Antes de irnos del recinto, la
banda quiso darnos un poco más de su apoyo. Recibimos abrazos y deseos. Les
agradecimos el gesto, pero queríamos salir de allí y volver al hospital.
¿Habría novedades?
Aceleramos el paso hasta el coche,
pero unas seis o siete chicas con camisetas pintadas nos frenaron.
-Una foto, por favor. -rogó.
Suspiré y acepté. Hicimos una grupal y les firmé sus camisetas. -verás que ya
mismo se pone bien. -dijo la quinceañera. Ojalá tuviese razón. Ojalá verla en
el escenario, haciéndose grande como siempre. Me entró el bajón.
-Ya está, chicas. Tenemos prisa.
-dijo José. Ellas lo entendieron y se fueron muy contentas. Al fin llegamos al
Renault de Isabel. Ella ya estaba sentada en el asiento dispuesta a arrancar.
-¿Os han asaltado? -rió.
-Algo así. -resopló José. Condujo
hasta el lugar donde se recuperaba lentamente mi chica. Solo quería una buena
noticia. Esperanza. Sus padres no habían llamado, así que suponíamos que todo
seguía tal y como lo dejamos.
-Muchísimas gracias por todo.
-achuché a mi estilista, que tosía exageradamente.
-Que me ahogas… -rió,
contagiándome. Frotó mi espalda. -ya pasó lo peor.
-Eso espero… -y así nos despedimos.
Nos encontramos con Pepe y su
mujer. Mi madre debía estar en casa, descansando.
-¿Qué tal ha ido? -me preguntó el
artista nada más verme aparecer.
-Bueno, mejor de lo que imaginaba.
-confesé. -¿y ella? -puso mala cara y negó con la cabeza.
-Nada nuevo. -intervino su esposa.
Supuse entonces que nos esperaba
otra noche exactamente igual que la anterior. Mi cuerpo me gritaba desde lo más
profundo. Estaba resentido, agotado. Era como si lo llevase colgando. Mi alma
tiraba de él, con todo el esfuerzo del mundo. Los párpados se dejaban llevar
por la fuerza de la gravedad.
-Marina, deberías descansar.
-opinó Pepi, rodeándome la espalda. -ve a casa. Mañana vienes. -negué con la
cabeza. -probablemente no pase nada esta noche. Nosotros nos quedaremos, tranquila.
-seguí negando. -José, iros a Majadahonda los dos. Ahora mismo.
-Que no. -le levantó la voz.
-Pero miraros. No podéis más.
Habéis dado un concierto sin dormir apenas, no queramos más desgracias. Iros a
reposar.
-Tu madre tiene razón. Yo os llevo,
va. -se ofreció amablemente. Nos miramos. Su madre era demasiado cabezona. Si
no nos íbamos, no se callaría en todo lo que quedaba de noche. Así que
aceptamos a regañadientes, pero Pepe se quedó allí.
Al salir a buscar el coche, el
chico que bajaba de la ambulancia se entrometió en nuestro camino.
-Marina. -parecía que me buscaba.
-Tengo un mensaje para ti. -me
dijo. ¿Un mensaje? No lo había visto en mi vida.
-¿Te conozco? -lo mismo mi mala
memoria me jugaba una mala pasada. -perdona, es que con esto del accidente… he
perdido un poco la cabeza. Vi que se reía.
-¡Tranquila, tranquila! no nos
conocemos. Yo atendí a Malú. -pestañeé seguidamente. Quise hacerle un millón de
preguntas, pero preferí morderme la lengua y escucharle. -cuando recuperó la
consciencia, lo primero que hizo fue decir tu nombre. Te buscaba por toda la
ambulancia… -me quedé helada. Inmóvil. -le dijimos que se relajase, intentaba
levantarse. No paraba de chillar: ¡Marina! Marina, ¿dónde estás?
-Vaya… -tenía que haber estado con
ella. Sentí culpabilidad. -muchas gracias por decírmelo.
-Ah, y otra cosa. Me pidió que te
dijera que había sido una tonta, que no debió creer en esa chica antes que a ti…
o algo así. -dudó. Pero lo entendía. Sentí alivio al saberlo… Pensaba que
seguiría molesta. Ahora tenía por seguro que al despertar no me echaría de la
habitación. Al fin y al cabo era una hipótesis.
Condujo José, ya que yo estaba a
punto de caer… Y así fue. Antes de salir del parking ya estaba dormida.
-Hemos llegado, enana. -me
despertó. Sentí que habían pasado horas. Qué bien me sentó aquella siesta. No
sé ni cómo llegué a la cama. Tenía la vista cansada, agotada. Me daba vueltas
la cabeza. Sentí mareos. Pero entonces, al tumbarme, percibí su olor en las
sábanas. Y quise más. Pegué mi nariz por completo. Agarré la almohada con
fuerza. Logré envolverme en su olor. Pero no fue como otras veces… Fue especial
y diferente. Como si no me quedase nada en el mundo más que aquellas sábanas
impregnadas. Su esencia me pinchó el corazón, desatando mi llanto. La rabia se
extendió por mi ser. Me levanté de golpe y empecé a tirar todas las cosas. Abrí
los cajones que guardaban mi ropa. La tiré contra el suelo al ritmo de mis
lágrimas. El despertador molesto de todas las mañanas también cayó, haciendo un
fuerte ruido.
-¡¡¡MARINA!!! -oí unos pasos
acelerados tras la puerta. -¿estás loca? -comenzó a recoger lo que había
lanzado por los suelos. Pero no me frenó. -¡¡PARA!! ¡PARA POR FAVOR! -me
sorprendieron sus sollozos, que me detuvieron. No entendía que me había pasado…
Me tranquilicé, ayudándole a ordenar aquel desastre… -es duro para todos. -se
limpió disimuladamente las huellas que había dejado su llanto.
-Lo siento… no… no sé qué ha
pasado. -me excusé, tumbándome de nuevo y percibiendo aquel mortífero aroma.
-Si necesitas algo… llámame. -me
pidió, alejándose por el pasillo. Me avergonzaba mi comportamiento. Ese ataque
de rabia había sido muy infantil por mi parte. Debí contenerme… negar el
desahogo de mi cuerpo.
A eso de las ocho y media de la
mañana, el teléfono de casa sonaba con fuerza. Un escalofrío recorrió mi piel.
No pude evitar asustarme. Acerqué mi mano al aparato, temblaba. Contesté antes
de que dejara de sonar. Mi voz sonó tan temblante como mis dedos.
-¡¡Han conseguido eliminarlo!!
-exclamó muy ilusionado mi suegro. Fue una calada de aire fresco. Una sonrisa
mañanera. Una llamarada de esperanza.
-¿Y ahora cómo está? -pregunté más
que emocionada.
-Sigue en coma, esta noche
comenzarán a bajarle la dosis.
-Espera, ahora hablamos. Vamos
para allá. -dije. Siempre preferí hablar a los ojos. Cara a cara. Fui corriendo
hasta el cuarto de invitados donde descansaba plácidamente José de Lucía. Salté
en su cama.
-Malú siempre hacía eso de
pequeña. -a duras penas lo entendí, pues seguía muy dormido.
-Tenemos noticias buenas. ¿Las
celebramos con un enrome desayuno? -sonreí plenamente. Sentía felicidad.
-¡¡QUÉ!! -dio un bote.
-El coágulo ha cantado me fui.
-bromeé. Nunca lo había visto sonreír tanto. Estallaba de alegría.
-Joder… qué bien. -una lágrima
resbaló hacia sus barbas.
-Vamos, levanta. Hoy sí es un buen
día.
Nos reunimos con el médico al
llegar. Era una charla multitudinaria casi. Éramos 5 en ese despacho. Gracias a
Pepi, que casi le pega al doctor para que dejara que entrásemos todos. Comentó
con detalle el estado de Malú. No sabían cómo se despertaría, ni los daños que
habían causado aquella anomalía. Lo único de lo que estaban seguros era de que
se iba a poner bien. Evolucionaba favorablemente.
-Tenéis que estar muy atentos a
ella. Pasar el mayor tiempo que podáis a su lado. Contarle vuestro día,
noticias nuevas, anécdotas… El caso es que la estimuléis. -no era la primera
vez que oía eso. Ya lo había explicado Pepe antes. -la música también es una
buena herramienta. ¿Entendido? -asentimos. Parecíamos títeres. Se levantó y nos
condujo hacia su habitación. Reconocía que estaba muy nerviosa. Al lado de la
puerta había una ventana con una persiana. Mientras hablaba y hablaba,
introduje mis dedos entre una de las cientos de bandas que formaban la
persiana. Intenté abrirla, pero me pilló. -por favor. -llamó mi atención. -será
mejor que las primeras horas entréis de uno en uno. Aunque aparentemente
parezca inconsciente, puede estar oyéndoos y agobiarse. Irá recuperando el
oído, la vista, dará impulsos, como un apretón de manos… Poco a poco. No
despertará de golpe como en las películas… -intenté retenerlo todo en mi mente.
Quería ayudarla lo más que pudiese. -bueno, pues que pase el primero. -puso la
mano en el pomo. Pepi se adelantó, pero su marido tiró de ella.
-Marina, pasa tú. -abrí los ojos
de golpe.
-¿Yo?
-Sí. -afirmó. José sonreía mirando
a su padre. -sé que Malú querría verte a ti antes que a los viejales que tiene como
padres. -bromeó. El médico observaba atento la escena.
-Pepe, quiero ver a mi hija.
-Déjala que pase. De verdad.
-levanté las manos inocente.
-No, no. -negó. -Pepi. -no sé qué
hizo, pero la mirada que le echó fue mortal. La mujer se echó a un lado,
dejando la entrada libre. Les agradecí el gesto, poniendo énfasis en Pepe.
Demostró una confianza en mí arrolladora.
Entré sin mirar al interior de la
habitación. Un cosquilleo no dejaba de atacar mi débil cuerpo. Cerré la puerta
y me apoyé en ella, con los ojos cerrados, intentando calmarme. Pero no podía.
A escasos pasos de mí estaba ella. Giré la vista, despacio, hasta que la vi.
Hasta que la vi y me hice trizas. Mi ángel caído. Mi ángel caído había olvidado
desplegar sus alas al bajar a la tierra.
Me acerqué a ella. Me encontraba
muy tensa. Conseguí llegar hasta la camilla, donde descansaba con una ropa de
hospital. Su pelo ondulado estaba bajo su espalda, aplastado. Sin brillo. Sin
esa magia que desprendía al moverse. Su rostro estaba destrozado. El labio
inferior tenía una herida, y en la mejilla derecha, un rasguño cruzaba su
moflete. La mano derecha estaba vendada. Probablemente se había hecho daño en
la muñeca. No me atrevía a tocarla. Parecía de cristal. Otro rasguño por debajo
del codo izquierdo saltó a mi vista. Acerqué mis dedos, casi pegados, a su mano
izquierda. Que estaba justo debajo de mi mirada. La giré hasta que pude
entrelazar sus dedos con los míos. Su piel estaba cálida, tal y como la
recordaba. Su fina y suave piel… Seguía tan preciosa como siempre. Mi otra mano
las envolvió. Me arrodillé en el suelo y descansé mi frente en la unión de
nuestras manos. Me dolía verla así. Mucho. Volví a mi sentimiento de culpa. Ese
remordimiento… Sentí un vacío tan grande en mi interior que me provocó un
llanto incesable.
-Lo siento mucho… -balbuceé.
El siguiente por favor, que estoy enganchadísima!!!
ResponderEliminarPor cierto escribes genial.Que no te falte nunca la inspiración!!
capaz de hacerme llorar a lagrima tendia' increible como escribes, sigue asi y llegaras muy lejos!
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