lunes, 29 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 26. LO QUE NO SABES.

No podía dormir, y no era la única. Dábamos vueltas por la cama. Cuando no era ella, era yo. Había demasiadas preguntas en el aire. Un exceso de tensión que nos inquietaba. Nos quitaba el sueño. Nos hacía pensar y pensar. Malú encendió la luz y se sentó, de forma que su espalda y cabeza quedaron apoyados en el cabezal de nuestro lecho. La observé disimuladamente. Miraba sus manos entrelazadas, acariciándose la una a la otra. Colé la mía entre las suyas, acto que desembocó en una sonrisa. Mi extremidad acaparó la atención, llevándose la mayor parte de las cosquillitas. Fue cabalgando con sus dedos, llegando hasta el codo, y volviendo a la muñeca. Una y otra vez. Me quedé completamente mermada. Atontada. Mi vista se fue nublando hasta que mis párpados me cegaron. Su piel se pegaba con la mía. Unas veces no se despegaba, y otras les dejaba un mínimo espacio. Su tatuaje se fundía en mi piel. Por un momento creí que lo había sellado en mí. Quise que nunca terminase. Que sus caricias en mi brazo fueran infinitas. Imborrables. Que no existiese el tiempo. O que todo el que existiese fuera nuestro. Y que en esa masa de tiempo indefinido no hubiera otra idea que no fuera amarnos. Amarnos sin condiciones. Sin peros. Sin dudas. Como siempre lo habíamos hecho. Entre esas cosquillas, noté que algo fallaba. Incluso con los ojos cerrados y el alma casi consumada, pude sentirlo.
-¿Qué es lo que he hecho mal…? -balbuceé.
-Tú nada. -sollozó, lo que hizo que abriera los ojos. Me temí lo que esperaba. Llanto. De nuevo llanto.
-¿Qué…? -pregunté. Soltó mi mano, cosa que no quería. Estaba demasiado bien con sus caricias. Solo quería que siguiera jugando ahí, que entrelazara sus dedos con los míos. Se giró sin parar de llorar, dándome la espalda. La abracé por detrás, intentando consolarla. -¿qué pasa, cielo? No tienes que agobiarte con esto… de verdad. Somos dos, y si tú no quieres no nos unimos. Ya está. Nada cambiará. Podemos seguir como ahora. Ya has visto lo bien que nos va. -besé su hombro con el fin de que me sintiera lo más cerca posible. -aunque nuestras madres te van a matar…
-La boda me viene grande. -dijo firme.
-¿Hay algo más? -me sobrecogí. Volteó su cuerpo hasta que nuestras pupilas pudieron mirarse. -Malú… ¿qué pasa? -tuve miedo.
-No merezco estar contigo. -soltó de repente. Sus palabras cayeron en mí como toneladas de piedra volcánica, quemando y golpeando mi cuerpo sin piedad.
-¿Qué dices…? -tartamudeé. Pero no logró aclarar mis dudas, solo incrementó su llanto ahogado. -princesa. -no sabía qué decirle ya para calmarla.
-Siento vergüenza de mí misma. -dijo con asco. Movió la cabeza de un lado a otro.
-¿Por qué dices eso? ¿por qué ahora? ¿qué ocurre? -me alteré. Siempre dejaba las cosas en el aire. Era de las pocas cosas que no me agradaban de ella. Siempre tanta intriga. En alguna de sus interminables pausas moriría. Ya lo veía. -¿me quieres decir qué pasa, o tengo que meterme en tu mente para adivinarlo? Joder. -me sofoqué. Estaba cansada.
-¿Cómo le dices a la mujer de tu vida que siente cosas por otra persona? -y justo al terminar la frase o cuchillazo, me miró. Esperaba una reacción. Quizá un grito por mi parte. Un grito que se silenció en mi interior. Se quedó revotando de pared en pared machacando todo mi ser. Noté que me fallaba mi cuerpo. En efecto, me había fallado ella. Todo lo que creía tener conmigo. Todo lo que creía ser. Y es que era mi razón de existencia. La persona que pensé que jamás me defraudaría. -Marina, lo siento. -susurró. Ni si quiera sabía a qué se refería con esa disculpa. -no lo he provocado yo. Mis emociones y sentidos se dejaron de llevar. Pero te juro que no he tenido nada, ni si quiera lo he besado.
-¿Lo?
-Sí. Es un chico. -aquello me desconcertó. A lo mejor nunca le habían gustado las mujeres y yo era una excepción. O puede que solo quisiera probar algo diferente. Cosa que me extrañaba. Habíamos vivido tantos sucesos… Éramos almas gemelas. Siempre lo había creído. Desde aquel "Bailar pegados", hasta estar junto a ella cuando se debatía entre la vida y la muerte. Lo nuestro no era cuestión de días, ni de meses. Lo nuestro era una cuestión indefinida. Un amor interminable. -pero ya te he dicho que no he llegado a nada. -dijo extinguida. Supongo que la creía… Ya no sabía ni lo que yo misma pensaba sobre todo este drama. Tenía que confiar en ella…
-¿Tanto significa? -pregunté.
-No significa nada. Solo me gusta. -murmuró.
-Lo suficiente para cancelar la boda, por lo que veo. -solté.
-Nadie ha dicho nada sobre… -la interrumpí.
-Por favor… ¡¿qué me dijiste ayer?! -alcé la voz. Hice emerger un silencio doloroso. -¿quién es?
-Un peluquero nuevo… -se rascó bajo la oreja, evitando mi mirada. En el fondo entendía que apartase la vista de mis ojos. Yo sería incapaz de contarle algo así. Asentí poniendo morritos.
-¿Qué se supone que debo hacer ahora? -pregunté. -¿me enfado…?
-Lo que tú veas… -volvió a escapar de mi mirada, que intentaba seguir la suya para ver qué sentía. Suspiré. Desde luego que ya no podía soportarlo más. Me levanté de la cama y me fui al jardín. Al menos allí el mundo parecía más bonito. Con sus estrellas alumbrando el universo, con esa luna llena que tanto iluminaba… El olor a hierba mojada, el movimiento irregular de las hojas que colgaban de los árboles… 

Dejé caer una lágrima. ¿Qué pasaría ahora? Mis últimos meses se basaron en imaginar un futuro a su lado. En preparar la boda. En hacerme millones de ilusiones. ¿Me dejaría? ¿La dejaría? ¿Nos casaríamos? El amor era tan complicado…
Perdí la noción del tiempo. Había estado bastantes minutos sentada sobre la hierba, que había empapado mis pantalones. Sin ni siquiera oír sus pasos, llegó, sentándose a mi lado. Su voz ronca me devolvió al planeta Tierra.
-Amor… -me apeló.
-Déjame. -le pedí sin llegar a mirarla.
-Entiendo que estés así. -se pegó un poco más a mí.
-Me siento traicionada. -me encogí de hombros. -me ha dolido.
-Es inevitable reprimir lo que sientes o dejas de sentir. -volví a quedarme muda. -no puedo controlar mis pensamientos. Me atrae.
-Me da igual que te atraiga. Me da igual que sientes ganas de besarle. Lo único que me importa es que dudes de la boda. Que la boda también me da igual, ¿sabes? Si no quieres pues ya está. Pero digo yo, podías haberlo decidido antes. Me hice ilusiones. Y no soy la única. Nuestra familia, Malú. -señalé mi pecho. -si no querías hacerlo, ¿por qué jugaste con todos nosotros?
-Yo también construí castillos en el aire contigo. -filosofó. -y no me arrepiento de nada. -movió sus piececillos.
-Me estás haciendo un lío. Dices que no quieres casarte, ahora que te gusta un chico, y después que no te importa tanto, que solo te atrae y terminas con un "y no me arrepiento de nada". ¿A dónde quieres llegar?
-Soy una indecisa. -suspiró.
-Tus indecisiones me hacen polvo. -resoplé.
-Perdóname. -rogó. Y vuelta al silencio de la noche. El mundo giraba mientras ninguna de las dos se atrevía a hablar. Respirábamos el mismo aire. Un aire contaminado por cientos de sentimientos. Estaba repleto.
-Te voy a hacer una pregunta. -rompí el hielo. -te pido que olvides el pasado y el presente. -asintió. Me estaba siguiendo. -imagina el futuro. Solo eso. ¿Qué ves?
-Veo… -frunció el sueño. -me veo más mayor, con más experiencia.
-¿Y a quién ves a tu lado? -sonrió.
-A ti. -se le escapó una risilla que me contagió. -a ti y a unos pequeños a nuestro alrededor. -un gusanillo atravesó mi estómago. Nos quedamos calladas, pero esta vez su frente descansaba en mi hombro. Podía sentir su respiración muy cerca.
-Entonces, ¿podrás olvidarte de ese chico?
-Sí. Ni si quiera me veo con él. -bufó. -pero me ha hecho dudar, y eso me da miedo. Marina, lo único que ha causado ese joven en mí es dolor. Porque he sentido que te traicionaba… me he sentido la peor persona del mundo. Te quiero más que a nada… -se sinceró. -recordé los días en el hospital. Tus palabras, tus canciones. Estabas allí conmigo sabiendo que probablemente nunca encontrarías una caricia de vuelta. Eso es amor. Y tú me has enseñado a amar. Pero ahora me siento vacía. -tragué saliva. -no puedo creer lo que mi mente ha pensado estos días… no puedo soportarlo. No puedo comprenderme ni a mí misma, por eso no puedo pedirte que me entiendas.

domingo, 28 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 25. LLANTO LLORO.

El último mes antes de la boda se pasó volado. Nunca había vivido un agosto así. Lo solía tomar de vacaciones, descansando. Lo típico. Una escapada a la playa, ir al cine, disfrutar de paseos nocturnos. Pero eso formaba parte del pasado, y quedó junto a las cientos de cosas que habían cambiado. A parte de la reanudación de mi disco y lo que conllevaba, la boda no dejaba de requerir mi presencia. Los preparativos finales estaban llegando. Se podía decir que andaba ahogada. Los nervios tampoco ayudaban mucho. La idea de estar en todas partes ese día me alborotaba. No conseguía acostumbrarme a ser el centro de atención, a pesar de mi carrera. Si no era con una guitarra, prefería no serlo.
-¡¡Cómo lo vamos a cambiar todo ahora!! -oí a través de la puerta a Malú. -¡¡Mamá, es una locura!! -entré a la casa después de una firma de discos agotadora.
-¿Qué pasa aquí? -pregunté, acercándome a la familia.
-Se nos ha ocurrido algo estupendo. -dijo mi madre, invitando a que me sentara junto a ellos.
-Bueno, estupendo… -suspiró mi ya casi esposa.
-¡Lo es, no mientas! -exclamó su hermano.
-¿Y de qué se trata? -empezaba a intrigarme. Me serví un poco de comida. Había una fuente enorme de ensalada y un plato repleto de filetes cocinados a la plancha.
-Tu suegra, que quiere celebrar la boda en Algeciras. -se me abrieron los ojos. Nunca había estado allí, pero por las fotos que había visto, era un lugar precioso. -a ver, que a mí me haría ilusión porque he pasado allí casi todos mis veranos… pero es que no falta nada. Tendremos que enviar nuevas invitaciones, buscar un salón nuevo…
-Eh, relájate, para eso estamos nosotras. -mi madre apretó su hombro. Siempre lo hacía para consolar.
-Habíamos pensado en que fuera en la playa, y luego para el convite buscásemos un buen restaurante. Hay muchos por allí. -continuó José. La verdad es que era un plan precioso. Mucho mejor que casarnos en un ayuntamiento. Mi cabeza estaba idealizando el momento. Solo imaginándolo era perfecto… -¿tú qué opinas? -me quedé callada con la mirada perdida.

-Pues… no sé. -bufé. -me encanta. -confesé. -pero si eso supone cambiar muchas cosas… -hice una pausa. -solo quiero que todo salga bien. -noté que Malú me agarraba la mano por debajo de la mesa. La miré. Le regalé una sonrisa, a la que ella no respondió. Seguía seria, preocupada.
-¿Y bien? ¿Nos dais permiso? -insistió Pepi.
-Ay dios, callaros ya. -pidió mi suegro, que disfrutaba del fútbol.
-Sí, tú a tu bola. -le regañó su mujer. Reímos la escena, excepto los protagonistas.
-Yo voto por "Algeci". -levantó su mano y alzó el volumen de la televisión.
-Yo también. -lo imitó su hijo.
-Y nosotras. -se miraron nuestras madres. -pero aquí solo cuenta una palabra realmente. La vuestra. -no conocía esa vena poética de mi madre. No supimos qué responder, por lo que todos seguimos comiendo en silencio. Era cierto que si decidíamos hacerla allí en el sur, debíamos mover hilos en cuestión de horas. A penas faltaban 15 días para el enlace. Tendríamos que cancelar e iniciar muchos procesos. Además de avisar a los invitados. ¿Y si no podían ir? ¿Y si ya habían reservado hotel en Madrid? Pero estaba claro que no podíamos complacer a todo el mundo. Eran demasiadas personas las que vendrían. Lo estuvimos, al menos yo, deliberando toda la cena. No podía meterme en la cabeza de mi chica, pero tenía la certeza de que también lo estaba pensando.
-Bueno, es hora de irse. Tendréis que descansar. -opinó su madre, recogiendo la mesa.
-Quieta ahí, ya lo recogemos nosotras. -le pedí educadamente, pero me ignoró. ¿Cómo podía pedirle eso a una madre de familia? Ni siquiera pude controlar a la mía. Al final acabaron recogiendo entre las dos.
-Pensarlo bien. -nos susurraron antes de irse.
La puerta sonó al cerrarse y una nube de silencio inundó el salón de nuestro hogar.
-Se te veía bastante insegura en la comida. -dije, acomodándonos en el sofá. Se echó hacia un lado, distanciándose de mí. Me preguntaba qué pasaba por su mente ahora. Cabizbaja, abrazó sus piernas. Danka corrió hacia ella dando ladridos tímidos. Como si no quisiese molestar. Con un enorme salto, se colocó entre nosotras. Se echó sobre dueña y ésta la acarició. -cariño. -volvió su mirada hacia mí. Estaba decaída, triste. -¿qué te pasa…? -alargué mi brazo hasta acariciar su nuca. Quería contestar, movía sus labios, pero no conseguía decir nada. Solo quedó la intención de unas palabras que nunca llegué a oír.
-Amor… -tembló. Me asusté. Sus ojos se enrojecieron, y su sonrisa se invirtió. Traté de apartar a su perrita, que parecía no querer moverse del regazo de Malú. Conseguí que se bajara del sofá. Se alejó cansada, mientras yo intentaba abrazarme a María Lucía.
-No te pongas así, solo son contratiempos. -besé su pelo. Se escondió en mi hombro, rozando con sus labios mi cuello. -si no quieres, seguimos con el plan que teníamos hasta ahora. Ya está. Cero complicaciones.
-No es eso… -sollozó. Podía intuir que había algo más. Solo que no quise aceptarlo.
-¿Entonces…?
-No sé si quiero seguir adelante con la boda. -dijo de un tirón. Posteriormente, comenzó a llorar como nunca la había visto. No supe que decir, me centré en apretarla contra mí. Se me escaparon unas cuantas lágrimas. No podía creer lo que había dicho. Me sentó como un jarro de agua fría. Helada. Congelada. Enfriando cada parte de mi cuerpo por la que pasaba. Si no estaba segura de aquello, ¿por qué aceptó? Lo peor es que lo parecía cuando me dijo que sí delante de un montón de personas. ¿Es que habían cambiado sus sentimientos? ¿Qué había pasado? ¿Era yo? ¿Culpa mía? ¿Una tercera persona? Odiaba tener que pensar que algo fallaba entre nosotras. -perdóname. -volvimos al duro silencio. Un silencio que solo servía para comerme la cabeza.
-¿Qué significa ese "perdóname"? -recalqué.
-No lo sé, no lo sé. -parecía nerviosa. -no quiero que dudes sobre mis sentimientos. ¿Vale? -alzó su cuello para mirarme. -te quiero. -sonó sincero.
-No me cabe ninguna duda. -le aseguré. Dejó caer un beso en mis labios, algo frío. -pero, ¿por qué? ¿por qué esto ahora? -sujetó mi mano, y mirándola, se dispuso a darme una contestación.
-Marina, yo… te quiero. -suspiró.
-Eso ya lo has dicho antes. -busqué sus ojos, que me evitaban.
-La verdad es que no lo pensé bien cuando me pediste que me tomara un tiempo para asegurarme. Quise darte el sí por ti. Porque sabía que te hacía ilusión. Pero quizá dejé llevarme por lo que sentía por ti, y no por lo que realmente pensaba.
-¿Me estás diciendo que nunca has querido casarte conmigo realmente? -me choqué contra la realidad.
-No es eso. -achuchó sus dedos. Sentí su fuerte presión entre los huesos de mi mano. -creo que no me lo tomé muy en serio en el momento. Fue todo muy bonito. Muy idílico. Pero no me pensé en el futuro. Quise darte esa felicidad, verte ilusionada.
-¿Para ahora quitarme eso…? -dije dolida.
-No pretendía interrumpir nada, al menos no cuando anuncié frente a tu público que me casaría contigo.
-¿Y ahora sí?
-No sé lo que hago, nunca lo he sabido. -parecía asustada de sí misma. Pero más lo estaba yo.
-Jamás me esperaba algo así de ti… reina de la seguridad. -sintió que me había decepcionado. Bajó la mirada otra vez. No soportaba verla así. Me dolía mucho. Acaricié su mejilla y la levanté suavemente. -dime qué vamos a hacer. -no contestó. -prefiero frenar ahora a arrepentirnos más tarde…
-Mi madre me mataría.
-Deja de pensar en los demás. Necesito que seas egoísta y me digas qué es lo que quieres hacer. Olvídate de los invitados, de tus padres, de mí.
-Te quiero.
-Deja de decir eso. Ya sé todo lo que sientes por mí. Solo quiero saber una cosa. ¿Qué es lo que te echa para atrás?
-La idea de pertenecer a alguien para siempre.
-¿Eres tonta? -solté una carcajada. Me miró seria. No le había gustado mi risa. -tú y tu libertad.
-Sí, siempre he querido ser libre y que nada me atase. Ya lo hemos hablado.

-No vas a ser mía. Solo vas a ser una parte de mí. La misma parte que eres ahora. -expliqué. Le saqué una tímida sonrisa. -tú misma dijiste que solo era un papel. Tú misma dijiste que querías hacer esta locura, te equivocases o no…

jueves, 25 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 24. LINDA.

Dicen que el tiempo vuela. Que en un abrir y cerrar de ojos todo cambia. Que hay que aprovecharlo. ¿Cuántos poetas y escritores dedicaron muchas de sus obras a transmitir este mensaje? ¿Cuántos? El tiempo es oro. Oro del más caro. Porque cada minutos que perdemos es irrecuperable. Y no hay nada peor que desperdiciarlos. Tenemos que saber hacer una buena gestión del tiempo. Y yo me ponía irrevocablemente nerviosa al mirar el despertador nuevo. Sí, por fin lo habíamos cambiado. En él se mostraban hasta los segundos, cosa que me alteraba. Se movían, gritándome una y otra vez que para un ser humano como yo era imposible pararlo. Detenerlo. Sin darnos apenas cuenta, la mitad del verano había pasado. Después de esas vacaciones donde Malú terminó de rehabilitarse, volvimos a Madrid, a nuestra casa. A penas faltaba un mes y medio para la boda, y cómo no, las organizadoras estaban de los nervios. Pensaba que incluso más que nosotras. Hacía unos días, cuando yo volví a volcarme en mi nuevo disco, mi futura mujer acudió a cientos de tiendas. No me quiso decir nada a cerca del vestido. O lo que quiera que llevase. Yo seguía pensando que era buenísima idea lo de llevar el vestuario de gira… El nuevo y melodioso despertador sonó. Tocaba una conocida canción de Beethoven. Lo paré, pues llevaba despierta ya un buen rato.
-Qué gusto el nuevo reloj. La mejor inversión de mi vida. -bostezó, librándose de las sábanas con los pies.
-¿Mejor inversión que yo? -pregunté, perdiéndome en su pecho.
-Sabes que no hay nada mejor que tú, pesada. -reí.
-Pero me encanta oírlo. -confesé. Hice una pedorreta en su barriga, completamente descubierta. En verano dormía desnuda. Para qué mentirme, me encantaba. Chilló. Tenía cosquillas en esa zona. Por mucho que se oponía, no dejé de hacerlo.
-¡¡QUITA!! -me empujó. Conseguí aguantar un poco más, pero su fuerza logró despegarme. Me eché a reír sin piedad a su lado. -estás graciosa esta mañana, ¿no? -observó. Yo asentí. Aunque más que graciosa, estaba feliz. Feliz con todo lo que me estaba pasando. -¿YA SON Y CUARTO? -miró el luminoso del despertador. Se alteró, levantándose de un salto. Danka se subió en el sitio que ocupaba. Puso sus patas sobre mi pecho, aplastándome. Emití un gemido. -me defiende. -rió. -tengo unas ganas horribles de empezar. -exclamó mientras peinaba su pelo frente al espejo. Yo intentaba librarme de las garras, nunca mejor dicho, de su perra. Había crecido muchísimo. Ya mismo no podría ni sacarla a pasear.
-Y yo de que empieces. -la rodeé por detrás. Depositó el peine sobre la cómoda y se giró. Mis pupilas se toparon con las suyas.
-Te arrancaba esos ojos. -dijo. Se me abrieron aún más. Qué miedo. -joder, son tan preciosos.
-Seguirán siendo así en mi cara… no hace falta que los saques… -dije temerosa. Me besó con una cara muy tierna.
-¡Llego tarde! -se separó de mí y voló prácticamente por las escaleras.
-Cariño, no son ni y media. -la avisé mientras bajaba las escaleras tranquila, no como ella.
-¡¡Es que quiero comenzar ya!! -volcó ágilmente el brick de leche en una taza, tal y como lo haría una camarera de alto rango. -no sabes cuánto echo de menos al escenario. A mi público. A mis músicos. No he hecho otra cosa en mi vida…
-Lo sé, lo sé. -asentí sonriente. Sus ojos brillaban y su sonrisa estaba más radiante esa mañana. Su hiperactividad me ponía de los nervios. Agarré sus brazos y conseguí frenarla unos segundos. -¡tranquila! -reí.
-¡Ay! -dio saltitos. Sacó la taza del microondas, y ardiendo, le dio un buche. Su grito se coló por las paredes. Recordé el momento sopa del restaurante en Francia. Sin ni siquiera quejarse, se echó un poco de leche fría para compensar. El vapor fue disminuyéndose. -¿tú qué harás hoy? ¿alguna entrevista? -negué con la cabeza. -¿aburrida todo el día? -volví a negar. -¿entonces?
-Tengo una cita. -su sonrisa se borró de golpe, cosa que me hizo estallar de risa. -con tu madre. -se calmó.
-¿Qué vais a hacer? -nos sentamos en el comedor con nuestros respectivos desayunos.
-No sé si debería contártelo. -ante un pellizco retorcido en el brazo, lo solté.
-Vamos a ir a comprar el traje para la boda. -le dije. Aplaudió entusiasmada. -también vendrán mi madre e Isa. Puede que Mari se meta, sabes cómo es. -reí.
-Y Orozco. -añadió.
-¿Orozco? -pregunté.
-Ese no se lo pierde. -aseguró. Pero yo no estaba muy convenida.
-Pero si él odia ir de compras, ¿para qué va a venir?
-Tú hazle caso a tu mujer. -me advirtió.
-Aún no lo eres… -una mirada me calló.
-Lo seré. -concluyó, dando el último sorbo a su café mañanero. -espero que vaya bien. -deseó, levantándose. -elige uno bonito. -susurró. Adoraba su forma de susurrar. La sentía tan cerca, tan dentro. Me daba la sensación de que nunca se iría. Siempre permanecería conmigo. Cada vez que murmuraba en mi oreja, el eco de su voz se extendía por mi cuerpo de la cabeza a los pies.

Me reuní a eso de las diez de la mañana con Isa, Pepi, y mi madre. No esperaba a nadie más, que yo supiese. Tenía la duda de si mi gran amigo Antonio me acompañaría en ese día tan especial. No lo sabría hasta que llegase. Al igual que Mari, que tan solo había dejado caer un "me encantaría ir".
-¡Hombre! -resultó que llegué tarde. Todos estaban ya sentados alrededor de la mesa de una de las cafeterías más famosas del centro de Madrid. Mi novia se había equivocado en el pronóstico de Orozco.
-¡Perdonad el retraso! -exclamé, sentándome al lado de mi estilista.
-¡Quita de ahí! -la voz ronca de Antonio me asustó. -¡ahí voy yo! -replicó. En cierto modo me dio coraje. ¿Por qué Malú siempre tenía razón? Pero por otro, me alegraba que estuviera ese día.
-Cariño, siéntate a este lad… -no la dejó terminar.
-¡Yo estaba ahí!
-Vamos, no seas idiota. -su mujer quitó el bolso del asiento para dejarle un hueco al cantautor. Le sonreí burlona. Me sacó la lengua. -eh, paz. -pidió.
-A que os meto dos hostias a cada uno. -amenazó mi suegra. Me incorporé rápidamente, provocando las risas.
-Bueno, a ver, hemos venido para lo que hemos venido. -Isabel sacó de su inseparable bolso, conjuntado a la ropa del día, como era de esperar, una libreta. La libreta. Mi libreta. La abrió por una página en blanco. Escribió en grandes letras "BODA". -es la primera vez que tengo que vestir a una novia. -mordió el bolígrafo.
-¿Y a ti quién te vistió, bonita? -rodeó su brazo su marido.
-Yo no cuento. -rió.
-Fue tan memorable… -se puso nostálgico. Su esposa le acarició la barba suavemente, mostrándole una enorme sonrisa. El resto, embobados contemplándoles.
-¡Vamos a ello! -se impacientó mi madre.
-¿Qué buscamos? -preguntó Isa. -¿algo moderno? Había pensado en un vestido corto verde. Irá perfecto con tus ojos.
-¡¡¡NO!!! -se levantó mi suegra, dando un golpe en la mesa. Pegamos un bote. -¡Tradicional!
-Yo voto también por eso. -levantó la mano mi progenitora. Se iba a liar muy gorda. Lo presentía. Me escondí con mis manos. Mi estilista discutía con Pepi con una serie de palabras técnicas que entraban por mi oreja derecha y salían por la izquierda.
-¿Marina? -llamó mi atención Orozco. -que tú qué opinas.
-¿Yo? Lo que digáis vosotros.
-Pero a ver, alguna idea tendrás. -aseguró Isa. -¿nunca te has idealizado casándote?
-Sí, pero nunca me he visto vestida. -me sinceré. Las peleonas emitieron un bufido. Yo, totalmente ensimismada, las miraba sin prestarles mucha atención. Mis horas de sueño habían sido escasas y comenzaron a pasarme factura. Al fin se aclararon. Habían conseguido llegar a un acuerdo. Un punto intermedio. Una solución que convenciera a las dos.
-Algo moderno sin salir de lo tradicional. -dijo mientras apuntaba en la libreta mi estilista. No podía hacerme a la idea del que sería mi vestido de novia, pues no entendía mucho a cerca de moda. Era una negada. Siempre lo había sido. Bendita Isabel.
-Vayamos a ello, Marinita. -se levantó Orozco.
-No empieces. -le advertí, alzando mi dedo índice. Él sonrió lo más amplio que pudo. Nos fuimos perdiendo y encontrando a lo largo de las anchas y transitadas calles de la capital española. -en serio. -repetí, al ver que abría la boca para decir algo.
-¡Que sí! ¡solo iba a pediros que paraseis! -nos detuvimos.
-¿Qué pasa? ¿tantas mujeres juntas te abruman? -reímos ante la gracia de Pepi. Siempre derrochando arte.
-No, no. Que me ha llamado Mari, que viene hacia aquí. Marina, lleva mandándote mensajes más de un cuarto de hora. -caí en la cuenta de que había silenciado el móvil. La esperamos en la Gran Vía durante unos cinco minutos. Exhausta, cruzó la calle a nuestro encuentro.
-¡¡MARINA!! ¿PARA QUÉ QUIERES EL TELÉFONO? -vino gritando.

Una conocida firma de trajes de novia nos había dejado a manos de una modista. Al parecer era muy alabada por el mundo del estilismo. A Isa casi le da un infarto cuando la saludó.
-¡Estás en las mejores manos! -me dijo. La modista le sonrió, y ella casi muere en el acto.
-¿Tengo que ponerme celoso? -le preguntó Antonio a mi suegra.
-Igual sí. -solté una carcajada. No pude reprimirla.

Después de pasar por tantos vestidos… tantos cambios de ropa, tantos "Marinita", tantos "quítate eso", tantos "qué cosa más horrible"… llegamos al elegido. La prenda que habíamos elegido entre todos. Y sabíamos perfectamente que era esa. Esa tenía que ser. Parecía que había sido hecho a mi medida. Me quedaba como anillo al dedo. Me resultaba indescriptible. Moderno, y sofisticado. Con ese toque tradicional que buscaban nuestras madres, pero sin olvidar la época en la que nos encontrábamos. La parte de arriba era de un tono negro transparente con flores de este mismo color que hacían una especie de zigzag hasta llegar a la cintura, donde el negro dejaba paso al blanco. Estaba segura de que era, sin duda, el traje de mi vida.

lunes, 22 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 23. ERES EL AGUA.

Después de unas horas de camino, el GPS anunciaba la entrada al acogedor y pequeño pueblo de Burgos. La carretera parecía gritarnos "bienvenidas". Árboles y árboles decoraban nuestras vistas a los distintos bordes del camino. Una escena muy típica de película. Giré mi vista hacia ella. Miraba intrigada por la ventanilla. Invevitablemente se me formó una sonrisa.
-¿Quieres mirar a la carretera?-me dijo con risilla tímida, moviendo su melena.
-¡Todo controlado! -miré de reojo. No venía ningún coche. Puso su dedo índice en mi mandíbula y la giró para que estuviese pendiente.
-Cualquier día verás… -suspiró.
-¿Recuerdas el día del zigzag…? -me acordé.
-Cállate, cállate. -me advirtió. -que me dejaste sola de noche ahí en medio. Vergüenza te tenía que dar. Por favor, dejar a una joven indefensa…
-Bueno, joven. -bromeé. Me lanzó una mirada de odio. Casi pude ver dos llamaradas surgiendo de sus ojos. -volví en nada. -volví a la conversación.
-Claro, en nada…
-¡Serás mentirosa! No tardé ni medio minuto en regresar. ¡Además, te bajaste tú! -me justifiqué.
-¡Escogí vivir! -gritó exageradamente. No pude seguir con el rollo, me eché a reír. Ella me siguió, dándome pequeños tortazos cariñosos. Al cabo de unos minutos llegamos al lugar donde pasaríamos unos días. -¿Es aquí? -preguntó al ver que estaba aparcando. Estábamos frente a una casa muy típica del norte. Era una calle estrecha y larga. Larguísima. En ella se encontraban las viviendas de este tipo. Casi todas tenían ese tejado triangular. No eran muy grandes, pero tampoco excesivamente pequeñas. Un pequeño jardín en cada una, y un muro ante ellas de piedra. Estaba segurísima de que nuestra estancia allí sería perfecta. -pensé que nos íbamos a quedar en un hotel o algo. -dijo, bajando del coche.
-Prefiero cuidarte yo. -me sonrió. Se enganchó a mi cintura como una lapa, no me quedó otra que abrazarla por el cuello.
-Me encanta este sitio. -suspiró.
-Pero si aún no lo hemos visitado… -refuté.
-¡Es simplemente el ambiente! -exclamó, dando su punto de vista. -no ves que está todo el mundo muy tranquilo, muy a su bola. -explicó. Solo habíamos cruzado la acera y dado unos cuantos pasos. ¿Cómo conseguía ser tan rápida para todo?
La casera nos atendió siendo muy profesional, aunque se la veía nerviosa. Rondaba los cuarenta, y tenía un acento muy cerrado. El pelo cortísimo y pelirrojo, y unos ojos tan negros como el carbón. La primera impresión fue muy buena. Parecía gentil. Nos enseñó las habitaciones y el resto de estancias. Además de mostrarnos cómo se usaba determinados electrodomésticos. 
-Muy amable, gracias por todo. -la despidió mi chica.
-Ay, ¿no os importa que vengan mis hijos un día a veros? Son muy seguidores… -unió sus manos.
-¡Claro! -acepté. Qué menos. Se había portado estupendamente con nosotras. Dio las gracias como mil veces, y se marchó a su hogar. Vivía cinco casas más arriba con su familia.
-No está nada mal. -asintió mi prometida, sentándose en el rudimentario sofá. La decoración y el resto de muebles estaban obsoletos. Reí, dejándome caer en él. -se ha movido todo. -carcajeó.
-¿Tan gorda estoy? -miré mi barriga. Ella negó y me besó. -¿y este beso? -sonreí algo colorada.
-¿Ahora tiene que haber una razón para poder… -se lo pensó. -darte amor? -volví a alzar las comisuras de mis labios, esta vez mirando al suelo. Noté sus manos en mis mejillas. Las agarró y movió mis mofletes, jugando con ellos como le placía. Empezó a reírse sin sentido. Yo la miraba intrigada. Más se reía.
-Bueno… -respiré hondo. -oye, ¿damos un paseo? -propuse. Creí que era buena idea conocer el pueblo que tanta atención me había llamado.
-Guay. -aceptó.

Era tan precioso como imaginé. Había una combinación, un punto intermedio entre lo urbano y lo rústico de lo más curiosa. Había una zona más rural, más de campo, y otra moderna, con pisos en lugar de casas, con calles de alquitrán en vez de caminos de arena y piedra. Pero un paraje nos dejó completamente enamoradas del municipio. Un río bastante ancho, con un puente precioso que permitía el paso de una orilla a otra, y con unas montañas que sobresalían del pueblo. Aquello no parecía ni real. Correspondía más bien a una postal idílica. Nuestra imagen se reflejaba en el agua. Sonreímos. Éramos agua.

Tras hacernos cuantiosas fotos allí, seguimos perdiéndonos por las encantadoras calles de Miranda de Ebro.
-Estás demasiado lejos. -dijo, desde casi la otra punta del arcén. Me acerqué a ella con las manos en los bolsillos. Las miró sonriente. Sabía que al menos una de ellas acabaría fuera. -vamos… -tiró de mi codo. Consiguió que mi mano saliese y la agarró sin ni siquiera apretar. Entrelazó algunos dedos, dejando otros sueltos. Simplemente se rozaban, sin querer, sin pretender nada.
 -¿Eres feliz? -me atreví a preguntar. Frunció el ceño.
-¿Qué clase de pregunta es esa? -soltó una carcajada desairada. -pues claro que lo soy. ¿No ves la cara de mongola que tengo por tu culpa? -nuestras manos se iban cerrando a la vez, acabando nuestros dedos unidos por completo. Sigilosamente, con cuidado. Instintivamente. Inconscientemente. Como cuando el sol se adentra en el mar y se pierde hasta el día siguiente. Una fusión involuntaria. Solo que en este caso, esa unión hacía magia. La vi sonreír. -¿y tú?
-Mucho. -me limité a decir. Las palabras sobraban.
-Uno de septiembre. -dijo de repente. No sabía qué quería decir con eso. Una fecha. ¿Pero de qué? Mi rostro de duda la hizo explicarse. -nuestra boda. -abrí los ojos de golpe. -¿te parece bien? -habíamos ultimado muchos detalles, habíamos elegido los lugares, el fotógrafo, las invitaciones, pero nunca habíamos acordado la fecha exacta. Un día tan relevante como ese no era fácil de elegir.
-¿Por qué ese día y ese mes? -pregunté. Me atraía la curiosidad. Sabía que Malú no iba a escogerlo por casualidad. Me arrimé un poco más a ella. Ahora nuestros brazos se enredaban y buscaban como nuestras manos.
-Septiembre es el mes en el que empieza todo. La gente vuelve a sus hogares, vuelve a la rutina. Los pequeños se adentran de nuevo en el colegio… Es un mes para comenzar algo nuevo, ¿no crees? -se paró. Yo también lo hice. Nos pusimos frente a frente. Mi mente entendía fácilmente lo que aquella voz caída del cielo le decía. Era un día perfecto para dar ese paso. Asentí risueña. -¿te gusta? Lo sabía. -se respondió a sí misma. No dejé que articulase más palabras. Me limité a besarla, sosteniendo su cuello. -¿sabes por qué creo que eres el amor de mi vida? -en realidad me daba curiosidad saberlo.
-¿Por qué?
-Porque me enamoras cada día. -sonrió. -cada vez que me levanto es como si no te conociese. Todos y cada uno de mis despertares son diferentes. Y al acostarme, he aprendido nuevas cosas de la vida. Y de ti, por supuesto. No sé, es como si tratases de gustarme siempre.
-Siempre lo hago. -corroboré. -o al menos lo intento.
-Lo consigues, idiota. -me abrazó, reposando su cabeza en mi hombro. -estoy muy cansada. -dijo. Demasiados metros para estar recuperándose.
-Ya nos vamos. -pero antes de que diésemos un paso si quiera, un coche pitaba asomándose por la curva. Corrimos riéndonos a la acera.

-¡¡Tened cuidado!! -nos advirtió. Pero nosotras seguíamos dando carcajadas. Terminé embobada. Atontada. Su rostro bajo las luces de las farolas era más precioso si cabía. Y me quedé sin decir nada, sin moverme. Simplemente la observaba. Tantas veces había conseguido sacarme del mundo para dejar de hacer todo, para hacer nada. Para mirarla únicamente. Y entonces mi mirada se situó en una de las partes más bajas de su cara, por no decir el fin de ella. Y puede que solo fuera una recta más. Que fueran dos puntos unidos. Que fuese una simple y regular raya. Pero yo sabía que no. Era un horizonte. Un horizonte que separaba el cielo de la tierra. Esa mandíbula que al sonreír se tensaba más que las cuerdas de mi guitarra. El fin de su sensual y fino cuello. El principio de un rostro dulce, mágico, tierno. Único, inigualable, perfecto. Y siguiendo el camino encontré su oreja, sensible a mis mordiscos y besos. Y retorné y volví por donde anduve, topándome pues con su barbilla, que formaba un triángulo, un triángulo de las bermudas. Ese triángulo sin salida, sin escapatoria. Cada vez que llegaba me perdía y nunca supe cómo salir de él. ¿Que por qué? Porque yo era esclava de esa línea infinita.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 22. TODA UNA VIDA.

A las dos semanas de despertar le dieron el tan esperado alta. Estaba ansiosa por volver a la rutina, al hogar. Aunque no era la única… Yo también lo deseaba. Ella estaba encabezonada en empezar con su nuevo disco, pero el médico le pidió un mes de reposo. Yo ya le dije que debía descansar, volver a tomar el hábito de hacer deporte, pues no sería capaz de aguantar tal ritmo si lo hacía tan de golpe. De no moverse nada, a someterse a esos conciertazos que solo ella podía ofrecer.
-Si notas cualquier molestia… -no le dejó terminar.
-¡Sí! ¡Entendido por quinta vez! -exclamó ella, con una enorme sonrisa. -¡nos vemos! ¡Espero que no sea pronto! -reímos. Incluso el médico lo hizo.

Entró rápidamente en el jardín. Danka y el resto de la tropa corrieron hacia ella dando ladridos y largas zancadas. Malú las abrazó mientras la lamían por todas partes. Se les veía tan felices. La habían echado mucho de menos. Pero mi chica no sabía lo que le esperaba tras la puerta. Fue como una loca subiendo los escalones. Por un momento pensé que se caería. Después de tantos días sin moverse sus músculos estaban engarrotados. Metió la llave a golpes, pues no atinaba a encajarla.
-¿Te echo una mano? -la adelanté.
-Yo puedo. -sonrió. Al fin consiguió abrir la puerta. Todo estaba muy oscuro. Las cortinas estaban completamente echadas. -Uy, qué oscurid…
-¡¡SORPRESA!! -saltaron por detrás de los sofás, otros se asomaron por la puerta, unos cuántos bajo la escalera. Malú tembló un segundo del propio susto. La miré sonriente.
-Te voy a matar. -murmuró. -casi me da un coma otra vez.
-¡¡Mi niña!! -la abrazó fuertemente su madre. La mayoría de sus amigos más cercanos estaban allí. Desde su amiga de la infancia, hasta Vero. Sin olvidar a sus compañeros de profesión. La banda entera estaba allí. Cantantes que habían compartido escenario con ella, y otros que ni si quiera eso, pero se habían convertido en grandes amigos. Tampoco faltaban Li y Pablo, y ese pequeño engendro que se formaba. Algunos de sus familiares que conocí en su cumpleaños también rondaban por allí. Como su prima Ainhoa, que no había cambiado en absoluto. Muchos rostros irreconocibles para mí. Quizás los había visto una vez, pero no más. José me ayudó con la lista de "invitados". Le avisé de que solo llamara unos cuantos. Los estrictamente necesarios. Pero ya lo conocía, y había pasado de mi petición.
-¡Marina! -me chillaron en el oído.
-¡Hey! -contesté, tocando mi oreja.
-¿Qué tal? -era Rubén, el director musical y pianista de Malú.
-Muy bien, ¿y tú?
-Algo preocupado. -me agarró del brazo y me alejó de la muchedumbre. -verás, me han ofrecido un puesto en una banda internacional. -lancé una interjección de sorpresa. -no, no es tan guay. No quiero dejar colgada a Malú.
-Creo que lo entenderá perfectamente. Sabes que es muy profesional. -opiné sinceramente.
-Ya lo sé, pero no quiero darle este palo ahora que se ha recuperado y empezará pronto… Es muy exigente. No elegirá a cualquier sustituto. -se cruzó de brazos.
-Bueno, supongo que su equipo se encargará de ello. -intenté ayudar, aunque no conseguí mucho.
-No puedo decir que no a esta oportunidad… pero separarme de la banda me va a costar mucho trabajo. Les he cogido mucho cariño… a ella en especial. -se abrió a mí.
-¿Dónde está mi enana? -se asomó por la puerta Isabel.
-¡¡Hey!! -saludé.
-¿Y ese saludo tan macarra? -puso cara de asco. -aparte de estilista tengo que cuidar tu…
-Este es Rubén. -la corté. -director mus…
-¡Ya nos conocemos! -exclamó él. -me alegro de verte. -me sentí un poco absurda en el contexto. Orozco asomó detrás de su mujer. Le tapó los ojos.
-Cari… eres tú. -dijo ella con una sonrisa muy tonta.
-No. -puso una voz muy rara, pero ese tono ronco lo delató. Isa rió. El cantautor le besó el moflete y con un rápido movimiento la giró para perderse en sus labios. Los adoraba. Hacían muy buena pareja. Rubén y yo nos miramos cortados.
-¿Tú también quieres? -Malú me sorprendió cruzando el césped hasta mis brazos.
-¿Si quiero qué? -me hice la tonta, a la vez que depositaba mis manos en sus caderas. Me respondió con un largo beso, interrumpido por las cientos de palmadas. Tierra trágame. Qué vergüenza. Terminé riéndome, con los mofletes más que sonrojados, y un cosquilleo fuera de lo normal en mi vientre.
-Deja de hacer eso. -le susurré. Ella pellizcó mi barriga partiéndose de risa.
-Uy, ¿y esos cachetes? -se burló. -¿te has puesto nerviosa?
-¡Cállate! -me avergoncé más aún. Se me escapó una carcajada.
-¡AY! ¡AY! -gritó Li. Corrimos hasta acercarnos. Había un charco de agua en el suelo que se alargaba por debajo de sus pies. La cara se me cambió por completo. La miré. Ella miraba asustada al suelo. De pronto, miles de carcajadas se sucedieron en torno a la escena. Incluso Lidia lo hacía. Vale. Había caído en la broma.
-¡¡No tiene gracia!! -me quejé. Mi compañera de aventuras más locas me abrazó fuertemente, con el enorme barrigón entre nuestros cuerpos.  -aparta. -dije muy seria.
-No seas mala. -dijo, riéndose. Carcajeé, devolviendo el abrazo que le había rechazado.

La vuelta de Malú, como habíamos titulado a la fiesta, se alargó hasta eso de las 9 de la noche, cuando decidí echarlos a todos. Mi chica se encontraba de lo más cansada, aunque no lo negase.

-Uf, qué cansancio. -suspiré, sentándome a su lado en el sofá después de recoger toda la suciedad que habían formado.
-Si me hubieras dejado ayudarte… -dijo. Le sonreí, abrazándola por la espalda. Se tumbó sobre mi pecho, relajando todo su cuerpo. -cabezona.
-¿Qué ha dicho el médico…?
-Sois unos plastas. -se quejó.
-Mañana nos vamos. -se sorprendió.
-¡¡Qué!! -se incorporó.
-Ven aquí. -le sonreí. Adoraba tenerla sobre mí. Pero se resistía. Se resistía a darme ese calor que hacía mejorar mis días. Ese amor que tan bien me sentaba. -va… -rogué.
-Con esa cara… ¿cómo me voy a quedar de pie? -se tumbó esta vez atrapándome contra el respaldo. Rodeando mi cuello con sus finos y débiles brazos. Me besó tiernamente, pegando su frente a la mía.
-Uy. -se me escapó una risilla.
-No empieces con los soniditos raros, eh. -me advirtió, tirando de un pelo de mi nuca.
-¡AU! -chillé.
-¿Dónde nos vamos? Dilo. -amenazó, agarrando por el extremo a otro de los centenares de cabellos.
-A… -titubeé. Subió los dedos hasta acercarse al inicio del vello. -no, no. -respiré agitadamente. -Miranda de Ebro.
-¡Guau! -exclamó.
-Ya sé que es un poco cutre. -reí. -pero es un buen lugar para que descanses.
-Sí, es muy tranquilo. -sonrió. -lo pasaremos bien.
-Claro. -le sacudí el pelo. Lo odiaba.
-¡Eh! -se quejó. -pf, qué ganas tengo ya de empezar a trabajar.
-Cualquiera que te oiga… -bromeé. Pensé entonces en Rubén… ¿Qué haría…?

Y con la ilusión de un nuevo viaje, con el único objetivo de reposar para coger fuerzas, preparamos las maletas con todo el tiempo del mundo. Al fin y al cabo teníamos toda la vida para ser felices.  

domingo, 14 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 21. ANTES QUE AMANTES AMIGOS.

La estancia en aquel hospital parecía infinita. Las horas se hacían muy largas. No veía el día en el que pudiésemos salir de allí. Los médicos, a pesar del buen estado de mi chica, decidieron dejarla unos días más. Seguían con miedo por el ya eliminado coágulo del cerebro. Nos preguntábamos cuanto tiempo iba a durarnos esto… Yo no me movía de allí. No quería dejarla sola.
-Por favor, sácame de aquí. -rogó, tirando de mi mano desesperada, algo bromista. Reí. -estoy muy harta, de verdad. La sopa está asquerosa. -la echó hacia un lado de la bandeja. Esos últimos días de Junio a penas comía. Odiaba la comida del hospital, como la mayoría de pacientes. -dame un poco de tu bocadillo. -me miró con esa mirada de gatito que solo ella sabía poner.
-Malú… -murmuré. -tu menú es ese… ¿y si no te sienta bien?
-Va, solo un bocadito… -no cambió esa cara angelical. No pude decirle no. Le acerqué el bocata y le dio un mordisco tan grande que casi me deja sin cena.
-Menos mal que solo era un bocadito. -reí, impresionada al ver la enorme huella que dejó en el pan. Ella carcajeó con la boca llena. -¿de verdad te cabe todo eso en la boca? -pregunté. No recibí respuesta, estaba demasiado ocupada masticando y saboreando.
-Otro. -pidió, tragando. Eché un vistazo al pasillo. No había nadie.
-Toma anda. -sus ojos se iluminaron, esbozando una enorme sonrisa. -de nada. -carcajeé, viendo cómo devoraba la que iba a ser mi cena. -cuando salgas de aquí nos iremos tú y yo por ahí. -arqueó las cejas, sin dejar de comer. -sí, al menos una semana. Un lugar tranquilito, sin fans ni prensa ni amigos ni familia. Tú y yo solas. ¿Qué te parece?
-Me parece una idea genial. -sonrió. -pero, ¿tú no estabas…? ¡El disco! ¡Marina, tu disco! -recordó. -¿Qué haces aquí? -me reí. -no, no. Te mato.
-Relájate, mujer. -le dije, acariciando su muslo, medio descubierto por la extraña bata que llevaba. Nunca entenderé la ropa de hospital.
-¿No has hecho promoción? Tenías una agenda impresionante, Marina. Joder. -se enfadó. Tal y como imaginé cuando pausé mi carrera.
-Solo les pedí tiempo. -expliqué. -cuando te recuperes, retomaré la agenda. No te preocupes. -froté su pierna. -está todo controlado.
-Eres idiota. -sonrió tímidamente. -qué de cosas has hecho por mí. -acarició la parte trasera de mi oreja. Me sobrecogí. -¿tienes cosquillas…? -maldición. Lo que había descubierto. Empezó a reír mientras seguía desplazando sus dedos por ahí. Moví mi cabeza hacia donde pedían mis reflejos.
-Para, para.
-Voy a parar, pero porque me tengo que terminar este pedazo de bocata. Es tortilla de mi madre, ¿a que sí? -asentí. -ninguna como la suya.
-Te doy toda la razón. -afirmé. Tenía un jugo especial. Un toque propio. -podríamos llevarla a "Masterchef".
-No le des la idea que te conozco. Como se le meta algo en la cabeza nadie se lo saca, te aviso.
-Pues como tú. -me llevé un cocotazo. -oye, es verdad. -solo conseguí otro, que dolió mucho más. -en el fondo echaba de menos tus palizas.
-Exagerada. Tampoco te doy tan fuerte. -negué moviendo mi rostro en horizontal rápidamente. -oye. -rió. -a ver si me van a denunciar por maltrato. -bromeó. -ven aquí, que te voy a maltratar pero a besos. -tiró el papel de plata al suelo y me abrazó el cuello, acercándome a la camilla.
-¡¡¡Ey, parejita!!! -gritó una voz desde la puerta.
-¡¡Lorena!! -me levanté en seguida a saludarla. Iba con el uniforme y una carpeta en la mano. Siempre era agradable encontrarte con amistades de siempre.
-¿Cómo estáis? -preguntó, frotando mi espalda. -acabo de volver de las vacaciones. Me dio mucho coraje cuando me enteré del accidente y de que estabais aquí. Me hubiera gustado mucho ayudaros. Hablo en plural porque sé cuanto sufren los familiares… -me miró apenada. -y conociéndote… -reí.
-No sé yo quién lo ha pasado peor. -bromeó Malú. En realidad no me hacía ninguna gracia, estaba claro que su golpe había dolido muchísimo más.
-¿Y cómo va tu primer día? -pregunté amablemente.
-Bastante tranquilo. -rió. -pero estoy de noche. Odio los turnos de noche. -dijo con voz grave. Quejándose. -por cierto, Vanesa está en la sala de espera. Creo que está aquí por vosotras. -mierda, aún no le había dicho nada a Malú. No sabía si era un buen momento. Y si iba a afectar a su rehabilitación. Me sudaban las manos. Mi nerviosismo se podía notar claramente. No sabía qué hacer.
-Cariño, ¿estás bien? -me preguntó al marcharse Lore. Acarició mi codo. Recé para que no llevara su mano a la mía.
-Tranquila. -dije, pero se me notó el doble.
-¿Qué ocurre? -no era tonta. Me conocía.
-Hay algo que… -en seguida entró Vane. Ni me dio tiempo a introducirle el tema.
-Buenas. -saludó, sonriente. -¿cómo estás? Siento las horas… el bar estaba muy lleno. -solo eran las once, pero Vanesa siempre fue muy atenta.
-No te preocupes. -Malú le ofreció la mano, ésta la acarició.
-Lo siento mucho. -dijo algo decaída. Desde el momento en el que entró pude notar tristeza en su mirada. Nunca supo ocultarlo. O quizá yo la conocía demasiado.
-¿A qué te refieres? -no tenía ni idea. Vane me miró asustada. Yo le negué con la cabeza, seguro que nos entendíamos.
-Nada, nada. -respiré aliviada. Pero no nos habíamos librado tan fácilmente. María Lucía nos miró extrañadas. Sabía que pasaba algo y se lo estábamos ocultando.
-¿QUÉ ES LO QUE PASA? -preguntó enfurecida. Odiaba que nos mintiéramos. Éramos muy sincera la una con la otra.
-No quería decírtelo hasta que estuvieses mejor, amor. No quiero que esto afecte a tu recuperación. -argumenté.
-Estoy bien, ahora decírmelo.
-Verás… -comenzó Vanesa, titubeando.  Le temblaba la voz más que nunca. Ella no dejaba de mirarnos a Vane y a mí continuamente, como si hubiésemos hecho algo malo. A saber qué estaba pensando. -Marina, díselo tú, por favor. Yo no puedo. -se giró, quedando de espaldas a nosotros. Se lo conté de la forma menos dolorosa posible. Intentando omitir detalles que pudieran afectarle demasiado. Malú se había encariñado demasiado con sus hijos, y con ella también. Aunque no tanto como con los pequeños. Úrsula ya era parte de nuestro círculo. Se quedó en silencio, con la cabeza apoyada en la cama de la que pocas veces se levantaba. Aún le costaba caminar.
-Flipo. -dijo al fin, agarrándome mi mano.
-Yo sí que flipo… -dijo Vane, lloriqueando. Mi chica la observó. No tardó nada en apretarle la mano. -la he dejado. -suspiramos. Me levanté de la silla para abrazarla por detrás. Besé su cabello. Su pelo olía a vainilla. Recordé que era el único champú que le gustaba.
-No tenías que haberlo hecho por nosotras… -dijo Malú, alzándole la barbilla. -se equivocó. Todos nos equivocamos. Yo una vez volqué sin querer el bote de guindillas y no había quién se comiera las gulas. Bueno, la tonta ésta. -dijo, señalándome. Me eché a reír. -decía "qué bueno", "qué bueno". Y en realidad tenía la lengua hinchada. -Vanesa rió con fuerza.
-Solo por hacerte la pelota. -dijo.
-No llevábamos ni un mes. Es lo que tocaba.
-También me podías haber dicho que habías volcado el bote, capulla. -intenté defenderme.
-¿Y lo bien que me lo estaba pasando? -rió. -es que eres tonta.
-Me encantáis tanto… -murmuró. -ojalá encuentre a esa persona. -miró hacia arriba.
-En el techo de este hospital desde luego no la vas a encontrar. -bromeé, haciéndola reír.
-¿Quieres saber qué opino yo? -preguntó Malú, que ante el "sí" de Vanesa, contestó. -creo que deberías darle un tiempo, y si ves que sigue detrás de ti, continuar con ella. Si la quieres… claro.
-No sé si puedo fiarme de ella después de ver cómo era cuando me conoció. -dijo cabizbaja.
-Tú eres la dueña de esa segunda oportunidad. -intervine, preocupada por ella. Antes de ser amantes, fuimos amigas. Y eso era lo que precisamente éramos ahora. Dos buenas amigas.
-Pero vosotras… -pensó en lo que nos hizo su hermana.
-Tranquila, si tú la perdonas, nosotras lo haremos. -prometió. Yo no estaba muy convencida, pero asentí. No quise poner las cosas más difíciles de lo que ya estaban. Ninguna de las dos sabíamos qué haría Vanesa. Cuál era su futuro, incierto por el momento. Tampoco sabíamos realmente si íbamos a saber entablar relación con Úrsula. Lo cierto era, que si me había contado la verdad, que si ella intentó frenar a su hermana, no tenía mucha culpa del asunto. Estaba hecha un lío. Vane también lo estaba. No deseé estar en su piel en esos momentos. Tenía una decisión difícil de tomar. Se marchó al bar para seguir con la rutina, y Malú y yo, con la nuestra.
-¿No te duele la espalda? -preguntó. El sillón se veía de lo más incómodo.
-Hombre, no es que esté muy a gusto. -reí.
-Vete a casa si quieres, mi amor. -me moría cuando decía eso. Acarició mi mejilla, para rematarme.
-Tranquila, estoy bien. -sonreí levemente. Se echó a un lado de la camilla. Dio palmadas en el lado vacío, invitándome a entrar.
-Vamos, ven. Antes lo hacías. -no podía creer que se acordara de tantas cosas… Me acomodé de lado, al igual que ella. Cabíamos mejor de este modo. -gracias por no dejarme sola… te quiero mucho.
-Te adoro. -le devolví el cariñoso gesto.
-Quiero que todo sea igual que antes… -dijo, con los ojos enterrados en lágrimas. Las limpié rápidamente. -echo de menos los escenarios. Mis seguidores. La banda. Mis amigos. Mi familia. Mis mascotas… Tú. -dejó caer. 
-Yo estoy aquí. -aparté el pelo de su cara. -y nunca me iré.
-Bueno, ya lo sé... -se escondió en mi pecho. -necesito volver a casa. -se aferró a mi costado.

viernes, 12 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 20. TE AMO POR ESO.

No era la primera vez que detenía el pulso de mi corazón. Era algo a lo que estaba acostumbrada. Siempre me sorprendía. Buscaba miles de formas para hacerlo. Esa especialidad era única en ella. Consiguió silenciarme. Parar por completo mi sistema circulatorio. Robarme todo el oxígeno que necesitaba para vivir. Quise asegurarme de que no era una ilusión mía. Que esa voz angelical, dulce y desgarradora a la vez, había sido real.
-Cariño… -susurré, casi no se oyó. -¿has…dicho algo? -vi como su sonrisa se esbozaba muy pacientemente. Un chorro de vitalidad se extendió como la pólvora por mi cuerpo. Ni si quiera podía llamar a los médicos. Sus ojos aún seguían cerrados, pero su boca indicaba que algunas partes de ella ya estaban activas. No quería separarme de ella. Apreté su mano. Noté como lentamente cerraba los dedos para agarrármela.
-Marina, ¿qué ha pasado? -de repente parecía asustada. -¿dónde estamos? -quiso incorporarse. Puse la mano en su pecho para que no lo hiciese.
-Tranquilízate. -le pedí. Acerqué mis ojos a los suyos. -te vas a poner bien. -dije casi en una promesa. Pareció calmarse un poco.
-Dime qué ha ocurrido… -mostraba inseguridad, nada natural en ella. Llamé a los médicos. No quería hacer algo de lo que luego me arrepintiese. Sonrieron al ver que Malú ya no era un simple cuerpo. Me apartaron de ella, pero mi chica me agarró el brazo con fuerza.
-No me iré a ningún sitio. -le dije. Estaré al otro lado de la puerta. -besé su mano y me marché tras los ruegos de los doctores. Me costó hacerlo. No quería separarme de ella. Me apoyé en la misma pared de la habitación. Me tocaba esperar con la mirada en el techo. Ni era de noche, ni era de día. Era esa hora entre el final del día y el principio de otro. Entre la oscuridad y la luz. Era justamente una metáfora de lo que vivíamos. El final del coma, y el inicio de la recuperación. Había estado empapándome de estudios sobre el coma en las horas muertas del día. Leí cosas tan horribles como mágicas. Y aún recuerdo una anécdota que encontré. Un hombre despertó cuando su mujer le informó de que su equipo favorito de fútbol había ganado la liga. Me quedé tan fascinada ante tal hecho que se me grabó en la mente.
-¡Ha despertado! -informé a sus padres, completamente dormidos tras el teléfono.
-¡AY DIOS! -oí de fondo a Pepi, tras el suspiro rompedor de Pepe.
-¡¡En seguida vamos!! ¡Ahora aviso a José y a tu madre! -colgaron. Estaban contentísimos. Yo sí que lo estaba. Tenía tantas ganas de volver a verla… y solo habían pasado cinco minutos desde la última vez. Sus padres llegaron corriendo por el pasillo, como si de una maratón se tratase. Abrieron los brazos para estrujarme. Y por supuesto que lo hicieron. Con vuelo incluido.
-¿CÓMO ESTÁ? -preguntó su madre alterada.
-Le están haciendo pruebas. -dije nerviosa. Aún no me había recuperado de aquel susto tan agradable.
-¿Te han dicho algo? ¿Sabes que…?
-Eh, eh. De una en una. -reí. -se han encerrado ahí y no han salido para nada.
-Vaya… -su madre intentaba mirar por la persiana. Pero sabía que era inútil, yo misma lo había hecho hacía unos minutos. Solo se veían espaldas verdes.
Después de dos o tres horas realizándole pruebas, preguntas  y demás, salieron de la habitación con una gran sonrisa.
-Estamos muy sorprendidos. -aquello nos llenó de alegría. -al principio no recordaba mucho, pero hemos ido contándole poco a poco lo que le ha pasado, y ella misma recordaba cosas. Aún quedan restos de medicamentos en su cuerpo, por eso no tiene muchos reflejos y le cuesta enfocar la vista y caminar. Se está recuperando muy rápido. Es una gran noticia. -le escuchábamos entusiasmados. Ya sabíamos lo fuerte que era. La garra que tenía. La capacidad de superación que había conseguido después de tantos años en el mundo. -ahora está durmiendo. Los primeros días lo hará durante muchas horas. Es por el coma inducido. Siente cansancio todo el tiempo.
-¿Algo más? -quiso saber el padre de Malú.
-Nada más. Mucha paciencia con ella, como ya dije. Esto no es cosa de dos días… -nos advirtió. -pronto estará en casa, eso sí. -sonrió. -y ahora, si me disculpáis… -se hizo camino entre nosotros, rompiendo la línea imaginaria que ocupábamos. José abrió la puerta despacio.
-Qué alegría ver que al menos se ha movido. -rió. -duerme de lado. -me puse tras él para bichear. Solo podíamos verle el pelo, pues descansaba hacia el lado contrario a nosotros. Pasé por debajo del brazo que aguantaba José en el marco y me colé dentro. -¡eh!
-Sigue siendo mi turno. -reí, sentándome en la silla y tomando su mano, como cada día. Mi cuñado sonrió y cerró la puerta en las narices de su madre. Oí un tortazo. Me dolió hasta a mí. Se me escapó una carcajada. La observé. No se había enterado. Menos mal. Seguía en la misma postura, descansando todo lo que se merecía.
Pasé horas embobada. Cada gesto que hacía significaba tanto… Después de verla inmóvil durante días, una simple carantoña me hacía estremecer. Un manotazo al aire. Un movimiento involuntario del pie. Hasta que por fin, parpadeó un par de veces. Me acerqué lentamente a su rostro. Tampoco quería asustarla.
-Buenos días, enfermita. -sonreí. Acarició mi mano con su pulgar. Su sonrisa me golpeó. Era tan perfecta… No la recordaba tan bien como pensaba. Me dio un vuelco el estómago. ¿Cómo podía alumbrarme tanto con un solo movimiento? Besé su mejilla.
-Mh. -soltó, haciéndome reír. -tu risa… -murmuró. La miré de golpe.
-¿Qué le pasa? -volví a hacerlo.
-Era de las pocas cosas que me gustaban oír cuando estaba…
-¿Me escuchabas? -al fin lo sabría. La de cosas que le conté con esa incertidumbre…
-Claro. -afirmó. -solo que no podía hablar para contestarte. Estaba demasiado sobada, ya sabes cómo me gusta dormir. -bromeó. Su maldito sentido del humor… lo echaba de menos. No paraba de besarle las manos. -te encanta babearme, eh. -reí. -eres peor que Danka.
-Te has pasado. -me puse seria. Rió débilmente. Con ganas pero sin fuerza. Carcajadas agudas. -hablando de la "perra" de Roma… está muy triste. -tras reír el chiste, torció el gesto.
-Tengo ganas de volver a casa. -confesó.
-Y yo de que vuelvas, amor. -le susurré.
-Oye, siento mucho el accidente. No tenía que haberme puesto así… -no dejé que siguiera, poniendo mi índice en sus labios.
-Ahora lo importante es que te recuperes. -recalqué. -además, si alguien tiene la culpa de ello, soy yo.
-No. Me niego. -empezaba a alterarse.
-Eh, quieta. Por favor. -le rogué. -vuelve a tumbarte. Tienes que reposar.
-Ah… -gimió de dolor. Se miró la muñeca. La había forzado para levantarse.
-¿Ves? -le cogí el brazo afectado. Miré la venda. La acaricié con cuidado. Apreté un poco. -¿duele?
-No, no. Solo ha sido el momento. Tranquila, mami. -bromeó. Se había despertado con ganas de tomarme el pelo… como siempre. Era mi Malú. Mi Malú de siempre. Esa que me hacía renacer, que me enamoraba con una simple mirada, que se escondía bajo las sábanas cada mañana, que me hacía callar con besos inesperados. Esa Malú que había cambiado por completo mi forma de ver la vida.
-¿Tienes hambre? Puedo pedirle al médico que…
-No, no. Déjate. -dijo. Raro en ella. -tengo de todo menos apetito. El hospital sabes tú que no me gusta mucho.
-Para no gustarte llevas varios días aquí.
-Ag, calla. -agarró mis mandíbulas, empujándome hacia el placentero filo de sus labios. Los besé despacio, dulcemente. Un cortocircuito alteró por completo mi cuerpo. No me esperaba aquella reacción. Ni en sueños habría imaginado aquel despertar suyo. Fue como si no hubiese ocurrido nada… Era una persona increíble. Se salía de los moldes de la palabra "humana". Era una mujer extraordinaria. Estaba tan enamorada de ella…Quererla era poco… La amaba sintiendo que las venas se estrechaban hasta desangrarme. La adoraba como si fuese la única mujer en el mundo. Era la única que realmente me hacía olvidar el mundo.-¿has olvidado cómo besar, tonta? ¡mueve esos labios! 

martes, 9 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 19. HECHICERA.

¿Y qué se suponía que debía hacer yo? ¿Seguir oyendo o salir corriendo? Desde luego no me apetecía nada seguir escuchándola. Me sentía tan absurda. Engañada, traicionada. Había jugado conmigo como le dio la gana.
-Yo no quería… en serio. -la pintura verde que llevaba comenzó a dibujar parchetones alrededor de sus ojos. -te lo prometo. -agarró mis manos. Me liberé de ellas. No quería que me tocase. -siéntate. Te lo voy a explicar. Te lo mereces.
-¿También merecía que me rematases? ¿No crees que ya lo estoy pasando bastante mal? Parece que a todo el mundo le gusta verme sufrir. ¿Qué pasa? ¿Soy divertida? ¿Os lo pasáis bien? -se quedó callada, mirando al suelo. -venga, desembucha. Y rapidito, por favor. Estoy deseando irme a mi casa, porque llevo aquí horas, días. ¿Sabes lo que es eso? -alcé la voz.
-Empiezo, pero cálmate.
-¡¿DE VERDAD ME PIDES CALMA?! No tienes ningún derecho a pedirme eso.
-Perdona… solo quiero que hablemos más tranquilas. -dijo. Respiré contando hasta 10. Estábamos muy nerviosas. Tanto ella como yo. Comenzó el relato, como si estuviésemos en  una película y de repente empezaran a salir imágenes en flashback. Solo que en este caso, las imágenes se proyectaban en mi cabeza. -estaba buscando una chica para quedar, nada serio. Me sentía muy sola, necesitaba compañía. Alguien con quién ir a la peluquería. -menuda choni. -no me mires así, la peluquería tiene revistas de hace tres años y me aburren. -le di la vuelta a mis ojos. -bueno, que vi a "la" Vane y pensé, ¿de qué me suena esta muchacha? Llamé a mi hermana, que siempre está muy atenta a todo, y me dijo quién era. La acababan de echar del trabajo y apenas tenía para comer. Le propuse un plan.
-Menudas lagartas… -susurré.
-El plan era que yo me hacía con su confianza y conseguía saber dónde y cuándo estabas en cada momento del día…y todo lo demás…
-Te entiendo. Sigue. -quería terminar con aquello ya.
-El problema es que me enamoré de "la" Vane. Y mis hijos estaban encantados con ella, éramos felices los cuatro.
-Ya os vi… -dije con nostalgia. Puede que jamás volviese a ver a esos pequeñajos tan simpáticos por culpa de la avaricia de su madre y de su tía.
-Luego me caíste genial, tú y Malú. Sois encantadoras, de verdad te lo digo. Así que hablé con "la" Rami para abortar el plan. Me arrepentí. Discutimos… ella quería seguir. -parecía muy afectada. Se puso a llorar chillando. -¡yo no quería! ¡yo no quería! Pero me dijo que lo haría sin mí…
-Pudiste impedirlo. -argumenté.
-¡LO INTENTÉ! ¡TE LO JURO POR LA GLORIA DE MI MADRE QUE EN PAZ DESCANSE! -seguía berreando. No había un par de ojos que no nos mirasen. Menudo espectáculo.
-Eh, deja ya de chillar. Me voy. -dije tras oír su historia. Ya había gastado demasiado tiempo en ella. No merecía tanto.
-Perdóname, por dios. -se arrodilló, agarrándome la muñeca con fuerza. Tiré de mi cuerpo.
-Úrsula, suéltame. -me puse firme. Logré distanciarme y corrí hasta el coche. Conduje rápido hasta mi hogar. Necesitaba una buena ducha de agua fría. Fue lo primero que hice nada más entrar.
Pegué un puñetazo a la pared. Me enfadé. No entendía por qué en determinados momentos de mi vida sentía una felicidad irrevocable. Y en otros venían todas las desgracias. Por qué era todo tan extremista. Por qué no podía combinar ambas. Por qué. Por qué Úrsula dejó que su hermana me tendiera la trampa. Por qué Malú no despertaba. Volví a llorar. Últimamente lo hacía cada día. No sabía si era bueno o malo, pero lo necesitaba como respirar. Y más después de enterarme de eso. Mis lágrimas se perdieron con el agua que caía de la ducha, se camuflaban con el resto de gotas para terminar yéndose por el desagüe. Me sentía tan vacía y sola sin ella…
Al salir, vi a José y a mi madre jugando al parchís en la mesa del comedor.
-¿Qué hacéis? -reí. Estaban muy animados.
-¡Te comí! -exclamó José de Lucía. -y ahora me cuento veinte. ¡TOMA YA!
-No vale, te has contado cuatro. Son tres. -le dijo, enseñando el dado.
-Ese es tu dado, no el mío. -sonrió torcido, mostrándole el resultado.
-¡Está bien! ¡Está bien! -levantó las manos. -cuéntate veinte. -Marina, ¿juegas? -noté que me lamían el gemelo derecho.
-Eh, Danka. -acaricié su cabeza, que estaba hacia abajo. Parecía triste. Me agaché a abrazarla. Era de los pocos perros a los que me acercaba. Acaricié su lomo. Se tiró en el suelo para que siguiera. -¿jugamos? -cogí la pelota que estaba en la mesa y la tiré. Se hizo la remolona, recostándose en mis pies. -oye… ¿no quieres jugar conmigo? -ladró débilmente. Era increíble. Sabía que Malú estaba mal. -pronto volverá mamá. -le susurré.
-Si esperas a que te conteste, siéntate a esperar. -bromeó José. Le hice burla. -oye, a tu cuñado respeto.
-Sí, mi señor. -reí flojito.
-Así me gusta.
Saqué el móvil y le enseñé al animal una foto de su dueña. Se puso en pie y movió la cola muy alegre. Ladraba muy fuerte. Reímos con ella. La abracé. Su pelaje acariciaba mi piel. Antes de salir hacia el hospital, me tumbé en la cama. Necesitaba un poco de ella para empezar otra noche larguísima. Pero las sábanas no guardaban ese olor primaveral. Las sábanas se negaban a darme placer. Las estiré hasta abrirlas. Eran otras.
-Mamá, ¿has cambiado las sábanas? -le pregunté desde el cuarto con un grito.
-¡Sí! -contestó. Salí al salón enfurecida.
-¿POR QUÉ?
-Hija… -se asustó.
-ME HAS QUITADO UNA DE LAS COSAS QUE MÁS FUERZA Y ESPERANZA ME DABAN.
-Marina, tranquila. -José se levantó y se acercó a mí.
-Bueno, se vuelven a poner en cuanto se sequen…
-NO LO ENTIENDES. -chillé. -no es por la ropa de cama… es por su olor… seguía… allí. -me fui viniendo abajo conforme hablaba. Mi cuñado me aplastó en su pecho. En seguida me di cuenta de mi gran error… Me separé de su cuerpo y me agaché al lado de la silla donde se sentaba mi progenitora. Le pedí perdón. Ella se limitó a asentir. Estaba muy seria. Normal. -he tenido un día horrible… -y así les confesé la historia de Úrsula y su hermana.
-Joder. -dio un zapatazo José. -esto no se va a quedar así, te lo digo. Las denunciaremos.
-Eso por supuesto. -intervino mi madre, aún estupefacta. Y a la vez que pronunciaba esas palabras de confirmación, sonaba mi móvil.
-Marina, lo siento. -era la voz de Vanesa, más floja que de costumbre. -al final resultó que tenías razón. -me quedé callada. No sabía que decirle… Si estar bien con ella o también gritarle. El problema era que llegado el fin del día no tenía muchas más fuerzas para pelear.
-No te preocupes… no es culpa tuya.
-Te prometo que yo no sabía nada.
-Eh, te creo. -le dije para tranquilizarla, pero no paró. Continuó disculpándose una y otra vez por lo que hizo su novia. Me despedí de mi madre y el chico y subí al coche. Seguí hablando con Vanesa camino al hospital.
-Creo que la voy a dejar. -me quedé completamente muda. Si me negaba, iba en contra de mis principios. Pero si la animaba hacerlo estaba entrometiéndome en la relación.
-Verás… -titubeé, pensando en qué decir. -bueno… -oí su fresca risa.
-¿Estás bien? -reí también.
-Sí, sí. Es que no sé qué decirte, lo siento. Haz lo que creas que debes hacer.
-Me llamó solo porque era tu ex…no eres la única que se siente defraudada. -la entendía perfectamente. Vanesa no era tonta.
-Oye, tengo que dejarte. Es mi turno de "guardiana". -bromeé.
-Dale un beso de mi parte. -me pidió.

Me acerqué a ella y le besé los labios con cuidado. Empezaban a tener su natural sabor.
-Y este de Vane. -besé su moflete, ya rosado. -te he traído una cosa. Me parece a mí que es tuya… -ajusté el anillo de pedida en su dedo. Le quedaba algo suelto. -estás adelgazando demasiado… -observé su cuerpo. Habría perdido tres kilos al menos. Puse la voz de Pepi: ¡te voy a hacer un puchero que verás! Reí yo sola, esperando sus carcajadas. Pero no llegaron. -no te vas a creer… -decidí callarme. ¿Y si estaba escuchándome y se sofocaba? Mejor guardármelo para cuando estuviese recuperada. -olvídalo. Ya te lo diré cuando despiertes. -me senté y pensé sobre su posible reacción. Se pondría histérica. Me estaba empezando a deprimir de nuevo. Quería ser de hierro para ella, pero por desgracia, era tan humana como el resto. Tuve que cambiar de tema para alejar mis malos rollos. -creo que nunca te he contado cómo nos conocimos. La primera vez que nos vimos… Era una firma de discos. Esa mañana me escapé yo sola, sin nadie más. Fui en dos autobuses hasta Barcelona. No me preguntes cómo llegué… Me perdí como cinco o seis veces… Maldito Corte Inglés, estaba súper escondido. Hice unas tres horas de cola, donde conocí a gente muy agradable, la verdad. Entonces llegó mi momento. Estaba a unos diez pasos de ti, cuando el encargado me quitó la cámara para hacerme una foto contigo. Me dijo que pasara. Estaba más que nerviosa. -reí al recordarme. -temblaba. El disco se me cayó al suelo, en tu pie. Me quise morir. -reí a carcajadas. Qué estúpida era. -lo cogiste y me preguntaste mi nombre. No me acordaba… Me quedé completamente hechizada con tu belleza. Sé que ahora estarás partiéndote de risa ahí dentro. -la miré. En realidad no se movía nada. -al final lo recordé, y lo dije. Te lo tuve que repetir, porque mi voz sonaba tan aguda y bajita que no lo oíste. Nos hicimos la foto y me fui feliz a mi casa. -concluí. -¿qué te ha parecido? -le besé la mano. -luego te vi en conciertos, y en otras firmas, no tan ajetreadas como esta… -reí. -y bueno, después te canté a las espaldas, y te giraste porque…

-Tenemos una historia preciosa… 

domingo, 7 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 18. SOBRELLEVÉ.

Mi móvil parecía que había vuelto atrás en el tiempo. Como si de repente hubiese ganado "La Voz" otra vez. No paraba de sonar. Una y otra y otra vez. Era un agobio. Nuestros amigos, que eran tantos…, no querían perderse un detalle del estado de salud de Malú. Y es que nos había cambiado la vida a todos.
La llegada de Li al hospital fue muy especial. Muy especial porque se echó a llorar al verme. Me abrazó como pudo.
-¿Cómo lo llevas? -me preguntó.
-Lo intento sobrellevar... -reí. -¿y tú? -le sequé las lágrimas.
-Bueno, ya estoy mejor. He pasado unos días chungos…
-Sí, ya sé… -me lo imaginaba.
-Si no, hubiera venido antes. -volvió a achucharme. -lo siento.
-Tranquila. Tienes que ocuparte de otra personita más importante. -palpé su barriga.
-No puedo pasar a verla, ¿verdad? -bajó las cejas tristemente.
-Se supone. -sonreí. -cuando esto esté más despejado de médicos te cuelo. -le guiñé el ojo.
-Pero si ellos dicen que no tenga visitas… será porque es mejor para ella. Deberías hacerles caso.
-No quieren visitas porque esto se colapsaría, y no quieren. -argumenté, mirando de un lado a otro. No había moros en la costa. Agarré el brazo de Li y nos metimos en la habitación, donde estaba José contándole una anécdota de cuando eran pequeños.
-¡Como te pillen verás! -exclamó asustado. -estás hecha ya una experta.
-Cállate, anda. -bromeé. Miré a Lidia. Su cara de impresión era un poema. La verdad es que al principio costaba hacerse a esa imagen de Malú. Porque no era Malú, vaya. Era todo lo contrario.
-Joder… -se llevó las manos a la boca. Acaricié su costado, rodeando su espalda. La llevé a su lado.
-Os dejo a solas. -susurró mi cuñado, que salió por la gruesa puerta.
-Ma…malú. -tartamudeó. -¿me oye? -me miró. Sus ojos estaban entristecidos, pero brillaban.
-Nadie lo sabe. -me encogí de hombros. -pero yo le hablo siempre, por si acaso. -se quedó callada, observando muy atenta a mi prometida. Le agarró con cuidado la mano y la llevó a su barriga.
-Está creciendo. -sonrió. -espero que puedas notarlo. -deseó. -no para de moverse. -yo también me preguntaba si notaba algo. Si llegaba a procesar algo de lo que le decíamos. Si sentía que la estábamos apoyando.
 No estuvimos mucho tiempo allí, por miedo a que nos pillasen. Li y yo hablamos durante un buen rato en la cafetería. A penas había gente. Unas cinco personas sentadas alrededor de la barra.
Después de marcharse, encontré a mis suegros y a mi madre en la sala de espera. José debía seguir  junto a su hermana. Al lado de ellos, una ropa amontonada. Pepe jugaba con un objeto muy pequeño en la mano.
-Toma. -en el centro de la palma de su mano había un anillo. El anillo. Ese que se ahogó entre lacasitos. Ese con el que le había pedido matrimonio. -lo llevaba el día del accidente. -miré la ropa. Era suya. Lo guardé en mi bolsillo con cuidado. Agradecí que me lo dieran, y me senté junto a ellos. -puedes llevarte su ropa y dejarla en casa. -acepté con la cabeza. La cogí. Aún olían a ella. La abracé. No me separaría de esas prendas hasta dejarlas en buen lugar.
-Nosotros nos vamos a descansar. -me dijo Pepi, se levantaron de sus asientos. Menos mi madre, que seguía bebiendo café.
-Yo me quedo contigo, cielo. -me informó.
-Está bien. -dije. Y me despedí de mis suegros. Llegó el silencio y la incomodidad de estar a solas con mi madre. Un hecho que no debería producirse, porque era mi madre, básicamente. Pero bueno, nuestra relación había tenido muchos baches. Era muy extraña.
-Pronto la tendrás en casa. -rompió el hielo. -seguro. -asentí desganada, sin llegar a mirarla. Todo aquello era demasiado duro para mí. ¿Por qué la vida se comportaba tan mal conmigo? ¿Por qué? ¿Alguna vez conseguiría ser feliz del todo? ¿O jamás dejaría de darme golpes? Empezaba a cansarme de sufrir tanto. A mí no me funcionaba eso de "lo que no te mata te hace más fuerte". Era tan débil. Tan sensible. Y desde que nací no he parado de estamparme ni un solo momento. Tiré la servilleta cabreada al vaso de café que tenía en la mano. -¿qué ocurre? -acarició mi muñeca. Me aguanté las ganas de llorar.
-Estoy harta… -mi voz se quebró. Me levanté enfadada e intenté salir corriendo, pero ella me frenó, tirando de mi brazo. Un recuerdo me vino de golpe. Era pequeña, no tenía más de 5 años. Iba a cruzar la carretera, mi madre tiró de mi extremidad de la misma forma. Cuando entonces, un coche a toda velocidad pasó delante de mis narices.
-Eh, tranquila. -me abrazó, intentando calmarme. -está mucho mejor, se va a poner buena enseguida. No llores.
-No es por eso. Es por todo. Es por este maldito mundo… Todo me tiene que pasar a mí. Todo. 

-¿Estás ya mejor? -me preguntó, dándome el tercer vaso de agua.
-Sí. -aunque en realidad solo tuviese ganas de encerrarme en la habitación de Malú y mirarla hasta aburrirme. Me sequé el sudor de la frente con mi propia camiseta.
-Hola. -en el pasillo apareció Úrsula. Me extrañó demasiado que no viniese con Vanesa. Parecía nerviosa. ¿Habrían discutido? -no, no te levantes. -me dijo amablemente. Se sentó a mi lado y me dio dos besos. Mascaba chicle muy rápido, eso me desquiciaba.
-Bueno, yo voy a estirar las piernas. -intervino mi madre, que se marchó nada más decirlo.
-¿Cómo estás? -preguntó preocupada. -ya me lo imagino. -se contesté ella misma. -¿y ella?
-Evoluciona. -moví la cabeza de un lado a otro.
-Eso está bien. -movía sus piernas rápidamente, haciendo sonar los tacones en el suelo.
-¿Te pasa algo? -me atreví a preguntar, mirando sus zapatos. Rió.
-Sí. Pasa que te tengo que contar una cosa importante. No sé por qué me río, no tiene ninguna gracia. Pero bueno. Joder. -empezaba a asustarme.
-¿Qué le has hecho a Vanesa? -intenté hacer de adivina.
-No, no es Vanesa. Vane está perfecta. -el chicle desapareció. O había dejado de masticarlo, o se lo había tragado. -verás… probablemente ésta sea la última vez que hables conmigo.
-Me estás… -me cortó para seguir.
-Quiero que sepas que lo siento mucho. Siento vivir sin pensar.-aquella frase se quedó colgada en mi mente, rebotando por las paredes de mi cabeza. Me aterraba la idea de una mala noticia. Otra más…
-Estoy pasando por los peores días de mi vida. Espero no tener que aguantar otra mierda más. Así que más vale que no me enfades demasiado. -sonó borde. Demasiado borde. Pero mi situación, mi estado de ánimo, y mi cansancio acumulado, rebozaban los límites. El resto me daba igual. Solo me importaba ella.
-Entiendo. -zapateó aún más rápido. Giraba su vista a lo largo de la sala. Evitaba mis ojos verdes.
-Cuando quieras. -me crucé de brazos. Lo cierto era que al principio no me gustaba nada esa mujer. Pero se había ganado mi confianza conforme la fui conociendo. Me demostró que no era la persona que creía. Si ahora estaba a punto de confirmarme que tuve razón, que esa primera impresión sobre ella era correcta, me sentiría la chica más estúpida del mundo por no dejarme llevar por mis advertencias. ¿Qué demonios tenía que decirme?
-Ramira es mi hermana. -dijo, mordiéndose el labio.
-¿QUÉ? -enfurecí. Me levanté de un tirón de la silla y me llevó las manos a la cabeza. No podía creerlo. ¿Había alguien de mi lado? ¿O todos pensaban ir contra mí?
-Déjame que te lo explique. -respiraba aceleradamente.
-No me digas que tú estás detrás de eso. Por favor. No me jodas. -que fuera su hermana no significaba nada.
-Sí… fue idea mía. -sus palabras me hirieron. Destrocé el vasito marrón de café.
-¿POR QUÉ? ÚRSULA, ¿POR QUÉ? ¿QUÉ TE HEMOS HECHO? O sea, flipo. Tus hijos se llevan bien con nosotras. Te los cuidamos… Pensé que te caíamos bien. ¿POR QUÉ ME HAS HECHO ESTO? -no podía entenderlo. No entendía su traición.
-Marina, por favor, siéntate. Déjame que te lo cuente todo, y luego si quieres desaparezco para siempre.

-Ojalá nunca hubieses aparecido… -suspiré, deseándole todos los males del universo. 

viernes, 5 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 17. DONDE QUIERA QUE ESTÉS.

No me salía la voz, me era imposible hablar. Intenté controlar los ríos que salían por mis ojos, al recordar los consejos del especialista. Quizás Malú estaba escuchándome. Aunque era demasiado pronto para que eso. Me relajé como pude sin despegar mi frente de nuestras manos. Besé la suya.
-Sé que ha sido todo culpa mía. -susurré. -perdóname. -la miré. Sus párpados estaban muy quietos. Estaba enganchada a unas máquinas que pitaban constantemente. Probablemente la mantenían con vida. Una de ellas controlaba sus constates vitales. -pero voy a cuidar de ti. -le prometí, aunque en cierto modo sentía que hablaba sola. -y no me voy a mover de tu lado. -acaricié la palma de su mano. -te lo juro. -me senté en la silla que había junto a la camilla y me quedé mirándola sin decir nada. Jugaba con sus dedos, repasaba su tatuaje con mi índice una y otra vez. -hay mucha gente ahí fuera. -sonreí. -estamos esperando a que despiertes. -esperé una imposible respuesta. -y sueltes tu discurso sobre el optimismo y las ganas de vivir. -reí.
Anulé mis próximas citas. Firmas de discos, conciertos, entrevistas. Paralicé por completo mi nuevo disco. Había algo muy importante antes que éste. Estaba ella. Quería centrarme de lleno en su cuidado. Dejé todos mis compromisos de lado, a pesar del razonable enfado de los productores. Discusiones y más discusiones. La promoción era vital para que hubiese buenas ventas. Era normal su cabreo. Conseguí hacer un acuerdo con ellos. En realidad fue gracias a Mari. En cuanto Malú estuviese recuperada, reiniciaría la agenda por donde la había dejado. La palabra era pausa. Una pausa en mi carrera.
No perdía ni un segundo a su lado. Las visitas estaban restringidas, solo podíamos pasar los familiares más cercanos. Sus padres, su hermano, y yo. Aunque colamos a Vero una de las veces que vino a verme. Era su mejor amiga y estaba tan rota como el resto. Nos turnábamos para entrar, de forma que en ningún momento estaba sola. Los médicos estaban muy contentos, pues parecía mejorar con el paso de los días. Tardaría poco en eliminar el resto del tratamiento, y así, volver a ser ella. La mujer que me había enamorado.
-¿Cómo está mi princesa? -le susurré nada más entrar. Empezaba a acostumbrarme a hablar sola. -veo que estás mejor. -sonreí. Algo en su rostro parecía estar cambiando. Como si de repente tuviese más color. Alegría. -no tengo muchas cosas que contarte hoy. -me acomodé en el sitio de siempre y entrelazando nuestros dedos. -bueno, creo que me vas a matar. -reí. -he cancelado toda la promoción del disco. -por un momento pensé que despertaría de golpe y me daría una hostia. -tú me necesitas más que nadie. Y he decidido darte todo mi tiempo y dedicación. -me levanté y me acerqué a sus labios. Los rocé con los míos. Cerré los ojos y permití que se uniesen. -cómo los echaba de menos… -aproveché el viaje a su rostro para dejar un beso en su frente. -tu serie favorita empieza esta noche. -le informé.-podríamos verla juntas, como siempre. -sonreí al recordar aquellas noches frías, con mantita. -me temo que hoy vas a tener que aguantarme toda la noche. He conseguido que tus padres salgan del hospital. -sonreí, volviendo al asiento. -me ha costado. -reí. Me quedé un tiempo observándola. -podrías decir algo… -suspiré. El tiempo pasaba lentamente, en silencio. En el silencio interrumpido por la máquina. Deseaba una señal por su parte. Un movimiento insignificante. Algo. -he traído la guitarra. -le eché un vistazo. José la había traído, como ordené. -estiré mi mano hasta donde se encontraba. Me deshice de la dura funda y la puse sobre mis piernas. Di unos cuantos toques sin ton ni son. -está muy desafinada. -cogí el afinador que traía y conseguí que las cuerdas hicieran música. Música agradable. Rasgué y punteé sin sentido. Siempre lo hacía. Manías mías. -¿qué quieres que te toque? -la miré. Seguía inmóvil. -está bien. Yo decido. -comencé a tocar una de las canciones más exitosas de Pastora Soler, por el simple hecho de que pegaba en ese momento. Te despertaré.
-“Te despertare bajo un cielo de auroras
te despertaré cuando estemos a solas
abrázame no te soltare sigo aquí a tu lado no te dejare
mientras tenga un corazón por ti andaré…”
Tocaba y cantaba muy bajito, tenía miedo de que le molestase. Aunque también me aseguraba de cantar lo suficientemente fuerte para que me oyera.
-Como sigas así de dormilona voy a tener que llamarte “bella durmiente”. ¿No crees que ya va siendo hora de que te levantes? ¡Eh! -le di con el dedo índice en el costado. No reaccionó. Era de esperar. Le hice cosquillas en los pies. Recordaba que no lo soportaba. Tampoco se movió un milímetro. Me di por vencida. Acomodé mis pies en el filo de la máquina. Eché la espalda hacia atrás y seguí tocando notas. Al menos así tapaba el molesto pitido de las constantes vitales. La observé fijamente sin cesar mis dedos. Me pregunté en qué lugar se encontraría su alma. Si seguía en ese cuerpo derrochador de belleza… Había visto documentales en los que los pacientes en coma paseaban por un túnel, camino al más allá. Y que antes de cruzar la línea, volvían a su cuerpo. Pero no estaba demostrado. Yo rogaba que estuviese ahí. En la camilla, que sintiese el calor de mi mano. ¿Le molestaría ese tubo entre sus labios y la nariz? ¿Y los cables de su alrededor? ¿Y el dolor de la muñeca? ¿Oiría la melodía incansable de la máquina? ¿Sentiría mi música? ¿Me sentiría a mí? -va a empezar nuestra serie. -la avisé. -¿quieres que la veamos? -le pregunté. La desilusión llegó a mí, pues una vez más, me sentía estúpida haciéndole preguntas. Me tumbé a su lado, pasando mi brazo por encima de su cabeza con cuidado de no desconectar ningún cable. Me sentía un poco Tom Cruise en Misión Imposible. No estaba cómoda, ni mucho menos. Estaba entre caerme encima de ella, o caerme al suelo. En ese pequeño hilo. Me mantuve, aunque no creí que durase mucho tiempo. Busqué la serie online y la puse en el móvil. Lo sujeté en el aire. De vez en cuando, dejaba caer un beso en su pelo. Lo solía hacer siempre que veíamos la televisión… -¿qué te ha parecido? -le pregunté mientras guardaba el Smartphone. -sí, ha sido un poco aburrido. -comenté. Acaricié su brazo derecho. Lo tenía abandonado, pues el izquierdo me pillaba al lado de mi habitual asiento. -¿quieres que me quede aquí contigo? Está bien… me quedaré. -me sentía una loca. Pero si aquello la ayudaba, sería la persona más loca del mundo. Solo quería que se recuperase de una vez. No quería nada más en este dichoso mundo. Me empezaba a doler todo el cuerpo. Nos adentramos en la noche, que se presentaba muy calurosa. El verano estaba empezando a saludar. -¿sabes? Creo que tu hermano tiene una amiguita nueva… No suelta el móvil en todo el día. No consigo sacarle nada… pero estoy segura de que en cuanto te levantes de esa camilla lo vas a averiguar. -cotilleé. -tú eres la experta en estas cosas. -le recordé. -ah, Vanesa ha estado aquí esta mañana con los peques. Me han dicho que te esperan para jugar otra vez. Úrsula no ha podido venir, pero te manda fuerza. Tampoco hace falta que te informe de las cientos de personas que se ponen en la puerta del hospital todos los días… Ni de la de gente que te manda apoyo por las redes sociales. Tienes al mundo pendiente de ti… He perdido la cuenta de los TT´s que llevas conseguidos… Sigues siendo una chica de récords. -le conté entre bostezos. -no sé si lo has notado, pero tengo mucho sueño. -volví a ensanchar mi boca.
Desperté muy temprano, eran casi las seis. Tenía el brazo dormido, el cuello chillaba de dolor. Me bajé de la camilla y me senté en la silla después de darle un beso y los buenos días. A pesar de aquel malestar de mi cuerpo, mi mente estaba abierta por completo. Tenía unas ganas raras y aterradoras de componer. A lo mejor el olor asqueroso de hospital me inspiró. O el respirar artificial de mi chica.
“Mientras te bates entre la vida y la muerte
Mientras tus ojos deciden no verme
Mientras tu sonrisa sigue inerte
Yo estoy aquí, a tu lado
Siempre lo he estado
Te cuento cosas al oído
Te canto canciones sin sentido
Sin dejar de mirarte
Sostengo tu mano con el deseo de despertarte
Echo de menos
Tus cariñosos susurros
Tu voz ronca y seductora
Echo de menos
La estúpida sonrisa que ponías al amanecer
Cuando no teníamos nada qué hacer
Quiero que me devuelvas
Esas noches contemplando las estrellas
En las que solo estábamos nosotras y ellas.”

-Pronto llegará tu papi. -la avisé. -y tendré que irme. -le agarré la mano. -prométeme que despertarás cuando esté contigo. Que me esperarás. Por favor… -un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo, desde la mano hasta los pies. Desde los pies hasta mi cabeza. Ni yo misma podía asimilarlo… Había respondido. Había movido los dedos. Había apretado mi mano. La miré rápidamente. Seguía tan quieta como siempre. -¡amor! -pero no hubo otro signo. -hazlo otra vez. Vamos. -la animé. Pero no volvió a hacerlo. Seguía igual. Salí corriendo de la habitación para avisar a los médicos. Volaron para verla. Yo no cabía en mí de la emoción. Llamé a todos para contárselo.
-¿CÓMO HA SIDO? -llegó su familia, muy nerviosa.
-Pues… pues… -yo seguía temblando. Me había afectado muchísimo. -le pedí que cuando despertase, lo hiciera a mi lado. Lo hice con un “por favor”. Entonces, noté que me apretaba la mano… -expliqué.
-¡Ay, dios te bendiga! -no era la primera vez que Pepi me deseaba eso. Era parte de su vocabulario. Me abrazó, achuchándome en su pecho. Apenas había oxígeno. No paraba de reír. Contagié mi risa al resto. Otra gran noticia. Todo parecía ir relativamente bien. Estaba tan contenta de ser la primera que había obtenido una respuesta suya… Recordaría aquello para siempre.