lunes, 22 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 23. ERES EL AGUA.

Después de unas horas de camino, el GPS anunciaba la entrada al acogedor y pequeño pueblo de Burgos. La carretera parecía gritarnos "bienvenidas". Árboles y árboles decoraban nuestras vistas a los distintos bordes del camino. Una escena muy típica de película. Giré mi vista hacia ella. Miraba intrigada por la ventanilla. Invevitablemente se me formó una sonrisa.
-¿Quieres mirar a la carretera?-me dijo con risilla tímida, moviendo su melena.
-¡Todo controlado! -miré de reojo. No venía ningún coche. Puso su dedo índice en mi mandíbula y la giró para que estuviese pendiente.
-Cualquier día verás… -suspiró.
-¿Recuerdas el día del zigzag…? -me acordé.
-Cállate, cállate. -me advirtió. -que me dejaste sola de noche ahí en medio. Vergüenza te tenía que dar. Por favor, dejar a una joven indefensa…
-Bueno, joven. -bromeé. Me lanzó una mirada de odio. Casi pude ver dos llamaradas surgiendo de sus ojos. -volví en nada. -volví a la conversación.
-Claro, en nada…
-¡Serás mentirosa! No tardé ni medio minuto en regresar. ¡Además, te bajaste tú! -me justifiqué.
-¡Escogí vivir! -gritó exageradamente. No pude seguir con el rollo, me eché a reír. Ella me siguió, dándome pequeños tortazos cariñosos. Al cabo de unos minutos llegamos al lugar donde pasaríamos unos días. -¿Es aquí? -preguntó al ver que estaba aparcando. Estábamos frente a una casa muy típica del norte. Era una calle estrecha y larga. Larguísima. En ella se encontraban las viviendas de este tipo. Casi todas tenían ese tejado triangular. No eran muy grandes, pero tampoco excesivamente pequeñas. Un pequeño jardín en cada una, y un muro ante ellas de piedra. Estaba segurísima de que nuestra estancia allí sería perfecta. -pensé que nos íbamos a quedar en un hotel o algo. -dijo, bajando del coche.
-Prefiero cuidarte yo. -me sonrió. Se enganchó a mi cintura como una lapa, no me quedó otra que abrazarla por el cuello.
-Me encanta este sitio. -suspiró.
-Pero si aún no lo hemos visitado… -refuté.
-¡Es simplemente el ambiente! -exclamó, dando su punto de vista. -no ves que está todo el mundo muy tranquilo, muy a su bola. -explicó. Solo habíamos cruzado la acera y dado unos cuantos pasos. ¿Cómo conseguía ser tan rápida para todo?
La casera nos atendió siendo muy profesional, aunque se la veía nerviosa. Rondaba los cuarenta, y tenía un acento muy cerrado. El pelo cortísimo y pelirrojo, y unos ojos tan negros como el carbón. La primera impresión fue muy buena. Parecía gentil. Nos enseñó las habitaciones y el resto de estancias. Además de mostrarnos cómo se usaba determinados electrodomésticos. 
-Muy amable, gracias por todo. -la despidió mi chica.
-Ay, ¿no os importa que vengan mis hijos un día a veros? Son muy seguidores… -unió sus manos.
-¡Claro! -acepté. Qué menos. Se había portado estupendamente con nosotras. Dio las gracias como mil veces, y se marchó a su hogar. Vivía cinco casas más arriba con su familia.
-No está nada mal. -asintió mi prometida, sentándose en el rudimentario sofá. La decoración y el resto de muebles estaban obsoletos. Reí, dejándome caer en él. -se ha movido todo. -carcajeó.
-¿Tan gorda estoy? -miré mi barriga. Ella negó y me besó. -¿y este beso? -sonreí algo colorada.
-¿Ahora tiene que haber una razón para poder… -se lo pensó. -darte amor? -volví a alzar las comisuras de mis labios, esta vez mirando al suelo. Noté sus manos en mis mejillas. Las agarró y movió mis mofletes, jugando con ellos como le placía. Empezó a reírse sin sentido. Yo la miraba intrigada. Más se reía.
-Bueno… -respiré hondo. -oye, ¿damos un paseo? -propuse. Creí que era buena idea conocer el pueblo que tanta atención me había llamado.
-Guay. -aceptó.

Era tan precioso como imaginé. Había una combinación, un punto intermedio entre lo urbano y lo rústico de lo más curiosa. Había una zona más rural, más de campo, y otra moderna, con pisos en lugar de casas, con calles de alquitrán en vez de caminos de arena y piedra. Pero un paraje nos dejó completamente enamoradas del municipio. Un río bastante ancho, con un puente precioso que permitía el paso de una orilla a otra, y con unas montañas que sobresalían del pueblo. Aquello no parecía ni real. Correspondía más bien a una postal idílica. Nuestra imagen se reflejaba en el agua. Sonreímos. Éramos agua.

Tras hacernos cuantiosas fotos allí, seguimos perdiéndonos por las encantadoras calles de Miranda de Ebro.
-Estás demasiado lejos. -dijo, desde casi la otra punta del arcén. Me acerqué a ella con las manos en los bolsillos. Las miró sonriente. Sabía que al menos una de ellas acabaría fuera. -vamos… -tiró de mi codo. Consiguió que mi mano saliese y la agarró sin ni siquiera apretar. Entrelazó algunos dedos, dejando otros sueltos. Simplemente se rozaban, sin querer, sin pretender nada.
 -¿Eres feliz? -me atreví a preguntar. Frunció el ceño.
-¿Qué clase de pregunta es esa? -soltó una carcajada desairada. -pues claro que lo soy. ¿No ves la cara de mongola que tengo por tu culpa? -nuestras manos se iban cerrando a la vez, acabando nuestros dedos unidos por completo. Sigilosamente, con cuidado. Instintivamente. Inconscientemente. Como cuando el sol se adentra en el mar y se pierde hasta el día siguiente. Una fusión involuntaria. Solo que en este caso, esa unión hacía magia. La vi sonreír. -¿y tú?
-Mucho. -me limité a decir. Las palabras sobraban.
-Uno de septiembre. -dijo de repente. No sabía qué quería decir con eso. Una fecha. ¿Pero de qué? Mi rostro de duda la hizo explicarse. -nuestra boda. -abrí los ojos de golpe. -¿te parece bien? -habíamos ultimado muchos detalles, habíamos elegido los lugares, el fotógrafo, las invitaciones, pero nunca habíamos acordado la fecha exacta. Un día tan relevante como ese no era fácil de elegir.
-¿Por qué ese día y ese mes? -pregunté. Me atraía la curiosidad. Sabía que Malú no iba a escogerlo por casualidad. Me arrimé un poco más a ella. Ahora nuestros brazos se enredaban y buscaban como nuestras manos.
-Septiembre es el mes en el que empieza todo. La gente vuelve a sus hogares, vuelve a la rutina. Los pequeños se adentran de nuevo en el colegio… Es un mes para comenzar algo nuevo, ¿no crees? -se paró. Yo también lo hice. Nos pusimos frente a frente. Mi mente entendía fácilmente lo que aquella voz caída del cielo le decía. Era un día perfecto para dar ese paso. Asentí risueña. -¿te gusta? Lo sabía. -se respondió a sí misma. No dejé que articulase más palabras. Me limité a besarla, sosteniendo su cuello. -¿sabes por qué creo que eres el amor de mi vida? -en realidad me daba curiosidad saberlo.
-¿Por qué?
-Porque me enamoras cada día. -sonrió. -cada vez que me levanto es como si no te conociese. Todos y cada uno de mis despertares son diferentes. Y al acostarme, he aprendido nuevas cosas de la vida. Y de ti, por supuesto. No sé, es como si tratases de gustarme siempre.
-Siempre lo hago. -corroboré. -o al menos lo intento.
-Lo consigues, idiota. -me abrazó, reposando su cabeza en mi hombro. -estoy muy cansada. -dijo. Demasiados metros para estar recuperándose.
-Ya nos vamos. -pero antes de que diésemos un paso si quiera, un coche pitaba asomándose por la curva. Corrimos riéndonos a la acera.

-¡¡Tened cuidado!! -nos advirtió. Pero nosotras seguíamos dando carcajadas. Terminé embobada. Atontada. Su rostro bajo las luces de las farolas era más precioso si cabía. Y me quedé sin decir nada, sin moverme. Simplemente la observaba. Tantas veces había conseguido sacarme del mundo para dejar de hacer todo, para hacer nada. Para mirarla únicamente. Y entonces mi mirada se situó en una de las partes más bajas de su cara, por no decir el fin de ella. Y puede que solo fuera una recta más. Que fueran dos puntos unidos. Que fuese una simple y regular raya. Pero yo sabía que no. Era un horizonte. Un horizonte que separaba el cielo de la tierra. Esa mandíbula que al sonreír se tensaba más que las cuerdas de mi guitarra. El fin de su sensual y fino cuello. El principio de un rostro dulce, mágico, tierno. Único, inigualable, perfecto. Y siguiendo el camino encontré su oreja, sensible a mis mordiscos y besos. Y retorné y volví por donde anduve, topándome pues con su barbilla, que formaba un triángulo, un triángulo de las bermudas. Ese triángulo sin salida, sin escapatoria. Cada vez que llegaba me perdía y nunca supe cómo salir de él. ¿Que por qué? Porque yo era esclava de esa línea infinita.

1 comentario:

  1. la novela esta bn pero me gustaban mas los capítulos anteriores, los del atropello, tenían mas intriga y creo q todo va demasiado perfecto, podrían discutir alguna vez o algo
    gracias y no dejes de escribir nunca y no dejes de escribir sobre malu

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