viernes, 5 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 17. DONDE QUIERA QUE ESTÉS.

No me salía la voz, me era imposible hablar. Intenté controlar los ríos que salían por mis ojos, al recordar los consejos del especialista. Quizás Malú estaba escuchándome. Aunque era demasiado pronto para que eso. Me relajé como pude sin despegar mi frente de nuestras manos. Besé la suya.
-Sé que ha sido todo culpa mía. -susurré. -perdóname. -la miré. Sus párpados estaban muy quietos. Estaba enganchada a unas máquinas que pitaban constantemente. Probablemente la mantenían con vida. Una de ellas controlaba sus constates vitales. -pero voy a cuidar de ti. -le prometí, aunque en cierto modo sentía que hablaba sola. -y no me voy a mover de tu lado. -acaricié la palma de su mano. -te lo juro. -me senté en la silla que había junto a la camilla y me quedé mirándola sin decir nada. Jugaba con sus dedos, repasaba su tatuaje con mi índice una y otra vez. -hay mucha gente ahí fuera. -sonreí. -estamos esperando a que despiertes. -esperé una imposible respuesta. -y sueltes tu discurso sobre el optimismo y las ganas de vivir. -reí.
Anulé mis próximas citas. Firmas de discos, conciertos, entrevistas. Paralicé por completo mi nuevo disco. Había algo muy importante antes que éste. Estaba ella. Quería centrarme de lleno en su cuidado. Dejé todos mis compromisos de lado, a pesar del razonable enfado de los productores. Discusiones y más discusiones. La promoción era vital para que hubiese buenas ventas. Era normal su cabreo. Conseguí hacer un acuerdo con ellos. En realidad fue gracias a Mari. En cuanto Malú estuviese recuperada, reiniciaría la agenda por donde la había dejado. La palabra era pausa. Una pausa en mi carrera.
No perdía ni un segundo a su lado. Las visitas estaban restringidas, solo podíamos pasar los familiares más cercanos. Sus padres, su hermano, y yo. Aunque colamos a Vero una de las veces que vino a verme. Era su mejor amiga y estaba tan rota como el resto. Nos turnábamos para entrar, de forma que en ningún momento estaba sola. Los médicos estaban muy contentos, pues parecía mejorar con el paso de los días. Tardaría poco en eliminar el resto del tratamiento, y así, volver a ser ella. La mujer que me había enamorado.
-¿Cómo está mi princesa? -le susurré nada más entrar. Empezaba a acostumbrarme a hablar sola. -veo que estás mejor. -sonreí. Algo en su rostro parecía estar cambiando. Como si de repente tuviese más color. Alegría. -no tengo muchas cosas que contarte hoy. -me acomodé en el sitio de siempre y entrelazando nuestros dedos. -bueno, creo que me vas a matar. -reí. -he cancelado toda la promoción del disco. -por un momento pensé que despertaría de golpe y me daría una hostia. -tú me necesitas más que nadie. Y he decidido darte todo mi tiempo y dedicación. -me levanté y me acerqué a sus labios. Los rocé con los míos. Cerré los ojos y permití que se uniesen. -cómo los echaba de menos… -aproveché el viaje a su rostro para dejar un beso en su frente. -tu serie favorita empieza esta noche. -le informé.-podríamos verla juntas, como siempre. -sonreí al recordar aquellas noches frías, con mantita. -me temo que hoy vas a tener que aguantarme toda la noche. He conseguido que tus padres salgan del hospital. -sonreí, volviendo al asiento. -me ha costado. -reí. Me quedé un tiempo observándola. -podrías decir algo… -suspiré. El tiempo pasaba lentamente, en silencio. En el silencio interrumpido por la máquina. Deseaba una señal por su parte. Un movimiento insignificante. Algo. -he traído la guitarra. -le eché un vistazo. José la había traído, como ordené. -estiré mi mano hasta donde se encontraba. Me deshice de la dura funda y la puse sobre mis piernas. Di unos cuantos toques sin ton ni son. -está muy desafinada. -cogí el afinador que traía y conseguí que las cuerdas hicieran música. Música agradable. Rasgué y punteé sin sentido. Siempre lo hacía. Manías mías. -¿qué quieres que te toque? -la miré. Seguía inmóvil. -está bien. Yo decido. -comencé a tocar una de las canciones más exitosas de Pastora Soler, por el simple hecho de que pegaba en ese momento. Te despertaré.
-“Te despertare bajo un cielo de auroras
te despertaré cuando estemos a solas
abrázame no te soltare sigo aquí a tu lado no te dejare
mientras tenga un corazón por ti andaré…”
Tocaba y cantaba muy bajito, tenía miedo de que le molestase. Aunque también me aseguraba de cantar lo suficientemente fuerte para que me oyera.
-Como sigas así de dormilona voy a tener que llamarte “bella durmiente”. ¿No crees que ya va siendo hora de que te levantes? ¡Eh! -le di con el dedo índice en el costado. No reaccionó. Era de esperar. Le hice cosquillas en los pies. Recordaba que no lo soportaba. Tampoco se movió un milímetro. Me di por vencida. Acomodé mis pies en el filo de la máquina. Eché la espalda hacia atrás y seguí tocando notas. Al menos así tapaba el molesto pitido de las constantes vitales. La observé fijamente sin cesar mis dedos. Me pregunté en qué lugar se encontraría su alma. Si seguía en ese cuerpo derrochador de belleza… Había visto documentales en los que los pacientes en coma paseaban por un túnel, camino al más allá. Y que antes de cruzar la línea, volvían a su cuerpo. Pero no estaba demostrado. Yo rogaba que estuviese ahí. En la camilla, que sintiese el calor de mi mano. ¿Le molestaría ese tubo entre sus labios y la nariz? ¿Y los cables de su alrededor? ¿Y el dolor de la muñeca? ¿Oiría la melodía incansable de la máquina? ¿Sentiría mi música? ¿Me sentiría a mí? -va a empezar nuestra serie. -la avisé. -¿quieres que la veamos? -le pregunté. La desilusión llegó a mí, pues una vez más, me sentía estúpida haciéndole preguntas. Me tumbé a su lado, pasando mi brazo por encima de su cabeza con cuidado de no desconectar ningún cable. Me sentía un poco Tom Cruise en Misión Imposible. No estaba cómoda, ni mucho menos. Estaba entre caerme encima de ella, o caerme al suelo. En ese pequeño hilo. Me mantuve, aunque no creí que durase mucho tiempo. Busqué la serie online y la puse en el móvil. Lo sujeté en el aire. De vez en cuando, dejaba caer un beso en su pelo. Lo solía hacer siempre que veíamos la televisión… -¿qué te ha parecido? -le pregunté mientras guardaba el Smartphone. -sí, ha sido un poco aburrido. -comenté. Acaricié su brazo derecho. Lo tenía abandonado, pues el izquierdo me pillaba al lado de mi habitual asiento. -¿quieres que me quede aquí contigo? Está bien… me quedaré. -me sentía una loca. Pero si aquello la ayudaba, sería la persona más loca del mundo. Solo quería que se recuperase de una vez. No quería nada más en este dichoso mundo. Me empezaba a doler todo el cuerpo. Nos adentramos en la noche, que se presentaba muy calurosa. El verano estaba empezando a saludar. -¿sabes? Creo que tu hermano tiene una amiguita nueva… No suelta el móvil en todo el día. No consigo sacarle nada… pero estoy segura de que en cuanto te levantes de esa camilla lo vas a averiguar. -cotilleé. -tú eres la experta en estas cosas. -le recordé. -ah, Vanesa ha estado aquí esta mañana con los peques. Me han dicho que te esperan para jugar otra vez. Úrsula no ha podido venir, pero te manda fuerza. Tampoco hace falta que te informe de las cientos de personas que se ponen en la puerta del hospital todos los días… Ni de la de gente que te manda apoyo por las redes sociales. Tienes al mundo pendiente de ti… He perdido la cuenta de los TT´s que llevas conseguidos… Sigues siendo una chica de récords. -le conté entre bostezos. -no sé si lo has notado, pero tengo mucho sueño. -volví a ensanchar mi boca.
Desperté muy temprano, eran casi las seis. Tenía el brazo dormido, el cuello chillaba de dolor. Me bajé de la camilla y me senté en la silla después de darle un beso y los buenos días. A pesar de aquel malestar de mi cuerpo, mi mente estaba abierta por completo. Tenía unas ganas raras y aterradoras de componer. A lo mejor el olor asqueroso de hospital me inspiró. O el respirar artificial de mi chica.
“Mientras te bates entre la vida y la muerte
Mientras tus ojos deciden no verme
Mientras tu sonrisa sigue inerte
Yo estoy aquí, a tu lado
Siempre lo he estado
Te cuento cosas al oído
Te canto canciones sin sentido
Sin dejar de mirarte
Sostengo tu mano con el deseo de despertarte
Echo de menos
Tus cariñosos susurros
Tu voz ronca y seductora
Echo de menos
La estúpida sonrisa que ponías al amanecer
Cuando no teníamos nada qué hacer
Quiero que me devuelvas
Esas noches contemplando las estrellas
En las que solo estábamos nosotras y ellas.”

-Pronto llegará tu papi. -la avisé. -y tendré que irme. -le agarré la mano. -prométeme que despertarás cuando esté contigo. Que me esperarás. Por favor… -un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo, desde la mano hasta los pies. Desde los pies hasta mi cabeza. Ni yo misma podía asimilarlo… Había respondido. Había movido los dedos. Había apretado mi mano. La miré rápidamente. Seguía tan quieta como siempre. -¡amor! -pero no hubo otro signo. -hazlo otra vez. Vamos. -la animé. Pero no volvió a hacerlo. Seguía igual. Salí corriendo de la habitación para avisar a los médicos. Volaron para verla. Yo no cabía en mí de la emoción. Llamé a todos para contárselo.
-¿CÓMO HA SIDO? -llegó su familia, muy nerviosa.
-Pues… pues… -yo seguía temblando. Me había afectado muchísimo. -le pedí que cuando despertase, lo hiciera a mi lado. Lo hice con un “por favor”. Entonces, noté que me apretaba la mano… -expliqué.
-¡Ay, dios te bendiga! -no era la primera vez que Pepi me deseaba eso. Era parte de su vocabulario. Me abrazó, achuchándome en su pecho. Apenas había oxígeno. No paraba de reír. Contagié mi risa al resto. Otra gran noticia. Todo parecía ir relativamente bien. Estaba tan contenta de ser la primera que había obtenido una respuesta suya… Recordaría aquello para siempre.    

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