signos de vejez, pero su belleza sigue siendo la misma. O quizás superior. El brillo en su mirada es inapagable. Eterno. El amor que me transmite su sonrisa es incalculable. Me pregunto cómo puede seguir enamorándome después de tantos años. Después de tantas experiencias. Me hago una pregunta estúpida. ¿Algún día la dejaré de amar? Es imposible. Es imposible dejar de sentir lo que siento. Es tan fuerte. Tan infinito. Inabarcable. Indescriptible. Y es que su gesto todo lo dice. No tiene secretos para mí. Cuanto más la miro, más me gusta. Sé que en su piel está mi futuro. La silla a su izquierda se gira. Apenas se ve la persona que la ocupa. Es tan pequeñaja. Puedo ver su coletita asomar. Se pone de rodillas y ríe nerviosa, dejando ver el hueco de sus paletas. Sin duda, ha sacado los ojos de Malú. Esa mirada transparente. Recuerdo la primera vez que los abrió. Sentí tantas cosas es un solo segundo… Los nervios me pudieron y me eché a llorar mientras ella intentaba adivinar qué me pasaba. Me miraba inquieta, preocupada. Y solo tenía unos minutos de vida. Sabía que iba a ser especial. Lo sabía. Jamás olvidaré el día que dio sus dos primeros pasos y luego cayó de culo en la alfombra desatando la risa de sus abuelos. O cuando empezó a comer por sí sola, golpeando el plato y haciendo volar a litros y litros de sopa. El primer día que pisó la arena, la pateó asustada. No le gustaba la sensación. Prefería caminar en la orilla cogida de nuestras manos, soltando chillidos cada vez que veía venir una ola. Y cómo olvidar aquella vez en la que se perdió en el parque de bolas. Se escondió en uno de los toboganes y mantuvo la boca cerrada hasta que Malú se metió a buscarla. Fue gracioso ver cómo, gateando, buscaba a su hija. Esquivando a otros niños, sorteando obstáculos. Es una gran madre. Desde el momento en el que supimos que íbamos a tener un hijo lo supe. Tuve ese presentimiento. La forma en que miraba su barriga. La forma de tocarla. Y lo mejor de todo es que podía compartir esa labor con ella. Algo tan importante como formar a un niño. Educarlo. Llegar a convertirlo en una persona. Se me pone la piel de gallina. Termino de cantar a la vez que se difuminan mis pensamientos. Natalia corre hacia su madre, y ella la alza, sentándola en sus piernas y agarrando sus manos. La mira con ternura.
-Así nos conocimos mamá y yo. -le explica.
-Solo que yo era un poco más guapa. -bromeo. La niña ríe. Siempre lo hace. Es tan risueña como María Lucía.
-Yo quiero ser cantante también. -dice. Me acerco a ellas y me pongo en cuclillas. Descanso mis manos en las diminutas rodillas de mi hija.
-Tendrás que trabajar mucho. -asiente seguidamente. Su coleta baila. -¿quieres aprender a tocar la guitarra? -le pregunto. Vuelve a asentir. -eso está genial.
-Le voy a pedir una a los reyes magos del tito José porque él tiene muchas y seguro que los reyes se las ha traído todas. -dice casi sin aire.
-Buena elección. -río.
-Tú eres muy lista para la edad que tienes, ¿no? -interviene mi mujer.
-Soy la más lista de la clase. -afirma convencida. Malú carcajea sin perdernos de vista. Beso las frentes de las chicas que me dan la felicidad. La razón de mi existencia. 

Mi nueva vida circula rápido. Mi madre dice que es un signo de vejez. Y es que los días, los meses, vuelan. Sin yo poder detenerlos. Es exagerado. Cuando empezaba la primavera, ya estaba acabando el verano. Nuestros discos se creaban, se publicaban, los conciertos se abarrotaban, y ya estábamos de nuevo con otro CD. A pesar de la fluidez de los acontecimientos, soy infinitamente feliz. Mi rutina no puede ser mejor. La que había ansiado y perseguido siempre. Mi carrera alcanza cotas altísimas. Ni yo misma me lo creo. Vivo en una nube. Vivimos. Porque mis éxitos son los suyos. Y los suyos los míos. Estamos unidas en todos los campos posibles. Unidas en todos los sentidos. 
Respecto al resto, mi madre se trasladó a Madrid para seguir con más detenimiento el crecimiento de su nieta. Muchas eran las horas que pasaba junto a nosotras. Por otro lado, José se mudó a casa de mi mánager. El amor que ambos sentían era extraño, iluso, y a la vez especial. He de reconocer que hacían una pareja estupenda. Y hablando de parejas, Vanesa y Úrsula continuaron juntas a pesar de las adversidades. Las dos trabajaban en el bar de Natalia y Pedro, el cual se convirtió en una franquicia con locales en toda España. Mi banda sigue siendo la que era. Ellos querían continuar conmigo, y yo con ellos. Si los productores exigían un cambio, eramos nosotros los que tornábamos de productora. Isabel seguía siendo mi mano derecha en el mundo de la moda. Mi confianza en ella crece día a día. Se vuelca en cada proyecto, quizás por eso su éxito sea tan enorme. Cree en lo que hace. Me siento realmente cómoda en sus manos. Lidia y Pablo están igual de enamorados con su pequeño, el cual, cuida con responsabilidad a Nat. Bromeamos con que algún día nuestros niños serán pareja. Quién sabe. La vida da muchas vueltas... Y tantas que da. Quién me diría a mí que mi familia sería la chica que decoraba mi pared en un póster algo mugriento. O que las críticas hacia mi, según decían algunos, absurda ilusión se convertirían en elogios y premios. Al final aprendí que la vida te da tantas de arena como de cal. Comprendí que los baches solo son obstáculos que nos dan lecciones. Y los logros son señales de que lo estamos haciendo bien. Al final la vida solo es un camino con principio y fin. El de algunas personas es más inclinado que el de otras. Unos tramos son de arena, y otros de piedra. Unos de cemento, y otros de hierba. Pero al fin y al cabo es el mismo camino. Y yo, como sufridora de mil torturas y triunfadora de mil alegrías, parafraseo aquello que un día decidió mi mujer plasmar en su piel. Ahora he conseguido entender esa frase, y ahora sí la puedo decir: el mayor desafío de la vida es vivir.

FIN



                                         

lunes, 17 de noviembre de 2014

T2. Capítulo 36. INFINITO.

Iba a ser nuestro hogar. Vi de reojo cómo se mordía el labio. Esa manera tan sensual de hacerlo. Era capaz de ralentizar el tiempo con un solo gesto.  Sus ojos parecían expresar mil emociones. Entramos en el jardín, con un césped muy bien cuidado. La piscina tenía la forma de una guitarra. Me enamoró. Unos metros a la derecha, unas cuantas casitas de animales. Su zoo estaría encantado. Unas escaleras muy sofisticadas nos recibían. Había cuatro peldaños hasta una pequeña terraza de unos dos metros de ancho que se extendía a lo largo de la fachada. En ella, había algunos bancos, otra escalera que daba a la piscina, y dos puertas. La principal y la que llevaba a la cocina. Atravesamos ésta primera con ganas. Quedamos fascinadas. Era la casa que deseábamos. El suelo era de un parqué claro, y las paredes blancas, con algunos fragmentos en negro. Los muebles, igual que éstas. La combinación entre estos dos colores opuestos. El sofá era bajo, una mesilla de igual tamaño en cristal lo complementaba. La tele estaba colgada en la pared. Era desorbitada. Un mueble negro se extendía bajo ella, con grandes cajones. Con forma cúbica, estanterías soportaban libros y películas. Una gigante cristalera con vistas a la piscina ocupaba la esquina del salón. Delante de ésta, un piano de cola maravilloso. Corrí a él y toqué unas cuantas notas. Pura magia. Después de este rincón, encontramos tras un arco el comedor. Unas sillas que parecían muy cómodas rodeaban la gran mesa. Esta sala era de tonos azules. Pero un azul clarito, un azul tímido. El paso de la nada al cielo. Un azul vago. Daba la sensación de estar en la playa. Tranquilidad, paz. Me gustaba. Y desde allí podíamos acceder a la cocina, que tenía los mismos colores que el salón. Aparte de los típicos muebles y electrodomésticos, una barra con varios taburetes. Sobre ella, había tres focos muy bajos. Colgaban de forma maestral. Elegante. Una fina columna de acero los unía a la pared. Volvimos al salón, donde estaban las escaleras, y al lado, un baño. Nos asomamos. Tal y como dijimos. Sencillo. Tan solo tenía un inodoro y un lavabo con un espejo. No queríamos nada más en él. Subimos ahora al piso de arriba. Comenzaba a anochecer, por lo que encendimos la luz. Le costaba coger fuerza. Apenas alumbraba. El pasillo era amplio, ancho. Los dos primeros cuartos estaban vacíos, aún no habíamos pensado qué poner ahí. Quizás pronto se convirtiese en un dormitorio infantil… El siguiente lo utilizaríamos de lavandero. Era muy pequeño. Tan solo había espacio para esa lavadora, y una pequeña terraza donde colgaríamos la ropa. Era curioso como en cada hueco de la casa encontraba vida. Veía vida. Sabía que en cada esquina estaba escrito mi futuro. Mis proyectos emergerían de ahí. Pronto dejaría de oler a pintura, para oler a nosotras. A hogar. Pronto el sofá se ensuciaría, la nevera dejaría de enfriar, los cristales manchados por la lluvia. Qué ganas de estrenarla, de empezar a vivir. Era como un nuevo juego. Una nueva etapa. Tenía  que reconocer que siempre había temido al inicio. Al comienzo. Pero esta vez tenía unas ganas horribles. El miedo ya no tenía lugar en mis planes. El miedo no era un personaje en mi nueva historia.  
-¿No es preciosa? -preguntó.
-Es más que eso. -reí. -después de ver el cuarto de invitados, tocaba el estudio que habíamos encargado. Sería un lugar en el que compondría y grabaríamos nuestros CD´s. Seguro que era un auténtico placer trabajar desde casa. Desde nuestro hogar. La puerta era mucho más gruesa que las demás. Entramos. Una especie de salón en el que varias pufs rodeaban una mesita se adelantaba al estudio. Las paredes eran blancas y un pentagrama con grandes notas musicales la decoraba. El pentagrama daba la vuelta a toda la habitación. Tras un cristal, las famosas paredes que aislaban el sonido. Con su micro en el centro. Con todos los muebles que requería un estudio de grabación. Sus cascos, sus mesas de mezcla. Sus instrumentos colgados… que por cierto, relumbraban. -creo que será mi lugar preferido.
-Me lo temía. -bromeó. La abracé por detrás.
-¿Sabes que te toca ahora? -susurré.
-Nuestro nidito de amor. -contestó. Nos dirigimos sin separarnos hasta el que sería nuestro dormitorio. Acarició el pomo con su fina mano y abrió. Era precioso. Una cama tan grande como la que teníamos se hallaba en el centro. Era blanca por completo, salvo el esbozo de la sábana, de un tono tan morado como el de las paredes. Las mesillas eran blancas, y las luces estaban en el cabecero de la cama, formando un hilo de focos. Un ventanal gigantesco iluminaría nuestro cuarto. Me asomé. Se veía muy poco debido a la oscuridad de la noche… pero tenía la certeza de que el sol al salir alumbraría cada rincón. A éste le seguía un vestidor muy amplio. Vacío, por ahora. Poco tardaríamos en rellenarlo por completo. También disponíamos de un baño, que se escondía tras una puerta corredera, muy cómoda. El baño era espectacular. Con los mismos tonos de la habitación. En él, junto a los muebles básicos de un baño, había una bañera con una forma irregular, formaba un círculo que no llegaba a ser perfecto. Para Malú era impensable no tener una bañera donde relajarse con su música y su espuma.
Sin ni siquiera esperármelo, me plantó un beso. No tardé en reaccionar. Agarré sus caderas, que se pegaban con fuerza a las mías. Miré de reojo al techo. Sonreí. Lo habían conseguido. Me moría de ganas por darle esa sorpresa. La pregunta era cuándo. ¿Cuándo era el mejor momento?
-¿Te pasa algo?
-No. -reí nerviosa.
-Uy, ¿qué tramas? -soltó mi nuca.
-Nada. -la besé. Pero se negó a continuar. Era así de cabezona. Le di un pequeño empujón y cayó en la cama. Su cuerpo rebotó varias veces.
-¡Ala, qué bruta!
-Venga ya, si solo te he dad… -hizo tal movimiento con el pie que me desestabilizó y caí de lleno en ella. Rió escandalosamente. Su risa era tan conmovedora… Yo la compararía con una llama de luz. Una llama de luz que te va iluminando hasta cegarte por completo. -te quiero. -la risa se extinguió. Me miró seria.
-Y yo a ti. -respondió, con un brillo latente en sus ojos. Nos besamos despacio. Nuestros labios eran los que tomaban el control. Los que nos llevaban. Bailaban muy pegados, sin retroceder. Bailaban como en una loca noche. Cambiaban rápidamente de estilo. Lo mismo se marcaban un vals, que pasaban al frenético ritmo de la samba. Y nunca se saciaban lo suficiente. Siempre querían más. Para ellos no había una meta más que disfrutar. No había razón para parar. Los bailarines parecían encontrarse cada vez más a gusto.
-Eres increíble. -confesó. Me paró el corazón. Dejó de latir por un instante.
-Se me habrá pegado de ti…
-Cállate. -me tapó la boca. Reí.
-Ábrete. -pronuncié alto y claro.
-¿QUÉ? -malinterpretó. Me salió una carcajada. -¿tan directa tú…?
-Mira arriba. -le dije, haciéndolo yo. Ella frunció el ceño. Sonreí embobada. Se giró y se tumbó a mi lado. Torné mi rostro hacia Malú. Quería ver su reacción. El pulso se me disparó.
-¡Oh! -exclamó. -es… no tengo palabras. El techo tenía una cristalera para ver las estrellas. La poca luz de la zona en la que nos encontrábamos permitía verlas con claridad. Brillaban con intensidad. Pensé que unas enamoradas de las estrellas necesitaban esto.
-Me alegro de que te guste. -dije, agarrando su mano. -como has visto, se controla por voz. -añadí.
-Me proporciona mucha inspiración… a la vez, me hace sentir pequeña. Y grande al mismo tiempo. Es muy contradictorio, cariño. -reí. Estaba hecha un lío. Pero entendía cada palabra que decía. -es como si tuviera el poder para dominar el mundo… me siento la reina. Y a la vez una plebeya de tan enorme sistema solar.
-Se te está yendo la pinza un poco.
-Sí… yo también lo creo. Pero qué más da. -me rodeó con una pierna, volcando su cuerpo hacia mí. -si tengo todo lo que quiero. -sonrió.
-¿Eso me incluye? -insinué.

-Claro, idiota. -dejó caer un beso en mi hombro. Alargué mi brazo lo máximo, hacia arriba. Cerré un ojo. Cogí las estrellas con mi mano. Ella me imitó. -puede que el universo nos controlase en algún momento. Pero ahora somos nosotras las que mandamos. El infinito es nuestro. -me miró de reojo. Sonreímos a la vez. Nuestro amor había traspasado las capas de la Tierra.

(Echarle un vistazo a: http://www.novelamaluymarina.blogspot.com.es/p/vuestros-spin-offs.html )

jueves, 13 de noviembre de 2014

T2. Capítulo 35. PABLITO.

No veía la hora en la que el avión despegase. Recogiera sus enormes ruedas y echara a volar. Estaba atacada. Ese niño era más que el simple hijo de mi amiga. Era como un sobrino. Un sobrino que no tenía mi sangre, pero sentía ese vínculo. Sería la mejor tía que Pablito pudiese tener. Eso estaba más que claro.
-¡Relájate! -exclamó Malú entre risas. -menudo viajecito me vas a dar.
-No sabes la que te queda, esposa.
-Vacilona. -me dijo, abrochándose el cinturón. -voy a llamar a la azafata para que te traiga unos somníferos y unas buenas almohadas. -bromeó.
-Me apetece un café.
-¡Ni loca te metes cafeína ahora!
-Joder, ni que fuera una droga o algo. -reí.
-Idiota. -me besó. -aquí la única droga que existe eres tú. -solté un "jij" un tanto agudo. -¡¿pero qué?!
-Ay, déjame, estoy nerviosa.
-No hace falta que lo jures…
El trayecto no terminaba. Mirar al oscuro océano me entretenía en algunos momentos, enormes cruceros asaltaban mi vista de vez en cuando. Parecían tan pequeños desde aquellas alturas… y en realidad eran auténticos monstruos marinos. El aburrimiento hacía el hambre. La azafata estaba un tanto harta de mí. Malú se había echado a dormir, y ya no tenía con quién charlar. El Ipad me distrajo un rato, estuve viendo una de esas pelis románticas que siempre acaban bien. Cuando acabó, con su "y comieron perdices", eran las cinco de la mañana. Me dediqué entonces a jugar a un juego sangriento de zombies que me habían regalado los de Apple. El sol comenzó a aparecer. Amanecía. Toda la noche en el avión y yo sin pegar ojo. Al final del pesado y eterno viaje, me puse a componer. Las nubes inspiraron a una letra que salió en apenas minutos. Fue cuando despertó María Lucía.
-Eres un reloj. -me sorprendí.
-¿Ya hemos llegado? -preguntó algo desconcertada. En ese mismo instante, anunciaron el aterrizaje. Sonreímos al oírlo. Golpeé el asiento que estaba delante de mí.
-¡¡Llegamos!! -chillé. La señora de dicho asiento se giró con cara de pocos amigos. Mencionó algo en inglés que mi escaso nivel del idioma me impidió entender. Era lo que tenía dejar los estudios…
-Creo que no le has caído muy bien, cariño. -afirmó segura.
-Qué pena. -dije con ironía.
Un taxi nos trasladó hasta el hospital donde se encontraban nuestros amigos. Llamé a Pablo para preguntarle cómo iban las cosas. Fue un parto rápido y apenas doloroso, según dijo. El niño estaba perfectamente, durmiendo. Todo había salido a pedir de boca. Agarré fuertemente la mano de mi mujer. Ella también estaba ansiosa por llegar. Era ya bien entrada la mañana. El taxista frenó y se giró para cobrarnos. Cada vez había que pagar más dinero. Qué robo.
-¿Cómo crees que será? -me preguntó para ponerme más nerviosa aún. -¿rubito? ¿morenito? ¿ojos negros, marrones, azules?
-¡Cállate! -le pedí, perdiéndonos por los pasillos. -le he pedido a Pablo que no me mandase una foto para llevarme la sorpresa, jope.
-Qué mona que eres… -me besó la mejilla sin ralentizar el ritmo frenético de nuestras pisadas. Al fin la habitación. Di dos golpecitos. El corazón me bombeaba con fuerza. Pablo apareció con unas enormes ojeras bajo sus ojos. Eso sí, su pelo seguía intacto. Le abracé.
-Enhorabuena papi. -le dije. Rió y me dio las gracias. Tras el saludo de Malú, nos invitó a pasar. Corrí de puntillas hasta la camilla. Lidia estaba tumbada con el peque entre los brazos.
-Está sobado. -susurró. -no ha dormido casi nada.
-Pues como yo entonces. -reí flojito. Besé la frente de mi mejor amiga. Eché un primer vistazo a Pablito. Estaba acurrucado en su madre. Tenía la cara muy redondita, la piel rosada, los ojos hinchados. Tenía los labios como sus padres La misma forma regular. Sus cabellos eran rubios, muy claros, todo apuntaba a que tendría el pelazo de su madre. La nariz era muy pequeñita.  Al igual que sus manos. Eran tan minúsculas… Li agarró mi dedo índice y lo puso en la palma del recién nacido. Lo apretó y yo morí en el acto. Pestañeó con dificultad. Bostezó y volvió a cerrar los ojos, pero esbozó una pequeña sonrisa que se grabó en mi mente para los restos.
-La baba. -murmuró Lidia, riendo.
-Joder, es precioso. -confesé.
-¿Quieres cogerlo? -preguntó. Yo asentí. Lo colocó en mis brazos y sentí la calidez de su enano cuerpo. Aunque era bastante grande en comparación con otros bebés. La sensación era indescriptible. Lo había querido tanto sin ni siquiera verlo… Y ahora lo tenía ahí, en mi regazo. Me quedé embobada mirándolo. Comencé a pensar cómo sería  pasados unos años. Lo imaginé gateando por los pasillos. En su primer día de guardería. Cómo sería su voz. ¿Le gustaría jugar al fútbol, o sería tan cantarín como su padre? Tenía tantas ganas de verlo crecer…
-Qué cosita… -murmuró Malú, quitándomelo de las manos. Lo apretujó en su cuerpo y lo meció por toda la habitación. Me senté en la camilla con Li.
-¿Cómo estás tú?
-Muy ilusionada. -sonrió.
-¿Y dolores?
-Eso se me olvida cada vez que lo miro. -se acarició el brazo.
-Vas a ser una gran madre.
-¿Acaso lo dudabas? -rió. -no, en serio, tienes que probarlo.
-Déjate, eh. -bromeé. -ya tendremos tiempo. -López me pegó una palmada en el hombro. Se le veía emocionado. Sus ojos brillaban como nunca lo habían hecho. Rió sin motivo. Verlos tan felices me contagiaba. Nos quedaban tantas cosas por vivir, por descubrir… La vida era un gran camino lleno de curvas, con cuestas y con bajadas. Llamaron a la puerta. Pablo fue corriendo a abrir.
-¿Me traerás unos churritos, no? -lo oí decir.
-¡Empieza a cuidarte, hombre, que ya eres padre! -escuchar esa voz me provocó una alegría infinita. Me dirigí hacia la puerta, y antes de llegar, ya estaba achuchándome.
-¡¡Natalia!! -exclamé. Pedro miraba perplejo, pero con esa sonrisilla tímida. También le abracé.
-¿Cómo está la recién casada? -preguntó el tío de Vane.
-Pues… recién casada. -carcajeé. Malú se acercó a saludar con el nene entre sus brazos.
-Mirad que preciosidad. -les dijo. Se asomaron a verlo.
-Ay… qué chiquitillo. -opinó, acariciándole el pie. Pedro lo observó con la misma cara, guardando las distancias. Seguía siendo el que era.
-Sentimos mucho el no ir a la boda… -se disculpó su mujer. -los médicos le recomendaron no moverse...
-Tranquila, tranquila. -intervino María Lucía. El dueño del "Rincón Musical" había tenido una subida de azúcar dos días antes del enlace, por eso no pudieron acudir. Fue una pena. Los eché en falta. Su presencia era importante para mí. Mucho. Habían sido mis padres durante la época, yo creo, más complicada de mi vida.
Aquella mañana la pasamos con los nuevos papis, más que enamorados de su retoño. No les faltaba razón. Era un niño guapísimo. Además de simpático. Se le veía en la sonrisa. Sería de lo más risueño. A la hora de comer no pudimos negarnos a la invitación de Natalia y Pedro, que se marcharon a eso de la 1 para prepararnos una comida de ensueño, o eso dijeron. Allí también acudieron Vanesa y su novia con sus respectivos hijos. La incomodidad era notable. No sabía cómo actuar ante ella. Vane se sentía igual. Y Úrsula, por supuesto, que pasó casi toda la comida con la cabeza agachada.
-¡¡Vamos a jugar a "La Voz"!! -pidió la niña. Aún recordaba ese día. Malú se mostraba afable con ellos. Al fin y al cabo no tenían la culpa de nada. Encima, la adoraban.
-Estoy muy arrepentida. Ya lo sabes… -se dirigió a mí cuando todos estaban pendientes de la actuación de Ana Belén, la más feliz de la familia. Yo tragué saliva. Sinceramente, ni yo misma sabía qué sentía.
-En ese momento… pf. -lo recordé.
-Lo siento. -volvió a pedir perdón.
-Oye, escúchame, ya está. -le ofrecí la mano. -olvídalo. Será lo mejor.
-¿Seguro? -dudó. Me encogí de hombros. Sonreí y me devolvió la sonrisa. Estrechamos las manos.
-Eso sí, habla con la jefa. -señalé con la cabeza  a Malú, que parecía concentrada de espaldas a la pequeña, que con su falda de ballet interpretaba una canción infantil. Le saqué una risa algo exagerada, que atrajo la mirada de mi chica. Frunció el ceño con gesto sonriente. Le guiñé el ojo y me imitó. Natalia consiguió que Ana formara parte de su equipo. Lo celebró como si estuviese en el mismo programa. María Lucía se acercó a nosotras.
-A ti aún no te he pedido perdón… -murmuró. Ella abrió los brazos, a los que Úrsula se entregó sin dudarlo.
-Creo que gano más teniéndote, que enfadarme contigo toda la vida. -dijo sabiamente.
-No sabía que estaba casada con una filósofa. -reí.

Pero la reconciliación con Úrsula y la venida al mundo de Pablito no fueron los únicos acontecimientos de ese día. Nuestra casa había sido terminada… Solo le faltaban los muebles del jardín y terminar de pintar algunas habitaciones… por lo demás. Lista. Antes de que atardeciera, ya estábamos en el solar. Unas enormes sonrisas emergieron en nuestras caras. Nos quedamos unos minutos observándola. Era la soñada. La indicada. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

T2.Capítulo 34. VIVE.

Esa boda fue increíble. Un recuerdo grabado a fuego en mi mente. En esos anillos que llevábamos siempre en el dedo anular. En cada vídeo y fotografía. La huella de ese día era imborrable. Pero la celebración no terminó ahí. Después de pasar varios días en Algeciras, con muchos de los invitados que decidieron quedarse, viajamos a Huesca. Llevamos a mi madre hasta su casa, en la que pasaría unos meses. Necesitaba volver. Aunque yo sabía que se cansaría pronto. Se había adaptado a la ciudad. A la ciudad y a Pepi y sus aventuras.
-¿Seguro que no os importa llevarme? -preguntó mirándose por enésima vez en el espejo retrovisor.
-Claro que no. -le sonreí. -además, así nos despedimos.
-Ay… no me lo recuerdes. -se puso las manos en la cara.
-No te preocupes, la cuidaré bien. -la tranquilizó Malú, que le pasó su mano por el hombro desde el asiento trasero.
-No lo dudo. -suspiró.
-Mamá, no te pongas así. -reí.
-No me gustan los países raros. -bufó. Mi mujer y yo daríamos casi la vuelta al mundo en nuestra luna de chocolate, como decía ella. Era una auténtica loca de ese dulce. Pasaríamos por los países más exóticos. Los menos conocidos. Las islas más paradisíacas. Nos lo merecíamos después de tanto sube y baja. De tantas noches sin dormir. De tantas horas en la carretera. De arañarnos la voz. De desangrarnos en el escenario. De renunciar a nuestros placeres, para dárselos a nuestros seguidores. Esos que provocaban sonrisas y lágrimas. Emociones y tensiones. Esos que nos iluminaban.
-Pero es una experiencia única. -replicó ella.
-¿Y el hambre que vais a pasar? -preguntó, provocando nuestras risas.
-Te quiero, mamá. -susurré. -giró su rostro hacia mí y agarró mi mano, que se alejaba del volante poco a poco. La besó.
-Y yo a ti, hija mía. -murmuró.
-Me vais a hacer llorar. -dijo María Lucía simulando el llanto. Perdonar a mi madre, a día de hoy, creo que es de las mejores decisiones que he tomado. Me ha devuelto su ausencia con cariño, amor, respeto y consideración. Sabe entenderme. Sabe escucharme. Sabe cuidarme. Y lo más importante, sabe ser madre. Ha vuelto ese pilar que necesitaba. Ese sostén que me equilibrase. Eso me llevó a pensar en él. En esa figura. En mi padre. No tuve la oportunidad de despedirme nunca de él. En ninguno de los sentidos. Ni le dije adiós, cuando aún vivía. Ni le dije hasta siempre, cuando murió. Tenía esa espinita. Ese clavo del que no lograba deshacerme. Por ello, nada más llegar al pueblo, caminé a solas hasta el cementerio, que se encontraba a las afueras. Con las manos en los bolsillos y la capucha sobre mi cabello, emprendí la andadura. El ligero paso de mis zapatillas aceleró el trayecto. Tardé unos quince minutos en llegar. Hacía muchísimo tiempo que no pisaba ese lugar, nada agradable para mí. No me gustaba estar allí. Nunca me había gustado. El cielo estaba cubierto de nubes, algo normal en Calanda. Un suave viento movía la valla, algo regastada, provocando un chirrido molesto. La crucé y me frené. Alzando la cabeza, vi el enorme territorio que descansaba bajo mis pies. El albero conservaba su brillo. Pero algo había cambiado. Dos nuevas paredes con más lápidas en la derecha. Dos nuevas paredes… Había muerto mucha gente desde que no iba. El cementerio se dividía en frontones cargados de inscripciones y flores. No era muy grande el espacio que había entre ellos. Sin embargo, en la entrada, había una especie de patio con grandes árboles y algunas tumbas de gente importante.
Fui andando junto a las infinitas lápidas buscando aquel nombre. Ese nombre que sabía con certeza que saltaría a mis ojos. Y allí estaba. Una de las últimas. A él le seguían cinco más. Me puse frente a ella y no supe cómo empezar. Ocupaba el último lugar de su fila, rozando el suelo. Me arrodillé y puse mi mano sobre su nombre. La placa estaba fría. El mármol era negro, y las letras doradas.
-Hola papá. -susurré. -o Antonio, porque te fuiste sin ser mi padre. O eso entiendo… Sé que nunca me has aceptado, pero no puedes negar que me has querido desde que nací. Al igual que yo a ti. No sé cuando se pierde ese sentimiento… -sentí un escalofrío. -Nunca he comprendido por qué tanto odio hacia mí. Solo era un niña. Y lo peor de todo… era parte de ti, papá. Soy sangre de tu sangre, te guste o no. No me preguntes qué hago aquí, pero necesitaba venir. -me tomé un respiro. -apenas tengo recuerdos. Y los que tengo, son malos. Con mucho esfuerzo puedo sentir cómo me agarrabas la mano para cruzar la calle… Te he echado mucho de menos. Te he necesitado, y nunca has estado. Me hiciste demasiado daño… Duele decirlo. Duele pensarlo. Me duele cada vez que lo recuerdo. Yo solo quería ser feliz, hacerte feliz, sentir que estabas orgullosa de mí… No te pedía nada del otro mundo. Sabes que siempre me he conformado con poco. O casi nada. Me sobraba con un minuto de atención que me dedicaras. Un "¿qué tal el colegio?" Solo necesitaba una sonrisa tuya hacia mí… y ni eso me pudiste dar. Te pido perdón, perdón porque nunca te sabré perdonar. Jamás podré perdonarte. No puedo hacerlo. Lo siento. -me puse de pie. -espero que donde quiera que estés seas diferente. Espero que te vaya muy bien. De verdad. Hasta siempre, papá. -aquella conversación, más bien monólogo, me dejó algo tocada. Las viejas cenizas volvieron a despertar en mí. Sentía ese mal, ese sufrimiento. Era difícil apartarlo por completo de mi vida. De mi historia. Además, el entorno hostil del cementerio me llevó a reflexionar sobre la muerte. ¿Qué habría más allá? Lo había pensado muchas veces. Millones. Era algo que no me preocupaba, no tenía miedo a ella. Sin embargo, me producía curiosidad. ¿Qué pasa cuando tu alma sale del cuerpo? ¿Dónde vas? ¿Eres consciente? ¿Existe ese cielo o ese infierno? ¿Hay algo? ¿Nos quedamos vagabundos en la tierra? ¿Vemos a nuestros antepasados? No sostenía ninguna hipótesis. No era de esas personas cerradas que se abrazan a una sola idea. Yo era todo lo contrario. Tenía cientos de proposiciones en mi cabeza. Tampoco descartaba la idea de la reencarnación. De hecho, me parecía que era la que más sentido tenía. A lo mejor mi alma ocupa el cuerpo de cualquier otro ser pero se olvida de esta vida. A lo mejor. Si fuese así, me gustaría ser un animal marino. Vivir nadando por el mar libremente.  
-¿Dónde estabas? -preguntó Malú, que estaba sentada en la puerta de la casa. -¿y esa cara? ¿todo bien? -se levantó preocupada. Esbocé una sonrisa y miré hacia abajo.
-De parranda.
-No mientas. ¿Qué has hecho?
-He ido al cementerio. Quería hablar con mi padre. -no contestó. Se quedó sorprendida.
-Dios mío… -murmuró mi madre, que escuchaba a escondidas tras la puerta.
-¿Nos estabas espiando? -reí.
-No… -volteó los ojos. -pero hija, no me esperaba eso…
-Necesitaba ir. Solo eso. -entré, evitando cualquier comentario.
Tras pasar el fin de semana con mi madre, nos despedimos de ella. Comenzaba la verdadera aventura. Me asustaba, en cierto modo, la idea de visitar países tan alejados de mi hogar. Pero por otro lado, también despertaba mi interés. Los últimos años me habían cambiado. Había evolucionado, madurado. Mi mente se había abierto. Estaba dispuesta a conocer mundo. A estar en contacto con otras culturas. Tenía ganas de investigar, de comprobar que había más allá. Quería entender al mundo entero. Y mientras tanto, nuestra nueva casa comenzaba a nacer. Un chalet moderno a las afueras de Madrid que estaría listo para nuestra vuelta. Si todo salía bien. Solo tenían que reformarlo, pues ya existía. Iban a construirlo sobre otro más antiguo. El resultado sería increíble. Solo con el boceto se me pusieron los pelos de punta. Sentía verdadera emoción por el proyecto.
El avión era ya parte de mi vida. Uno, otro, y otro más. Los taxis de Nueva York, los tranvías característicos de San Francisco y los "moto taxis" de la India, fueron otros de nuestros aliados en el viaje. Pude conocer la diversidad, la cultura, el pensamiento de infinidad de sitios. Lo distinto que podía ser el color del mar, el tipo de suelo. El olor de las ciudades, el sabor de sus platos. La tranquilidad de las aldeas, el estrés de la Quinta Avenida. La riqueza del lenguaje, la música desde otro punto de vista. Y todo ello sin olvidarme de mis raíces. Sin soltar a Malú de mi mano. Sin quitarme el anillo que brillaba en mi dedo. Aquella luna de miel no fue una cualquiera. Nos sirvió para mucho. A parte de todo lo ya mencionado, mi forma de componer cambió. Se vio influida. Mi conocimiento había crecido. Otras ritmos se sumaron a mi guitarra. Otros acordes florecían bajo mis dedos. Y me valió para conocer a la mujer que me acompañaría en la vida, en distintos ambientes. Y sí. Me seguía gustando igual o casi más. Podía decir con firmeza que me agradaba en todos los campos, sentidos y ciudades. Me encantaba sin más.
-Pensé que la Estatua de la Libertad era mucho más alta. -comentó mientras la miraba. -me miró de reojo. -sí, sigue comiendo ese perrito caliente e ignórame. -reí con la boca manchada de ketchup.

-Tiene demasiada salsa. -hablé con la boca llena. Ella mordió el otro extremo de la salchicha.
-Lo afirmo. -dijo asqueada. New York fue una de las ciudades que más me gustaron. Tenía un encanto, un tono especial, una magia que no había conocido antes. Era la ciudad de los sueños, sin duda. -el móvil. -me avisó. Estaba tan ensimismada que ni lo había oído. Era Pablo.
-¿Sí? -pregunté mientras mi chica limpiaba simpáticamente mi boca.
-¡Marina! ¡Marina! -parecía alterado.
-¿Qué ocurre? -Malú me miró dudosa. Me encogí de hombros. Se acercó sutilmente a mi oreja para oír junto a mí.
-¡¡Es Li!! ¡¡Pablito está llegando!! -exclamó con la voz rota.
-¡¡QUÉ!! -gritamos las dos a la vez. El teléfono se me cayó al suelo. Mi amiga pariendo y yo a miles de kilómetros.
-¡¡Estás mongola!! -gritó María Lucía, agachándose a por el móvil. -¡¡cuenta qué pasa!!
-¡Estamos entrando al hospital, en cuanto sepa algo más os llamo! -avisó.
-¡¡PABLO JODER HAZ AL…!! -la voz dolorosa de Li fue lo último que oímos. Mi piel de gallina solo pedía una cosa. Coger un avión.
-Dios… -me emocioné. Malú me abrazó fuertemente. Lo necesitaba. La achuché contra mi cuerpo.

-Tenemos que ir a verla ya. -agradecí esa idea. En menos de una hora habíamos vuelto al hotel. El enano nos esperaba. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

T2. Capítulo 33. COMO UN ÁNGEL.

Y siendo aquella una de las tardes más especiales de mi vida, comenzó a irse el sol. Sentí la necesidad de ver al astro esconderse en el mar. Hundirse en él hasta que no quedara ni un rayo en el planeta. De ver cómo se oscurecía el cielo, dejándome contemplar las estrellas. Salí al patio. El restaurante estaba en un lugar alto desde el que se divisaba la costa. Allí vería el fenómeno perfectamente. Deseé tener un poco de soledad. Un respiro. Cero flashes. Cero agradecimientos y felicitaciones. Pero parecía que no era la única que quería presenciar el final del día. Su cabello era inconfundible. Me acerqué al poyete y me senté a su lado. Sonrió tímidamente mirando el abismo que había delante de nosotras.
-¿No tenías vértigo? -pregunté. La conocía de sobra.
-Lo he ido perdiendo. -contestó. Asentí con la cabeza. -como a ti. -se me formó un nudo incómodo en la garganta. -lo siento, perdona. No era mi intención. -se disculpó. -joder, soy una idiota.
-Tranquila, Vanesa. -le pedí. -todo bien.
-No quiero arruinar tu día. -bajó de nuevo la mirada.
-Gracias por venir. -susurré al cabo de unos segundos.
-No es fácil. -dijo.
-¿El qué no es fácil? -quise saber. 
-Nada, nada. -suspiró. Agarró la copa que había en el otro lado y le dio un sorbo. Ignoré aquello y miré como el sol desaparecía lentamente. -es duro verte casándote, Marina. -mi corazón se desvaneció a la velocidad que el enorme astro se alejaba. Dolía. -tu huella es demasiado grande. Entiéndeme. -tragué saliva. Ni siquiera sabía qué decir. -eh. -rió, dándome un codazo. -quiero que seas muy feliz.
-Y yo. Pero también quiero que tú lo seas.
-Lo seré. Creo que me va a ir muy bien con Úrsula. Lo presiento.
-Es una buena mujer.
-Sí. -respiró profundo. La noche se hizo en el sur de la península. -deberías volver. Alguien reclamará tu presencia.
-Estoy un poco cansada. -reí. -dame un sorbo de eso, por favor. -me tendió la copa y bebí un poco, dejando el color de mi pintalabios en ella.
-¡Ea, ya me la has manchado! -se quejó, mientras yo me alejaba, volviendo al convite. Allí hice lo que llevaba haciendo toda la tarde. Agradeciendo las felicitaciones, los regalos, conociendo a más y más invitados.
El final de la boda fue lo mejor. Cuando muchos ya se habían ido, comenzó la verdadera fiesta. Teniendo la gran suerte de que gran parte de los allí presente se dedicaban a la música, empezó un macro-concierto increíble. Todos en el escenario robábamos el micro y poníamos en marcha la diversión. Alborán se colocó en el centro y lanzó con su chorro de voz un solo que nos dejó mudos. Al segundo, lo echaron de allí a empujones mientras él reía sin parar. Era insuperable. Canción tras canción, la noche se fue alargando. Dieron la 1, las 2, las 3… Los padres de Malú se arrancaron por bulerías, mientras mi madre, tímida como ella sola, se movía siguiendo los pasos de mi suegra. Malú, que estaba en lo más alto, reía sin parar. Roja como un tomate. Se acercó a mí, tirándose en mi hombro sin parar de carcajear. Me contagió. Y así, con el delicioso sabor de su risa, fue agotándose la luz de la luna. Llegaba la hora de recoger. De descansar. No sentía los pies. La cabeza me daba vueltas. ¿Cuánto había dormido en dos días? Entre la noche en la playa y ésta… mis horas de descanso fueron bastante escasas.
-¿Qué cojones…? -Malú se frenó de golpe cuando caminábamos hacia el coche que nos llevaría al hotel.
-¿Qué has visto? -le pregunté. Pero estaba sin habla. -¿Cariño? -miré hacia donde apuntaban sus ojos. Una carcajada seca salió de mi boca. Jamás lo habría imaginado. Pero estaba ocurriendo. Era real. Me agarré a su cuello para no caerme, porque el sueño y el ataque de risa que me había entrado me estaban empujando al suelo. Ella, tras superar el shock, caminó hacia el auto conmigo a rastras con una gran sonrisa de la que emergían carcajadas. Lo de que las bodas era una gran oportunidad para ligar era cierto. Pero nos preguntábamos si eso surgió allí o antes. José y Mari juntos. Qué… indescriptible.
-Párate un momento a pensar en los hijos que pueden salir de ahí. -bromeó Malú mientras se colocaba el cinturón.
-No nos precipitemos. Lo mismo solo…
-¡Le estaba metiendo la lengua en el hígado! -me cortó ella.
-Qué expresión tan romántica. -reí. Ella rodeó mi cintura. -¿te ha gustado nuestra boda? -pregunté, acariciando las infinitas ondas que formaban su pelo. -inolvidable ha sido desde luego. -sonreí. No contestó. Se limitó a mirarme y a esbozar una pequeña pero gran sonrisa. Lo entendí. ¿Para qué hablar si ya sabíamos lo que íbamos a decir? Se coló en mi vestido y acarició mi pierna despacio. Como si no tuviera fuerza. Movía su índice sin mucho ímpetu. Pero me bastaba. Un mínimo movimiento. Un simple roce me llenaba. Ella sabía hacerlo. Sabía dármelo todo con un gesto. Coloqué mi mano sobre el dorso de la suya. Estaba cálida. No dudé un segundo en entrelazar sus dedos con los míos. Ella los apretó, regalándome la eternidad.
-Chicas, hemos llegado. -nos anunció el conductor. -buenas noches. -sonrió.
Probablemente comenzaba una de las noches, aunque ya era casi de día, más imborrables de mi vida.
Caminamos por el pasillo, completamente desierto dadas las horas, buscando nuestra habitación.
-¿Qué sientes? -me preguntó.
-Cosquillas. -reí nerviosa.
-Vale, veo que no soy la única. -contestó. Paró y me besó, apoyándome en la pared amarillenta. -siento como si fuese la primera vez que te beso. -un escalofrío recorrió mi cuerpo de principio a fin.
-Yo también. -murmuré, buscando su cintura.
-Anda, vayamos a la habitación. No le demos espectáculo al que vigila las cámaras de seguridad. -bromeó, abriendo la puerta con la tarjetita mágica. La suite estaba llena de globos y pancartas, nuestras maletas sobre los sofás, y una caja enorme en la mesa. Las sorpresas aún no habían terminado. En los carteles vimos que todo esto tenía que ver con nuestros clubes de fans. Ambos se habían unido para hacernos un regalo, como ponía en la caja de cartón duro.
-Dios mío… -me emocioné.
-Son geniales… -dijo perpleja. -a veces me pregunto qué he hecho para que puedan quererme tanto. -suspiró. -¡vamos a ver qué es! -intentó despegar la banda de celop que había con las manos. Pero fue imposible conseguirlo. Busqué una tijera y la ayudé. Cuando la abrimos, no pudimos creer aquello. Había una guitarra negra con los bordes en plateado. Un plateado que brillaba con luz propia. En el borde de abajo estaba inscrito mi nombre con ese mismo color. Era una auténtica preciosidad. Y junto a ella había un pie con micro incluido. En la parte superior, su nombre grabado en vertical. El micrófono  parecía muy cómodo. Original. Personalizado para una única persona. Ella.
-Joder… -me puse las manos sobre la cabeza. María Lucía seguía embobada. Agarré el instrumento y me lo colgué con la correa que traía, también bordada con mi nombre. Toqué. Sonaba perfecta. Malú ya estaba haciendo de las suyas con el pie de micro. La miré riendo. Se movía ágilmente dándole bandazos de un lado a otro. -qué energía… -opiné.
-Deja eso. Que hoy tu guitarra soy yo. -se dirigió a mí segura de sí misma. Me descolgó mi nueva adquisición y la puso a buen recaudo. Agarrándome de la nuca, se perdió en mi boca como tantas veces había hecho. Pero esta era especial. Hoy me sabía diferente. Sabía a algo nuevo. Se me escapó una sonrisa. -vamos. -me susurró, desatando mis ganas. Me dio la vuelta para quitarme el vestido. Quedó en el suelo, rodeándome. De un salto, me libré de él. Fue fácil. Lo que sí que me costó más trabajo fue deshacerme de su ropa. La cremallera parecía no quererme mucho. Mi mujer reía desorbitadamente mientras yo luchaba para quitarle el vestido. Tras varios intentos, ambas quedamos al desnudo. Nos miramos.
-Ni que fuese la primera vez que me ves… -susurró.
-Como tú has dicho antes, siento que es la primera vez. -y la besé. La besé con ganas mientras nos íbamos tumbando en el lecho. La cama era amplia. Enorme. Con un colchón que parecía traído del paraíso. Mis besos fueron cubriendo su piel cada vez con más rapidez. Su respiración se aceleraba junto a la mía. Dimos vueltas. Muchas vueltas. Sin dejar de tocarnos, de acariciarnos, de darnos todo el amor que habíamos guardado. El tiempo volvía a ser nuestro. Lo controlábamos. Ya no nos superaba. Ya no nos separaba. Ahora éramos nosotras las dueñas. Las que teníamos el control. Lo paramos. El tiempo ahora no existía. Era polvo. Polvo que ya nada podía hacer. Solo esperar sentado viendo cómo disfrutábamos.
Su forma de hacerme el amor era tan única. Tan especial. Sabía hacerme olvidar todo, para centrarme en ella. En cada movimiento que me hacía delirar. En sus susurros convertidos casi en gemidos, que se mezclaban con los míos. Y lo hizo. Lo volvió a hacer. Me llevó más allá del planeta. Acaricié las puntas de todas las estrellas. Y pude abrazar a la luna. Descansé en las nubes, que lentamente me devolvían a la tierra, donde abrí los ojos y me encontré con su sonrisa, que se dirigía a mi frente. La besó.
-¿Agua? -pregunté. Rió.

-Confórmate con mis besos. -dijo, fundiéndose en mi boca. Pero antes de que pudiese hacer algo más, la puse bajo mi cuerpo. -holi. -dijo con una dulce voz. Voz que se quedó en mis labios. Alargué mis brazos. Acaricié con las uñas los suyos, hasta agarrarle las muñecas. Comencé a mover mis caderas. -uy… -se mordió el labio, volviéndola más irresistible de lo que ya era. Me colé en su cuello, cuya suavidad me hizo perder el control de mis actos. Su piel me superaba. Me podía. Era de ángel. Su olor me atraía. Sus suspiros me conducían. Me guiaban. Era tan fácil, tan mecánico. Mi cuerpo iba solo. Actuaba por puros instintos a los que ella respondía. Me entregué a ella. Se retorcía entre las sábanas. Las agarraba. Arañaba mi espalda. Soltaba quejidos de placer. Le di todo lo que tenía. Y la hice mía. Tan mía que jamás escaparía de mí. 

domingo, 26 de octubre de 2014

T2. Capítulo 32. SÍ QUIERO (2)

Un enorme jardín con cuantiosas mesas altas con sus taburetes alrededor nos recibía. Era el exterior del restaurante en el terminaríamos nuestra boda. Al parecer, el dueño era amigo de la familia de los De Lucía. Por ello, habían puesto extremo cuidado en cada detalle. Al menos en el primer paso lo habían bordado. Habían decorado genial la parte de fuera. Los camareros llevaban bandejas en sus manos cargadas de bebidas y refrescos, y otras de canapés. Los invitados llegaban en pequeños grupos. Eran tantos, que me resultaba imposible controlarlos a todos. Y es que había caras allí que ni conocía. Malú tenía demasiados contactos.
-¡¡Marina!! -mis compañeros se acercaron a mí casi corriendo. Pedro, José Luis, Mercedes y Ricky. La primera vez que los veía tan elegantes. Ver a Pepe Luí así era algo de otro mundo.
-¡Qué guapos! -peloteé. -¿qué tal ha estado la ceremonia?
-Divertida y emocionante. -resumió el director musical, sonriendo plenamente. Me alegraba oír eso. A pesar de los contratiempos, había sido inolvidable.
-Qué bien te queda ese vestido. -opinó Mercedes poniéndose la mano en el pecho.
-Me vais a sacar los colores. -reí. Me sentí completamente feliz ese día. El calor de mis seres queridos me rodeaba. Incluso calor de gente desconocida. Mi chica me abrazó entonces por detrás. Su olor la delataba. Hoy había aportado mucho más. Su aroma se percibía a metros.
-¿Cómo está mi esposa? -preguntó.  
-Sigue nerviosa. -agarré sus brazos. Ella carcajeó.
-La tuya un poco menos. Ya ha pasado lo peor. -besó mi hombro. -¿qué tal chicos? ¿lo estáis pasando bien?
-Sí, muy bien. Gracias por invitarme. -Ricky siempre tan agradecido.
-Yo también. Pero empiezo a tener hambre. -dijo Merce, que se alejaba buscando un canapé al que meterle mano.
-Lo mejor de las bodas es que hay comida gratis, y eso es así. -bromeó José Luis. Le reímos la gracia.
-Eh, vámonos de aquí que viene Isa. -susurré, dándome la vuelta.
-¿Qué te pasa con ella? -me preguntó, liberándome de sus brazos para agarrar una coca cola.
-Tengo la sensación de que me la va a liar… -dije mirando la raja del vestido.
-¡¡Marina!! -exclamó ella.
-Pf, ha sido al bajarme del coche. -me excusé.
-¿Habéis visto a Marina? -oí su cálida voz de lejos.
-Mierda, me busca. -me mordí los nudillos. Malú soltó una carcajada acompañada de un: no será para tanto. -¿tú crees? -asintió. -no has visto a Isabel enfadada. No la has visto. -volvió a reír.
-¡¡Recién casadas!! -exclamó alguien.
-¡¡JESSY!! -grité su nombre. ¡Cuánto tiempo sin ver a mis amigos! Nos abrazamos.
-Me da miedo acercarme a ti con tanta tela blanca. -confesó. El resto de mi pandilla se unió. Era un placer tenerlos conmigo. Una parte de mí siempre estaba con ellos. Y una parte de ellos conmigo. Estaban junto a mí sin estarlo.
-¡Felicidades! -nos desearon uno por uno. Además de una foto. Obviamente. Era un día para no borrar la sonrisa de la cara. De ser simpática y agradable con la gente. Hoy era nuestro día.
-¡Eh, venid aquí! -chilló Lidia. Hasta sus gritos eran bonitos.
-¿Qué ocurre? -le preguntó mi ya mujer. Li se abalanzó a ella, estrujándola contra su enorme barriga.
-Enhorabuena chicas. Ni la muerte os separará. -dijo en un suspiro. Pablo y yo las miramos sonrientes. Era una escena que jamás olvidaría. El cantautor pasó entonces su brazo por mi hombro y lo golpeó.
-Ven aquí. -me animó a acercarme. Lo agarré de la cintura y él besó mi pelo. -eres una campeona. -susurró.
Después de saludar al resto de invitados, las gigantescas puertas del salón se abrieron. Las lámparas se fueron encendiendo progresivamente. Estaban bastante bajas y eran jodidamente anchas. Una en cada mesa. Éstas eran redondas. Recuerdo el día en el que tuvimos que hacer un croquis. ¡Qué dilema! Fue bastante difícil hacerlo. Es complicado saber agrupar a las personas con otras. Suerte que estaba Pepi para poner orden.
No sabría decir el número de distintos sirvientes que había. Cada vez que veía a uno era distinto al anterior. No era consciente de aquello. De cuántos hilos habíamos movido para hacer esto. Para tener esto en nuestras manos.
-¿Ves el escenario de ahí? -me preguntó mi suegro, señalando al final del salón. Asentí con la cabeza. Él sonrió y movió la cabeza. ¿Qué significaba eso? Me había quedado con la intriga. -ya verás la que se va a liar…
-¿Qué dice tu padre del escenario…? -me giré a mi chica.
-¿Qué escenario? -vale. Ella tampoco tenía ni idea. Entendí entonces que nos íbamos a llevar muchas sorpresas esa tarde-noche. Dimos comienzo al almuerzo, compuesto de un entrante, varios platos, y el postre. Durante la comida pude respirar. Un poco de tranquilidad no me venía mal. Me sobró bastante. Los restos se los fui pasando a mi cuñado. Él encantado.
Tras terminar el postre y haber recogido todos los platos, las luces se apagaron de golpe. ¿Problemas con la luz? Aunque me parecía raro que ocurriese justo cuando los camareros habían recogido la suciedad.
Se formó un círculo de gente bastante sospechoso. Malú y yo nos miramos asustadas. ¿Qué tramaban? Y lo más curioso. ¿Cómo habían conseguido organizarse todos? José y Mari aparecieron detrás de nosotras. Nos empujaron al centro. No sé por qué, pero me olía que acabaría allí en medio. Un foco se iluminó. ¿Apuntando a quién? A nosotras.
-¿Qué…? -murmuró casi ronca mi chica. -cariño, dime que sabes de qué va todo esto.  
-No tengo ni idea, pero me siento como James Bond cuando están a punto de matarlo. -la oí reír. Esa maldita risa me mataba.
-"Bailar de lejos no es bailar, es como estar bailando solo…" -la conocidísima voz de Sergio Dalma apareció. Yo no podía creerlo. Ella tampoco, que me miró completamente fascinada. El cantante apareció en el escenario, a tan solo unos palmos de nosotras y el círculo que nos rodeaba. Una luz le iluminó.
-Creo que tenemos que bailar… -dije. Ella se sonrojó.
-Vamos, no pongas esa cara. Has bailado ante millones de personas. -reí. Me separé un poco de ella y le ofrecí mi mano. La gente aplaudía al ver que yo al menos reaccionaba. -no me dejes sola. -murmuré. Apretó entonces mi mano y se acercó a mí.
-Es como si todo volviese a empezar... -me susurró en el oído, mientras nuestros pasos seguían a la garganta ronca del catalán.
-La verdad es que sí. -reconocí. -mi mente está en aquel piso y en aquella chica avergonzada que no se atrevía a bailar contigo. -se le escapó una risilla mientras nuestra canción sonaba.
-No sería tan avergonzada cuando me empotró contra el sofá.
-Ala. Qué exagerada. -me sorprendí. Perdí el ritmo del baile.
-Me acabas de pisar. -dijo cerrando los ojos de golpe.
-Lo siento… -me mordí el labio, intentando recuperar el compás. Las risas se sucedieron. Poco a poco, más parejas se unían a nuestro alrededor. Fuimos rotando de pareja.
-Hombre, si eres tú. -sonreí al ver que era José.
-Hey, cuñadita. -rió. Aceleró el paso del baile.
-¿Dónde vas, colgado?
-Tengo mi propio estilo. -chuleó, llevándome casi en volandas de un lado a otro. Yo estaba en la fina línea que separaban a la diversión y el miedo. Pronto me liberé de él y su montaña rusa para danzar junto a Raúl, aquel compañero de equipo de "La Voz". Lo había visto en la recepción, pero no llegué a hablarle.
-¡No me puedo creer que te estés casando con nuestra coach! -bromeó. Un baile no daba para mucha charla. Pero disfruté de su compañía esos pequeños minutos. Giré sin ni siquiera mirar. Entrelacé mis dedos con otros. Una piel fina. Debía ser una mujer. Me topé con sus ojos azules. No podían ser de otra persona.
-Isa… -forcé una sonrisa. Ella frunció el ceño.
-Mi vestido. -refunfuñó.
-Sí. Es precioso. -la miré de arriba abajo.
-Éste no. El que llevas puesto. -no funcionó. -Marina, te lo has cargado.
-El coche… -agaché la cabeza. Ella rió.
-Idiota, alegra esa cara. -carcajeé. -muy bien. -sonrió estrujándome en su cuerpo. Otro nuevo cambio llevó a mis manos a una chica que no conocía. En realidad aquello parecía eso de las citas rápidas. Encontrar el amor en cinco minutos.
-Mi nombre es Sonia. -dijo.
-Bonito es. -pronuncié. -yo Marina.
-Lo suponía. -rió. Medía más o menos lo mismo que yo. Un poco menos. Lucía un pelo negro ondulado y llevaba un vestido de igual color.
-¿Prima? -intenté averiguar.
-No. ¿Quieres otro intento? -¿me estaba vacilando?
-Mh, ¿prima segunda? -carcajeé.
-Novia de Dani Martín. -automáticamente apareció el cantante a mi lado.
-¿Alguien ha dicho mi nombre? -preguntó con ese deje suyo.
El baile finalizó cuando Sergio Dalma se aburrió de cantar, y los invitados de rotar. De dar vueltas sin parar. Me sentía plenamente abierta. Con ganas de todo. Así que viendo que me encontraba de tal humor, caminé decidida al escenario y subí las escaleras levantando el vestido. Dalma me pasó el micro, seguido de un abrazo.
-¡Menudo bodorrio! -susurró en mi oreja.
-Ahora viene lo mejor. -le contesté yo. Pero justo cuando iba a empezar a hablar, una chica fuera de sí subió por el mismo lugar que yo. Cantaba una canción de "Skrillex". Cantaba entre gomillas. Pronunciaba consonantes seguidas a la vez que tocaba una guitarra imaginaria. La miré. Me quedé quieta viendo como cruzaba el escenario y bajaba por el otro lado.
-¿Estás bien? -le preguntó una mujer abajo.
-¡Llevo cinco "monsters"! -gritó. Supuse que se refería a la conocida marca de bebida enérgica. Era casi una niña. Su pelo era rojo y un flequillo le quitaba la vista parcialmente. Se tiró al suelo e hizo la croqueta a la vez que cantaba "Me fui". Pestañeé varias veces. ¿De dónde había salido ese ser…?
-¡¡SEGURIDAD!! -gritó un organizador. Unos hombres de negro fueron a por ella y la llevaron a rastras. Alejandro Sanz estaba sentado en el suelo sin poder parar de reír. La verdad es que había sido bastante hilarante. Entonces puse seriedad. Lo máximo que pude. Carraspeé mi garganta, atrayendo la atención de la multitud.

-Primero que todo daros las gracias por asistir a este evento. A uno de los días más importantes de nuestra vida. Gracias, porque vuestra presencia en esta boda dice mucho. Dice apoyo, dice amistad. Si os soy franca, no tenía esto pensado. He tenido un momento de euforia, parecido al de esta chica… -provoqué risas. -bueno, quizás no tan fuerte. -aumentaron las carcajadas. -por eso, si algo de lo que digo no es coherente, ignorarlo. -moví la mano. -quiero agradecerle a mi madre y a mi familia política lo que han hecho por nosotras. Habéis organizado la boda que Malú y yo soñamos. También a mi mánager, por su servicio en moto de agua exprés. -reí al recordarlo. -a mi estupenda estilista, por elegir el traje que toda novia desearía tener. Y ahora me dirijo a mi mujer. -la miré. Hice una pequeña pausa. Mi musa comenzaba a inspirarme. Realmente no tenía ni idea de lo que iba a decir. Era todo espontáneo. Me dio miedo. Siempre había querido tenerlo todo atado. Preparado. No sabía cómo iba a salirme eso de la improvisación. -eres grande. Y nunca pensé que conseguiría tener a mi lado a alguien como tú. Alguien que cuando es golpeada se levanta con el doble de fuerza que tenía antes. Alguien tan especial como tú. Eres única. -no pude evitar sonreír al ver como se escondía poniéndose las manos en la cara. -por tu forma tan extraña de sentarte en el sofá. ¿Sabéis que lo hace como un indio? -rieron. -Y eres gigante, porque un paso tuyo equivale a cinco zancadas de un mortal. Si tuviera que decir que es lo que más me gusta de ti probablemente no terminaría nunca. Son demasiadas las cosas que me agradan, me sorprenden y me fascinan de ti. Y tampoco es que descubrieras América… Son detalles. Simples y enanos detalles que hacen de ti una persona inigualable. Tu forma estúpida de decir mi nombre. Tu manía con dormir con la puerta entrecerrada. Tu manera extraordinaria de cuidar a tus animalillos. Tú y tu incapacidad tecnológica y de jardinería. Cuando le regalo flores no le duran ni veinticuatro horas… -volvieron a estallar en risas. Aunque muchos ya lloraban. -lo significas todo. Te has convertido en mi mitad. En mi complemento. En el aire que necesito para respirar. Solo con un viaje, con que nos separen no sé, 10 kilómetros. O incluso una pared… Ya te echo de menos. No te prometo un para siempre, porque sé que no existe la inmortalidad. Pero a cambio, te puedo jurar que mientras que esté viva haré todo lo posible para que seas feliz. Seguiremos creciendo juntas. Porque sé que aún tienes mucho guardado dentro. Sé que serás aún más gigante. Que descubriremos y experimentaremos mil sensaciones más. Nuestro amor no es de cartón. Nuestro amor es del hierro más sólido que pueda existir. Sin ti, mis mañanas nunca comienzan. Sin ti, no existe ni el amanecer ni el atardecer. Sin ti no hay nada. -la miré. La voz se me rompió. Una lágrima recorrió mi rostro al ver que lloraba mientras sonreía. Sus ojos estaban inundados por completo. Para mí allí no había nada. Todo se había esfumado y solo quedábamos ella y yo. Bajé los escalones y me acerqué lentamente a su cuerpo. Conforme lo fui haciendo descubrí algo. Así, centrándome en sus oscuros ojos, caí en la cuenta de que el brillo no solo existía en las estrellas. 

sábado, 25 de octubre de 2014

T2. Capítulo 31. SÍ QUIERO.

Mari hizo un último derrape muy cerca de la costa. El agua creó una enorme cortina de unos cinco metros. A través de ella vi a Isabel levantarse enfurecida. Fue inevitable soltar una carcajada. El vestido estaba parcialmente mojado, pero eso era lo que menos me importaba. Con extremo cuidado y bajo la atenta mirada de la multitud, salté las pequeñas olas que se formaban en la orilla. Así, hasta llegar a tierra firme. Allí me puse los zapatos que habían estado en mis manos durante el movido y acuático viaje. Caminé riéndome hasta el altar, mientras oía el cuchicheo de los invitados.
-¡¡Las tres supernenas!! -chilló alguien que no conseguí identificar. Fue ahí cuando de los mismos nervios, me entró un ataque de risa. El chistecito en sí no me había producido tanta gracia, pero el nudo de mi estómago desató mis carcajadas. Poco tardaron en desaparecer… pues ante mis ojos deslumbraba la que estaba a punto de convertirse en mi esposa. Llevaba un elegante vestido con una larga cola. La parte superior era blanca con detalles muy bonitos. A partir de la cintura, el blanco se volvía beige. Un beige tranquilo, sutil, dulce.

Llegué al improvisado "altar" aún conmocionada. Estaba más que preciosa. No conseguía apartar mis ojos de ella. La respiración se me entrecortaba. Estaba hasta temblorosa. Miles de personas cuchicheaban a nuestras espaldas. Me miró de reojo y sacó una pequeña sonrisa.
-Eres especial hasta para llegar a tu propia boda. -bromeó. Yo me reí flojito. -te noto un poco…-susurró.
-Estoy atacada. -confesé. Un cosquilleo recorría mi cuerpo de principio a fin. Mis manos sudaban sin pensar en parar, y mucho menos en quedarse quietas. El tembleque era ya imparable. Recordé entonces la gala de las audiciones a ciegas en "La Voz". Más o menos estaba igual. Me sentía pequeña. Lo que venía se me hacía grande. Pero entonces noté su piel sobre la mía. Su dedo meñique buscaba el mío. Ambos se entrelazaron. Se acariciaban. El contacto de nuestros dedos me relajó. Respiré aliviada mientras el encargado de casarnos empezaba. "Buenos días. ¿Estamos todos, verdad?" Asentimos juntas. Ni siquiera me dio por mirar y ver si faltaba alguien. Ni caí en ello. "Estamos aquí reunidos para formalizar la unión entre Marina y María Lucía…". Las palabras del juez procedían con lentitud. En mi cabeza y en mis ojos una nube entera nublaba lo que vivía. No era consciente de ello. Sentía que era un sueño. La voz melódica y su manera tan lenta de leer comenzaban a impacientarme. Tanto, que dejé de oírle. Los artículos de la ley eran demasiado aburridos. La miré de reojo. Estaba pensativa, mirando al suelo. Apreté el meñique, que aún seguía rondando el suyo. Se asustó y me miró.
-¿Qué pasa? -se preocupó. Me encogí de hombros y negué con la cabeza. No pasaba nada. Pasaba todo.-cuando lleguemos al hotel te voy a arrancar ese vestido. -sin mirarme me di cuenta de que estaba roja como un auténtico tomate. -pero no te asustes, mujer.
-¿Yo? ¿asustarme? -murmuré.
-Silencio. -pidió David. Luego siguió con la ceremonia. Malú se rió cual niña pequeña tras la bronca de su profesor. Giré un poco la cabeza y de pasada pude ver algunas cuantas caras. Las que saltaron a mi vista. Las más importantes de las allí presentes. Después de ello fijé mi vista en el suelo. En la cola blanca de mi vestido. Y sí, sonreí como una auténtica estúpida. Al final, aprendí que la felicidad no es duradera. Que solo son instantes. Instantes que no cambiarías por nada. Son momentos en los que sientes que estás en lo más alto. En el pico de una montaña. Las ganas de chillar y saltar son síntomas de este éxtasis.
-¿Marina? -llamó mi atención el juez. Sacudí mi cabeza. Malú me dio un codazo.
-¿Dónde estás? -me preguntó ella seria.
-¿Consientes en contraer matrimonio con María Lucía? -preguntó, mirándonos a cada una de nosotras.
-Sí, consiento. -respondí segura. Repitió la cuestión para mi chica, que tras echarme una mirada cargada de brillo, la desvió hacia David. El silencio inundó la playa. Tan solo se oía a las gaviotas. Contestó entonces: "no". -sabía que lo haría. -volteé la cabeza. -lo sabía. -los asistentes y la propia novia estallaron en risas.
-Claro que quiero. -dijo agarrándome de la nuca y arrastrándome a sus labios.
-¡Eh! ¡No he dicho que podáis besaros! -se indignó. -bueno, qué más da. -tiró los papeles a la mesa y se unió al aplauso.
-Te adoro. -soltó en mi boca, provocando el nacimiento de miles de mariposas en mi estómago. Me sorprendía como los primeros días. -podemos seguir.
-Bien, procedamos ahora al intercambio de anillos. -anunció. Viendo que nadie se movía, emitió un extraño sonido que procedía de la garganta. Yo eché la vista atrás, buscando a José, que se arañaba el pelo. Empezó a entrarme el miedo. Se acercó a Mari y le susurró algo al oído. Ésta se puso blanca.
-¿José? -mi suegra le dio un empujón. Estaba claro que algo no estaba saliendo bien. Su hermano se puso al lado del juez y se acercó al micrófono.
-Hola, jeje. -me puse las manos en la frente. -veréis… ha habido un problema con las alianzas.
-Te corto los huevos. -murmuró Malú. Solo yo pude oírlo.
-Eh… esto… -carraspeó. -Mari traía en un bolsillo la bolsita con los anillos.
-No… no. -pensé.
-El bolsillo se cierra con velcro y está debajo de su falda… así que pensamos que se pudo haber abierto cuando venía en la moto de agua… -se mordió el labio.
-¿Cuándo decidimos que fueran ellos dos los que se encargaran de las alianzas...? -preguntó Malú.
-No lo sé. -dije incrédula. Maldita sea.
-Somos mongolas. -bromeó. -en serio, eh. -me hizo reír. Se formó un barullo por parte de los asistentes a la boda. Tierra trágame. Una de las más esperadas del año, y así andaba. Vi a mi representante dirigirse con decisión al micro.
-A ver, escuchadme… -pero el murmullo seguía presente, por lo que decidió chillar como solo ella sabía hacer… -¡¡¡SILENCIO!!! -todo se enmudeció. -así me gusta. Lo que quería decir… que si se me han caído en la moto, deberán estar en ella. Y si están en el agua, el mar las tendrá que devolver. -nos hizo reflexionar. -así que venga, quiero una fila que ocupe toda la orilla.
-¡Qué! -gritaron casi todos a la vez. Un grito al que me uní.
-¡Pero venga! -al final, no sé cómo, acabamos todos mirando en cada ola que rompía el mar. Mari siempre conseguía lo que se proponía. Y ahí nos tenía. A sus órdenes. Más de mil personas pendientes de una pequeña bolsita que en cualquier momento aparecería por la orilla.
-¡¡AQUÍ, AQUÍ!! -gritó una voz con acento canario muy marcado. Se adentró en el mar y levantando su vestido azul agua, se agachó y levantó el brazo exclamando: LOS ENCONTRÉ. Todos comenzaron a jadear, mientras que Malú y yo mirábamos perplejas la escena. ¿Esto era real?  Más bien parecía un sueño. O una pesadilla, no lo sabía muy bien.
-¡Toma! -la chica puso su mano sobre la mía, con la bolsita rosa entre ellas. Tenía unos ojos negros enormes y una tez morena.
-Gracias… ¿tu nombre? -me corté. No la había visto en mi vida.
-Virginia. -sonrió, dejando ver su dentadura blanca. Dio un giro y caminó hasta su banqueta, de las últimas que había. Apreté la bolsita y un chorro de agua salió. La abrí con cuidado mientras el resto de invitados se acomodaban. Saqué los sencillos pero originales anillos. Una alga los había rodeado.
-Procedamos al intercambio de alianzas. -agarré el suyo y nos pusimos frente a frente. Sus ojos apuntaban a los míos. Elevó lentamente su mano, y mi cuerpo se derritió por completo. Agarré su muñeca con extremo cuidado, como si del más preciado cristal se tratase, y acerqué el anillo a su dedo. Soltó un pequeño suspiro. Mis nervios aumentaron. Estaba a punto de ser mía. Se mordió el labio y susurró un: hazlo ya.
-Mierda. -el anillo cayó al suelo. Me agaché enseguida a recuperarlo mientras oía las múltiples carcajadas de fondo. Malú tenía los ojos brillosos. Ellos estaban también emocionados. -no llores. -murmuré. -que me contagiarás. -y deslicé la alianza hasta el final de su estrecho dedo. Fue ahora su turno. Agarró el objeto con mayor fuerza que yo. Seguro que a ella no se le caería… Me sostuvo la mano y dio un pequeño  soplo que hizo mover mi flequillo. Lo introdujo en mi dedo. Una magia sobrenatural me rodeó. Una onda luminosa dio vueltas sobre mí. Parecía algo fantástico, pero así sentí yo el cosquilleo.
-Yo os declaro… -comenzó a decir. El resto no lo oí. No me hizo falta. Me fijé en sus labios. En las finas comisuras que se movían para formar la sonrisa más bonita que existió jamás. En esos labios color carmín que hablaban por sí solos. En esas mejillas que parecían moldeadas a la perfección. Y qué decir de sus ojos. Ese color tan profundo. Tan suyo. Tan único. Y su pelo, que ondeaba con más elegancia que de costumbre. -podéis besaros. -dijo, poniendo en pie a todo el mundo. Miramos las dos de reojo. Teníamos la gran atención del momento. Nos entendimos. Vamos a hacerles esperar. Vamos a disfrutar de este momento. Acaricié su mentón y ella agachó la cabeza avergonzada. En realidad era muy tímida. Las dos lo éramos. Oí su risilla.

-¡¡¡Es para hoy!!! -gritó Pepe Lui, mi músico y compañero. Cómo no, tenía que intervenir. Mari le echó una mirada cargada de odio. Probablemente eran las dos personas más chistosas que tenía a mi lado. En mi círculo. Volví entonces a centrarme en el instante más esperado del día. Alargó sus brazos hasta mi cuello. Jugueteó en mi nuca y me acercó a sus labios, que ya esperaban entreabiertos a los míos. Y así, nos fundimos ante la perpleja muchedumbre. 

domingo, 19 de octubre de 2014

T2. Capítulo 30. DAME TU ALMA.

Nuestros besos se sucedían al ritmo que las olas se rompían en la arena. Esos golpes de sonido. Ese olor a mar. Ese compás traído del más allá. Era todo tan idílico que costaba creer que era real. Como un auténtico ritmo, una melodía de esas que yo misma componía, sus labios se perdían por mi piel. Esa lentitud, esa paciencia, me volvían loca. No había un solo beso desordenado. Seguía una melodía deliciosa que solo la sinfonía alterada de mi corazón osaba interrumpir…

Un picotazo en mi pierna me abrió los ojos de golpe. Cuando lo hice, no me podía creer lo que había ocurrido. El enorme astro solar asomaba tímido por encima del horizonte, mientras que un extraño ave caminaba por nuestros pies. Echó a volar.  
-¡Malú! -grité. Ni un solo movimiento. Sus párpados estaban completamente pegados, al igual que su pecho en el mío. -eh, cariño. -la moví.
-¿Qué pasa…? -preguntó revolviéndose el pelo. -uf, cuánta arena… ¿esto qué es…? ¡Mierda, estamos en la playa! -se incorporó de golpe. -¡la boda!
-Nos van a matar… nos van a matar… nos van a matar… -repetí una y otra vez. Mi chica buscó su  móvil alrededor de nuestros cuerpos hasta encontrarlo semienterrado.
-Son casi las ocho. -me informó. Joder. Tenía la esperanza de que fuesen las seis al menos. -¡dios! ¡veinte llamadas de mi madre!
-Nos van a crucificar. Van a cambiar la boda por un doble entierro. ¿Lo sabes, no?
-¡¡QUIERES DEJAR DE PONERME MÁS NERVIOSA DE LO QUE ESTOY!! -hizo aspavientos. -¡¡tira para el hotel! -gritó.
-Nos vemos en nada, futura esposa. -dije, andando hacia atrás. Ella hizo lo mismo, pero para el lado contrario. Me giré y justo en el momento en el que iba a echar a correr oí un grito.
-¡¡NO!! ¡¡MI CHANCLA!! -la vi con una de ellas en la mano. Estaba rota. -¡lo que me faltaba! -se quejó. Comenzó a cojear por el caminito de madera que llevaba a la calle. Me eché a reír. -¿¡quieres irte al hotel!?
-¿Cómo piensas llegar así a la casa?
-Pues así. -dijo sin parar. -está solo a dos calles. Puedo… -respiró fuerte. -aguantar. -ofú. -bufó, apoyándose en sus rodillas. Di unas zancadas hasta ella y le ofrecí mi espalda.
-Sube. -sonreí. Dio un salto y se montó, agarrando la sandalia en la mano.
Para nuestra mala fortuna, su madre estaba asomada en el balcón con los rulos de peluquería puestos y una bata roja anudada en la cintura que le arrastraba.
-¡¡¡LA MADRE QUE OS TRAJO!!! -gritó. A esto se le sumaron cientos de frases con gallos de por medio.
-Vaya día me queda. -suspiró, volviendo a posar los pies en el suelo. -gracias, chófer.
-¿Cómo que gracias? Son cincuenta euros.
-¡Pero si estaba al lado! -se quejó. -¡anda, corre! -agarró el cuello de mi camiseta y tiró de él hacia ella. Me dio un beso y se metió en la obsoleta vivienda. De fondo pude oír a Pepi, que continuaba chillando.
-¿Nerviosa? -salió de allí José, de punta en blanco. Llevaba un traje que le quedaba perfectamente ajustado. La camisa era blanca, y la corbata fucsia. Ese fuerte color aportaba a su elegante vestimenta un toque de alegría importante.
-Bastante… -reí. -madre mía. Qué guapo. -giró sobre sí mismo. -¿no es muy pronto para estar ya así?
-Media familia está ahí metida. Tenemos que hacer turnos para entrar al baño y me ha tocado el primero. -explicó. -de aquí a la boda me habré manchado. -bromeó. -¿Y TÚ QUÉ HACES AQUÍ?
-Si yo te contara… -reí.
-Cuéntamelo de camino. Sube al coche anda, te llevo. -le agradecí el gesto. No es que el hotel estuviera precisamente cerca. Y tampoco es que tuviera muchas ganas de recorrer el camino andado, más el doble de éste.

-¡¡Dónde estabas!! -mi madre y Lidia estaban preocupadas. Había otra persona que no tenía muy claro quién era…
-¡Hola, soy Ana Belén! -saludó. Era la más bajita de la sala. No alcanzaría el metro cincuenta… -soy la peluquera.
-¡Ah! -caí en la cuenta. -encantada. -le di dos besos.
-¡Vamos allá que es tarde! -exclamó mi madre. Nunca antes la había visto tan atacada. Bueno, el día de mi comunión. Recuerdo que me llamó a las cuatro de la mañana para empezar a peinarme. Por aquella época el pelo me llegaba casi a la cintura.  Me metí en la ducha y me lavé el pelo unas tres veces. ¡Había granitos de arena por todas partes! Y cuando cerraba el grifo no oía nada más que murmullos en el exterior del baño. Notaba un gusanillo en la barriga que no dejaba de moverse. Era el día. El gran día había llegado. Unos portazos en la puerta me sacaron de mi empanamiento.
-¡Ya salgo! -intenté tranquilizarles.
-¡MARINA MARÍN! -chilló mi madre. Cuando decía mi nombre completo me entraba el tembleque. Salí envuelta en la toalla. José silbó cual obrero, a esto le sucedieron las palmas de Isabel, que acababa de aparecer de la nada, y el resto de chicas.
-Pero si llevo una toalla en la cabeza y otra en el cuerpo… por qué… -no me dio tiempo a terminar. Estaban todos riéndose. Veía que no era la única que estaba ansiosa y a la vez hecha un puñado de nervios.
Después de que Ana Belén, tras quemarme la oreja varias veces, y preguntarme por qué tenía arena en la cabeza, me peinara el pelo mientras que una chica, también aparecida de la nada, me hiciese fotos sin ton ni son, entré en la habitación para ponerme aquel vestido.
Nunca me había arreglado con tanta gente a mi alrededor. Isa no paraba de colocar las arrugas donde debían estar. Mi madre no paraba de sonarse porque llevaba más de media hora llorando y Lidia me contemplaba desde una esquina del cuarto frotándose la barriga con dulzura. Estaba claro que era la tremenda e indiscutible protagonista del día. Hay gente en el mundo, en la vida, que le encanta sentirse así. Sentir que todos los ojos de una misma habitación están puestos en ella. Pero no era mi caso. Yo era todo lo contrario. Una vergüenza sobrenatural me azotaba. Perdía el control sobre mí. No sabía qué hacer, cómo actuar. Por suerte, mi carrera me había estado preparando para ello. Ya no era tan raro. Ya no era tan mortal para mí. Podía aguantarlo.
-¿Puedes parar de llorar, mamá? -sonreí. Me abrazó fuertemente.
-¡Cuidado, las arrugas! -advirtió Isabel, más que atenta al vestido.
Los minutos se me hacían verdaderamente eternos. Mis brazos, mis piernas, mi cuerpo en general, estaba hecho un auténtico flan. Incluso mi voz sonaba temblorosa. No asimilaba el día tan importante en el que me encontraba.
-¡Nos vamos de boda! -chilló Orozco desde el pasillo.  
-¡Sí señor! -contestó López. Y por los ruidos que oí, se pusieron a saltar.
-¡¡ESTAROS QUIETOS YA, HOMBRE!! -era la voz inconfundible de Mari.
-¡¡No me atices con el bolso, eh!! -replicó Antonio. Nosotras desde la habitación reíamos. La puerta se abrió de golpe. Mi mánager cambió la cara enseguida. Me observó de arriba abajo estupefacta. Estaba impresionada.
-¿Dónde está mi Marina…? ¿Me la han cambiado? -bromeó. Me giré hacia el espejo de la habitación. Y mi cara fue la misma que la de mi representante… No me reconocía. Ana Belén había echado todo mi pelo hacia el lado derecho, revolviéndolo en un tirabuzón completamente perfecto y una especie de diadema muy fina, casi invisible, sujetaba mi flequillo.
Y entre tanta preparación, tanto olor a colonia, tantas personas alrededor del mí, se encontraba mi pensamiento. Lo que más resaltaba en mi mente. Ella. No podía dejar de imaginármela en cada momento. Adivinando qué estaría haciendo en cada instante. Y si estaría tan nerviosa como yo…
-¡Cielo, nosotros nos vamos ya! -Li me agarró el hombro.
-Coged buen sitio. -le pedí. -quiero verte.
-Que sí. -entrelazó sus manos en mi cuello y lo apretó. -te quiero mucho. -suspiró.
-Gracias por todo…
-Mierda de bodas, qué sentimentales nos ponen. -carcajeó. Asentí. Tenía toda la razón. Solo había que mirar a mi madre.
Los invitados alojados en el hotel se marcharon a la playa, donde, si todo había salido como lo habíamos organizado, estaría llena de bancos decorados, un arco bajo el que nos daríamos el famoso "sí quiero" y una larga alfombra hasta éste. Escogieron una cala escondidita que estaba bastante lejos del hotel, pues por la zona no había ninguno. Fueron hasta allí en un bus que contratamos. Tardarían una media hora larga. Yo me quedé a solas con Mari y mi progenitora. Ellas me acompañarían.
-¿No deberíamos irnos nosotros también? -pregunté.
-¡Nadie te puede ver aún! -exclamó Marina. Emití un bufido. Quería pisar la arena de una vez por todas. Verla. Estaba segura de que me sorprendería. Si ya era guapa con la ropa más horrenda del mundo… ¿cómo estaría?
Pasados unos cuarenta y cinco minutos, nos metimos en el mini de Mari. Había dado tantas vueltas con él… Recuerdo mis primeros pasos en mi carrera con este cochecillo. Aunque hoy me parecía un tanto incómodo. Demasiado pequeño para mi complejo vestido. Tomé aire una vez que conseguí a duras penas entrar en el vehículo. Me sentía muy incómoda con tanta tela alrededor de mí.
-¡¡Allá vamos matrimonio!! -chilló Mari dando pitidos. Mi madre la miró incrédula y luego buscó mis ojos. Nuestros verdes se encontraron.
-Sí, es así. -asentí risueña. Pero la euforia de mi representante se vio truncada. Los pitidos y su grito no consiguieron arrancar el auto. -¡no jodas! ¡dime que es una broma de las tuyas! -apretó el acelerador. Volvió a introducir la llave. Nada.
-Ojalá… -se dio la vuelta para mirarme.
-¡Dime que tienes un plan alternativo! -se quedó inmóvil. -¡mamá! -ella tampoco se inmutó.
-Espera. -dijo la andaluza saliendo del coche. Confiaba plenamente en que encontrase una disyuntiva. Una salida. Teníamos que llegar a la playa en nada… Mis pulsaciones se multiplicaron más de lo que ya estaban. A este paso me moriría. Iba a dejar a Malú viuda sin ni siquiera casarnos. -¡lo tengo! -gritó, abriendo mi puerta. Salí con muchísima dificultad, agarrándome con fuerza al techo del coche.
-¡¡Qué!! -mi madre se moría por saber qué fantástica idea había tenido mi compañera. Ésta miró hacia la costa.
-¿Qué? -insistí yo. La vi medio sonreír mientras corría hacia la playa con los tacones en las manos. -¿DÓNDE VAS? -pronto llegó a la orilla y charló con un hombre que vigilaba su alquiler de barcas. En ese mismo instante, el molesto politono del móvil de mi madre comenzó a sonar.
-¿Habéis salido ya? -oí a mi suegra.
-Ni vamos a salir… -comentó. Me eché las manos a la cara. ¿Cómo podía salir esto mal? ¿Esto que llevaba meses y meses siendo preparado? ¡Ag!
-¡¡VENID!! -Mari daba saltos chillándonos a metros de nosotras. Su vestido morado estaba cubierto de arena por el final.
Mi madre y yo caminamos como pudimos por allí. Un joven paseando un perro nos miró incrédulos desde el paseo marítimo. Esto no pasaba ni en las novelas… ¡¡Por qué!!
-Este señor tan amable nos va a dejar su moto de agua.
-¿Qué? -pregunté casi en un grito. -Mari… ¿cómo vamos a ir en moto de agua, por dios? -pero ella ya se estaba adentrando en el mar. El cincuentón sujetaba la moto roja a la espera de mi mánager. Estaba completamente loca… -¿pero sabes conducir eso?
-Claro que sé. Subid, vamos. ¡Es tarde! -de un salto y con la ayuda del algecireño se acomodó en el asiento. -¡venga! -hizo aspavientos.
-Hija… esto es irreal. -dijo mi madre detrás de mí, que me sujetaba el vestido. -no me lo puedo creer…
-Yo sí que no me lo creo... -confesé. -ten cuidado de que no se moje. Isa me mataría.
Nos subimos allí y me agarré a la cintura de Mari con fuerza. Arrancó aquello, salpicando. Mi madre se aferró a mí asustada. Rezaba una y otra vez.
-¡No se asuste! ¡Está en buenas manos! -le decía la conductora. Era una completa locura… pero sé de sobre que si ella no hubiera propuesto ésta loca opción, nadie lo hubiera hecho. Hubiera llegado muchísimo más tarde y a saber de qué manera. Aunque ahora que lo pensaba podíamos haber llamado a un taxi… ¡maldita sea! -¡mirad, ya se ve!
Y tanto que se veía… El peñón de Gibraltar en nuestras espaldas… y la gran ceremonia en frente de nuestros ojos. Mari le dio más caña, y dos enormes mantas de agua emergieron del mar. Ese olor tan característico me llevo a un recuerdo. Un recuerdo de hacía unas horas… Su boca se paseaba por mi cuerpo…

Aplausos y más aplausos llegaban a mis oídos desde la playa… Aquello no había hecho nada más que empezar. 

domingo, 12 de octubre de 2014

T2. Capítulo 29. ENAMORAME LA VIDA.

Y después de aquella frase, de ese "ya eres mía", se lanzó a mis brazos. Sin ni siquiera dejarme responder, ya estaba comiéndome a besos mientras yo, totalmente ajena a sus mimos, procesaba lo que acababa de pasar.
-¿Te ocurre algo? -preguntó al ver que no reaccionaba. Que no contestaba a sus caricias.
-No es tan fácil, Malú. Está genial todo esto. La sorpresa, las alianzas… pero no me puedo olvidar así como así.
-Ya… -se apartó levemente. -supongo que el daño ya está hecho. -suspiró. Me quedé callada mirando cómo recogía los restos de la cena. No conseguía entender por qué habíamos llegado a eso. Todo iba perfecto. Perfecto en todos los sentidos. Éramos infranqueables. ¿Por qué sucedió eso? No tenía ningún sentido. Lo que más me preocupaba era el futuro. Quería que todo fuese como antes, quería sentir que era la persona más feliz del mundo. Quería verla a mi lado. ¿Pero tenía esa garantía? -ya estoy aquí. -dijo al volver de la cocina. Se sentó a mi lado y puso mi mano en su muslo.
-¿Qué vamos a hacer…? -pregunté preocupada.
-Dímelo tú.
-¿Por qué me lo contaste…? -miré hacia abajo.
-Solo te dije que me atraía. Marina, no saques las cosas de quicio.
-¿Crees que eso no me hace daño? No estoy sacando nada de quicio. Me duele que mires a otra persona como me miras a mí.
-Eso no es verdad. Jamás haría eso. Nuestra historia provoca miradas que nadie conseguirá. -respiré hondo. -¿necesitas tiempo?
-Eso es lo que precisamente no tenemos… ¿sabes cuántos días faltan para la boda?
-Sí, pero siempre podemos posponerla… -sacudí la cabeza.
-¿Qué he hecho mal?
-No te eches la culpa…
-Entonces… ¿por qué? Malú, ¿por qué? ¿No te lleno?
-No es tu error, no tiene nada que ver. Contigo me siento plena.
-Si eso fuera verdad no te hubieras fijado en ese chico, creo.
-No estoy de acuerdo. -se defendió. -tienes razón… no te lo tenía que haber contado. -soltó mi mano y se tumbó. Se echó la sábana hasta cubrir su cuello, dándome la espalda. Solo noté una cosa en su voz. Poca confianza. La sentí lejos. Como si a cada segundo se fuera alejando de mí. Como si ya no estuviéramos pegadas a fuego. Falta de confianza por eso que dijo. "No te lo tenía que haber contado".
-Oye, que no, que hiciste bien en decírmelo… -la busqué, asomando mi cabeza por su hombro. Pegué mi cuerpo al suyo por detrás, y rodeé su cintura. -aunque no tuviese relevancia, quisiste ser sincera. Es algo que debería valorar.
-No te arrastres así. -me quedé muda. -he sido una inmadura.
-No podemos seguir con esto… -dije abatida. El tema me superaba. -ya está. ¿Vale? Cerramos capítulo. -oí como tragaba saliva.
-Sí. Ya está. -giró levemente su cabeza. Le sonreí, transmitiéndole que había olvidado el error que cometió. Fuera rencor. -¿puedo besarte?
-¿QUÉ? -grité riéndome. -¿DE VERDAD ME PREGUNTAS ESO? -comenzó a dar carcajadas al igual que yo. Alargó su brazo hasta rodear mi cuello, nos besamos mientras ladeaba su cuerpo hacia mí, hasta quedar completamente abrazadas. -aún no asimilo lo que acabas de preguntarme.
-Cállate ya. -rió. Pero yo seguía comentándolo. -¡para! -me tapó la boca, distorsionando mis palabras. -me babeas la mano, qué asco. -dijo, sacudiéndola.
-Yo también te quiero y eso. -bromeé, dando lugar al fin del día.

Estaba todo listo. Todo apunto. Todo en orden. En menos de veinticuatro horas estaría casada con ella.
-¡Venga, vamos! -le gritaba Pepi a su hija.
-¡Que ya voy, pesada! -se quejó ella. Pero antes de seguir las indicaciones de su madre, se giró otra vez. Esta vez para besarme.
-Conseguirás cabrearla. -le susurré. Sonrió, dejando escapar una risa de lo más infantil. -va, tira. Mañana nos vemos.
-Eso espero. ¡No me plantes! -chilló mientras su madre se la llevaba tirando de su brazo. No pude evitar soltar una carcajada. Nuestras progenitoras se empeñaron en separarnos la noche antes del enlace. Querían continuar con la maldita tradición. Yo debía quedarme en un hotel con vistas a la playa. No podía quejarme. Algeciras era preciosa. Salí a la terraza y pude percibir el olor a mar. Mi tranquilidad se vio perturbada por unos golpes en la puerta.
-¡¡Li!! -exclamé al verla. Hacía días que no quedaba con ella.
-¿Cómo van esos nervios? -me medio abrazó.
-Joder, qué barriga. -reí. -los nervios están ahí. Tengo un gusanillo en la barriga… Quiero que todo salga bien.
-Pues claro que sí. Todo te sale bien. -entró en la habitación. Observé sus andares. Ya empezaba a torcer la espalda. Los seis meses de embarazo los llevaba bastante bien. Tomó asiento en una de las sillas que rodeaban una mesa.
-¿Y Pablo? -me extrañaba verlos separados.
-Está abajo reuniéndose con sus coleguitas. Me he cansado de tanto famoseo.
-Ay, como han cambiado las cosas…
-Pues sí. -miró a la nada muy nostálgica. -con lo corrientes que éramos nosotras dos.
-Seguimos siéndolo. -la corregí.
-Es verdad. -sonrió plenamente, acariciándose el bombo.
-Podrías sacarlo de ahí y que llevase mis anillos.
-Eres idiota, definitivamente. -me insultó. -hoy te perdono porque sé que estás nerviosa y eso te lleva a decir tales gilipolleces. -reí. La echaba tanto de menos. Oímos unos pasos detrás nuestra. Mierda. Había dejado la puerta abierta.
-Siento haberos asustado. -era Vane, con un nuevo look. Se había echado unas mechas rubias. Le quedaban bastante mal. O sería que no estaba acostumbrada. Se unió al círculo. -madre mía, qué rápido crece Pablo Junior. ¿Cómo estás, Lidia?
-Bien, bien. -asintió. -¿y tú…? -todos sabíamos a qué nos referíamos.
-He vuelto con ella. -contestó a nuestra duda. Úrsula había vuelto a su vida. En realidad lo veía venir. -no he querido que viniese… no me parecía bien.
-Gracias. -agradecí. No me apetecía nada verla.
-Igualmente te manda saludos, y que tengas un buen día. -sonreí sin mucho énfasis.
-Oye, ¿tienes jamón por ahí? -preguntó Li.
-¿Jamón? -reí. -¿Jamón en la habitación del hotel?
-Dios, qué antojo me ha entrado. Por favor, busca jamón. -tiró de la manga de mi camiseta. -te lo ruego. -exageró.
-¿En serio? -abrí los párpados.
-¡Por favor! -volvió a exclamar. Vanesa se partía de risa. Ya no sabía si se trataba de una broma o no… Me levanté y acudí al supermercado que había al otro lado de la calle del hotel y le compré el dichoso embutido. Al volver, encontré en ellas sonrisas muy sospechosas.
-¿Qué habéis hecho? -achiné mis ojos. La tele de pronto se encendió. Luego comprendí que lo había hecho porque Lidia le había dado al mando. Comenzó a salir imágenes de nosotras tres. Conforme los segundos pasaban, nosotras crecíamos. Los ojos se me fueron inundando poco a poco. Textos kilométricos que se perdían en un fondo negro me hacían llorar. Ellas tampoco tardaron en hacerlo. Qué emotivo todo. El final de la tarde se veía venir. Las tres abrazadas mirando atrás en el tiempo. Y es que como ellas mismas habían escrito en el vídeo, una nueva etapa comenzaba para mí.
-¡Ay, parad ya! -rogó Lidia limpiándose los ojos.
-Sí, por dios. -reí. De nuevo, toques en la puerta. Qué solicitaba estaba hoy…
-Perdonad que interrumpa vuestro descanso. -se inclinó un joven con un carrito. Era miembro del personal del hotel. -esta es vuestra cena.
-No he solicitado ninguna cen… -no pude terminar.
-Volveré para recogerla en una hora. Disfrute, y perdone las molestias. -empujó el carro hacia dentro y cerró.
-Qué extraño… -opinó Vane desde la mesa. La comida consistía en una sopa, un filete poco hecho y una copa de helado enorme. También había cubiertos de todo tipo, pan y servilletas.
-Venga, que esto se comparte como buenas hermanas que somos. -dije.
-No, no. Yo me voy ya que tengo que ir a cenar con Pablo. -contestó mi mejor amiga.
-Y yo he quedado con Raquel… -se excusó Vanesa. ¡Raquel! Aún no la había visto desde nuestra visita a Calanda. Su hijo debía estar enorme…
Me quedé a solas con el informativo de las 9 y la cena que ni siquiera había pedido. Guerra, política… Nada especialmente nuevo. Me aburría un poco que el mundo siempre siguiera igual. Hice un poco de zapping. El zapping en los hoteles era más divertido. Nunca sabes qué puedes encontrarte. Canales en alemán, en inglés… La noche se tornó en cuanto me limpié con la servilleta, pues ésta estaba escrita. "Espero que te guste la cena. Te espero a las doce en la plaza del Ayuntamiento. ¡No te pierdas! Te ama tu casi mujer." No recuerdo cuántas veces leí la nota… Estaba completamente loca por ella. Las tres horas esperando a que sonaran las campanas se me hicieron eternas. Estuve mirando las piedrecitas de la plaza una media hora. Las paredes del hotel me pesaban demasiado, así que salí mucho antes.
-¡Estás aquí al fin! -exclamé.
-Oye, que son menos cinco. -rió, abrazándome. La alcé y dimos vueltas.
-Estás loca. -le dije.
-Pero te encanto, y lo sabes.
-Eso es lo peor… -sacudí la cabeza. -como nos pille tu madre…
-Te va a cortar la cabeza. -sentenció ella. Me asusté. -anda, vamos. -entrelazó sus dedos con los míos. Dimos paseos por todo el pueblo. Lo recorrimos de punta a punta por la arena de la playa. Las olas rompían contra nuestros pies, mojándolos continuamente. Era genial sentir esa sensación de frescura. Pero aún mejor era sentirla con sus dedos entre los míos. Apretándome y soltándome.
-Vamos dejando las huellas en la arena. -dije mirando hacia atrás.
-En realidad es como haces tú conmigo. Me dejas huella… Pero solo hay una diferencia.  
-¿Cuál?
-Que estas se borran. -sonrió plenamente iluminando la noche incluso más que la luna, que esa noche estaba completa. -vaya cara de tonta se te ha quedado. Te brillan los ojitos.
-Tú haces que brillen. -dije. -¿quién tiene ahora cara de tonta?
-Idiota. -me insultó. Me empujó a la arena, y se tiró sobre mí.

-¡Te has pasado! -grité. Iba a hacerle cosquillas, pero agarró mis brazos, enterrándolos en la tierra. Mordió mi cuello, clavando sus dientes en mi piel. Fuimos dando vueltas por la playa, sin parar de besarnos y de reír. Aunque los granos de arena se colasen por nuestra ropa, aunque se perdiesen en nuestro pelo. Nada podía pararnos.