lunes, 7 de abril de 2014

Capítulo 59. BLANCO Y NEGRO.

Eran casi las cuatro de la mañana. Li me llevó rodeando mi cintura hasta la cama. La había deshecho y preparado para que me acostase. Me sentó en el borde con cuidado y yo me eché hacia atrás. Estaba exhausta. Me había hecho demasiado mal eso de emborracharme. Me di la vuelta y quedé boca abajo. La cabeza me iba a reventar en cualquier momento.
-No te vayas. -le agarré la mano sin mirarla. Se sentó y acarició mi pelo, que tapaba toda mi cara. No pude evitar volver a sollozar. Cada recuerdo me arañaba. Solo sentía ganas de morirme.
-Tranquila. -me susurró, acercándose a mi oreja. -estoy aquí contigo. -sus palabras me ayudaron. Parecía una estupidez… pero fue la mano que sostuvo mi caída a un abismo infinito. Me aferré a ella lo más fuerte que pude. -tranquila. -repitió. Cada vez que lo decía, una gota de vida me llegaba. Me acarició la cara, apartando el pelo que la cubría. Me cerró los párpados. -duérmete. -me pidió. Calmé mi respiración. Las lágrimas pararon de salir. Habría agotado el suministro otra vez… Se tumbó de lado, abrazándome. No sabía cómo, pero con su pequeño cuerpo me hizo sentir protegida. Encontré en sus brazos el refugio que necesitaba. Cuando ya estaba totalmente calmada, otra vez apareció ella, esta vez me llegó al olfato. Las sábanas seguían impregnadas de ella. -¿qué pasa ahora? -me preguntó al oírme llorar de nuevo.
-Huele a ella… -sollocé.
-¿Quieres dormir conmigo? -me preguntó, secando las gotas que resbalaban por mi rostro enrojecido. Asentí. Me pasé la noche abrazada a ella. Necesitaba a alguien y ella estuvo conmigo una vez más. Siempre. No me había fallado.
El día siguiente fue aún peor. Me levanté a la hora de almorzar chorreando en sudor y con un taladro en mi cabeza que me impedía pensar. Mis párpados se habían quedado pegados. Ellos tampoco querían vivir en aquel mundo de mierda. Un mundo que se había quedado hecho trizas. Querían seguir cerrados para no asumir que ella no estaba a mi lado.
-Ya era hora. -me dijo Li al verme atravesar el salón. Estaba limpiando los muebles, como cada fin de semana. Parecía algo común, aunque no era otro domingo más. Era un domingo sin ella. -¿has dormido bien? -no contesté. La respuesta era obvia. -Oye, intento normalizarlo un poco…
-Ya lo sé. -dije, buscando la caja de ibuprofeno. -no sé cómo voy a agradecerte lo que hiciste anoche por mí.
-Idiota. -rió. -sabes que puedes contar conmigo siempre. -me sonrió. -ven aquí, anda. -nos fundimos en un fuerte abrazo. Mi mayor problema, mi mayor miedo. La soledad. Era incapaz de quedarme sola. Necesitaba siempre a alguien… Quizás si en el momento que me dejó hubiera estado acompañada, no me habría emborrachado. No habría llegado a ese punto. Pero lo hice. Era incontrolable.
-Se ha ido tan de repente… -moqueé.
-Eh, no empieces otra vez. -me dijo Li, que ya me veía al borde de derrumbarme de nuevo.
-Es que… si hubiera una razón… Porque si no estuviéramos bien lo entendería. Lo habría visto venir… Pero es que ha sido muy rápido... -Lidia suspiró al escucharme. No supo que decir. Estaba tan impactada como yo.
-Seguro que en dos días vuelve corriendo. Era muy feliz contigo.
-¡Por eso no sé por qué me vino con eso anoche! -exclamé pegando un puñetazo. -Odié que no me diera una explicación. Joder, aunque fuese mentira. Ahora me pasaba el día dándole vueltas.
-¿Por qué no quedas con ella? -me propuso. No se me había pasado por la mente. Cogí el móvil y miré su whatsapp.
-No se conecta desde antes del concierto…
-Prueba a llamarla. -dijo. Me dispuse a ello. "El teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura". Lo tiré contra la mesa de la misma rabia.
-Sácame de aquí. -le pedí a mi mejor amiga.-necesito despejarme. Hagamos cualquier cosa.
Después de comer, a eso de las cinco, nos montamos en el coche. Le pregunté que a dónde íbamos, pero no me contestó. Le encantaba eso de sorprenderme.
Me encontré a todos mis amigos muy bien arreglados. Estaban junto a la cartelera del cine.
-¿Te apetece ver una peli con tus coleguis? -me preguntó sonriente. Me parecía un plan perfecto. Palomitas, película, gente, risas. Me senté entre Quique y Vanesa.

-Me he enterado de lo de Malú. Lo siento mucho. -me susurró la que había sido el amor de mi vida.
-¿Cómo?
-Li nos lo ha contado. -la muy cotorra… no se podía callar. Bufé. No me apetecía hablar de ello. Había salido precisamente para olvidarme. -espero verte más por el bar.
-Si prácticamente no paso por casa… ¿cómo quieras que vaya al "rincón"?
-Qué diva estás hecha. -soltó espontánea. Yo no pude evitar que saliese una carcajada. Los espectadores me mandaron a callar. Enrique me lanzó una palomita que dio en mi ojo.
-¡Ah! -me quejé. Le metí un codazo. Necesitaba eso. Diversión. Alejarme de la melancolía que me rondaba. Por ello, alargué la quedada lo más que pude. Les invitamos a cenar a casa, cena a la que asistió López.
-¿Qué tal estás? -me abrazó.
-Ahí vamos. -reí tímidamente. En realidad fatal.
-Se arreglará, estoy seguro. -chocó mi mano.
La noche se sucedió contando anécdotas viejas. Pasamos un buen rato. Me hablaron del concierto que di la noche anterior. Según ellos, lo hice más que genial. Que estuve enorme. Pero cada vez que oía la palabra "concierto", se me venía la imagen de su silla vacía. ¿Cómo podía echarla tanto en falta? Había pasado de ver la vida en color, a verla en blanco y negro.
 -¿Os habéis enterado de lo del padre de Lorena? -dio un golpe repentino Gloria en la mesa. Ella era una de sus mejores amigas.
-¡Ostias, sí! ¡Qué fuerte! -opinó Jessy.
-Joder, soltarlo. -me desesperé. Ellos rieron.
-Cómo ahora ya no estás por el barrio pues pasa lo que pasa, que no te enteras de nada. -me lanzó una pullita Leire, la novia de David.
-Se ha cepillado a la frutera. -me eché a reír. Las carcajadas se amontonaban en mi garganta para salir. Fue la manera espontánea de decirlo de Quique lo que me acusó tanta risa. -cómo de "loser" tiene que ser para tirarse a una frutera de un barrio cutre siendo político. ¿Hola? ¿Me cuentas tu vida? -volví a descojonarme. Gracias a esta risoterapia extraña que estaba haciendo pude liberarme de la tensión acumulada que soportaba.
-Lo peor es que su mujer se ha enterado y lo ha echado de casa. -añadió Glo. -Lorena lo ha acogido en su casa, no le ha quedado otra.
-¡Y se le cortó el rollo! -rió bruscamente Quique, que había ido detrás de ella durante mucho tiempo y no le hacía caso. Lorena no quería parejas, no quería enamorarse. Vivía la vida loca. Cada noche un hombre nuevo ocupaba su cama.
-La pobre está de sequía extrema. -aportó Jorge.
-Ay, qué penita. -dijo Li. Ella tan buena como siempre.
-No, eso le pasa por puta. -Enrique le tenía un rencor guardado importante. Se formó un murmullo después de decir aquello. Yo seguía riéndome. Lidia me miraba contenta. Había conseguido alejarme del malestar y la depresión.
Cuando se fueron todos, miré el móvil. Una llamada perdida de "El cuñi molón". Reí al ver el nombre, él mismo lo había puesto. ¿Quién sino?
Me quedé mirando la notificación. No sabía si devolverle la llamada o acostarme. Le di unas cuantas vueltas al móvil. Tarde o temprano iba a caer… así que, marqué su número.
-¿Cómo estás? -preguntó nervioso.
-¿Cómo quieres que esté…? -dije decaída, colocándome en la cama. Mi compañera de piso se había encargado de cambiar las sábanas del dolor. El dolor que me producía su olor. Su aroma me resquebrajaba por dentro. Me traía miles de recuerdos. Era un placer dañino.
-Mi hermana es idiota. Te lo juro. -parecía alterado. -me lo ha contado y me he quedado flipando. -me quedé en silencio. No sabía que contestarle. Tenía toda la razón.
-¿Te ha contado por qué me ha dejado?
-Que va… ¿por?
-Ni idea… Simplemente me dijo se acabó y se largó.
 -¿QUÉ? -se sorprendió. -¿en serio?
-Totalmente en serio… -la voz fue perdiendo fuerza conforme terminaba la frase.
-En cuanto la vea la mando al rincón de pensar, como a nuestro hermano. -reí. -No, no te rías. Se ha comportado como una niña pequeña, sinceramente. Te pido perdón…
-Tú no tienes que pedirme perdón, idiota. -reí.
-Oye, afloja las confianzas, eh. -volví a reír.
-¿Cómo está ella…?
-Fatal. Destrozada. Rota. -me partí en dos. Los tres adjetivos me congelaron la garganta. -nunca la había visto tan mal por una relación…

Al colgar me tapé con las sábanas. Cerré los ojos. La segunda noche sin ella. Sin sus buenas noches, sin sus besos, sin ese te quiero antes de dormir, sin su cuerpo abrazado al mío aportándome calor, sin su piel pegada a la mía, sin sus ojos que alumbraban la oscuridad de la noche, sin sus susurros que cortaban el silencio, sin aquella forma de pestañear, sin su sonrisa infinita, sin sus dedos acariciando mi espalda, sin su manera particular de arrastrarme a ella con sus pies, sin la ilusión de que al despertar la vería. Pero sí tenía una cosa de ella esa noche. Su ausencia mortífera. 

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