jueves, 4 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 16. ÁNGEL CAÍDO.

Antes de irnos del recinto, la banda quiso darnos un poco más de su apoyo. Recibimos abrazos y deseos. Les agradecimos el gesto, pero queríamos salir de allí y volver al hospital. ¿Habría novedades?
Aceleramos el paso hasta el coche, pero unas seis o siete chicas con camisetas pintadas nos frenaron.
-Una foto, por favor. -rogó. Suspiré y acepté. Hicimos una grupal y les firmé sus camisetas. -verás que ya mismo se pone bien. -dijo la quinceañera. Ojalá tuviese razón. Ojalá verla en el escenario, haciéndose grande como siempre. Me entró el bajón.
-Ya está, chicas. Tenemos prisa. -dijo José. Ellas lo entendieron y se fueron muy contentas. Al fin llegamos al Renault de Isabel. Ella ya estaba sentada en el asiento dispuesta a arrancar.
-¿Os han asaltado? -rió.
-Algo así. -resopló José. Condujo hasta el lugar donde se recuperaba lentamente mi chica. Solo quería una buena noticia. Esperanza. Sus padres no habían llamado, así que suponíamos que todo seguía tal y como lo dejamos.
-Muchísimas gracias por todo. -achuché a mi estilista, que tosía exageradamente.
-Que me ahogas… -rió, contagiándome. Frotó mi espalda. -ya pasó lo peor.
-Eso espero… -y así nos despedimos.
Nos encontramos con Pepe y su mujer. Mi madre debía estar en casa, descansando.
-¿Qué tal ha ido? -me preguntó el artista nada más verme aparecer.
-Bueno, mejor de lo que imaginaba. -confesé. -¿y ella? -puso mala cara y negó con la cabeza.
-Nada nuevo. -intervino su esposa.
Supuse entonces que nos esperaba otra noche exactamente igual que la anterior. Mi cuerpo me gritaba desde lo más profundo. Estaba resentido, agotado. Era como si lo llevase colgando. Mi alma tiraba de él, con todo el esfuerzo del mundo. Los párpados se dejaban llevar por la fuerza de la gravedad.
-Marina, deberías descansar. -opinó Pepi, rodeándome la espalda. -ve a casa. Mañana vienes. -negué con la cabeza. -probablemente no pase nada esta noche. Nosotros nos quedaremos, tranquila. -seguí negando. -José, iros a Majadahonda los dos. Ahora mismo.
-Que no. -le levantó la voz.
-Pero miraros. No podéis más. Habéis dado un concierto sin dormir apenas, no queramos más desgracias. Iros a reposar.
-Tu madre tiene razón. Yo os llevo, va. -se ofreció amablemente. Nos miramos. Su madre era demasiado cabezona. Si no nos íbamos, no se callaría en todo lo que quedaba de noche. Así que aceptamos a regañadientes, pero Pepe se quedó allí.
Al salir a buscar el coche, el chico que bajaba de la ambulancia se entrometió en nuestro camino.
-Marina. -parecía que me buscaba.
-Tengo un mensaje para ti. -me dijo. ¿Un mensaje? No lo había visto en mi vida.
-¿Te conozco? -lo mismo mi mala memoria me jugaba una mala pasada. -perdona, es que con esto del accidente… he perdido un poco la cabeza. Vi que se reía.
-¡Tranquila, tranquila! no nos conocemos. Yo atendí a Malú. -pestañeé seguidamente. Quise hacerle un millón de preguntas, pero preferí morderme la lengua y escucharle. -cuando recuperó la consciencia, lo primero que hizo fue decir tu nombre. Te buscaba por toda la ambulancia… -me quedé helada. Inmóvil. -le dijimos que se relajase, intentaba levantarse. No paraba de chillar: ¡Marina! Marina, ¿dónde estás?
-Vaya… -tenía que haber estado con ella. Sentí culpabilidad. -muchas gracias por decírmelo.
-Ah, y otra cosa. Me pidió que te dijera que había sido una tonta, que no debió creer en esa chica antes que a ti… o algo así. -dudó. Pero lo entendía. Sentí alivio al saberlo… Pensaba que seguiría molesta. Ahora tenía por seguro que al despertar no me echaría de la habitación. Al fin y al cabo era una hipótesis.
Condujo José, ya que yo estaba a punto de caer… Y así fue. Antes de salir del parking ya estaba dormida. 
-Hemos llegado, enana. -me despertó. Sentí que habían pasado horas. Qué bien me sentó aquella siesta. No sé ni cómo llegué a la cama. Tenía la vista cansada, agotada. Me daba vueltas la cabeza. Sentí mareos. Pero entonces, al tumbarme, percibí su olor en las sábanas. Y quise más. Pegué mi nariz por completo. Agarré la almohada con fuerza. Logré envolverme en su olor. Pero no fue como otras veces… Fue especial y diferente. Como si no me quedase nada en el mundo más que aquellas sábanas impregnadas. Su esencia me pinchó el corazón, desatando mi llanto. La rabia se extendió por mi ser. Me levanté de golpe y empecé a tirar todas las cosas. Abrí los cajones que guardaban mi ropa. La tiré contra el suelo al ritmo de mis lágrimas. El despertador molesto de todas las mañanas también cayó, haciendo un fuerte ruido.
-¡¡¡MARINA!!! -oí unos pasos acelerados tras la puerta. -¿estás loca? -comenzó a recoger lo que había lanzado por los suelos. Pero no me frenó. -¡¡PARA!! ¡PARA POR FAVOR! -me sorprendieron sus sollozos, que me detuvieron. No entendía que me había pasado… Me tranquilicé, ayudándole a ordenar aquel desastre… -es duro para todos. -se limpió disimuladamente las huellas que había dejado su llanto.
-Lo siento… no… no sé qué ha pasado. -me excusé, tumbándome de nuevo y percibiendo aquel mortífero aroma.
-Si necesitas algo… llámame. -me pidió, alejándose por el pasillo. Me avergonzaba mi comportamiento. Ese ataque de rabia había sido muy infantil por mi parte. Debí contenerme… negar el desahogo de mi cuerpo.
A eso de las ocho y media de la mañana, el teléfono de casa sonaba con fuerza. Un escalofrío recorrió mi piel. No pude evitar asustarme. Acerqué mi mano al aparato, temblaba. Contesté antes de que dejara de sonar. Mi voz sonó tan temblante como mis dedos.
-¡¡Han conseguido eliminarlo!! -exclamó muy ilusionado mi suegro. Fue una calada de aire fresco. Una sonrisa mañanera. Una llamarada de esperanza.
-¿Y ahora cómo está? -pregunté más que emocionada.
-Sigue en coma, esta noche comenzarán a bajarle la dosis.
-Espera, ahora hablamos. Vamos para allá. -dije. Siempre preferí hablar a los ojos. Cara a cara. Fui corriendo hasta el cuarto de invitados donde descansaba plácidamente José de Lucía. Salté en su cama.
-Malú siempre hacía eso de pequeña. -a duras penas lo entendí, pues seguía muy dormido.
-Tenemos noticias buenas. ¿Las celebramos con un enrome desayuno? -sonreí plenamente. Sentía felicidad.
-¡¡QUÉ!! -dio un bote.
-El coágulo ha cantado me fui. -bromeé. Nunca lo había visto sonreír tanto. Estallaba de alegría.
-Joder… qué bien. -una lágrima resbaló hacia sus barbas.
-Vamos, levanta. Hoy sí es un buen día.

Nos reunimos con el médico al llegar. Era una charla multitudinaria casi. Éramos 5 en ese despacho. Gracias a Pepi, que casi le pega al doctor para que dejara que entrásemos todos. Comentó con detalle el estado de Malú. No sabían cómo se despertaría, ni los daños que habían causado aquella anomalía. Lo único de lo que estaban seguros era de que se iba a poner bien. Evolucionaba favorablemente.
-Tenéis que estar muy atentos a ella. Pasar el mayor tiempo que podáis a su lado. Contarle vuestro día, noticias nuevas, anécdotas… El caso es que la estimuléis. -no era la primera vez que oía eso. Ya lo había explicado Pepe antes. -la música también es una buena herramienta. ¿Entendido? -asentimos. Parecíamos títeres. Se levantó y nos condujo hacia su habitación. Reconocía que estaba muy nerviosa. Al lado de la puerta había una ventana con una persiana. Mientras hablaba y hablaba, introduje mis dedos entre una de las cientos de bandas que formaban la persiana. Intenté abrirla, pero me pilló. -por favor. -llamó mi atención. -será mejor que las primeras horas entréis de uno en uno. Aunque aparentemente parezca inconsciente, puede estar oyéndoos y agobiarse. Irá recuperando el oído, la vista, dará impulsos, como un apretón de manos… Poco a poco. No despertará de golpe como en las películas… -intenté retenerlo todo en mi mente. Quería ayudarla lo más que pudiese. -bueno, pues que pase el primero. -puso la mano en el pomo. Pepi se adelantó, pero su marido tiró de ella.
-Marina, pasa tú. -abrí los ojos de golpe.
-¿Yo?
-Sí. -afirmó. José sonreía mirando a su padre. -sé que Malú querría verte a ti antes que a los viejales que tiene como padres. -bromeó. El médico observaba atento la escena.
-Pepe, quiero ver a mi hija.
-Déjala que pase. De verdad. -levanté las manos inocente.
-No, no. -negó. -Pepi. -no sé qué hizo, pero la mirada que le echó fue mortal. La mujer se echó a un lado, dejando la entrada libre. Les agradecí el gesto, poniendo énfasis en Pepe. Demostró una confianza en mí arrolladora.
Entré sin mirar al interior de la habitación. Un cosquilleo no dejaba de atacar mi débil cuerpo. Cerré la puerta y me apoyé en ella, con los ojos cerrados, intentando calmarme. Pero no podía. A escasos pasos de mí estaba ella. Giré la vista, despacio, hasta que la vi. Hasta que la vi y me hice trizas. Mi ángel caído. Mi ángel caído había olvidado desplegar sus alas al bajar a la tierra.
Me acerqué a ella. Me encontraba muy tensa. Conseguí llegar hasta la camilla, donde descansaba con una ropa de hospital. Su pelo ondulado estaba bajo su espalda, aplastado. Sin brillo. Sin esa magia que desprendía al moverse. Su rostro estaba destrozado. El labio inferior tenía una herida, y en la mejilla derecha, un rasguño cruzaba su moflete. La mano derecha estaba vendada. Probablemente se había hecho daño en la muñeca. No me atrevía a tocarla. Parecía de cristal. Otro rasguño por debajo del codo izquierdo saltó a mi vista. Acerqué mis dedos, casi pegados, a su mano izquierda. Que estaba justo debajo de mi mirada. La giré hasta que pude entrelazar sus dedos con los míos. Su piel estaba cálida, tal y como la recordaba. Su fina y suave piel… Seguía tan preciosa como siempre. Mi otra mano las envolvió. Me arrodillé en el suelo y descansé mi frente en la unión de nuestras manos. Me dolía verla así. Mucho. Volví a mi sentimiento de culpa. Ese remordimiento… Sentí un vacío tan grande en mi interior que me provocó un llanto incesable.

-Lo siento mucho… -balbuceé.

2 comentarios:

  1. El siguiente por favor, que estoy enganchadísima!!!
    Por cierto escribes genial.Que no te falte nunca la inspiración!!

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  2. capaz de hacerme llorar a lagrima tendia' increible como escribes, sigue asi y llegaras muy lejos!

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