Pasamos la tarde bajo aquel árbol donde floreció nuestro
amor. Risas, tonteo y más de un beso, ese fue nuestro día.
-¿Es muy normal que en vez de mocos tenga estalactitas que
me cuelgan de la nariz? -pregunté, haciendo la gracia. Dio carcajadas. Adoraba
su risa.
-La verdad es que hace un frío de muerte. -dijo,
arrecucándose en mi cuerpo. Tenía mi brazo rodeando su hombro y ella abrazaba
mi tronco.
Vimos que hora era, las nueve y media. Se nos había pasado
el día volando. Salimos de aquel lugar mágico con la sensación de que jamás
olvidaríamos aquel maravilloso momento. Miré al árbol una última vez y sonreí.
-Qué oscuridad... -observó Malú.
-Mejor... -dije, cogiéndole la mano. -Así nadie nos verá.
-Eso es algo de lo que quería hablarte. -dijo muy seria
mientras miraba al suelo, camino del coche. -me gustaría que lo mantuviésemos
en secreto de momento. -asentí, no muy convencida. No estaba acostumbrada a
esconderme, y no me gustaba nada.
-Entiendo... -suspiré. Miró para ver mi reacción. Me quedé
pensativa... traté de entenderlo. Su vida estaba muy controlada por los
productores, estaba en una especie de burbuja y yo lo debía respetar si quería
estar con ella. -no te preocupes, me parece bien.
-¿De verdad...? -me agarró con fuerza la mano.
-Con tal de estar junto a ti... -le guiñé el ojo. Sonrió.
-Ahora mismo te estrellaba contra el coche y...
-¿Y...?
-Tira para dentro, anda. -rió, haciendo un gesto con la mano
para que me subiera en el vehículo.
Llegamos a casa y al decirle que iba a preparar la cena...
me acordé de que no había nada comestible.
-Mierda. -dije abriendo el frigorífico. Me asomé al salón.
-no tengo nada que sea digerible. A no ser... que quieras vomitar durante toda
la noche. -rió ante mi absurda pregunta.
-Pues entonces te comeré a ti. -se levantó del sofá y puso
los brazos sobre mis hombros. Me besó dulcemente. No sé como lo hacía, pero me
ponía la piel de gallina cada vez que entraba en contacto con su boca, al igual
que cuando la oía cantar.
-Si me voy a buscar algo de comida... ¿te irás?
-Probablemente. -bromeó.
-Entonces te ataré a la pata del sofá. -se echó a reír. -no
tardo. -volvió a besarme ante mi promesa.
Mientras iba por el ascensor, miré el WhatsApp.
-Por fin me contestas... ¿puedes pasarte por el bar? -había
olvidado que iba a quedar con Vane. Aparté la idea de pasarme por un chino a
por comida, me llevaría algo de "Rincón Musical". Sentí un hormigueo
en el estómago... no sabía cómo iba a reaccionar cuando la viese...
Me situé frente a la puerta. Algo me decía que huyera y volviera
a casa. Debía enfrentarme a aquello y cuanto antes, mejor.
-¡MARINA! -unas amigas corrieron a abrazarme. Mientras me
besuqueaban y me daban la enhorabuena, vi como sonreían sus tíos, y a ella. Tan
guapa como siempre. Estaba detrás de la barra, petrificada. No parpadeaba
mirándome.
-Os echaba de menos. -les dije.
-¿Qué tal? -me preguntó una de ellas.
-Genial, genial. -me hice paso. Nata y Pedro vinieron a
saludarme. También nos fundimos en un abrazo.
-Sé que haces un gran esfuerzo en venir, muchas gracias. -me
susurró mi tía postiza.
-No podía decir no... os debo mucho. -y entonces llegó el
momento que tanto temía. No sabía que hacer... si darle dos besos, si abrazarla
o no.
Pasé por delante suya y nos metimos en la despensa. Seguía
igual de impresionada al verme. No decía nada. Me asomé a la puerta.
-Nata, ¿puedes ponerme dos platos de lo mejor que tengas y
dos cervezas para llevar?
-Claro. Invita la casa.
-Gracias. -le sonreí. La cerré.
-¿No vas a decirme nada? -le pregunté. Los minutos pasaban y
ni siquiera se movía. Comenzó a llorar y se echó en mi hombro. No la abracé, ni
la acaricié, como siempre había hecho cuando lloraba. Dejé los brazos caídos.
-Perdóname... -suplicó entre sollozos.
-Está bien... -dije al fin, para que dejara de llorar. -Pero
no voy a volver contigo. Me hiciste mucho daño y por dos veces.
-Lo sé y estoy muy arrepentida... vuelve conmigo por favor,
no lo volveré a hacer.
-Eso dijiste la otra vez...
-Pero es que ahora me he dado cuenta de lo importante que
eras en mi vida... y que fui una gilipollas... Marina eres lo mejor que me ha
pasado. -siguió llorando. -por favor, vuelve a mí. Sin ti no puedo seguir.
-Vane, en serio, déjalo, es inútil. He venido para decirte que si quieres
podíamos ser amigas. Tienes que entender que no puedo volver contigo. Estaba
casi en un sueño, sabías lo mucho que deseaba participar en el programa y lo
ilusionada que estaba cuando pasé las pruebas...
-Yo... -me miró con los ojos encharcados y enrojecidos. -no
creo que pueda ser solo tu amiga después de todo este tiempo juntas...
-Pues entonces yo aquí no pinto nada. -abrí la puerta, pero
me agarró de la camiseta tirándome hacia ella. Me dio un beso en los labios.
-Esto sí que no te lo perdono... -me enfadé y salí. Cogí la
bolsa que tenía Natalia en las manos y le di dos besos. -dile adiós a Pedro de
mi parte, yo me voy... -Vanesa corrió detrás de mí. Me monté en el coche y me
preguntó desde la ventanilla para quién era la otra cerveza.
-Para la persona que me sacó del huracán en el que tú me
metiste... -le chillé, para que pudiese oírlo. Conducía y a la vez no dejaba de
repetirse la escena en mi memoria... No podía dejar de recordar sus lágrimas
corriendo por sus mejillas. Miré por el retrovisor, estaba quieta en la acera,
justo donde estaba el coche estacionado.
Aparqué lo más rápido que pude y subí las escaleras.
Necesitaba verla. Ya.
-¡Me muero de hambre! ¿Se puede saber dónde has estado? ¿Me
traes comida de Venus...? -me chillaba desde el salón. Parecía imposible
sacarme una sonrisa hace cinco segundos, pero ella lo consiguió, una vez más.
Era la chica que necesitaba en mi vida.
Corrí hacia a ella y la cogí en brazos, dándole tres vueltas
en el aire con sus manos frías en mi cara y las mías en su cintura.
-No vuelvas a separarte de mí tanto tiempo. -me pidió,
seguido de un buen beso. -te estás convirtiendo en una droga.
-La droguita es mala, Malú. -dije con voz de niño pequeño.
Se echó a reír mientras veía que había traído de cena. Vio la bolsa y preguntó
qué sitio era ese.
-El bar en el que trabajaba antes... -le comenté con
nostalgia. -y sí, he visto a Vanesa.
-¿Y qué ha pasado? -me miró intrigada. Observó que no estaba
cómoda con ese tema. -no tienes por qué contármelo si no quieres...
-Sí, sí que voy a contártelo. Ahora eres mi novia y no
quiero que haya secretos entre nosotras. -le conté todo. Desde que llegué, sus
lágrimas, sus palabras, aquel beso y el chillido que le pegué desde el volante.
-¿Y tú que sientes? -me preguntó con la boca llena de
mayonesa.
-Que eres más fea de lo que pensaba. ¿Tú te has visto los
morros? -se echó a reír. Le pasé la servilleta delicadamente por la boca. Se
quedó mirándome, con una enorme sonrisa. La besé en los labios.
-Me cuesta mucho no besarte cada vez que sonríes... -le
confesé.
-A mi no me importa que lo hagas. -ante su reacción, volví a
besarla.
-No te dejo ni comer.-reí.
-Con lo que a mí me gusta comer. -se llevó un trozo a la
boca. A los dos segundos me eché a reír, mal pensando su comentario. -guarra.
-me dio una patada por debajo de la mesa.
Después de la improvisada cena, nos sentamos para ver una
película.
-A ver que tienes... -pasó su dedo índice por todos los DVD
de la vitrina.
-Mi peli favorita es Titanic, eso sí que es una buena
película.
-¡Me encanta! -la sacó y me la tendió. Le pedí que tomara
asiento. Mientras cargaba, hice unas palomitas.
Volví al sofá junto a ella. Me eché hacia atrás y me rodeó
la cintura con su brazo. Dejó caer su cabeza en mi hombro y disfrutamos de un
clásico del cine arropadas por una manta de pelo.
-Si sigues haciéndome cosquillas voy a quedarme sopa. -me
susurró después de que llevara unos quince minutos deslizando mis dedos por su
brazo.
Y así fue. Se quedó dormida antes de que el barco se estampara con el iceberg... Pensé en cogerla y llevarla en brazos hasta la cama... pero no recuerdo cómo fue, que yo también me quedé dormida con ella en mi regazo en aquella noche fría de diciembre.
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