jueves, 25 de septiembre de 2014

T2. Capítulo 24. LINDA.

Dicen que el tiempo vuela. Que en un abrir y cerrar de ojos todo cambia. Que hay que aprovecharlo. ¿Cuántos poetas y escritores dedicaron muchas de sus obras a transmitir este mensaje? ¿Cuántos? El tiempo es oro. Oro del más caro. Porque cada minutos que perdemos es irrecuperable. Y no hay nada peor que desperdiciarlos. Tenemos que saber hacer una buena gestión del tiempo. Y yo me ponía irrevocablemente nerviosa al mirar el despertador nuevo. Sí, por fin lo habíamos cambiado. En él se mostraban hasta los segundos, cosa que me alteraba. Se movían, gritándome una y otra vez que para un ser humano como yo era imposible pararlo. Detenerlo. Sin darnos apenas cuenta, la mitad del verano había pasado. Después de esas vacaciones donde Malú terminó de rehabilitarse, volvimos a Madrid, a nuestra casa. A penas faltaba un mes y medio para la boda, y cómo no, las organizadoras estaban de los nervios. Pensaba que incluso más que nosotras. Hacía unos días, cuando yo volví a volcarme en mi nuevo disco, mi futura mujer acudió a cientos de tiendas. No me quiso decir nada a cerca del vestido. O lo que quiera que llevase. Yo seguía pensando que era buenísima idea lo de llevar el vestuario de gira… El nuevo y melodioso despertador sonó. Tocaba una conocida canción de Beethoven. Lo paré, pues llevaba despierta ya un buen rato.
-Qué gusto el nuevo reloj. La mejor inversión de mi vida. -bostezó, librándose de las sábanas con los pies.
-¿Mejor inversión que yo? -pregunté, perdiéndome en su pecho.
-Sabes que no hay nada mejor que tú, pesada. -reí.
-Pero me encanta oírlo. -confesé. Hice una pedorreta en su barriga, completamente descubierta. En verano dormía desnuda. Para qué mentirme, me encantaba. Chilló. Tenía cosquillas en esa zona. Por mucho que se oponía, no dejé de hacerlo.
-¡¡QUITA!! -me empujó. Conseguí aguantar un poco más, pero su fuerza logró despegarme. Me eché a reír sin piedad a su lado. -estás graciosa esta mañana, ¿no? -observó. Yo asentí. Aunque más que graciosa, estaba feliz. Feliz con todo lo que me estaba pasando. -¿YA SON Y CUARTO? -miró el luminoso del despertador. Se alteró, levantándose de un salto. Danka se subió en el sitio que ocupaba. Puso sus patas sobre mi pecho, aplastándome. Emití un gemido. -me defiende. -rió. -tengo unas ganas horribles de empezar. -exclamó mientras peinaba su pelo frente al espejo. Yo intentaba librarme de las garras, nunca mejor dicho, de su perra. Había crecido muchísimo. Ya mismo no podría ni sacarla a pasear.
-Y yo de que empieces. -la rodeé por detrás. Depositó el peine sobre la cómoda y se giró. Mis pupilas se toparon con las suyas.
-Te arrancaba esos ojos. -dijo. Se me abrieron aún más. Qué miedo. -joder, son tan preciosos.
-Seguirán siendo así en mi cara… no hace falta que los saques… -dije temerosa. Me besó con una cara muy tierna.
-¡Llego tarde! -se separó de mí y voló prácticamente por las escaleras.
-Cariño, no son ni y media. -la avisé mientras bajaba las escaleras tranquila, no como ella.
-¡¡Es que quiero comenzar ya!! -volcó ágilmente el brick de leche en una taza, tal y como lo haría una camarera de alto rango. -no sabes cuánto echo de menos al escenario. A mi público. A mis músicos. No he hecho otra cosa en mi vida…
-Lo sé, lo sé. -asentí sonriente. Sus ojos brillaban y su sonrisa estaba más radiante esa mañana. Su hiperactividad me ponía de los nervios. Agarré sus brazos y conseguí frenarla unos segundos. -¡tranquila! -reí.
-¡Ay! -dio saltitos. Sacó la taza del microondas, y ardiendo, le dio un buche. Su grito se coló por las paredes. Recordé el momento sopa del restaurante en Francia. Sin ni siquiera quejarse, se echó un poco de leche fría para compensar. El vapor fue disminuyéndose. -¿tú qué harás hoy? ¿alguna entrevista? -negué con la cabeza. -¿aburrida todo el día? -volví a negar. -¿entonces?
-Tengo una cita. -su sonrisa se borró de golpe, cosa que me hizo estallar de risa. -con tu madre. -se calmó.
-¿Qué vais a hacer? -nos sentamos en el comedor con nuestros respectivos desayunos.
-No sé si debería contártelo. -ante un pellizco retorcido en el brazo, lo solté.
-Vamos a ir a comprar el traje para la boda. -le dije. Aplaudió entusiasmada. -también vendrán mi madre e Isa. Puede que Mari se meta, sabes cómo es. -reí.
-Y Orozco. -añadió.
-¿Orozco? -pregunté.
-Ese no se lo pierde. -aseguró. Pero yo no estaba muy convenida.
-Pero si él odia ir de compras, ¿para qué va a venir?
-Tú hazle caso a tu mujer. -me advirtió.
-Aún no lo eres… -una mirada me calló.
-Lo seré. -concluyó, dando el último sorbo a su café mañanero. -espero que vaya bien. -deseó, levantándose. -elige uno bonito. -susurró. Adoraba su forma de susurrar. La sentía tan cerca, tan dentro. Me daba la sensación de que nunca se iría. Siempre permanecería conmigo. Cada vez que murmuraba en mi oreja, el eco de su voz se extendía por mi cuerpo de la cabeza a los pies.

Me reuní a eso de las diez de la mañana con Isa, Pepi, y mi madre. No esperaba a nadie más, que yo supiese. Tenía la duda de si mi gran amigo Antonio me acompañaría en ese día tan especial. No lo sabría hasta que llegase. Al igual que Mari, que tan solo había dejado caer un "me encantaría ir".
-¡Hombre! -resultó que llegué tarde. Todos estaban ya sentados alrededor de la mesa de una de las cafeterías más famosas del centro de Madrid. Mi novia se había equivocado en el pronóstico de Orozco.
-¡Perdonad el retraso! -exclamé, sentándome al lado de mi estilista.
-¡Quita de ahí! -la voz ronca de Antonio me asustó. -¡ahí voy yo! -replicó. En cierto modo me dio coraje. ¿Por qué Malú siempre tenía razón? Pero por otro, me alegraba que estuviera ese día.
-Cariño, siéntate a este lad… -no la dejó terminar.
-¡Yo estaba ahí!
-Vamos, no seas idiota. -su mujer quitó el bolso del asiento para dejarle un hueco al cantautor. Le sonreí burlona. Me sacó la lengua. -eh, paz. -pidió.
-A que os meto dos hostias a cada uno. -amenazó mi suegra. Me incorporé rápidamente, provocando las risas.
-Bueno, a ver, hemos venido para lo que hemos venido. -Isabel sacó de su inseparable bolso, conjuntado a la ropa del día, como era de esperar, una libreta. La libreta. Mi libreta. La abrió por una página en blanco. Escribió en grandes letras "BODA". -es la primera vez que tengo que vestir a una novia. -mordió el bolígrafo.
-¿Y a ti quién te vistió, bonita? -rodeó su brazo su marido.
-Yo no cuento. -rió.
-Fue tan memorable… -se puso nostálgico. Su esposa le acarició la barba suavemente, mostrándole una enorme sonrisa. El resto, embobados contemplándoles.
-¡Vamos a ello! -se impacientó mi madre.
-¿Qué buscamos? -preguntó Isa. -¿algo moderno? Había pensado en un vestido corto verde. Irá perfecto con tus ojos.
-¡¡¡NO!!! -se levantó mi suegra, dando un golpe en la mesa. Pegamos un bote. -¡Tradicional!
-Yo voto también por eso. -levantó la mano mi progenitora. Se iba a liar muy gorda. Lo presentía. Me escondí con mis manos. Mi estilista discutía con Pepi con una serie de palabras técnicas que entraban por mi oreja derecha y salían por la izquierda.
-¿Marina? -llamó mi atención Orozco. -que tú qué opinas.
-¿Yo? Lo que digáis vosotros.
-Pero a ver, alguna idea tendrás. -aseguró Isa. -¿nunca te has idealizado casándote?
-Sí, pero nunca me he visto vestida. -me sinceré. Las peleonas emitieron un bufido. Yo, totalmente ensimismada, las miraba sin prestarles mucha atención. Mis horas de sueño habían sido escasas y comenzaron a pasarme factura. Al fin se aclararon. Habían conseguido llegar a un acuerdo. Un punto intermedio. Una solución que convenciera a las dos.
-Algo moderno sin salir de lo tradicional. -dijo mientras apuntaba en la libreta mi estilista. No podía hacerme a la idea del que sería mi vestido de novia, pues no entendía mucho a cerca de moda. Era una negada. Siempre lo había sido. Bendita Isabel.
-Vayamos a ello, Marinita. -se levantó Orozco.
-No empieces. -le advertí, alzando mi dedo índice. Él sonrió lo más amplio que pudo. Nos fuimos perdiendo y encontrando a lo largo de las anchas y transitadas calles de la capital española. -en serio. -repetí, al ver que abría la boca para decir algo.
-¡Que sí! ¡solo iba a pediros que paraseis! -nos detuvimos.
-¿Qué pasa? ¿tantas mujeres juntas te abruman? -reímos ante la gracia de Pepi. Siempre derrochando arte.
-No, no. Que me ha llamado Mari, que viene hacia aquí. Marina, lleva mandándote mensajes más de un cuarto de hora. -caí en la cuenta de que había silenciado el móvil. La esperamos en la Gran Vía durante unos cinco minutos. Exhausta, cruzó la calle a nuestro encuentro.
-¡¡MARINA!! ¿PARA QUÉ QUIERES EL TELÉFONO? -vino gritando.

Una conocida firma de trajes de novia nos había dejado a manos de una modista. Al parecer era muy alabada por el mundo del estilismo. A Isa casi le da un infarto cuando la saludó.
-¡Estás en las mejores manos! -me dijo. La modista le sonrió, y ella casi muere en el acto.
-¿Tengo que ponerme celoso? -le preguntó Antonio a mi suegra.
-Igual sí. -solté una carcajada. No pude reprimirla.

Después de pasar por tantos vestidos… tantos cambios de ropa, tantos "Marinita", tantos "quítate eso", tantos "qué cosa más horrible"… llegamos al elegido. La prenda que habíamos elegido entre todos. Y sabíamos perfectamente que era esa. Esa tenía que ser. Parecía que había sido hecho a mi medida. Me quedaba como anillo al dedo. Me resultaba indescriptible. Moderno, y sofisticado. Con ese toque tradicional que buscaban nuestras madres, pero sin olvidar la época en la que nos encontrábamos. La parte de arriba era de un tono negro transparente con flores de este mismo color que hacían una especie de zigzag hasta llegar a la cintura, donde el negro dejaba paso al blanco. Estaba segura de que era, sin duda, el traje de mi vida.

3 comentarios:

  1. Bufffff quiero ver el vestido de malu !!!!!! No tardeeeesss porfiiiiii

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  2. Que traje mas bonito!! Me acabo de enamorar jajaja para cuando el 25?

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