domingo, 27 de julio de 2014

T2.Capítulo 4. DICEN POR AHÍ.

-¿Maleta?
-Listo. -contesté.
-¿Aseo? -preguntó Malú.
-Listo. -repetí.
-¿DNI?
-Aquí lo tengo.
-Me temo que ya estás preparada para marchar… -dijo algo nostálgica.
-Va, solo serán unos días. -la abracé. Una vez más el trabajo nos distanciaba, y aunque solo fueran 72 horas, se nos iban a hacer eternas. Agarré la maleta por el mango plateado y desfilé con ella, como si fuera el objeto más preciado de mi vida, al coche. La cogí con energía y la tiré en el maletero de cualquier forma.
-¡¡Ha retumbado todo, ten más cuidado!! -se quejó Mari. Sonreí, tampoco con mucho énfasis, y me acerqué de nuevo a mi chica.
-Llámame en cuánto llegues. -me pidió, rodeándome el cuello  de nuevo.
-Sí, mamá. -bromeé. Nos besamos, repitiendo una y otra vez lo mucho que nos queríamos.
-Me cago en la ostia… -resoplaba mi representante desde el automóvil.
-Venga, vete ya. -me empujó mi chica. -cuidado con las fans. -me advirtió, yo le regalé una mirada, y subí al mini.
Tomamos el avión hacia el sur, concretamente a Sevilla, donde me esperaba un nuevo proyecto que me quitaba el sueño desde hacía unas semanas. Una nueva cantante con una voz completamente diferente a todas las que había podido oír a lo largo de mi existencia había surgido de un pequeño pueblo de la provincia andaluza. Recuerdo aún el momento. Estaba con Malú preparando la comida, cuando salió en la radio. Nos sorprendimos. Enseguida comuniqué a Mari mi deseo de conocerla y grabar algo con ella. Según decían en el programa, estaba inmersa preparando un disco. Su mánager estuvo encantado con la idea, creyó que una colaboración conmigo la ayudaría en su carrera. Desempolvé mi cuaderno de canciones y allí encontré una que le vendría perfecta. Al menos, eso creía. Y no me decepcionó, supo darle el tono que yo aún no había conseguido, el ritmo que yo no había hallado. Satisfecha y orgullosa, me decidí a compartir mi canción con ella, y no descarté la opción de regalarle alguna composición mía.
-¡Buenos días! -me saludó nada más verme entrar. Nos dimos dos besos y entramos en el estudio. -siento no invitarte a un café ni nada, pero no tenemos mucho tiempo.
-Tranquila, está bien. -sonreí. La verdad es que el café de poco me importaba. Estaba deseando oír el resultado final. Nos pusimos a ello. Me coloqué los enormes, pero cómodos, cascos, y el luminoso rojo se encendió. Hora de trabajar.
-¡Qué maravilla! -después de cinco horas encerradas, al fin pudimos oír una de las canciones más esperadas de su disco "Soy". La nuestra. Y como soy de lágrima fácil, lloré. Me emocioné. No me creía que esa fuera mi voz, ni esas palabras, que conectaban entre ellas creando musicalidad, fueran escritas de mi puño y letra.
-Muchas gracias, Marina. -me ofreció un pañuelo mientras mostraba su agradecimiento,  Marta.-de verdad, creo que será un gran éxito. Gracias por creer en mí, porque ni siquiera me conocías cuando me llamaste… joder. -demasiada carga emocional para decir un simple "a ti". No me salía nada en ese momento.
-Es una sentimental. -avisó mi mánager, provocando las risas, calmando el ambiente. Bajamos a un restaurante, nos merecíamos una recompensa. Mari fue con Jimena, la representante de Marta, para coger sitio. Nosotras fuimos por la puerta de atrás, según ellas, la entrada estaba llena de seguidores enloquecidos. A veces me preguntaba cómo conseguían saber donde estábamos en cada momento. ¿Nos habían puesto un radar a todos los cantantes del planeta?
Entablamos amistad. Su mánager era tan divertida y encantadora como la mía.
-¿Malú no ha querido venir? -me preguntó.
-Está ocupada con sus cosas…
-Ah, bueno, ya pasaré a verla. Dale recuerdos de mi parte. -me pidió. Marta estuvo en Madrid hacía unos días, la invitamos a casa para conocernos un poco más y presentarle la canción. Entre las tres creamos la melodía e hicimos unos cuantos cambios en la letra para que quedara completamente perfecta.

A la mañana siguiente, cuando las cortinas del hotel no consiguieron tapar los rayos de sol, me desperté. Miré la hora, y me encontré con algo mucho peor. Dieciséis llamadas perdidas de mi madre. Me pregunté qué había pasado para tener tal cantidad de llamadas. Ni que fuera una adolescente. Como una bala marqué su número.
-¿Qué ha pasado? -me interrogó nada más descolgar.
-Eso mismo quiero saber yo.
-¡¡No me mientas, soy tu madre!! ¿Por qué no me cuentas las cosas?
-¿De qué hablas? -no entendía nada de lo que pasaba. -¿me quieres explicar a qué se debe eso? Yo te lo cu…
-¡¡He visto las revistas!! ¡¡No soy tonta!! -¿revistas? ¿cómo qué revistas? Algo iba muy mal.
-¿Qué ponen las revistas, mamá? -intenté suavizarlo.
-Te leo, eh. "¿Posible distanciamiento? La pareja del momento parece vivir un tiempo amargo. La cantante madrileña se ha quedado en el chalet que comparten, mientras que su novia, viajaba a Sevilla. Ayer la vimos salir de un edificio junto a Marta, una joven que comienza a grabar su nuevo disco. ¿Será ella el motivo de este despego? ¿Están dándose un tiempo?" -me eché a reír. Qué graciosa llegaba a ser la prensa rosa.
-Marta es una amiga, estoy en Sevilla porque canto con ella en su CD, Malú tiene trabajo en Madrid. Estamos perfectamente.
-Ay, qué susto. No sé para que me creo estas cosas… Pero claro, venía una foto…
-¿Una foto?
-Tú con la niña esa, saliendo de un sitio. -explicó. Debió ser cuando íbamos a comer…
-Tranquila, no pasa nada. Todo va viento en popa.
-Es que ya tengo el vestido de la boda. -reí al escucharla. Madres…
Nada más colgar, "Malú llamando".
-¡Cómo se te ocurre! ¡No vuelvas a casa!
-¡No pienso volver! ¡Vuelve a tu mentira de plástico gris! -grité. Reímos a la vez.
-Ya lo has visto, ¿eh? -acertó.
-Bueno, tu suegra me ha llamado como veinte veces. No sabes el sofocón que le ha dado. -la escuché carcajear al otro lado de la línea. -y todo porque se acababa de comprar el traje para nuestra boda. -aumentó su risa.
Pero aquí no acabó esta historia. De camino al embarque, una ola de periodistas me asaltó. Formaron un círculo y me dejaron dentro. Mari estaba delante de mí, haciéndose hueco entre la masa. Pegaba bolsazos y patadas.
-¿Es cierto que se cancela la boda?
-La boda sigue en pie. -me limité a contestar. -oye, está todo bien, ¿vale?
-¿Te has acostado ya con Marta? -se me escapó una risa, que no sé si restó credibilidad al asunto.
-Marta es una amiga, y no solo mía, también de Malú. -contesté mirando al periodista que había lanzado la estúpida pregunta. -voy a perder el avión, si me lo permitís… -intenté pasar.
-¿Confirmas el distanciamiento?
-Estamos perfectamente. Eso lo habéis inventado vosotros. -decidí que esas fueran las últimas palabras. Llegamos al embarque de una vez por todas. En unas horas volvería a estar con ella.

Antes de que el avión me exigiera apagar el móvil o dejarlo en el famoso "modo avión", colgué una foto en las redes. Un beso en el caribe entre ella y yo, y añadí "Por fin esta noche volveré a dormir a tu lado. Y mañana, despertaré allí. Te quiero."  Que les den por culo a la prensa. 

sábado, 26 de julio de 2014

T2. Capítulo 3. VESTIR UN COLOR

El estruendoso despertador sonó, haciendo vibrar toda la mesilla de noche. El sonido se coló por nuestros oídos, provocando un susto mortal, capaz de incorporarnos en la cama.
-Hay que comprar un reloj, es urgente. -propuso la cantante, que me había acompañado en la oscuridad de la noche, una vez más.
-Desde luego. -dije, echándome hacia atrás, con un dolor incómodo en los oídos a causa del maldito aparato. -tantos discos de oro y un despertador de mierda. -bromeé con una pequeña risa. Me lanzó una mirada cargada de rencor.
-Levántate, nos espera un largo día. -me ordenó, con esa seriedad que solía forzar y que la hacía tan irresistible.
Apenas estábamos empezando a desayunar, cuando el pito del coche de Mari nos despistó.
-¡¡Qué mujer!! -opinó mi chica, corriendo hacia el portón de  nuestra casa. Llevábamos una mañana de lo más escandalosa.  Yo que me había acostumbrado a la silenciosa vida medio rural. El chalet estaba apartado del mundo, a diferencia de mi anterior hogar. Si tuviera que volver no dormiría nunca. Allí los decibelios presumían de grandeza. Había varios bares en mi calle que traían voces de padres llamando a sus hijos a la hora de irse, celebraciones de goles, música alta, balonazos contra la pared. Por no hablar de la cantidad de sirenas de policía, ambulancia, y bomberos. Aquí el ruido brillaba por su ausencia. Un enorme silencio decoraba nuestras noches y mañanas. Lo único que nos podía quitar el sueño eran los gruñidos y ladridos del pequeño zoo, como le llamaba Malú, o algún canto de pájaro madrugador.
-¡¡Buenos días mi estrella!! -asomó por la cocina, tan eufórica como de costumbre, mi mánager.
-¿En el amplio sentido de la palabra? -sonreí.
-Sabes que sí. -me guiñó el ojo.
-Oye, ¿y este rollito? -intervino algo celosa mi futura mujer. Ella le atizó un periodicazo en el brazo.
-¡¡Ni falta me hace repetir que soy de otra acera!! -exclamó.
Estuvimos buscando estilistas, pero ninguno nos llegaba a convencer. En especial a mí, que soy jodidamente rara a la hora de vestir. Ninguno de ellos conseguía darme el estilo que buscaba. Ese toque que quería darle a mi persona. Acabé desquiciando a Malú y a Mari. Era demasiado exigente. Aún así lo comprendieron, sabían lo importante que era la imagen en este oficio. Vestir de una forma u de otra me hacía diferente, me daba distintas personalidades. Lo primero que ve alguien es el exterior. Le tenía que entrar por el ojo para luego conocer el interior, mirar mi alma, y a mi música en mi caso. Andábamos desesperadas. ¿Dónde estaba mi estilista? Tenía que existir alguien, el caso era encontrarlo. Por suerte, la maravillosa y amplia agenda de contactos de mi chica dio con algo que podría servirnos. La mujer de Antonio Orozco. Sí, sí. Decían que era de las mejores del país. Así que allá íbamos, dispuestas a saber si habíamos dado en el clavo.
-Mira, como no te sirva… -murmuraba Mari mientras conducía.
-Toda buena reina tiene su sastre. -le solté a lo más clásico.
-Me enamora cuando pronuncia esas frases. -suspiró Malú desde el asiento de atrás.
-Vaya dos empalagosas. ¡¡AG!! -reímos ante su respuesta.
Entramos a una cafetería de la tercera planta del centro comercial más amplio de todo Madrid. Allí estaba Orozco, con un café en la mano y las gafas de sol puestas. Sí, dentro de un recinto cerrado había mucho sol. Sí.
-¿Ves algo? -fue mi forma de saludarle, entre risas.
-Gajes del oficio, Marinita. -sabía que odiaba que me llamara así. Pero lo seguía haciendo.
-Creo que la gente se fija más en ti… pero allá tú.
-¿En serio?
-Hombre, no es habitual que alguien lleve unas gafas de sol y una gorra en un sitio cubierto. Llamas más la atención. -argumenté.
-Eres muy lista para llevar tan poco tiempo en este mundillo… -opinó. En el mostrador, una chica morena de la misma estatura que el madrileño se giró con un donut de lo más pringoso.
-Hola, soy Marina. -la saludé, prestándole la mano. -una chica muy guapa, Orozco. -la joven puso cara extraña, y la del cantautor era de descojonamiento absoluto.
-Hola, soy Isabel, tu, espero, futura estilista. -a mi lado llegó una rubia.
-Vale… soy idiota. -me reí de mi misma. Me disculpé y saludé, ahora sí, a la esposa de Antonio. Llevaba el pelo enredado en una trenza. Unas gafas de sol blancas se posaban en sus pequeñas orejas y descansaban en su cabello dorado. (Me encantaba llevar así las gafas, podría sumar puntos). Portaba una curiosa camiseta blanca, lisa, pero con algo que no tenían las demás. No sabía decir qué. Para la parte de abajo había elegido un vaquero ajustado con tonos celestes y unas vans a conjunto con su camiseta. He de reconocer que nunca me fijaba en la ropa, pero dadas las circunstancias, lo mejor era hacerlo. Y he de decir que me gustó mucho su forma de combinar.
-¡¡Malú, cuánto tiempo!! -exclamó muy gentil. -a ver si te dejas ver más a menudo.
-¡¡Desde luego!! Un día podrías invitarme a un gazpachito, que todavía me acuerdo del que me hiciste en Sevilla. -vaya, sevillana, aunque se podía deducir de su acento. Adoraba el seseo. Cada vez depositaba más esperanzas en ella.
-¿Tomamos algo y comentamos un poco? -no sabía que quería hablar, pero acepté y me senté con ella y el resto, acompañados de unos cafés para despertarnos. -cuéntame, Marina, cómo te defines.
-Vaquera. -reí. -suelo llevar camisas.
-No, respecto a moda no, cómo te defines como persona. -me preguntaba para qué hacía falta eso.
-Pero… ¿Qué tiene que ver esto con la ropa? -me atreví a cuestionar.
-Es muy importante, tengo que conocerte para saber cómo adornarte. De este modo adaptaré tu personalidad a tu estilo. -¡Sorprendente! ¡Alucinante! era exactamente lo que quería. Una fachada que mostrara lo que soy.
Fue apuntando todo lo que le decía en una libreta con mi nombre. Organización, me gustaba. Parecía ser la candidata perfecta. Estaba deseando trabajar con ella. Tras el interrogatorio, la ficha técnica, o como quiera llamarlo, repasamos todas las tiendas del centro comercial. No me atraía eso de meterme en un probador y que miles de prendas pasaran por mi cuerpo mientras cuatro individuos me miraban de arriba abajo y una de ellas, en concreto, la señorita Isabel, apuntara algo de cada conjunto en un cuaderno azul adornado con el rótulo de "MARINA MARÍN" en la portada.

-Ese le queda muy bien. -murmuraba mi chica.
-No sé yo, eh, me gusta más el de antes. -comentaba mi representante.
-Estás preciosa, Marinita. -Orozco siempre decía la misma frase. Sin olvidarse del horrendo mote que me había puesto. Se notaba que no entendía mucho de ropajes. Según él, todo me quedaba perfecto, todo me hacía preciosa. Yo me limitaba a dar vueltas sobre mí y a sonreír forzada por los halagos, o a reírme en caso contrario.
-¡¡Quítate eso!! ¡Ag! -chilló Malú.
-Las flores las descartamos, por favor. -rogué. Isa carcajeó y lo anotó, cómo no.
-Ay, dios mío, pareces un cuadro del "Museo del Pardo". -bromeó Mari.
-¿No será "del Prado"? -intervine.
-Es que estás tan fea que ni en el Prado, cariño. -su respuesta me dejó por los suelos, pero me hizo llorar de risa.
-No le queda tan mal. Estás preciosa, Marinita. -repitió por decimoséptima vez.
-Créeme que no, Orozquito.
A pesar de los sudores, los interminables cambios de ropa, el estrés de las compras, las colas de los baños, las colas en los cajeros, las colas en los probadores, y la insoportable presencia de Antonio y sus "Marinita", el día fue divertido, y lo mejor, muy productivo. Tenía armario para meses y meses. Además, firmamos el contrato con Isabel. Para celebrarlo, invitamos a todos a cenar, y se añadieron nuestros amigos Pablo y Li, que vivían un momento de lo más dulce y especial. Esperaban su primer hijo.
-¡¡Pablito!! -exclamó Orozco al verlo entrar de la mano de su chica.
-Veo que tú tampoco te escapas… -reí para mis adentros.
-Isabel Coronel. -se presentó  la rubia. Pablo se puso recto y llevó su mano, completamente rígida, a su frente. Saludando al puro estilo militar. Nos echamos a reír. -estoy acostumbrada al chiste…
-Lidia. -saludó mi mejor amiga. Enseguida se acercó a mí para darme un abrazo. Yo le toqué la barriga y me dio un pisotón. -aún no se mueve, pesada.
-Jo. -me quejé. -ey, lentejita… -le dije a la panza.
-¡¡NO LE PONGAS NOMBRE!!
-Marina, deja ya de molestar. -se acercó Malú y se apoyó en mi hombro con su codo. -¿cómo lo llevas?
-Bien, Pablo da más por culo que él. -rió.
-¡¡TE HE OÍDO!! -chilló López. Menuda antena parabólica…
Nos acomodamos en la mesa  del patio. Encendimos las luces del jardín. Era una velada muy agradable, fresca, y de lo más encantadora. Estábamos rodeadas de buena gente. La conversación era divertida, reíamos una y otra vez, raro era el momento en el que dejábamos de sonreír. Me sentía feliz, querida. Era genial saber que tienes gente alrededor. Te hace creer que si te caes, ellos harán de manta. Y yo era así, pensaba en el golpe cuando mejor me iban las cosas. Extraño, irónico, pero real. Tristemente, me había habituado a eso de estrellarme contra el muro…
La noche terminó entre copas, estrellas, sonidos de guitarra y piano, voces de lo más dulces, otras más roncas, y un olor a césped mojado

viernes, 11 de julio de 2014

T2. Capítulo 2. RESUCITAR EN UN ABRAZO.

-¿EMBARAZADA? -repitió Malú, algo alterada. Yo asomaba la cabeza, intentado ver quién era. Mi chica tiró de mi brazo para acercarme a la valla.
-¿LI? -no podía dar crédito a lo que veían mis ojos. -no… no puede ser. -mientras yo intentaba liberarme del shock que había sufrido, la cantante madrileña abrió la puerta y dejó pasar a mi amiga. La abrazamos entre las dos. -¿dónde está Pablo?
-No lo sé… -murmuró entre sollozos. Estaba muy asustada. -no le digáis nada, por favor.
-Tranquila. -le susurró María Lucía.
-No sabía a quién contárselo… -elevó el llanto.
-Va, venga. Entremos a casa, te voy a hacer una tila o algo. -la llevamos hasta dentro con pequeños pasos, como si fuera un jarrón de la más preciada cerámica. Nunca la había visto así. Estaba demasiado acostumbrada a verla con aquella sonrisita divertida, sus ojos casi rasgados por la felicidad que iba derramando. Era ella la que me animaba a mí. La que me cuidaba y sacaba adelante. Ahora las tornas cambiaban. Los roles se intercambiaban. Ahora era ella la que me necesitaba.
-Bébetela. -le tendió la infusión Malú. Lidia la cogió y bebió un poco. Entrelacé mis dedos con los suyos.
-No tienes que tener miedo, estamos contigo. -le aseguré. Tumbó su cabecita en mi hombro en señal de agradecimiento.
-Además, has dicho "creo". -subrayó mi prometida.
-Me he hecho siete pruebas. Siete.
-¿Y…? -quise saber.
-Dos rayitas.
 -¿Eso qué significa? -pregunté. Rieron exageradamente. -oye…
-Y contigo quiero yo formar una familia… -cuchicheó Malú. Conseguimos hacerla reír aunque fueran solo unos segundos. -dos rayas es positivo.
-Es que no puedes beber tanto, Li. -bromeé. Rió de nuevo.
-Idiota. -me pegó un codazo mientras se limpiaba las lágrimas risueña. Rodeé su cuello y la abracé entre risas. -no sé cómo se lo voy a decir a Pablo… -volvió a la seriedad y preocupación con la que llegó. -lo voy a destrozar…
-¿Por qué? Tendrá que apoyarte. Está contigo, te quiere. -dijo ella.
-Voy a cargarme su carrera… -se tapó la cara.
-No digas eso. -la achuché. Malú me miró y con un gesto me preguntó qué hacer. Yo me limité a besarle el pelo. Era una situación complicada. -a Pablo le encantan los niños… ¿no lo has visto con su sobrino?
-Sí… pero es un sobrino. No su hijo. Es mucha responsabilidad… -respondió sin alzar la cabeza, escondida en mi pecho. -somos muy jóvenes… él está empezando a vivir su sueño. No puedo hacerle esto.
-A veces los planes no salen como queremos. -intervino la cantante. -pero no por ello tenemos que tirar la toalla. Puede que ahora esto te parezca algo malo, pero quizás más tarde te ilusiones. Un niño significa alegría… quieras o no. -el móvil de mi mejor amiga comenzó a vibrar bajo el bolsillo de su pantalón.
-Es la décima vez que llama. -murmuró.
-¿Por qué no lo coges? Trae.
-No, Marina, no lo hagas. -me pidió. -no puedo hablar con él. Me derrumbaría.
-¿Por qué no le digo que venga y habláis? -propuso la madrileña.
-No, no, por favor, chicas, no. -estaba temblando, aún así, Malú cogió el teléfono y lo hizo. Algún día nos lo agradecería… Teníamos que ayudarla a afrontar aquello. El malagueño no tardó en aparecer en Majadahonda, donde a base de infusiones, Lidia comenzaba a calmarse. Al menos un poco.
-¿Qué te ocurre? -se alteró al ver a Li. -¡qué pasa! -exclamó. Lo entendíamos. No sabía nada y se encontró con un ambiente dramático, de lo más desagradable. La mesa estaba llena de clínex usados y vasos de tila vacíos, sin una gota. El rostro de su novia estaba aún desencajado, blanco como la más pura nieve de los Alpes. Sus manos destrozaban papeles, muy temblorosas. Mi chica la abrazaba por la cintura, sin soltarla. -Marina, ¿qué está pasando? Estoy asustado. ¡Joder! ¡hablad!
-No soy quién para decírtelo… es algo que debéis hablar vosotros. -miré a María Lucía. -ven. -le ofrecí la mano.
-No, quedaros. -la retuvo. No quería que la soltara. Pensé que lo mejor sería que se quedaran a solas, pero ante la petición de mi compañera, no me moví.
-Me voy a volver loco si no me dices ya qué te pasa, cielo. -flexionó su rodillas y aguantó su peso en los gemelos frente a la joven.
-Pablo… -una lágrima más derramó por su rostro. Ésta fue limpiada por su chico. -que…
-¡¡¡QUÉ!!! -gritó.
-Estoy embarazada. -el tono de piel cambió por completo. Su rostro se relajó, fue cómo si se cayera a cachos. Tragó saliva, sin saber qué decir. Intentaba vocalizar, pero no le salía. Se dejó caer en el suelo, no pudo seguir en cuclillas. Se echó las manos a la cara y la bajó lentamente. -lo siento. -intenté tirar de Malú para irnos de allí, pero su mano estaba bien sujeta por Lidia. El ambiente estaba muy cargado, ese sitio no me gustaba.
-Eso debería decirlo yo. -dijo él, con la cara aún cubierta. Se levantó rápidamente y se sentó a su lado. Sostuvo su mano con fuerza, apretándola. -tranquila, ¿vale? Saldremos de ésta. -Se abrazaron en  nuestro sofá. Ese abrazo resucitó su amor. Ésta era la nuestra. Nos escapamos a la cocina rápidamente.
-Qué bonito. -parecía emocionada. Reí. -qué buenos chicos.
-Seguro que les sale todo genial. -aseguré, sentándome en la encimera.
-Igual tenemos un invitado más para la boda. -bromeó, abrazándome por la cintura. Besé su frente, que me pillaba justo delante de mis labios.
-Pues sí que tardaríamos en casarnos. -reí.
-A este paso… el niño hace la comunión antes que nosotras nos casemos.
-¿Y quién tiene la culpa…?
-Deja ya a mi madre, pesada. -me pegó. -a ella le hacía ilusión organizarla, ¿vale?
-Vale, vale. Yo lo único que quiero es hacerlo antes de que tenga que usar un bastón. -volví a llevarme un guantazo. Por bocazas. -podríamos echarle un cable.
-No nos deja, ya lo sabes. -rió. -todo para ella. -alargó el "todo".
-Oye, estaba yo pensando… -me puse la mano en la barbilla. -y si te pones uno de tus modelitos de la gira. -soltó una carcajada. -estaría gracioso. -siguió riéndose.
-Cariño, ¿cómo me voy a casar con eso?
-Poder puedes. -me encogí de hombros. -podrías ponerte el de la gira sí, y cuando lleguemos al hotel me cantas "Como una flor" y te quedas en body. Yo lo veo, eh.
-No puedo, en serio. No puedo contigo. -dijo mientras se limpiaba las lágrimas. Lloraba de risa.
-A mi me dejas ese que parece un murciélago. Con la capita y todo.
-¡¡Para ya, que me duele la barriga de reírme!! -me golpeó la pierna.
-A tu madre podemos ponerle el mono ese de flecos dorados. -bromeé.
-¡¡Y dale con mi madre!! ¿Por qué te ha dado ahora por meterte con tu suegra? ¿Te ha hecho algo?
-Darme a la mujer de mi vida. -susurré.
-¡No hagas eso! ¡Estoy enfadada! ¿no me ves? -sonreí torcido. -¡MARINA!
-¿¿TODO BIEN?? -gritó desde el salón López.
-¡¡¡¡¡PERFECTÍSIMO!!!!!-contestó Malú alterada. Se giró. -paso de ti. -caminamos hasta los chicos.
-Si es niña Mar, y si es niño Jorge. -nos comentaron.
-¡Jorge no! -gritamos las dos a la vez.


martes, 8 de julio de 2014

T2. Capítulo 1. DILES

El frío se acababa. Nueva primavera. Vuelta al color, al olor. Mangas cortas, largas hierbas. Las cosas habían cambiado radicalmente. Mi vida había dado un giro de 360 grados, otra vez. Los últimos años habían sido vertiginosos para mí. Nada era igual, ni iba a volver a serlo. El mundo, la vida. Todo es una locura. Una completa locura. Nada más despertar la mañana siguiente al concierto, hace ya casi 5 meses, los medios de comunicación se revolucionaron. Malú y yo salíamos en todas las revistas de la papelería, los programas de televisión echaban humo por la forma en la que la cantante había aceptado mi proposición. Una nube de comentarios y críticas nos rodeaba. La puerta del chalet se llenó de periodistas. Fue un boom que nadie dejó pasar. Unos aseguraban que nos estábamos precipitando, que éramos muy jóvenes. Otros estaban ilusionados y efusivos. Por otro lado, abrimos el debate constante de las bodas homosexuales. Se puede decir que durante aquella semana no se hablaba de otra cosa. La fama de mi chica alcanzaba las cotas más altas. Era de las más buscadas por la prensa, y la reacción ante ese notición dejó clara su importancia en el país.
No solo respondieron la población, la prensa y los fandoms, también surgió polémica en nuestro círculo. Sus padres no estaban contentos con la idea. Al menos, la forma en la que lo hicimos, más bien, lo hizo público. Se sintieron molestos, ya que ella no les había comentado nada. Igual pasó con muchos de sus amigos, que se quejaban con el mismo argumento. Su familia, aunque me adoraran, alertó a Malú. "Ni siquiera lo has masticado", le dijo su sabia madre. "Deberías haberlo dicho, te hubiéramos aconsejado". Pero el carácter de mi chica era el que era. Le dio exactamente igual. Cuando hablábamos del tema se limitaba a cantar "Diles, que nuestro amor será infinitamente eterno". Por mi lado no hubo problema. Yo les había contado mis ganas de proponérselo, y ya sabían parte de la historia. Tanta presión, tantas vueltas de hoja a la situación acabó por agobiarnos. Estábamos hartas de todo y de todos. Tal fue así, que partimos en avión hacia México. Allí nos alojamos en un hotel cerca del mar. Nos vino genial para liberarnos de la masa popular. De ser nosotras, de conocernos aún más, de desconectar del mundo. Nos olvidamos de la posible boda, de los conciertos, de los discos, de nuestras familias, de nuestros amigos, de los productores, de los fans. Lo dejamos en el aeropuerto y nos centramos en nosotras. Necesitábamos eso. Estar completamente solas, sin una sola influencia. Para "masticar", como decía mi suegra, esa decisión tan importante. ¿Realmente queríamos eso o se nos había ido la olla?
Esos días fueron decisivos para las dos. Nos dimos cuenta de lo mucho que nos queríamos. De que nuestra relación no era efímera, ni mucho menos. Estaba tan consolidada que ni una manada de elefantes furiosos podría derribarla. Disfrutamos de la soledad, de nuestra compañía. Aprendí aún más, si cabía, de ella. Descubrí que en su interior se escondían cosas que nadie había sacado, o al menos, eso decía. Los móviles estuvieron apagados durante esas vacaciones tan placenteras. Esas vacaciones que se convirtieron en las mejores de mi vida.
A la vuelta a España, a la vida, a la realidad, nos topamos con la misma masa que dejamos al volver. La polémica seguía en pie. Los medios al pie del cañón. Pero ahora era diferente. No teníamos dudas, estábamos seguras de nuestros sentimientos, de nuestra postura. De nuestro futuro. Veníamos fuertes. Con ganas de luchar. Una seguridad que cruzaba mares y océanos. Nada podría interponerse. Nada podría destruirlo. En seguida nos pusimos a trabajar en nuestros respectivos proyectos. Yo me dediqué a componer nuevas canciones y reparar antiguas, buscando un nuevo sonido a mi próximo disco. Ella se volcó de nuevo en el programa de televisión para el que trabajaba, y al que tanto le debíamos. Quiso hacer un paréntesis en su carrera y empezar un nuevo álbum más adelante. Le apetecía tomarse un respiro y dedicarse exclusivamente a la grabación del talent junto a los preparativos de nuestro enlace.
-¿Qué escribes? -preguntó Malú entrando en el estudio.
-Nada. -cerré el diario de golpe.
-¿Qué tienes ahí…? -sonrió, sentándose en mis piernas y abriéndolo. -¿escribes un diario? -carcajeó.
-No es un diario…
-Hoy el día ha sido mejor de lo que esperaba. No sé por qué, pero tengo la sensación de que todo me está… -leía. Se lo arranqué de golpe.
-Es privado. -dije, guardándolo en el primer cajón.
-Pensé que no teníamos secretos. -me puso a prueba como tanto le gustaba hacer.
-Y no tenemos secretos… a ver, solo es un poco de privacidad… -intenté defenderme. Me abrazó entre risas.
-Era broma, tonta.  No me hace falta espiarte el diario para saber qué sientes. -rodeó mi cuello.
-¿Ah, no?-sonreí.
-No. Me basta con mirarte.
-¿Qué estoy sintiendo ahora mismo? -la desafié. Entrecerró los ojos, apretándolos con fuerza y empezó a poner caras raras, provocando en mí carcajadas irremediables.
-Tienes ganas de salir a cenar.
-¿Qué dices?
-Venga, vístete, nos vamos. -se levantó y me azotó en la pierna. Me quedé mirándola con los brazos abiertos.
-¿Pero qué…?
-Que te vistas. -repitió, desnudándose a lo largo del pasillo. Me quedé cual tonta sentada en esa silla forrada con cuero, cayendo en la cuenta de que ella no dejaría de sorprenderme por muchos años que viviésemos juntas.  -¿pero aún sigues ahí? -me eché a reír. No había nada más gracioso en el mundo que verla enfadada. -no sé qué te hace tanta gracia…
-Tú enfadada.
-Ah, ¿te doy risa? -preguntó muy seria, mientras se abrochaba los pantalones. Asentí sin más.-a ver si te vas a seguir riendo… -cogió mi guitarra.
-Eh, deja eso ahí.  Se la colgó y empezó a tocar notas al azar. -¡que la desafinas, idiota! -me fui tras ella.
-Ea, ya conseguí levantarte. Malú siempre gana.
-Sí, majestad.
Conducimos hasta nuestro restaurante favorito acompañadas por la música de la radio. Cantando en todo momento, aunque con algunas pausas por culpa de sus caras. Era imposible tomarse en serio algo con ella al lado.
-¿Lo de siempre? -nos preguntó el camarero al reconocernos. Asentimos sonrientes.
-Y bien… ¿has pensado en algún sitio para irnos de luna de miel? -quiso saber, mientras probaba con la punta de los labios el vino. Me quedé pensativa.
-París descartado, ¿verdad? -reí.
-Allí no nos dejarán entrar. Espero que tomaras muchas fotos de la Torre Eiffel porque ya no la podrás ver más. -bromeó.
-Dios… la que liamos. -me tapé la cara.
-Sabes que en el fondo lo pasamos genial. -sonrió a quemarropa. Yo me quedé embobada. -¿Cariño?
-Sí… sí.
-¿Estás bien? -rió.
-Perfectame… Eh, no sonrías así… -me quedé algo atontada.
-Uy… el vino…
-No le eches la culpa al vino… eres tú. Y solo tú. -nos quedamos en silencio, mirándonos sonrientes. No cambiaría esos momentos por nada. Eran simplemente perfectos. Como si alguien hubiese dado a pausa. Todo se paraba. El mundo dejaba de girar. El silencio era nuestro. El silencio estaba cargado de sentimientos. Gritos. Palabras. Besos. Agarré su mano y la acaricié. Soltó una pequeña risa y dejó de mirarme.
-Qué feliz soy. -suspiró. Me dio un vuelco el estómago. Tragué saliva con dificultad.
-Me alegro. -logré decir.
-Gracias, gracias por haberme encontrado. -me apretó la mano. Nuestras pupilas volvieron a encontrarse. -te lo digo en serio… has cambiado mi forma de ver la vida. -acarició mi mejilla. Me quedé muda, como tantas veces solía conseguir. Era una de sus habilidades. Silenciar al mundo. Siempre lo lograba. Sus armas eran infalibles.
-De nada. -me encogí de hombros. Carcajeamos a la vez.
-Qué idiota eres. -negó con la cabeza, sin dejar de reír de aquella forma tan brillante, capaz de iluminar kilómetros y kilómetros.
-¿Sabes? Eres como ese deseo que nunca pedí.
-¿Qué? -sonrió algo colorada.
-Eres como ese deseo que nunca pedí.
-Ya me he enterado, tonta. -me dio con la servilleta. Su móvil vibró bruscamente.
-Dios, que susto. -tomé aire. Ella rió y contestó al mensaje.
-Mi estilista. -me informó. -tiene nuevas cositas para mí. -se frotó las manos. -en serio, lo contenta que estoy yo con él no es normal.
-¿Y eso?
-No es por él, es por el simple hecho de no tener que escoger la ropa que me compro. Qué pesadez. Lo odio.
-Qué suerte… -bufé.
-Puedo encontrarte a alguien. -cogió el móvil.
-Tendría que hablarlo con la discográfica.
-No pondrán oposición. Estás recaudando mucho con tu último disco. -dijo ella, que sabía mucho del tema. Eso sí, tenemos que encontrar a alguien que sepa entenderte. A ti y a tu estilo.
-Entendido, pero deja eso ahora. -le quité el smartphone.
-Ya sabes cómo me pongo con el trabajo. -rió.
-¡Adictiva! -exclamé. -disfruta de la noche, anda. -le guiñé un ojo.

Al caer la madrugada, nosotras seguíamos en el jardín de su casa, tumbadas en el césped, muy cerquita.
-Me pasaría el resto de mi vida aquí. -rompí el tranquilo silencio.
-¿Conmigo? -sonreí. Estaba clara la respuesta. -mirando las estrellas. -asentí. Entrelazamos nuestros dedos. Su mano era cálida, suave. Me encantaba agarrarme a ella. -¿crees que será diferente?
-¿El qué? -giramos nuestras cabezas. Dejamos de ver el universo, para observar nuestros rostros.
-Lo nuestro. Cuando nos casemos, cuando pasen los años… -me reí. -oye, que es serio. Tengo miedo de que cambiemos.
-No tiene por qué cambiar… solo es un anillo y un par de papeles. -intenté tranquilizarla. Probablemente serían los nervios.
-Es que ahora es todo tan bonito…
-Lo seguirá siendo. Te lo prometo. -besé su puño. -no creas que por tenerte voy a relajarme. Voy a seguir tratándote como el primer… -unos pasos acelerados me interrumpieron. Nos encogimos asustadas. Quedamos sentadas y miramos a la cancela del chalet. Oímos un llanto ahogado y unas manos de tez blanca se agarraron con fuerza a las barandillas.
Malú y yo nos miramos sin saber qué hacer. No eran horas. Nos acercamos con cuidado.
-Pero… cariño, ¿qué ocurre? -le preguntó mi chica. Yo aún no había conseguido ver quién era.
-Creo que estoy embarazada… -soltó, moqueando.