jueves, 27 de marzo de 2014

Capítulo 56. LIBERAME

Me entró un frío horrible. El público estaba entregado a la artista. Yo aún seguía al borde del escenario, cambiándome el micro de mano una y otra vez. Las piernas me temblaban. Recordé el inicio de todo esto. Frente a la puerta del plató de La Voz. Era la misma sensación pero multiplicada por diez mil. No hacía otra cosa que morderme el labio y moverme de un lado a otro. Me apreté bien el pinganillo a la oreja. La canción que cantaba estaba llegando a su fin. Era la hora, era la hora. Cerré los ojos y respiré con calma, como me había dicho Malú. Me sentía cual helado en pleno verano sevillano. Derretida. Peor que un flan. Era mi primera actuación en directo, sin contar las del programa… era una kamikaze. No podía empezar con unas pocas personas… no. Yo a lo grande. Casi 15.000 maluleros esperándome. El famoso "Blanco y negro" había acabado… era mi turno. Salí. Pise el escenario con ganas. Los focos daban una calor tremenda. Dentro de nada empezaría a sudar como un pollo. Oí uno de los organizadores gritar mi nombre, pero yo seguí hacia delante.
-Eh… ¿no me dejas que te presente? -rió la cantante. Tierra trágame. -bueno, Marina tenía muchas ganas de cantar y ha salido directamente. -el público contestó simpático ante mi metedura de pata. Sentía una cosilla en el cuerpo nada común. Me di la vuelta y caminé por donde había venido. Oí la risilla de Malú extendiéndose por todo el Palacio a través del micro. -Ven aquí, anda.
-Es que soy principiante. -dije tímida, provocando de nuevo el bullicio. Me acercó a ella enroscando su brazo en mi cuello. Con aquellas plataformas niveló mi altura. Era raro no tener que agachar la mirada para verla.
-Marina. -hizo una pausa. -ya la conoceréis, supongo. Los que no, fue una concursante brillante de La Voz, además, me hizo ganar. -levantó el puño en señal de victoria. No apartaba la mirada de mí mientras me presentaba. -es una chica con un talento innato, una dulzura en la voz y una forma de componer increíbles. Y por si fuera poco, es una grandísima persona. Nos hemos hecho muy amigas. -casi se me escapa una risa, pero la aguanté. -y os aseguro que es estupenda.
-Muchas gracias. -sonreí incrédula. Me habían llegado sus palabras. Los acordes comenzaron a sonar. Empezaba ella. Mientras entonaba la primera estrofa, nos fuimos alejando. Ocupando todo el escenario. José me miró sonriente. Le devolví el gesto y me arranqué a cantar. Tenía una inseguridad que me decía que la voz no me iba a salir. Pensé que me quedaría muda al abrir la boca. Pero no, no fue así. Salió disparada por el enorme recinto, llenando cada rincón de él con mi música. Cruzábamos miradas, nos abrazábamos, nos acercábamos y nos alejábamos. La canción daba para mucho. Los espectadores parecían encantados. Miré a las primeras filas. Saltaban enloquecidas gritando el popular tema, con los brazos al aire pintados con ceras. El nudo de mi garganta se iba desatando conforme pasaba la canción. Me sentí cómoda. Entre la persona que cantaba a mi lado y lo arropada que me sentía por el grupo, el miedo y el temor salieron corriendo, permitiéndome dar todo de mí. Al finalizar el tema y apagarse los focos, Malú y yo nos acercamos sonrientes. Se nos escapó una risa. Nos dimos un beso corriendo, antes de que todo se volviera a iluminar.
-Bueno… -recuperó la respiración la madrileña. -ahora os voy a dejar en buenas manos. -me miró y se rió. Qué le gustaba hacer pausas cuando hablaba. Se retiró, dejando una caricia en mi brazo y mandándome una mirada de fuerza. -Todo tuyo. -susurró.
-¿Qué pasa, Madrid? -pregunté casi chillando. Estaba muy arriba. -Mientras la jefa se cambia de ropa os voy a tocar mi single, ¿os parece? -la gente chilló que sí, dando palmas. Desde luego tenía el listón muy alto después del conciertazo que estaba dando mi chica. La luz se volvió a difuminar hasta quedar completamente extinguida. Me pasaron mi guitarra y colocaron un pie de micro junto a mí. Mis músicos se colocaron detrás de mí. Merce iba guapísima, jamás la había visto así de bella. Pepe Luí había peinado su enorme melena. Qué logro. Ricky se había atrevido con la gomina. Un look muy diferente en él, que nunca se tocaba el pelo. Lo dejaba tal cual. -vamos. -les dije apretando el puño. El color azul de los focos se fue iluminando conforme dábamos las primeras notas. Hice el estadio mío. No se me hizo tan grande como esperaba. Conseguí dominarlo. Miré hacia arriba y observé con orgullo cada una de las interminables gradas. No fue tan difícil como esperaba, ni tan imposible como veía hacía unos años. No sentí tantos nervios como imaginé. El ánimo que me aportaban los allí presentes me hacía olvidarme de todo. Centrarme en dar lo mejor de mí y lo más importante de todo, disfrutar. Disfrutar ese momento porque era único e irrepetible. Quién sabía si algún día podría volver. A lo mejor era la primera vez de muchas, o la primera y última. Todo dependía del destino. Y yo no sabía qué tenía guardado para mí. Me hice algo de publicidad, anunciando el nombre de mi disco y que tenía conciertitos muy pronto, que yo estaría encantada de volverles a ver.

Sentía más euforia que nunca. Saltaba entre cables y operativos. Nada ni nadie podía pararme. Los técnicos me miraban risueños. Chillé en el largo pasillo hasta llegar a mi camerino. Lo crucé de una punta a otra sin cortar mi grito y sin parar de correr. Puse los brazos en cruz y llegué a mi habitación "volando". Me metí en la ducha con la sonrisa más gigante del mundo.

Tras terminar el espectáculo, estuvimos saludando a los invitados. Entre ellos me encontré con una sorpresa. Una alegría infinita me dio verle.
-¡Raúl! -el chico que había conocido en La Voz. Cómo le había echado de menos. Me había acordado mucho de él y habíamos mantenido el contacto gracias a la magnífica tecnología actual.
-¿Qué "paza"? -oh dios, su acento andaluz era irrevocable. Ya me estaba riendo. Me parecía tan simpático y alegre.
-¿Cómo no me has dicho que venías? -le abracé.
-Pues porque era una sorpresa, ¿por qué va a ser? -rió. -las sorpresas no se dicen.
 Fuimos al chalet de Malú a celebrarlo, él se vino también,  además de algunos amigos suyos que ya conocía del cumpleaños, mi madre, Vanesa y el resto de la pandilla. Dijeron que no querían molestar y demás, pero mi chica era una cabezota sin remedio. No aceptaba un no por respuesta.
-¡Pues vaya casoplón! -opinó Quique. -¡ligarás de lo lindo, hermosa!
-Ya estamos. -le pegué una palmada en la espalda. Éste personaje no maduraba.
-Oye, Lulú, ¿me presentarás a chicas monas, no? -le rodeó por el cuello.
-Malú. Se llama Malú. -le dije cabreada. Ella se reía.
-Mira, para empezar, te presentaré a Danka.
-Uy, que nombre tan original. -asintió él. Yo tuve que quedarme detrás de ellos porque me había entrado la risa.
-Es rubita… -le explicó María Lucía.
-Enrique, te aseguro que es guapísima, guapísima. -añadió Li, sin soltar del brazo a su queridísimo López. Veía yo pletórico a mi amigo, deseoso de conocer a Danka. El chocazo contra la pared que se iba a llevar era tremendo…
-Oye, oye. Una cosa. -se frenó de golpe, levantando el dedo índice. Malú siguió andando para abrir la puerta del chalet. El resto nos paramos. -que por muy guapa que sea… yo quiero una chica decente, eh. Nada de perras… -explotamos de risa. A mí me colgaban los lagrimones de la risa, mi novia no era capaz de meter la llave en la cerradura por culpa de las carcajadas. Lidia se tiró en el jardín de rodillas. No podía parar de reírse. Mi madre se aferró a una farola para controlarse. -¿PERO QUÉ HE DICHO PARA QUE OS RIÁIS ASÍ DE MÍ? -preguntó el pobre chaval sin entender nada. La mascota de Malú salió nada más abrir la puerta su dueña.
-Esta es Danka. -articuló casi sin vocalizar por culpa de las carcajadas, la artista.
-Ostia puta… -soltó. La perra se acercó a él y subió las patas a su barriga de un salto.
-Veo que le gustas. -reí.
-Tus muertos. -echó al animal a un lado. -¡quita, chucho!
-Eh, ven aquí. -la llamé. Acaricié su lomo. -Quique, me dice que le gustas mucho. 
-¡Iros a la mierda! -exclamó. -Malú, saca la botella de ron. Necesito un buen chute.

Después de que se largaran todos, la tranquilidad y el silencio invadió mis oídos, acompañado de un pitido causado por el volumen de la música. Pablo y Li seguían en el sofá tonteando, mientras Malú y yo recogíamos la basura.
Al terminar, vimos que se había dormido mi amiga. Su compañero estaba a punto también.
-Os dejo la casa, anda. -le susurró Malú, acariciando el pelo del malagueño.
-No, ya nos vamos. -dijo ajetreado. Ella lo agarró del hombro y le pidió que se quedasen.
-Mañana os traemos el desayuno. -le sonrió simpática. El chico le agradeció el gesto y le dio un beso en la mejilla. Yo fui a despedirme. Dejé caer un beso en el pelo de mi dormilona amiga.
-¿Y a dónde nos vamos nosotras…? -le pregunté, agarrando su mano camino del coche.
-A tu casa. -sonrió. -me gustó demasiado eso de dormir en una cama pequeña. -rió.
-Bueno, podemos dormir en la de Li que es inmensa.
-No, mola más la tuya. -subimos al auto. De camino al piso, Malú me habló sobre el concierto mientras acariciaba mi muslo. -¿ves cómo no era tan terrible…?
-Dios, ha sido increíble. -bufé. -por un momento pensé que me tiraba al público cual estrella de rock. -rió la gracia mi chica. -eh, que va en serio. -siguió riéndose a carcajadas.
-Qué graciosita estás hoy. -me colocó el flequillo bien. -te viene bien eso de actuar.
-Uf, no sabes… estoy temblando aún.
-Es una emoción inexplicable, lo sé.
-Bueno, yo que te voy a contar a ti, ¡maestra! -la miré de reojo. Me miraba risueña.
-Me han dicho… -paró de hablar para hartarse de reír. Le dolería ya la barriga. -que… -volvió a frenarse. -has ido corriendo por el pasillo gritando como una posesa. -me hice la tonta y miré a otro lado rascándome el pelo.
-Esto… -se echó a reír.
-O sea, que sí. Jo, yo quería haberte visto.
-Pues me vas a ver ahora. -la carretera estaba despejada, sin problema. Empecé a dar bandazos cambiando de carril. Malú gritaba que parase asustada. Yo volví al carril original riéndome. -tranquila, que no pasa nada.
-Idiota. -me insultó.
-Anda… ven aquí. -dije, arrimándome para darle un beso.
-¡El volante! -me chilló, agarrándolo. -el último día que conduces. -me advirtió. Yo seguí con mis carcajadas. Qué bien me lo pasaba picándola. Volví a hacer la maniobra peligrosa y ella cagadísima se agarraba al quitamiedos. -¡PARA! ¡LIBÉRAME! -le hice caso y pulsé el freno de golpe. Se quitó el cinturón y salió al exterior.
-¿Dónde vas, loca? -le pregunté.
-No pienso subirme. -se cruzó de brazos.
-Pues nada, mañana nos vemos. -cerré su puerta alargando el brazo y arranqué. Vi por el espejo que corría gritando "¡espera!". Paré. Cuando iba a abrir la puerta volví a acelerar.
-¡Marina, pedazo de gilipayasa, para ya!



lunes, 24 de marzo de 2014

Capítulo 55. DÍAS DE SOL.

El trabajo se asentaba en mi vida, como también se asentaba la primavera. Hacía unos días de sol fantásticos. Al volver de París, estuve haciendo entrevistas por todos los medios de comunicación. Entre eso, intercalaba los ensayos con la banda. En menos de un mes empezaba la pequeña "gira". Lo llamaba así porque no sabía calificarlo de otra forma.
-1..2…3. -contó Mercedes con golpes a la vez entre las baquetas. Después de la señal, nuestros instrumentos sonaban a la vez. Buscábamos un nuevo sonido, algo más íntimo que en el disco. En las canciones con más ritmo, manteníamos la fuerza, pero las tranquilas las ralentizábamos. Crearíamos un ambiente de lo más escalofriante. Quería que a cada uno de los presentes se les erizase la piel al oír mis temas.

-¡Mejor esta! ¡Sí señor! -opinó Pedro quitándose los cascos. -uf, que emoción.
-¡Vamos a chinar el cuero, buey!-imitó Pepe Luí el acento mejicano. Le reímos la gracia, como siempre.
-Venga, descanso de cinco minutos y seguimos. -me senté en el banquete que tenía junto al micro y saqué el móvil.
-¿Qué miras tan atenta? -se acercó Merce. Por el otro lado me vino el cómico. Me arrancó el móvil de las manos.
-¡NO! -chillé. Ya era tarde. Había visto mi fondo de pantalla.
-¿Qué coño…? -preguntó extrañado con el rostro desencajado. Salíamos Malú y yo. Ella me daba un beso en la mejilla, ambas con las gafas de sol. Mi sonrisa lo decía todo. Tras nosotras, la Torre Eiffel. Recuperé mi teléfono.
-¿Qué has visto? -preguntó asustada Mercedes al ver la cara de su compañero.
-¿Era…? -me escondí el smartphone en el bolsillo y agaché la cabeza evitando las preguntas. Cogí la guitarra y toqué los acordes de la canción que íbamos a ensayar. Nuestro director musical nos indicó que era hora de continuar. Y así, con aquel mal trago, comencé a cantar. José Luis no paraba de mirarme. Probablemente estaría atando cabos en su mente. No habíamos llegado aún al segundo estribillo cuando dejó el teclado y soltó. -¿Tú tienes algo con Malú? -nos callamos todos. Paramos de tocar. Me fusilaron con la mirada. Yo ya no sabía qué hacer.
-A ver, ¿por qué dices eso? -preguntó Pedro, calmándolo. Poniendo orden.
-Trae el móvil. -me dijo el teclista.
-Marina, ¿qué está diciendo éste? -se dirigió a mí. Saqué el Xperia del bolsillo y se lo tendí con la clave quitada. Pedro se asomó. -Una foto… muy bonita. Pero tampoco significa nada, José Luis. -me devolvió el aparato el joven.
-Sí, sí que significa. -me alcé de valor. -estamos juntas. -Pepe Luí soltó una carcajada vencedora. Los demás tomaron oxígeno y me apuntaron con la mirada. -Ostia puta. -dijo sereno y tranquilo. -qué fuerte. -se tapó la boca. -¿Por qué no nos lo contaste?
-Eso, eso, esto es una bomba. -Merce estaba también muy interesada.
-No lo sé, tampoco es que lo sepa mucha gente. -dije. -y es mejor así.
-Mucho mejor. Eso podría influir en tu carrera. -intervino de nuevo mi director musical.
-Y en la suya. -añadí. Él asintió.
-Pero más a la tuya. -estaba convencida de que quería lo mejor para mí, pero estaba siendo algo egoísta. Nos influía a las dos. Ya fuera para bien o para mal. Eso nunca lo sabríamos hasta que sucediese. Quizás nos quedaríamos con la duda para siempre. O quizás sí. Se produjo un silencio algo incómodo.
-¿Otra? -preguntó Ricky moviendo su bajo. Pasaba de esto. A él le gustaba la música, era lo único que le importaba. Por un lado era bueno, porque era serio en todo momento. Correcto y muy buen trabajador… Sin embargo, éramos una piña. Pasaríamos millones de momentos juntos. Yo veía mejor conocernos todos y hacernos amigos. Trabajaríamos más cómodos y nos lo pasaríamos de vicio convirtiendo nuestro hobbie en nuestra labor.
-Venga… vamos a seguir. -acarició su enorme barrigón Pedro.
-Vámonos que nos vamos, Peter. -intervino Pepe Luí, volviendo a su tono simpático y gracioso habitual.
-No me seas Abraham Mateo, eh. -estallamos en risa. Su forma tan suave de decirlo nos mataba. Sobre todo al receptor de las palabras, que agachaba la cabeza poniendo morritos.

Era viernes, Malú y yo habíamos decidido pasar la noche juntas. Era la noche antes del concierto. Estaba atacada. Palacio de los Deportes, joder.
-Ni que fueras a dar tú el concierto. -rió la cantante, recogiendo la mesa. Me veía agitada.
-Pero voy a salir contigo y… -me paré. No sabía cómo describir ese momento. Iba a ser perfecto. Lo llevaba imaginando un montón de tiempo, desde que supe que se haría realidad. La abracé por detrás y la cogí. No sabía cómo podía estar así de tranquila. Después de tantos años… sería algo normal para ella.
-¡Suéltame! -chilló, tirando el trapo a la encimera. Estaba que no cabía en mí. Tenía unas ganas, una ilusión, un cosquilleo dentro de mí que no era nada normal. Ojalá se pasasen las horas volando. Ojalá ya fuera el momento. Me moría de ganas. Empecé a cantar ese "te conozco desde siempre" que me iba a marcar la vida. Malú me siguió en un gracioso baile a la vez que colocaba el lavavajillas. Volví a soñar despierta. Me imaginé aquel enorme estadio en el que había estado no sé cuántas veces. Encima, vendrían mi madre y todos mis amigos. Quique, Leire, Jorge, David, Jessy, Lorena, Gloria, Li, López y Vanesa. Cuando mi chica me dijo que la iba a invitar me quedé algo pillada. Jamás pensé que lo haría… pero quiso. Un gran detalle. Confiaba en mí.
-Vamos a dormir, anda. -dijo, dándome una palmada en la mejilla.
-Pero si no son ni las nueve. -me quejé.
-Marina… -hizo una pausa y comenzó a alzar la voz. -¡que mañana tenemos concierto!
-Eres demasiado responsable. -reí, abrazándola.
-Asquerosamente responsable. -corrigió. -¿tú no tienes algo que contarme? -la pregunta me asustó. No parecía algo bueno. Me quedé con la cara desencajada. -He hablado con Pedro. -me sonrió.
-Ah, eso. -caí en la cuenta. -tengo que tener más cuidado. Lo siento.
-No, tonta. -rió. -me ha encantado que se lo contaras. -arqueé las cejas. -no sé de qué te sorprendes. No es la primera vez ni mucho menos que alguien se entera de esta cosa secreta.
-¿Soy tu cosa secreta…? -reí.
-Algo así. -carcajeó fuertemente.
-Te necesité en ese momento. Siempre fuiste tú la que lo decías y… no sabía muy bien qué hacer.
-Pues nada, tú lo sueltas tan tranquila y te quedas "relajá". Anda que no me quedo a gusto yo cuando lo suelto…
-Ya se te ve… -reí.
Al fin llegó el día. Durante la jornada, Malú estuvo muy concentrada. No quería si quiera hablarle. No quería desconcentrarla. Estaba centradísima. Por la mañana desayunamos en su casa. Se mostraba feliz y a la vez pensativa. Tenía a la mejor maestra que podía pedir. Tendría que aprender de ella.
Llegamos pronto a la prueba de sonido, donde me encontré a Mari hablando con David, el mánager de María Lucía. En cuanto me vio, corrió hacia mí.
-¡¡¡LLEGÓ EL GRAN DÍA!!! -me aplastó en sus enormes brazos. Qué energía. Con sus palabras empecé a asimilar que sí. Que iba a actuar con ella delante de más de diez mil personas. Me dio un vuelco en el estómago. ¿Sería capaz? ¿Me quedaría sin voz? Ya en la prueba me parecía mágico… Cantar a su lado era lo mejor que me había pasado nunca.

Apenas media hora faltaba cuando entré en su camerino. Estaba sentada en una silla, completamente sola y mirándose en el espejo enorme e iluminado que tenía enfrente. Pensé en darle un susto por detrás, pero recordé lo concentrada que había estado a lo largo del día. Di dos golpes en la puerta que ya había abierto, y la cerré.
-Hola. -me vio a través del espejo.
-¿Puedo acercarme, o romperé tu aura? -aún no cruce la puerta.
-Idiota, ven aquí. -rió. Me acerqué a un paso acelerado. Se levantó de la silla para recibirme y nos abrazamos. Fui a darle un beso en la cara y se echó hacia atrás. -¡Maquillaje! El que avisa no es traidor.
-Qué culito te hace… -dije provocativa, aunque se me escapara una risa. Era muy mala para esto. Llevaba un traje ajustado, como no, negro. -¿tus labios también tienen maquillaje?
-No. -sonrió, fundiéndonos despacio. Acarició mi nuca. -Estás muy guapa. Me vas a quitar fans.
-Créeme que no. -reí, volviéndonos a besar lentamente.
-¿PERO QUÉ? -segunda pillada del día. López y Li estaban en la entrada. Lidia lo empujó hacia dentro.
-¡Holi! -saludó tan normal. Malú y yo, aunque nos sobresaltamos por el chillido de Pablo, no nos separamos mucho. Seguimos unidas. La abracé aún más. Ya nada iba a arreglar, lo había visto.
-Pero… pero… ¿tú…? -señaló a mi chica. -¿y tú…? -nosotras nos miramos risueñas, asintiéndole al chaval.
-Pues… -intervino Li, haciendo aspavientos.
-O sea, sois… -nos señaló.    

-¡QUE SÍ, IDIOTA! -le gritó su novia. -¿hace falta que te dibuje un croquis? -reímos exageradamente. Ver a Li chillar es una de las cosas más graciosas del universo. Y así, con aquel notición del que se acababa de enterar el malagueño, Malú salió al escenario con su fuerza arrolladora capaz de demoler cualquier obstáculo que se interpusiese en su camino. Yo, nerviosa, la mirada impaciente. Pronto me tocaría salir… 

jueves, 20 de marzo de 2014

Capítulo 54. PERDIDA

El cansancio se extendió hasta las doce. Fue a esa hora a la que despertamos. Nos quedábamos casi sin fin de semana. Teníamos dos escasos y cortos días para disfrutar de una ciudad con tantos rincones y secretos por descubrir. París estaba llena de detalles, a cual más perfecto. Li, que había estado en la capital francesa unas tres veces, nos programó el viaje. Había apuntado qué sitios debíamos visitar obligatoriamente. Me senté al borde de la cama. Abrí la agenda y vi que hasta había anotado el tiempo en cada lugar. Mientras ojeaba el pequeño cuaderno, Malú se puso de rodillas detrás de mí y me rodeó el cuello con sus brazos. Besaba mi hombro sin prisa.
-Vamos a hacer los deberes de Li. -rió. -a ver… ¿que toca?
-Viajecito por el Sena. -le contesté.
-Es precioso. Me encanta. ¿A ti te apetece?
-A mi me apetece toda cosa que hagamos juntas. -sonreí. Empezó a reírse y a darme besos, esta vez en el cuello. Me daba unas cosquillas horribles. -¡PARA! -exclamé sin parar de carcajear, escabulléndome con bruscos movimientos que no tenían éxito. No lograba deshacerme de ella. Me echó hacia atrás, tumbándome en la cama. -Va, vamos. -recuperé la respiración.
-Ponte un bikini, a ver si te voy a tirar al río. –me amenazó mientras nos vestíamos.  
Subimos al barco. Me encantó la frescura que nos trasmitía. Hacía un calor primaveral estupendo. Después de aquel frío invierno madrileño, ese sol se agradecía. La agradable brisa del Sena nos envolvía. Malú se agarró a la barandilla y subió los pies en la barra más baja. La abracé por detrás e hice el amago de tirarla. Se agarró asustada.
-No tienes huevos. -me desafió con una risilla.
-¿Te recuerdo lo que pasó la última vez que dijiste eso…? -se bajó rápidamente. Besé su sien y nos quedamos en el sitio contemplando el paisaje. Nunca había visto tanta belleza concentrada en un mismo lugar. La de cosas que me había perdido en la vida… Suerte que aún me quedaba mucha para descubrir sitios como ese.
Subimos a la Torre Eiffel, que menuda estafa. Te cobran una barbaridad solo por subir. Llegamos a la cima y me topé con una vista increíble. Podíamos divisar toda París. Eso sí, era un placer no apto para acrofóbicos. Me quedé un buen rato, no recuerdo ni cuánto tiempo pasó. Era increíble. Me tenían hechizada las vistas.
-Cariño, ¿bajamos ya? -me preguntó Malú, tirando de mi brazo. -es la hora de comer.
-¿Puedes esperarte un segundo?
-Qué borde eres. -soltó con cara de asco. -te espero abajo. -no le contesté. Rápidamente la seguí. No aguantaba nada enfadada con ella. Rió victoriosa y yo miré a otro lado.
-No puedo contigo… -confesé risueña.

Después del almuerzo teníamos previsto visitar la catedral de Notre Dame. La vi e inmediatamente se me vino a la memoria las clases de Historia del Arte de segundo de bachillerato. Como también recordaba que me entró en el examen y me hizo aprobar. Me fijé en la arquitecturita, aún me acordaba de algunas cosas. El arte gótico en su esplendor. Nos unimos a un guía para enterarnos de algo. Duramos poco con él, nos cansó tanto exceso de información y decidimos ir por nuestra cuenta.
-Era muy plasta. –soltó ella mientras paseábamos con nuestras manos entrelazadas alrededor del monumento.
El día terminaba supuestamente con la visita al Louvre. Las ganas de ver más cultura eran nulas, tanto para ella, como para mí. Yo siempre había me había decantado más por la arquitectura que por la pintura, así que fuimos unas malotas y nos saltamos el estricto plan de Lidia. Decidimos quedarnos en el Jardín de las Tullerías, entre el museo éste y el Sena. Comenzó a refrescar y a oscurecer. El sol se iba y nosotras perdidas en aquel enorme jardín encantador.

                     
                            


No me despegaba de ella ni para ir al baño. No la soltaba. Cómo decía en la carta, no iba a separarme ni un milímetro de su piel durante el viaje. La necesitaba tanto.
-Va siendo hora de que nos vayamos… -opinó Malú, viendo la hora que marcaba su reloj dorado.
-¿Quieres ir a cenar? -le pregunté, levantándome del banco.
-Estaría bien. Pero antes… -me abrazó. Me reí en sus brazos. -lo echaba de menos. -dijo, apretándome más.
-Pero si llevamos toda la tarde así.
-Y aunque estuviésemos una eternidad… tendría ganas de más. -nos besamos bajo la luna parisina. Ella se sentía tan enamorada como yo de ella. Éramos muy felices. Últimamente las cosas me iban muy bien… por fin.
Fuimos a un restaurante precioso tras una ducha en el hotel. No conocía ninguno en París después de ese… pero sinceramente, pensaba que era imposible que hubiese otro más bonito. Y, como todo en la vida, tenía un precio, bastante elevado por ser de lujo, pero merecía la pena. Ella lo merecía.
-Boba, no hacía falta que me trajeras a este sitio… yo con un Mc Donald´s me conformaba… -dijo.
-Qué sencilla eres. -carcajeé.
-Es verdad, idiota. -reía mientras nos acomodábamos en los asientos.
-Levántate. -le pedí. -quiero hacer una cosa. -me hizo caso, algo extrañada. Fui tras ella y empujé la silla para que se sentase. Ella se echó a reír.
-Qué romanticaballerosa… -dijo la última palabra despacio, inventándosela. Nueva para el diccionario Malú-español, español-Malú. Ojeamos la carta un buen rato. -Vas a tener que vender muchos discos para pagarme la cenita, ¿lo sabes? -bromeó.
-Creo que mejor voy a vender un riñón. -opiné, provocando su risa contagiosa. Cogí un cuchillo de los que estaban sobre la mesa e hice el amago de cortarme la barriga para sacar el órgano. Malú no paraba de dar fuertes carcajadas. El resto de clientes se giraron de golpe y nos miraron de forma extraña. Pronto se acercó un camarero. Muy serio y elegante.
-Vous pouvez parler plus bas? –nos preguntó con un acento más que perfecto. Probablemente era nativo. Nos pedía que habláramos más bajo.
-Pardon… -me disculpé. -nous voulons deux verres à vin. –utilicé mi francés buscando entre las telarañas de mi memoria. Mi chica se quedó asombrada mirándome. No tenía ni idea de que supiese hablarlo. El riguroso señor se retiró con la demanda y María Lucía seguía pasmada.
-Cómo me gustas hablando francés. –insinuó levantando con su sensualidad la ceja derecha. Noté su pierna acariciar mi muslo.
-Cariño, aquí no. –le susurré, tragando saliva. –s´il vous plaît. –volvió a morirse al oírme. El trabajador irrumpió la escena. Traía dos copas de vino y ella se asustó, se incorporó quitando la pierna de mi silla rápidamente. Dio un golpe y la mesa se movió, tanto, que los cubiertos saltaron, haciendo sonar. Otra vez nos fusilaron con la mirada los allí presentes. El camarero nos miró algo harto de nosotras. Le pedí la comida y volvió a irse. Malú y yo nos reíamos bajito, para no liarla más.
-Qué vergüenza. –estaba colorada como un tomate. Se escondió bajo sus infinitos cabellos.
-Si es que… -suspiré sin dejar de sonreír. –bueno, una anécdota para recordar.
El primer plato, una sopa típica francesa, llegó a nuestra mesa. Mientras yo bebía un último trago antes de empezar aquel manjar, la princesa del pop español dio la primera cucharada. El humito que desprendía se podía ver.
-Está ardiendo… -la avisé. Pero de poco sirvió. Se metió la cucharada entera. Se le puso la cara de todos los colores posibles y la escupió en el plato. Abrió la boca y se echó aire con la mano.
-¡Quema, quema! –chilló desesperada. Yo lloraba de risa… Nos convertimos de nuevo en el centro de atención.
El dueño del restaurante, vestido de uniforme y con el típico bigote francés, se acercó a nosotras junto al camarero que nos atendió anteriormente.
-Me temo que tenéis que abandonar el local. –dijo en nuestro idioma natal.
-Perdona, no volverá a suceder. –negó con la cabeza ante mis palabras. –de verdad, ya nos estamos quietas.
-¿Hace falta que llame a seguridad? –amenazó.
-Ya nos vamos… -se levantó avergonzada mi chica. Al principio estábamos algo cortadas cuando salimos del restaurante, pero al final acabamos riéndonos bajo la tenue luz de las farolas de una calle desierta.
-Eres todo un caso. –le dije aún entre carcajadas.
-Te quiero. –se aferró a mi cuerpo. Yo la rodeé por su cuello y caminamos hacia ningún sitio. No teníamos rumbo en ese momento. -¿nos hacemos un Mc Donald´s?
-Creo que sí. –carcajeé. –no estamos hechas para el lujo…
-Vamos, que un Mc Pollo no tiene nada que envidiarle a la mierda sopa esa. –reí al oírla. –como quemaba la “joía”. –sacó la lengua y habló con ella fuera. –“mira como la tengo”. –puede que dijese. No la entendí. –me encantan las estrellas parisinas. –dijo, parándose en seco y mirando al cielo.
-No es por nada, pero esas estrellas son las mismas que las…
-Cállate. –me cortó. –aquí brillan más, ¿no las ves?
-Pero eso es porque estás tú mirándolas. –rió tímidamente cómo solía hacer cuando le decía estas cosas. La abracé por detrás.
-¿Algún día se te acabaran las ñoñadas? –preguntó, acomodándose en mi pecho, y yo en su hombro.
-Solo si dejas de quererme.
-Eso no pasará.
-Pues ahí tienes la respuesta. –volvimos a fundir nuestros labios mientras dábamos pasos a la vez hacia delante. Pierna derecha, pierna izquierda. Nuestro retraso era importante. Quién iba a decir que personas con nuestra edad hicieran esas bobadas de adolescentes. Mordí su cuello en una de esas zancadas.

-Hemos acabado el día igual que ha empezado, pero a la inversa. Ahora eres tú quién me hace cosquillas. –reí acordándome del momento en la habitación. Dejé de abrazarla y metí mi cabeza entre sus piernas. Agarré sus manos y la alcé. -¡BÁJAME! –chilló asustada. Yo empecé a correr dando bandazos de un lado a otro de aquella calle perdida de París. -¡MARINA! 

miércoles, 19 de marzo de 2014

Capítulo 53. VIVIENDO DEPRISA.

Después de aquel fabuloso cumpleaños me esperaba una semana llena de trabajo. Todo empezaba el martes. Cogí junto a Mari el avión de las seis de la mañana rumbo al Prat. Tras estar toda la mañana en la televisión catalana, yendo de programa en programa, comí junto a mi inseparable mánager en un conocido restaurante de la ciudad.
Llegamos al establecimiento una hora antes del evento. Para matar el tiempo, me puse a componer mientras Mari hablaba al otro lado de la puerta por teléfono. Más que hablar, chillaba. Aunque tampoco me sorprendió, ella era así.
-¿Todo bien? -me interesé al verla tan agitada.
-¿Qué más da?. -soltó el móvil en su enorme bolso. Parecía el bolsillo de Doraemon. Podía sacar de allí desde un paquete de pañuelos, hasta un zapato. Le gustaba ir preparada. -Aquí la que tiene que estar bien eres tú. ¿Estás bien?
-Viéndote así… no lo estoy. -agaché la cabeza.
-Mira que eres buena… eres un sol. -sonreí algo sonrojada por el cumplido. -discusiones con mi marido… nada importante. -no tenía ni la menor idea de que estaba casada… Tanto tiempo juntas y no sabía nada de ella en realidad.
-Ah… que estás casada.
-Sí, desde hace seis años. -no parecía muy contenta.
-Cuéntame que pasa, si quieres. -a veces lo mejor es desahogarse. Yo lo sabía bien.
-No quiero aburrirte. -le insistí en que se abriera conmigo.
-Yo sé muy poco sobre ti… y tú en cambio lo sabes todo sobre mí.
-Porque yo trabajo para ti.
-Antes que representante, eres persona. Y yo a esa persona que está debajo de mi mánager es mi amiga.
-¡NO HAY QUIÉN TE GANE A CABEZOTA! -exclamó con su habitual tono de voz. Me fue contando lo que ocurría, con su graciosa forma de hablar. Al parecer, llevaban mucho tiempo queriendo ser padres, pero Mari tenía problemas para quedarse embarazada. Ahí empezaron las discusiones. Llegaron a tal punto que se convirtió en una obsesión. Al final decidieron acudir a un experto en el tema y apostaron por la inseminación artificial.
-Estoy embarazada… -dijo tocándose la barriga, con una gran sonrisa cargada de ilusión. Palpé su vientre.
-Enhorabuena. -sonreí. -¿de cuánto estás?
-La semana que viene hago el mes. -de ahí el por qué de que no sentía nada en mi mano.
-¿Y por qué discutíais…? Ya tienes lo que queríais.
-No quiere que siga trabajando. Quiere tenerme cual gallina sentada sobre un huevo. ¡Ni que fuera yo Venus, diosa de la fertilidad! -solté una carcajada.  -pretende que me quede en casa "24-7".
-¿24 qué? -no entendí lo último.
-24 horas, los siete días de la semana. -explicó. -y no me puedo estar quieta. -dijo agitada.
-¡Lo sé! -reí. -pero tienes que pensar en el crío… será mejor para él que no hagas sobreesfuerzos y estés tranquila.
-Ya lo dejaré… quiero esperar a los 5 meses o así. Además, ahora que empezamos con el disco no te quiero dejar.
-No lo hagas por mí… ahora lo importante es el bebé.
-Que sí, plasta. -me sentía yo más madre que ella. -aún tengo fuerzas para continuar unos meses más.
-¡CUANDO QUIERAS! -llamó el organizador a la puerta. Era la hora. Me colgué la guitarra que me regaló Malú, esa azul que desprendía brillo sin ser tocada, esa que con solo mirar hipnotiza. Esa, esa era la guitarra que no soltaba desde que la tuve en mis manos. Subí al escenario con las mismas ganas e ilusión que la primera vez.
-Creo que nunca me cansaré de esto… -pensé. Aunque la estructura de la tarde fuese igual, tocar primero para luego dejar mi huella en cada disco, era totalmente diferente. El ambiente era otro, el público, el olor de la ciudad… Salvo un grupo de chicas que estaban casi a punto de saltar la valla. Esas eran las mismas. Mis marineras. Les mandé un guiño en cuánto las vi. Estaban en la misma posición que en Madrid. Era un lujo que estuviesen aquí.
Al terminar la firma me acerqué a donde estaban.
-¿Qué hacéis aquí? -pregunté risueña mientras guardaba la guitarra en la funda.
-Estar contigo. -respondió la más alta. -te seguiremos allá donde vayas. -me llenaron de satisfacción y apoyo sus palabras. Agradecía tanto el cariño que me mostraban desde siempre… Además, habían estado conmigo desde el minuto cero. Creían en mí, y eso me producía un sentimiento indescriptible.
Después pasé por Bilbao, donde también me sentí arropada por los habitantes del norte. Vivía deprisa. El estrés se había acomodado demasiado en mi cuerpo, tanto, que no salía de mí el muy jodido. Solo llevaba una semana en esta locura y ya estaba empezando a habituarme al ritmo constante que debía asumir. Y es que mi vida había dado la vuelta por completo. Había cambiado el tomar notas sobre la comida, por firmar autógrafos en discos. Había cambiado la bandeja por la guitarra, los clientes por seguidores.
El viernes llegó y volví a Madrid. Allí cogería un nuevo avión. Pero esta vez no era Mari la que me acompañaba, era la mujer de mi vida. Porque cada vez estaba más convencida de que lo era. Ya no era un vuelo de trabajo, era un viaje con ella, y ni más ni menos que a la ciudad del amor, París.
-Joder, me bajo de uno para montarme en otro. -me quejé, abrochándome el cinturón. -buf, qué calor hace. -me quité la chaqueta. -ala, ya me he dejado las gafas de sol.
-¡CÓMO VUELVAS A QUEJARTE ME BAJO! -exclamó Malú agitada.
-¿Y me traes a Danka, no? -reímos, acordándonos de aquella escena en su casa. Me callé durante un rato. Ella agarró mi mano con fuerza y se quedó mirándome sonriente.
-Ya he perdido el miedo. -soltó mi mano y puso mala cara. -no lo decía para que me soltases… -dije apenada, volviendo a entrelazar nuestros dedos.
-Eras más mona cuando estabas cagada. -volvimos a reír. Recordamos nuestro primer viaje juntas, en el que yo tenía pánico.
-¡Ayy, que nos vamos a morir! -bromeé.
-Lo que yo decía, más mona. -apretó su mano. Nadie podría romper ese enlace. Apretaba tan fuerte que era una barrera infranqueable. -¿qué tal ha ido? -se apoyó en mi hombro. Parecía cansada… eran las doce de la noche. Besé su cabella y le relaté por encima lo que había hecho. También le comenté el embarazo sorpresa de Mari. Se sorprendió tanto que casi se cae el avión. Sus ataques de espontaneidad me mataban.
-¿Y tú? -quise saber.
-Ensayos para la gira. He estado eligiendo un nuevo vestuario. -dijo entre un bostezo. Hablamos tranquilamente hasta que se quedó frita sobre mi hombro. Al cabo de una media hora en la que yo mataba el tiempo escuchando la música de mi Ipod, que, por cierto, debería comprarme uno, me entraron ganas de ir al cuarto de baño. Malú estaba tan pegada a mí que me impedía separarme. Y si me movía la despertaba. Batalla interior. Decidí aguantar un poco más. Estuve ese rato intentado quitarla, pero era imposible. Solo conseguía que se aferrara aún más. Me reía por no llorar. Agarré su cara con la mano libre y la eché hacia atrás. Ella hizo lo contrario, se volvió a meter bajo mi cuello, ahora con más fuerza. Bien, Marina, bien. Para mi salvación, un niño que había en el asiento de adelante comenzó a llorar, despertándola del sueño profundo. Agradecí al pequeñajo que la hubiese levantado, porque me había quitado ese mal trago.
-Buenos días. -le sonreí. Bostezó algo cansada y se volvió a poner donde estaba. No, otra vez no. -cariño, voy un segundo al baño. -ni caso. ¿Cómo podía haberse sobado tan rápido? -Princesi… -le hice cosquillas en el tatuaje del brazo derecho. Al fin abrió un poco el ojo izquierdo.
-No me despiertes a menos que haya invasión extraterrestre… -me eché a reír.
-Pedazo de friki. -solté. -ahora vengo. -me levanté del asiento. La observé mientras me alejaba por el pasillo. Había apoyado su cabeza en su butaca.
Una de las ciudades más bonitas del mundo nos esperaba. Me moría de ganas por visitarla. Ansiaba pasar allí los días con ella. Descansar y reponer fuerzas.
Hasta el aeropuerto me parecía bonito. Qué cosa más tonta. Llegamos al hotel, escogido a conciencia. Lo había elegido Li, según ella a Malú le encantaría. Estábamos exhaustas. Nos tiramos sobre la cama sin deshacer maletas, sin apagar la luz. Una semana muy intensa. Solo me apetecía dormir. Pero algo me quitó el sueño. Una ventana bastante grande cerca de la cama nos mostraba la Torre Eiffel iluminada. Me quedé asombrada.
-Es preciosa. -dijo con su sonrisa enamoradiza.
-No tanto como tú. -me besó riéndose. -¿te has dado cuenta que en las películas, cuando van a Francia, siempre se ve la Torre Eiffel de fondo?
-Es verdad. -abrió los ojos, dándose cuenta de la veracidad de mis palabras. Y así nos quedamos fritas, con las luces de uno de los más asombrosos monumentos del mundo, sobre una cama sin deshacer y con la misma ropa con la que viajamos.
                           

lunes, 17 de marzo de 2014

Capítulo 52. EL APAGÓN.

Estuvimos el día entero en su chalet. Sus amigos más próximos y familiares pasaron allí toda la tarde. A muchos ya les conocía, a otros no. Vero, Malú y yo, habíamos organizado la fiesta. Hicimos comida para 3000 personas al menos. Éramos unas exageradas. Suerte que estaban sus perras para comerse los restos.
-¡Enhorabuena! -Vanesa Martín se acercó a darme dos besos. -me ha encantado el disco. Ya lo tengo. -sonrió.
-¡Gracias! ¿Qué te parece? -le pregunté, tendiéndole un vaso con bebida. Lo agradeció con una sonrisa y tomó un sorbo.
-Alucinante… ya te lo he dicho. -rió. -sobre todo las letras… son pura magia. ¿En qué te inspiras?
-Todo me inspira. -confesé. -podría escribir sobre cualquier cosa. -asintió con la cabeza, entendiéndome.
-Me pasa igual. -la agradable conversación se extendió más de lo que imaginaba. Se puso a contarme su vida… la verdad no me interesaba mucho, pero yo la escuchaba con atención. Qué menos… No parecía tan habladora… pero sí que lo era.
-¡Vane! -Malú la abrazó por detrás y le dio un beso en la mejilla. En seguida, la malagueña se giró y se fundieron en un cálido y amistoso achuchón.
-Felicidades, vida mía. -¿Cómo que vida mía? ¿Le ha dicho vida mía? Perdona, pero Malú es mi vida, no la tuya. ¿Marina, por qué hablas sola?
-Gracias, cariño. -le contestó. ¿Cariño? Ajá. Cariño. Me metí un trozo de jamón entero en la boca y mastiqué velozmente. Me di una vuelta por el salón. No pintaba nada allí.
-¿Qué tal, cuñi? -ya tardaba en aparecer el loco éste. Estuve un rato con José. Charlábamos sobre música, un tema muy presente en ese cumpleaños. Pero mis ojos apuntaban a Vanesa y Malú. Seguían hablando animadamente. Muy sonrientes. -¿Qué miras?
-Tu hermana, que…
-Es preciosa, eh. -asentí riendo. -pero mírame a mí, que estás hablando conmigo. -me cogió y me dio la vuelta, quedando de espaldas a las dos cantantes. En el fondo me alegraba el no verlas. Me estaba cabreando. No entendía muy bien mi reacción… yo no había sido celosa nunca… -me ha contado que te la llevas a París, ¿no?
-Sí, le he regalado unos billetes por su cumple. -le comenté.
Al rato, y después de saludar a los que ya conocía de antes, Malú por fin vino a por mí.
-Hombre, hola. -dije algo seria. -ni te he visto hoy. Eran las ocho de la tarde.
-¿Te ocurre algo? -observó que algo no iba bien. No me dio tiempo a decir nada, llegó una persona cuyo rostro desconocía. No me sonaba de nada. -¡Ainhoa! -ni el nombre me era familiar.
-Felicidades, prima. -ah… así que su prima. La chica era bastante alta, rondaba mi edad. Tenía el pelo igualito que el de Malú. Sus ojos eran negros intensos, y en sus mejillas había miles de pequitas pequeñas.
-¡Gracias! -contestó mi chica. La tal Ainhoa se me quedó mirando.
-Tú eres… ¿Marina?
-Sí, encantada. -me acerqué a darle dos besos, pero Malú nos interrumpió a mitad del camino.
-Es mi novia. -cada vez que hacía eso el corazón me daba un vuelco. Mis ojos se iban directos a la persona para ver la reacción. Se sorprendió, y luego se echó a reír.
-¡Pues nada, encantada prima! -dijo muy espontánea y, ahora sí, nos dimos dos besos. Gente nueva se iba acercando… y así me presentaba a todos. Los típicos segundos de frío se producían, para luego normalizar el momento con un saludo. Le encantaba hacerlo. Le encantaba parar el mundo con sus palabras. Yo, que sentía lo importante que era para ella, también me sentía incómoda. Se me subían los colores. Siempre había sido algo tímida en los primeros contactos con las personas, y esa manera de presentarme era escalofriante. Vamos, que poco a poco, lo de que ella y yo éramos pareja empezó a ser el cotilleo del cumpleaños.
Vero tiró de mi camiseta. Era la señal. Corrí junto a ella a la cocina. Encendimos las velas entre risas. Nos iba a matar. Apagué la luz del salón y se armó un escándalo horrible. Probablemente pensaron que se trataba de un apagón.
-¡CALLARSUS! -gritó Vero, entonando el empezar del "cumpleaños feliz". Con la luz de las velas, Malú pudo observar la tarta de frutas que le habíamos hecho.
-No me lo creo. -interrumpió la canción la cumpleañera. -¡Yo quería chocolate!
-Pero si tú siempre dices que es sano… -no me dejó continuar.
-¡QUIERO CHOCOLATE! -exclamó con una rabieta de niña pequeña. Oímos unas carcajadas por parte de los asistentes. Dejamos la tarta de la broma en la mesa y volvimos a la cocina, ahora sí, con la de verdad. Era de tres tipos de chocolate. Tres pisos, cada uno de un sabor. -Esta me gusta más. -dijo sonriente. Volvimos a cantarle mientras ella miraba cada uno de sus amigos y familiares, hasta posar la mirada en mí. Terminó la canción y le dijeron que pidiera un deseo. Clavó la vista en mí con una sonrisa enorme y sopló las velas. ¿Qué habría pedido?
Mientras disfrutaban del pastel, Malú y yo conseguimos un poco de intimidad.
-Al fin solas. -me abrazó sin soltar el plato. -te quiero. -me besó en la mejilla. Qué rápido se partió nuestro momento… apareció Vanesa con la guitarra.
-¿Nos echamos unas canciones? -se dirigió directamente a nosotras. Asentimos, soltando la merienda en la mesa y buscando mi instrumento. Me pregunté si había hecho eso para interrumpirnos, o simplemente porque le apetecía cantar. La duda se quedó en el aire.

-¡Dame un abrazo, coño! -mi suegro me chilló en el oído, dejándome sorda. Él mismo me envolvió en su enorme cuerpo. -¡Qué bien me caes, ostia! -iba algo ciego. No debimos repartir alcohol.
-¡Papá! ¿Qué te pasa? -rió José, cuyas mejillas estaban tan sonrojadas como las de su padre. Los dos tocaban las palmas y cantaban flamenquito ante mi mirada atónita. Por el rabillo del ojo vi a Pablo junto a Li y Malú. No dudé en acercarme.
-¡Puta! -menudo saludo me daba mi amiga. Aún estaba enfadada por lo de aquella noche. Yo me reí. Era aún más mona cabreada.
-¿Qué hay entre vosotros, pillines? -tocó Malú con su dedo índice en el brazo de López varias veces. Éste se rió tímido mirando a Lidia.
-Hemos empezado a salir. -se arrancó el andaluz. A los dos se les iluminó una sonrisa. Se fundieron en un beso.
-A ver si te afeitas, que me pinchas… -dijo Li con su vocecilla cautivadora y acariciando la cara del muchacho.
-Me gusta llevar barba. -le contestó su novio.
-Pues a mí no. -mi chica y yo empezamos a reír a la vez. Eran tan graciosos.
-Oye, ¿qué te traes tú con la Vane? -la pregunta de Pablo cortó mi risa de golpe. El pulso se me paró por un momento.
-Nada. -respondió muy firme Malú, mirándome de reojo. Sabía perfectamente que me había molestado.
-¿Por qué lo dices? -me interesé yo.
-No sé, las he visto antes muy juntitas. -comenzaba a fastidiarme todo eso. Ahora la entendía cuando se enfadada cuando me veía con Vanesa. Vaya tela con las Vanesas, siempre estorbando. Desde luego, mi hija no llevaría ese nombre.
Me aparté de la conversación con la escusa de que iba al baño. No me apetecía nada seguir con aquello. La cantante tiró de mi manga, pero me resistí y le dije que luego hablaríamos… No estaba de humor.

A eso de las diez y media la gente comenzó a irse, hasta quedarnos solas. Yo también iba a marcharme, pero ella me detuvo.
-Pasa la noche conmigo, es mi cumpleaños. -¿quién podía decirle que no con esa voz?
-Está bien. -dije seria. En realidad no me apetecía nada después de lo que había pasado. Esperaba una explicación. -¿me vas a decir que pasa con la Martín? -no me daba la gana de pronunciarlo completo. Comenzaba a cogerle asco al nombre.
-Es mi amiga… cómo si no lo supieras. -argumentó. Yo acepté su respuesta. Si ella lo decía… -Joder, Marina, sabes que te quiero a ti… creo que estoy demostrándolo. -sonreí al pensarlo. Tenía razón. Había hecho incontables cosas por mí.
-Ven aquí. -sonrió aliviada y se fundió en mi pecho. Acabamos la noche en el sofá. Ella tumbada con la espalda en mi pecho, comiéndonos las sobras de la tarta.
-Mañana empezamos a correr. -mierda. No me iba a dejar ni saborearla.
-Bueno… ya lo veremos. -reí. -ahora disfruta. -se llenó la mano de nata y me la puso en la mejilla. Seguidamente, comenzó a reírse locamente. Seguro que también había bebido. -Me has manchado entera… -me quejé.
-Pero si esto sale en las pelis románticas…
-Cariño, se coge un poquito de nata y se pone en la punta de la nariz. ¡NO MEDIA TARTA EN LA CARA! -carcajeó de nuevo con mucha intensidad.
-Tú sabes que nosotras lo hacemos todo a lo grande. Tranqui, que te lo limpio. -giró su cara y lamió la nata que había repartida por el lado izquierdo de mi rostro.
-Qué bestia eres… -solté una risita, cortada por un beso inesperado. Un beso de esos que te dejan muda. De esos que provocan un temblor en tu interior. Que te desgarran el alma.
-¿Eres consciente de que en unos días hacemos tres meses…?
-Sí… cómo pasa el tiempo.
-Y cuántas cosas han cambiado… -momento melancólico. Demasiado. En unos segundos lo interrumpiría, estaba segura. -Mi primo me ha dicho que estoy más gorda. -lo sabía. Ya lo dije. Empezaba a conocerla como la palma de mi mano.
-Hombre, un poquito sí. -adoraba picarla. Me miró asombrada por la grosería que acababa de soltar. -pero es porque antes no te cabía tanta felicidad en un cuerpito tan pequeñín.
-Sí, arréglalo.-se levantó de mi regazo. -¿sabes quién va a ir contigo a París? Danka.


domingo, 16 de marzo de 2014

Capítulo 51. EL FALLO DE TU PIEL.

Apenas dormí esa noche. Mi disco salía al mercado. Solo tenía ganas de celebrarlo. Salir a correr, saltar, chillar. Despegar el vuelo. En verdad ya estaba volando. En apenas unas horas salía mi tan perseguido y ansiado álbum. Por fin. Era una meta cumplida. Un paso hacia adelante. Un objetivo alcanzado del que me sentía muy orgullosa.

Mari me recriminó el no haber pegado ojo. Llevaba unas ojeras increíbles.
-¡¡ES QUE ME VOY A TENER QUE IR A DORMIR CONTIGO!! ¡¡NUNCA ME HACES CASO!!
-Eh, frena. -reí. Estaba yo de muy buen humor. Eran ojeras de felicidad. Como si fueran las sonrisas de mis ojos.
-Sí… que Malú tiene mucho carácter y veremos a ver… -solté una carcajada mientras caminaba apresuradamente a su lado. Parecía que hiciéramos footing, pero en realidad eran los nervios los que nos hacían andar a esa estrepitosa velocidad. Caminábamos hacia las puertas de un centro comercial de Madrid. Mi primera firma de discos. Me preguntaba una y otra vez si habría gente allí. Era mi primera vez. Mi single llevaba ya unos meses circulando por las radios y por las redes sociales. Sin embargo, el CD acababa de nacer hacía unas horas. Arrancar siempre es lo más complicado. -¡Ponte el cuello bien! -ella misma se encargó de ajustarme como debía el cuello de la camisa. Estaba nerviosita perdida. Agradecía tanto que me tocase esta mánager… no podría tener otra más natural y mejor.
-¡Chicos! -me sorprendí al ver a los de la banda. -¿Qué hacéis aquí?
-Apoyarte. -me dio una palmada Mercedes. -pero vamos, si quieres nos largamos. -dijo dándose la vuelta. Tiré de la manga de su chaqueta.
-No, no. Gracias por venir, sois los mejores. -los abracé uno por uno.
-Vaya la que hay liada ahí… -apareció tras la puerta Pedro. -¡Hombre! ¡Marina! -me dio un abrazo apretado acompañado de unas caricias en la espalda.
-¿Mucha gente? -pregunté sin dejar de sonreír. Hoy nadie podía arrancarme la felicidad.
-Tienes cola, sí. -sonrió. Besé su calva ante las risas de todos y me asomé. Necesitaba verlo con mis propios ojos. Sí, sí había gente. Más de la que esperaba. La cola se alargaba en seis filas de forma horizontal. Sobre la plataforma había un taburete y una mesa alta redonda. Sobre ella, un rotulador negro y un vaso de agua. Unos altavoces a los extremos reproducían mi disco sin cesar. Dos hombres vestidos de negro cubrían las escaleras de ambos lados. Volví con el resto y notaron el estado de euforia en el que me encontraba.
-¡Dios! -me tapé la cara. Todos me rodearon con sus brazos y comenzamos a saltar. Dos trabajadores del establecimiento interrumpieron el momento.
-Hola, soy Sandra. -me sonrió. Le di dos besos. Vi que llevaba tres discos en sus manos. -¿te importa…? -hizo el gesto de firmar.
-Así voy practicando. -reí. Ella también lo hizo, mirando emocionada el trazo que dibujaba el rotulador.
-¿Ves como no te comía? -le dijo su compañero. Miré a ambos, no entendía nada. -Le daba vergüenza venir a pedírtelo. -señaló a su amiga.
-¡Anda, mujer! -le tendí los tres álbumes con sus dedicatorias.
-Muchas gracias, en serio. ¿Puedo darte un abrazo? -me quedé un poco desconcertada, pero respondí a sus brazos. Era bastante raro verme en esa situación…
-Ven aquí que te maquille. -Mari sacó unos polvos del bolso y me embadurnó el cuenco de mis ojos. -¡¡CÓMO VUELVAS A APARECER CON OJERAS, VERÁS!! -exclamó, mientras me daba brochetazos bruscamente.
-Jo, duele. -me quejé, echándome hacia atrás.
-¡PUES HUBIERAS "DORMÍO"! -guardó el instrumento y me dio un empujón. -Ala, a por tus "fanes".
El organizador vino a buscarme.
-Todo listo. -dijo serio, con la mano en la oreja. Se apretaba el pinganillo.
-¿Puedo tocar algunas canciones? -le pregunté, agarrando mi guitarra. Se dio la vuelta y preguntó.
-Por supuesto. -siguió igual de sereno. -¿Lista? -asentí. Eché un último vistazo a mis compañeros. Estaba como un auténtico flan. Subí con ilusión y nervios a la plataforma. El bullicio se formó. Nunca me habían recibido así… Me mordí el labio y me quedé mirándolos. Una chica con unos ojos azules como el agua puso un pie de micro a la altura del taburete. Me acerqué al micrófono.
-¡Hola! -saludé. Me quedé callada y reí. -¿qué tengo que decir ahora…? -estallaron en carcajadas. -Soy novata. -volvieron a reírse y el silencio se produjo. Otra vez las risas. -me gustaría daros las gracias a todos por venir. -me emocioné. -no sabéis lo que cuesta llegar aquí… -me paré de sopetón ante los aplausos del público. -¿cantamos algo?
-¡SÍ! -chillaron todos a la vez. Me acomodé en el asiento y toqué unos cuantos acordes al azar para adaptar mis dedos. Aclaré mi garganta y empecé por el single. La multitud me siguió con las palmas, y se añadieron a mi voz en el estribillo. Frené dando un golpe a las cuerdas.
-¿Pero ya os la sabéis? -volvió la diversión a sus rostros. Había tanto adultos como niños pasando por adolescentes. Mi música llegaba a todas las edades por lo que veía. Era curioso. Hacía unos minutos estaba temblando… con miedo, incluso. Fue pisar el último escalón y perder la timidez. El escenario y yo éramos amigos. Con él estaba tranquila. O quizás fueran ellos. Los que aplaudían cada uno de mis temas. Me sentía cómoda ahí arriba.
En un abrir y cerrar de ojos reconocí a alguien entre la multitud. Miré de nuevo para asegurarme. Estaba en primer fila, pero fuera de la cola. Mi madre. Sonreí como nunca lo había hecho. Estaba ahí, conmigo. Me miraba atenta, con la boca abierta, embobada. Al fin sentía orgullo por mí…
Después de cantar alguna que otra canción, comenzó el chorro de gente a pasar frente a mí. Me paraba a charlar un poco con cada uno. Me interesaba oírles. Quería conocerlos a todos. Conocer por qué oían mi música, por qué me empezaron a seguir. Se llevaban su foto y su firmita tan felices. Y yo encantada de sacarles esa sonrisa. Desde pequeña quise eso, hacer feliz a la gente. Aunque no los conociese, eso me daba igual. Solo quería provocar felicidad. Repartir alegría.
-Me gustaría que la llevases siempre y que te diera mucha suerte en tu carrera. -una pequeña de unos nueve años, rubia y de ojos claros, me tendía una pulsera con una clave de sol. Le pedí que me ayudase a abrochármela y se quedó algo cortada. La atamos en mi muñeca derecha, junto a las que ya colgaban de ella.
-Te prometo que no me la quitaré. -le susurré, acariciando su mejilla.
Le dediqué una frase en el disco y sonreí mientras su madre disparaba un flash hacia nosotras. Su voz dulce se me quedó grabada en la memoria. Dudo que la olvidara… la recordaría cada vez que mirase el brazalete que me había regalado.
Después de dos horas firmando, terminó. Me lo estaba pasando tan bien que ni si quiera me di cuenta de lo cansada que estaba. El dolor de la espalda se había apoderado de mí. Todo porque estaba tan hiperactiva que no podía quedarme sentadita en el taburete. Cuando se disipó el jaleo, encontré a mi madre. Fui a abrazarla.
-Qué grande eres y yo tan ciega… -confesó.
-Mamá, no empieces. -le pedí. Odiaba que se culpara tanto. -ya te he perdonado… no te tortures más.
-No puedo evitarlo, hija. Lo siento. Siento el daño que… -la interrumpí.
-Vamos a cenar.

Fue un día lleno de emociones… nuevas sensaciones. Yo siempre había estado al otro lado. Yo siempre había sido el fan, y no la estrella. La experiencia fue más que genial. Sentirte querido y admirado. Pero lo que más me gustó fue la sensación de cercanía con ellos. No quería perder esa estrechez con mis seguidores. Estaba deseando viajar a Barcelona para seguir con la promoción. Pero antes de eso tenía algo muchísimo más importante que hacer. El cumpleaños de alguien muy especial. Esa misma noche, a las doce, Malú se hacía mayor. Mayor y más grande. Su primer cumpleaños junto a mí. El regalo estaba ya comprado de hacía unas semanas… me preguntaba si le haría ilusión.
A las 23:59 toqué el timbre de su chalet. Se quedó petrificada mirándome. No sabía nada de eso.
-3…2…1… -miré el reloj. -¡FELIZ CUMPLEAÑOS! -saltó a mis brazos. -¿Soy la primera?
-¿Crees que hay alguien que pueda adelantarte…? -me preguntó riéndose. -eres la mejor.
Entramos en su chalet, al que ya empezaba a acostumbrarme. Danka corrió hacia mí.
-¿Qué haces tú despierta? -me agaché y acaricié su lomo. La verdad es que era preciosa.
-Mira que es bonita mi niña. -dijo Malú abrazándola, apartándola así de mí.
-Dicen que los perros se parecen a sus dueños. -dejé caer.
-Más tonta y no naces. -rió. -¿Qué tal ha ido la firma? -y así pasaron las horas. Ella y yo en su sofá, con dos copas de vino, hablando sin parar. Yo le contaba las cosas que me habían pasado, y ella escuchaba sumisa y atenta cada palabra que salía de mi boca.


-¿Te aburro? -pregunté.
-No, sigue. -dijo sonriente. Ella ya había pasado por todo lo que yo le contaba… quién sabe si la estaba aburriendo. Tal vez se sentía identificaba… Me moriría por meterme en su cabeza y leer sus pensamientos. -¿te duele la espalda? -observó mis estiramientos continuos.
-Me he pasado la tarde de pie.
-¿Y para qué te ponen un taburete, gilipayasa? -reí al oír mi nuevo apodo y su forma de regañarme. Soltó su copa en la mesa e hizo lo mismo con la mía. -sígueme. -me pidió. No me negué y fui tras ella. Apagó la tenue luz que nos iluminaba y quedamos a oscuras. Llegamos a su habitación, desordenada completamente. -He estado haciendo pruebas de vestuario para mañana. -explicó. Comenzó a recoger el alboroto. -Quítate la camiseta. -fue una orden. Me quedé mirándola sin entender. -Que te la quites. -repitió.
-Vale, vale.
-Muy bien, ahora túmbese boca abajo, señorita Marina. -me reí y me tumbé como me dijo. Se sentó sobre mi trasero y frotó mi espalda con sus manos.
-Mmm… un masaje. -ahora tenía sentido. -lo necesitaba. -siguió haciendo magia en mi dorso, mientras yo me empequeñecía poco a poco. Sus dedos me estremecían. Estaban fríos como el hielo. Su cadera comenzó a moverse sobre mi indefenso cuerpo. -no hagas eso… -le pedí.
-¿Te pone, eh? -me puse roja como un tomate. Escondí la cabeza bajo la almohada. Noté sus labios en el final de mi cuello. Se desplazaba a lo largo de mi espalda dejando la huella de su boca en cada centímetro que avanzaba. Yo tenía los vellos de punta. Ya no sabía si del frío o de sus besos.
-Ya no me duele tanto… -oí su risilla malvada.
-Claro, claro. -ignoró mis palabras y siguió con el magnífico masaje. Me estaba provocando de una manera brutal y sin disimular.
-Tienes demasiado poder sobre mí. Esto no mola… pero tú te diviertes mucho.
-No sabes cuánto. -carcajeó, bajando mi pantalón.
-Deja mi culo en paz. -se echó a reír de nuevo. Me estaba poniendo muy mala. Siguió divirtiéndose. Desnudándome a su antojo, besando cada poro de mi piel que elegía al azar, o por meditación, solo ella lo sabía. Los movimientos de masaje pasaron a convertirse en caricias pasajeras que me arañaban el alma. Benditos dedos tenía.
-Mi primer regalo de cumple. -sonrió pícaramente frente a mi boca, para luego fundirse en ella con una fuerza sobrenatural. Me había colocado boca arriba, y ella sobre mi cuerpo se encargaba de matarme con cada suspiro, beso y caricia que descargaba en mí.
-Y no el único. -torcí la sonrisa y arqueé las cejas.
-Lo quiero ya.
-Déjame pensar… -mordió mi cuello. Sabía que era mi punto más débil. -vale, vale. -reí. Le pedí que se quedara quieta en la habitación y salí de ella. A la vuelta, le indiqué los pasos para conseguir su presente. -lo he escondido en un lugar de la casa.
-¡Joder, Marina! -se levantó corriendo y empezó a dar vueltas por su enorme chalet. -Y yo encima me compro una casa grande… -me hacía gracia verla tan agitada, mirando por los rincones. Debajo del sofá, detrás de la televisión, dentro de la lámpara. -¿dónde lo habrás metido…?
-No sé, no sé… -seguí observándola atentamente. Estaba desquiciada. Ya no sabía por qué sitios buscar. La cogí por detrás y la alcé para que se estuviese quieta un segundo. -te daré una pista. Está en un sitio que hace "guau". -me dio un pequeño beso en los labios y corrió hacia el jardín. Miró en las casetas de sus animales.
-Mentirosa. -me llamó. Yo negué con la cabeza. Danka fue por detrás suya y se enganchó a su pierna. Malú al mirarla vio que un sobre colgaba de su collar. Me miró sonriente. -Lo encontré. -lo desenganchó y fuimos de nuevo a su cuarto. No paraba de palparlo. Se la veía muy emocionada. Nos sentamos cuales indios sobre el colchón más cómodo de la tierra y abrió la carta. Sacó los tres papeles que había dentro. -¡ALA! -se tapó la boca. -¡Nos vamos a París!  
-Léelo con calma. -le dije, cogiendo su mano sonriente.
"Es cierto que últimamente no dejamos de trabajar. Tú estás inmersa en tu gira arrolladora y yo intentando hacerme un hueco en la música con mi primer disco. Hace tiempo que no disfrutamos de la soledad entre nosotras. Y lo echo de menos. Mucho. Quiero tenerte las 72 horas que dura el viaje a mi lado y que no te despegues de mí. Nos merecemos unas vacaciones. Sé que nos darán fuerzas y ganas para seguir con la "no rutina", porque desde luego, nuestra carrera no tiene de eso. Quiero que escapemos unos días. Pasear contigo sin miedo a que nos reconozcan o nos siga la prensa.  Espero que aceptes este regalo, solo tú decides si vamos o no… Feliz cumpleaños princesa".
-Serás idiota, claro que acepto. -arrugó la carta con el puño y me abrazó muy fuerte. -gracias, amor. -me besó en la mejilla. Me agarró con ambas manos la cara y se quedó mirándome fijamente. Yo me perdí en sus pupilas. Pasaban los minutos y seguíamos contemplándonos. Sentía una paz interior que solo ella sabía invocar. Terminamos aquel silencio tan perfecto con una risa tímida. -te quiero. -soltó con sinceridad.
-Te amo. -le contesté, dejando que nuestros labios se cruzaran una vez más. Aprovechó mi concentración en el beso para terminar de desnudarme. Yo no puse oposición. Con los ojos cerrados, y sin saber muy bien que movimientos hacía, fui deshaciéndome de su ropa. Fue un acto intuitivo e incontrolable. Pronto pasamos a otro nivel. Los besos crecían, se agrandaban, se alargaban pareciendo infinitos en la oscuridad de la noche.
-¡QUÉ LAS APLASTAS! -me chilló, quitando los billetes de la cama. Me encantaba toda ella. Ella entera. Era increíble. Única e inigualable. Con sus cambios extraños de rumbo, con sus locuras y frases. Con sus momentos graciosos. Me pregunté si algún día encontraría un error. Algo que no me gustase. Si hallaría el fallo de su piel. -Está siendo el mejor cumpleaños de mi vida. -me dijo mientras sudábamos sin precedentes.
-Acaba de empezar. -la avisé, con la respiración entrecortada.

-Pues que no acabe nunca. 

sábado, 15 de marzo de 2014

Capítulo 50. FRÁGILES.

Su gesto enfadado me hacía inferior. Me sentía la mujer más pequeña del mundo a su lado. Era demasiado grande para mí. Y yo... tan frágil. Podría romperme en mil pedazos si la perdiese. 
Cruzó sus piernas y se recostó en el sofá. Le pedí que no se moviera y salí a buscar el disco. A estas horas por la calle… si es que… lo que no me pase a mí.
-Toma, anda. -Vane me tendió el disco nada más verme pasar por la puerta. Me sorprendió ver que el bar estaba el triple de lleno que cuando me marché.
-¿Y esta multitud?
-Hacemos descuentos de bebida alcohólica a partir de las dos. Trucos de marketing. -me guiñó un ojo. Le sonreí y volví a casa. Malú ya no estaba en el sofá. Me preguntaba si se habría largado… Vi una luz que provenía del pasillo. Y, seguidamente, a ella salir.
-Estaba en el baño.
-Me has asustado… pensé que te habías largado. -dije casi en un susurro. -¿podemos hablar?
-Claro. -nos acomodamos en el salón y me arranqué, me temblaba algo la voz.
-Lo siento, siento el día de hoy. -agaché la cabeza. -lo de la llamada... fue una tontería. -agarró mis pulseras como tanto le gustaba hacer y se dio un paseo por mi brazo. -no tenía que haber dicho nada. -me arrepentí.
-Es normal que tengas dudas de ese tipo después de que no encontrases productor. Y te entiendo. El estrés a veces nos juega malas pasadas. -qué bien hablaba esta mujer, por dios. Podría quedarme horas allí, frente a ella, oyéndola. -¿MARINA? -ya estaba haciendo el ridículo una vez más.
-Estoy muy embobada. -reí.
-Siento haberte colgado… estaba muy metida en el concierto y lo último que necesitaba… -no dejé que terminase.
-Tranquila, lo sé. -frené el baile de sus dedos entrelazando nuestras manos. Nos quedamos mirándonos tímidamente un buen rato… hasta que oímos gritos procedentes de la habitación de mi compañera de piso. Malú empezó a tragarse la risa poniéndose la mano en la boca. Yo simplemente junté mis labios y me contuve como pude.
-Vaya con Pablito. -soltó.
-¿Nos vamos a dar un paseo? -propuse. Cualquier cosa antes de que quedarme allí escuchando lo que estaba escuchando.
-¿A las tres de la mañana? -preguntó. Debió pensar que era una loca. Me encogí de hombros.
-Yo solo quiero dormir. -dijo con esa voz de niña a la que empezaba a encapricharme. Se tiró a mis brazos y me caí en el sofá con ella sobre mí. De fondo, los gemiditos de mi amiga. Volvimos a reír. De pronto, Malú se levantó bruscamente.
-¿Dónde vas?
-Yo estaba enfadada contigo… -se echó al otro lado. Qué tonta llegaba a ser. -¿Qué coño hacías en el bar? -se incorporó. Estaba hiperactiva. Tal vez eran los efectos secundarios del concierto.
-Pues que he ido a cenar. ¿A qué voy a ir si no?
-¿Pero tenías que ir a ese bar?
-Es el que me pilla más cerca… además, me ha salido gratis. -sonreí. -me han invitado. -allí me conocen.
-¿Has hablado con ella?
-Sí. Se ha sentado en mi mesa. -tomó aire algo enfadada. -le he enseñado el disco y le he contado algunas cosas de él… Ah, por cierto. Me ha dicho que ha decidido que me va a olvidar.
-Más le vale. -me reí. En el fondo me gustaba verla celosa. -yo no me río. -no pude evitar parar de hacerlo. Estaba tan graciosa. Me pegó en la pierna. -¡Es que no me fío!
-Ya te he dicho mil veces que solo te quiero a ti.
-En ti confío, cariño. Pero de ella… no me fío ni un pelo. -acarició el interior de mis muslos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Agarré con fuerza su mano.
-No tienes por qué preocuparte. Te lo aseguro. -mordí su mejilla. Giré la cara hacia el otro lado y escupí. Ella empezó a reírse. -¡Qué asco! ¿Qué tienes?
-Maquillaje. -contestó sin dejar de mofarse de mí.
-Pues me cago en L´oreal. -después de maldecirles, ella vino a besarme, despertando en mi interior un cosquilleo que hacía tiempo no aparecía. Terminó el beso con una enorme sonrisa que mordí. 
-Al fin pararon… -rió María Lucía, al comprobar que los gritos de pasión habían cesado. -No tienes huevos de ir a decirle a Pablo que ha hecho un buen trabajo… -puso una sonrisa perversa.
                                                  

-¿Qué no? -le devolví la mirada desafiante. Ella abrió la boca sorprendida. -Ya lo verás. -me levanté y fui a la cocina. Preparé dos vasos de leche caliente y volví a pasar por el salón para llevársela a mis amigos.
-¡Yo también quiero uno! -exclamó Malú alzando su mano. Asentí con la cabeza. En seguida se lo haría… pero antes tenía una misión. Maldito orgullo… Me paré frente a la puerta. ¿Marina, qué estás haciendo? Eché la vista atrás y la vi asomada con una cara de malota increíble. Vamos allá.
Toqué la puerta dos veces y la abrí. Puse la espalda muy recta cual servicio de habitaciones.
-Buen trabajo, chicos. -dije intentando no reírme. Los dos se taparon apresuradamente. Estaban muy cortados. Probablemente, más que yo. Lidia me miró con ganas de estrangularme… y Pablo igual. Tenían el rostro pálido. Dejé la bandeja en el borde de la cama. -Un aperitivito para reponer fuerzas. -cerré la puerta y corrí descojonándome hasta el salón. Vi a Malú tirada en el sofá golpeando los cojines. Estaba muerta de la risa. -¿Hay huevos, o no?-reí.

A la mañana siguiente, mi chica se fue temprano para que no le viese Pablo. Él aún no sabía nada. Así que, toda la vergüenza para mí. Se sentaron a desayunar junto a mí. Ambos estaban cabizbajos.
-Puta. -dijo entre dientes. Yo solté una carcajada tímida. Morí. López me miró sonriente.
-Eres una graciosa. -me dijo. Exploté en risas. No podía aguantarme más. -gracias por la leche.
-Es verdad… yo te debo una leche.-intervino Lidia. Yo la miré sin entender nada, porque ya me estaba bebiendo un café. Me pegó una colleja. Vale, esa era la leche. Continuamos un buen rato en silencio. Pablo buscaba constantemente la mirada de mi mejor amiga, y ella la evitaba. Era muy divertido verla así. Estaba muy tonti esa mañana. Me quedé observándola fijamente mientras comía lentamente.
-¡Qué dejéis los dos de mirarme! -exclamó enfadada. -López rió conmigo y le cogió el brazo. Li lo miró de frente y se besaron. Parecían hechos el uno para el otro. Quizás era pronto para decir eso… pero lo intuí. Intuí que esa pareja iba a funcionar. Siguieron con el desayuno, yo igual de normal, ellos sonrojados. Eran como adolescentes.
-Qué monis. -se me escapó. -Mierda, lo he dicho en voz alta. -ambos se rieron.

Recuerdo aún esa sensación. Esa leve sonrisa. Esa extraña pero agradable experiencia. Estar tan tranquila, como una mañana cualquiera en un supermercado con tu compañera de piso. Nos peleábamos en la sección de los helados. Ella quería los de turrón y yo los de chocolate, cuando, de repente, e interrumpiendo nuestra pelea, sonó mi canción. La cara se nos iluminó y saltó a mis brazos.
-Lo has conseguido. -me susurró al oído sin soltarme.
-Lo he conseguido. -reafirmé.
-Uy, ¿quién es ésta? -le comentó un señor caminando con su mujer, con su hijo en el carrito de la compra.
-Ni idea, pero me encanta. -dijo, bailando al torno de mis acordes.


domingo, 9 de marzo de 2014

Capítulo 49. TE VOY A OLVIDAR.

El camino se me hacía eterno. En uno de los semáforos me detuve a mirar que había en la bolsa que me había dado Mari antes de salir de la discográfica. Me pidió que no lo abriera hasta llegar a casa… pero la curiosidad me comía por dentro.
-¡OSTIA! -exclamé. Mi disco. Sonreí al verlo. Tantos años de esfuerzo. Entre la emoción de tenerlo en mis manos, de ver que lo había conseguido, de sentirme orgullosa… y el enfado con Malú, comencé a llorar. Era de lágrima fácil. El tráfico volví a fluir y yo arranqué entre lágrimas. Parecía una depresiva que huía buscando un lugar mejor. La portada no era la que habíamos escogido… maldito fotógrafo. La primera y la última vez que trabajaba con él, dicho queda. Salía yo sentada en la silla al contrario, abrazando el respaldo, con la cabeza tumbada en mis brazos y mirando a cámara con una pequeña sonrisa sin enseñar los dientes. En la esquina superior derecha se encontraba mi nombre, y debajo de éste, el título del disco, "Una entre cientos". Lo abrí con una mano, sin dejar de mirar la carretera. Eché un vistazo al interior. Tenía los mismo colores que la portada, azul cielo. El disco era de un añil oscuro, me encantaba esa combinación de tonos. Saqué el CD y lo introduje en el coche. Sonreí con el primer acorde de la primera canción.
Llegué a casa y me quedé en el coche, apoyada en el reposacabezas escuchando atentamente cada uno de los temas que iban sonando. Volví a llorar, esta vez de emoción. Porque sí, lo había conseguido. Había logrado mi sueño. No quería que acabase la última canción, pero no era infinita. Terminó. Terminó con el verso que escribí mientras Malú se duchaba en Sevilla en aquel hotel que tantos recuerdos recogía. Fue imposible no ponerme a pensar en esas pequeñas vacaciones que nos regalamos. Las mejores de mi vida, sin duda. El disco volvía a reproducirse mientras yo revivía en mi mente el momento en el que había escrito cada estrofa.
Me puse a mirar con detalle cada rincón que guardaba la carátula. Por una vez, leí hasta la letra pequeña. Después de oírlo la segunda vez, lo saqué del reproductor y lo metí de nuevo en su sitio.
Mientras me dirigía al piso, llamé a mi representante.
-Ya me podías haber avisado… se me han triplicado las pulsaciones. -rió exageradamente ante mis palabras. Me dolió el tímpano incluso.
-¿Qué te ha parecido? A mí me encanta.
-Estoy muy ilusionada. -me limpié las lagrimillas que aún corrían por mis mejillas. Eran casi las once y media y yo sin cenar. Me di la vuelta una vez que llegué al portal. Iría a comer por ahí, no me apetecía llegar a casa aún. Fui al Rincón Musical.
-Hombre, tú por aquí. -Vanesa se acercó a la mesa que había cogido. Sonreí asintiendo. -¿Qué desea tomar?
-Quiero un filete a la pimenta. -no me hizo falta leer la carta. Me la sabía de memoria.
-Ya lo intuía. -rió. -con coca-cola zero.
-Exacto. -era mi menú favorito.
Trajo la comida muy rápido, se notaba que tenía enchufe. No había mucha gente en el bar. Una pareja de ancianos dos mesas a la derecha y una chica junto a la ventana tomando un helado.
-¿Puedo? -señaló la silla que estaba frente a mí. Asentí con la boca llena. No me vendría mal algo de compañía. Miré el móvil, ni un solo mensaje suyo. Aún no habría terminado el concierto… -El miércoles… -sonrió.
-Saco disco, sí. Veo que estás muy atenta.
-Soy tu fan "number one". -reí al oír esa expresión. -yo lo quiero la primera. -metí la mano en la bolsa y lo saqué. -¡ALA! -me lo arrebató de las manos y se puso a cotillearlo mientras yo cenaba tranquilamente. Volví a encender la pantalla. Nada. -¿Esperas un mensaje?
-Más o menos. -no estaba por la labor de colaborar mucho.
-¿Ocurre algo? -insistía en que lo hablara con ella… pero yo no tenía ganas. Agaché la cabeza y continué con la comida. -Puedes desahogarte conmigo. -dijo, acariciando la mano que sostenía el tenedor. No le contesté y evité su mirada. Se produjo un largo silencio.
-¿Aún hacéis natillas? -pregunté.
-Claro, voy a por una con doble de canela. -sonreí. Cómo me conocía. Creo que era la que más sabía acerca de mí. Al fin y al cabo, habíamos compartido nuestra vida durante muchísimos años. -toda tuya. -esta vez no se sentó, fue a atender el resto de mesas, que ya se iban. Decidí entonces llamarla. Ni rastro.
-Estará con los vips… dale tiempo. -me dije a mí misma.
-¿Me echabas de menos? -me asustó Vane, que volvió a sentarse junto a mí.
-No me ha dado tiempo. -reí. -¿Qué tal tú? Solo hemos hablado de mí.
-Bueno, el bar va bastante bien. -dijo mirando alrededor. -no puedo quejarme.
-¿Y qué tal en el amor? -quise saber.
-Ni me hables. -reí ante su respuesta. Parecía que no iba muy bien. -no tengo tiempo para eso… apenas salgo. Pero no te preocupes, que ya he decidido que te voy a olvidar.
-Bueno, ya llegará. -la animé. Saqué la cartera y me dispuse a pagar.
-No, no. Invita la casa. -insistió.
-Que no, de verdad. -siempre me dio mucha vergüenza aceptar ese tipo de invitaciones. Me cerró la cartera ella misma. -la última vez que vengo. -la amenacé.
-Pues peor para ti, tú te quedas sin tu filetito.
-Joder. -solté. Reímos a la vez. Estuvimos en el bar un largo rato… se me fue por completo la hora. Las dos menos veinte.
-Pásate más a menudo, apenas nos vemos. -me pidió, ya en la puerta y a punto de marcharme. Yo me excusé con eso de que tenía mucho trabajo, y me dirigí al piso. De camino, volví a intentar contactar con ella. Al fin, descolgó.
-¿Qué tal ha ido? -me adelanté.
-Bastante bien. -sonaba algo cansada. -¿y tú? ¿qué ha pasado con tu madre? -las dos queríamos otros temas de conversación y no hablar de lo que había ocurrido en la llamada anterior… pero tarde o temprano tenía que salir.
-Bueno… se coló en la grabación de "Bisbi"… -oí sus carcajadas de fondo. Le conté por encima lo que habíamos hecho en la tarde y ella me comentó las anécdotas de su concierto.
-En un cuarto de hora estoy en tu casa. -tuve que parpadear dos otros veces. No me lo creía.
-¿Cómo?
-Eso. No me apetece una noche de hotel teniéndote a dos horas y pico. -sonreí como una estúpida y no tuve palabras para contestarle. No sé de dónde sacaba la fuerza para comerse tantos kilómetros en un mismo día.
-Aquí te espero.
Entré en el piso, hogar dulce hogar. Todo estaba oscuro, Li se había acostado ya, al parecer. Caminé despacio, sin hacer mucho ruido, cuando entonces, escuché la risa de mi compañera de piso. Oí que murmuraba. Puse la oreja en la puerta. ¿Qué hacía hablando sola? ¿Se había vuelto loca del todo? ¿O era yo que escuchaba voces? No, efectivamente, era su voz. Aparté la cara y la abrí. Nada más hacerlo, me arrepentí. Cerré de golpe. Mierda. Me moría de vergüenza. Estaba tumbada sobre López, los dos desnudos, cubiertos por una fina sábana casi trasparente. La duda que tenía era si me habían visto o no. Puede que sí, o puede que no. Corrí a mi cuarto de puntillas y me quedé mirando el pasillo, esperando a ver si se abría su puerta. Todo apuntaba a que no se habían dado cuenta. Pues menos mal. A ver quién me había mandado a mí a asomarme.  
Pronto me llegó un mensaje de Malú. "Abre". Fui corriendo a recibirla. La abracé. Estaba preciosa incluso con cara de cansada.
-Estoy muerta. -dijo, sin separarse de mis brazos. Le pedí que no hablara muy alto. -¿Está Li dormida? -susurró.
-No… -reí flojito. -está con Pablo. -soltó una carcajada, tuve que tapar su boca con mi mano.

-¡MARINA! ¿ERES TÚ? -la oí desde su cuarto.
-¡SÍ! -exclamé mientras seguía evitando que las risas de mi chica salieran de su boca.
-Ala… ¡qué fuerte!. -dijo tras haberse hartado de reír. Me senté en el sofá y ella se echó sobre mi hombro. La abracé por la cintura y con la otra mano acaricié su pelo.
-Tengo una cosa para ti. -rompí el placentero silencio. -quiero que seas la primera en tenerlo.
-¡Tu disco! -acertó de pleno. Me levanté a buscarlo en la mochila… pero no estaba.
-Joder… ¿dónde lo he dejado? -me puse a pensar. -soy un desastre.
-Mi desastre. -dijo Malú. Corrí hacia ella y le di un beso. -piensa  qué has hecho esta tarde… -¡EL BAR!
-Me lo he dejado en el Rincón Musical.
-¿Qué? ¿Has estado allí…? -no le hizo mucha gracia mi plan nocturno.
-Sí, he ido a cenar.
-¿Has estado con Vanesa? -se puso seria. Me senté de nuevo junto a ella.
-Sí. -afirmé. Ella giró la cabeza y se cruzó de brazos. No debí haber dicho nada. Dos enfados en un día, y eso que apenas nos habíamos visto.
-Te enfadas conmigo y pasas la noche con ella…
-Cariño, he ido a cenar. -me expliqué.
-Mira, no tengo ganas de discutir. Me voy. -se levantó. Yo la agarré del brazo y la devolví al sofá. -suéltame.

-No te vayas… por favor. -le rogué. 

sábado, 8 de marzo de 2014

Capítulo 48. ¿Y SI FUERA ELLA?

Sentada en aquella silla plateada, tan incómoda que dolía, miraba al infinito esperándola. Sonreía como una estúpida bajo mis gafas aviadoras. Pronto vino un camarero pelirrojo y muy chupado. Su delgadez era exagerada. Me recordó al chef de la película "Ratatouille". Muy amablemente, y algo nervioso, me preguntó si quería tomar algo. Le pedí que me trajera una coca-cola, estaba sedienta. Miré el reloj nerviosa. Aún no era la hora. No debí plantarme allí tan temprano, pero el pulso me temblaba desde las ocho de la mañana. Malú me llamaba, contesté rápidamente, ni siquiera dio tiempo a que sonara la melodía.
-¿Cómo va la cosa? -le pregunté. Tenía concierto en Salamanca.
-No nos ha dado tiempo a mucho, después de comer hacemos unas pruebas. -su voz me seguía conquistando. Jamás me acostumbraría a ella. -¿Y tú?
-Todavía no ha llegado… -volví a mirar la hora inconscientemente.
-Estará al caer. -fue decirlo y verla aparecer doblando la esquina. Su pelo corto y castaño, del mismo color del mío, brillaba por los reflejos del sol.  Portaba una blusa negra, al igual que sus vaqueros. Aún conservaba el luto. Se levantó las gafas de sol para buscarme. Alzó una mano y la puso sobre sus ojos. La entendí perfectamente, yo también lo hacía. Teníamos el mismo color claro y sabíamos el dolor que causaba el brillo mañanero. Levanté el brazo y reaccionó al instante. Nos dimos dos besos y volví a sentarme, esta vez con compañía. Se formó un silencio extraño, frío, que se rompió por nuestras risas. Era todo muy raro.
-Mamá, ¿qué vas a querer? -le tendí la carta.
-Lo que tú pidas. -sonrió, le devolví el gesto. Al final optamos por unos montaditos de toda la vida. Recordamos viejos tiempos,  pues los solíamos tomar los viernes después de clase.
-Cómo te he echado de menos. -suspiró, quebrando otro de los incontables silencios que se producían. Agaché la cabeza a la misma vez que ella. Las dos habíamos sido culpables de eso. -¿Malú no ha querido venir?
-Tiene concierto en otra ciudad.
-Vaya… el otro día no fue un buen encuentro. Me encantaría conocerla.
-Cuando quieras. -nos sirvieron la comida y comenzamos a devorarla rápidamente. Habían tardado mucho, y eso que era un plato fácil de hacer.
-¡Hija! Cierra la boca. -echaba de menos que me regañase. -espero que no comas así delante de tu novia.
-Bah, ella come igual. -reí, siguiéndome ella. Era una sensación rara, como si nos acabáramos de conocer, cuando en realidad compartíamos genes, me había creado y educado. Nunca debimos tomar caminos separados.
-¿Qué pasó con Vanesa? -la pregunta hizo que me atragantase, me dio unas palmadas en la espalda. Puse dos dedos paralelos en mi frente, formando unos cuernos.
-¡No! -se tapó la boca. -Nunca me gustó esa chiquilla. -dijo poniendo morritos. -Escucha, la madre… -imitó mi gesto anterior. -con el fontanero. -se me escapó un trozo de pan de la boca y me eché a reír. Me lo contaba en voz baja, como si alguien se fuese a enterar de aquello… Aún no se había acostumbrado a Madrid. Aquí nadie se interesaría por oír nuestra conversación, en el pueblo, todo era diferente. -de tal palo, tal astilla.
-Desde luego. -reí.
-Bueno, cuéntame. ¿Qué tal tu vida de superestrella?
-¡Pero mamá! -exclamé, alzando una mano. -qué exagerada eres.
-Lo serás. -en fin, amor de madre. ¿No?
-Es complicado. -le conté todo lo que había vivido. Desde el programa, hasta la banda, la productora toca pelotas, el problema de la producción y todo lo demás. Por supuesto, usando palabras fáciles… no tenía mucha idea de música. Ni de música ni de nada en realidad, no había salido de Calanda en su vida. Según me comentó, se perdió en el metro unas pocas de veces.
-Mira que estás "escurría". -observó, dándome un pellizco en la barriga que me hizo derramar algunas gotas del vaso. -deja que te haga un buen potaje. -cosas de madre. Cosas de madre que parecían tonterías, pero que cuando no estaban, se notaban. Y yo no me había dado cuenta de lo importantes que eran esas bobadas hasta este día.
-¿Por qué no te quedas unos días más? -le pedí. Sinceramente no sé por qué lo hice, ni que me llevó a soltarlo. Impulsos, supongo. Se sorprendió.
-Pero… tengo el billete comprado.
-Podemos cancelarlo.
-¿Ah, sí? -preguntó. Yo me eché a reír. Demasiado metida en el pueblucho. -pero, ya no tengo hotel. -en ese detalle no había caído. Tampoco podía ofrecerle mi casa así porque sí, más que nada porque la compartía con Li.
-Ya solucionaremos eso, ¿vale? -acaricié su mejilla. Cuando iba a quitar la mano, me la sujetó y le dio un beso.
-Ven a mis brazos, enana. -me rodeó con sus brazos y percibí su olor. Al instante lo reconocí. Era el que le regalamos mi padre y yo en uno de sus cumpleaños. Yo apenas tenía siete años… esa sí fue una buena época. El único problema que tenía era que mis dibujos favoritos lo echaban a la hora del colegio.
El abrazo fue interrumpido por un mensaje. Era un SMS. ¿Quién los usaba a estas alturas? Me dispuse a mirarlo. Mari. "Ven a la discográfica, reunión". Crucé los dedos. Más obstáculos no, por favor. Mi madre quiso acompañarme.
Llegamos y ella iba observando embobada todos los detalles de la enorme oficina.
-Buenas. -les saludé. Habían llegado antes que yo. Estaban colocados formando un círculo en la mesa. Los músicos, Pedro, Paula y Mari.
-¿Y esta señora? -preguntó de mala gana la productora.
-Es mi madre. ¿Puede quedarse?
-Es confidencial. -respondió la simpática, nótese la ironía. La miré apenada.
-No te preocupes, te espero por aquí. -salió por la puerta. Me acomodé en uno de los sillones y crucé miradas con los chicos de la banda.
-Como ya sabes, el miércoles sacas disco. -empezó, muy sonriente, cosa que no solía hacer, Paula.
-Ajá. -asentí, al ver que no continuaba.
-Pues aquí. -dijo señalando un folio. -tienes un calendario con tu… futuro. -eché un vistazo. Vi que resaltaban de rosa las firmas de discos, con amarillo las actuaciones en salas y con azul los programas de radio y televisión.
-Guau, son muchas cosas. -sonreí.
-Ha sido un duro trabajo, es incontable el número de llamadas que he realizado. -se enorgulleció ella misma. Le di las gracias educadamente.
Pasamos la tarde comentando las fechas, los lugares. En fin, mi vida en los próximos meses. Lo pensé fríamente. Viviría en la carretera. Cuando no era una firma, era un concierto, y cuando no era un concierto, era una entrevista. Y esto solo acababa de empezar. Desde luego que se lo había currado mucho… una promoción fascinante. Me frené un segundo. ¿Y si no le gusta a la gente? El plan entero se caería. Sentí miedo. Dudas. Sería muy triste estar cantando en una sala con pocas personas. O estar en una firma y no ver nadie en la cola. Siempre tan negativa… Pero podía pasar. ¿Quién me aseguraba que no?
-Va a ser una experiencia increíble. -confesó ilusionada Mercedes, dando golpecitos en la mesa. Su ritmo se manifestaba aunque no hubiese una batería delante.
-Hay que ensayar mucho. -sereno y correcto, una vez más, Ricky. Yo asentí con la cabeza. Me faltarían horas en el día…
-Espero que seáis capaces de llegar al éxito, o, al menos, rozarlo. -dijo Paula.
-Yo confío en ellos. Lo lograrán. -intervino Pedro, que había permanecido callado durante toda la reunión. La tensión entre ellos era fuerte. El ambiente era algo incómodo.
-¡¡Por cierto!! -dio un palmazo en la mesa Mari que nos dejó descolocados a todos. -¡En dos semanas actuáis en el Palacio de los Deportes! -¿lo decía en serio? La miraron boquiabiertos. Me acordé entonces de la conversación en el Mc Donald´s. Ah, que iba en serio.
-E… e…explícate. -tartamudeó la productora.
-¡Anda! ¡Pero si una mánager ha conseguido algo mucho mejor que tú! -añadió leña al fuego el director musical. Me preocupaba ese rifi-rafe entre los dos. Ella le contestó con una mirada cargada de odio.
-Eso, que actuáis con Malú el 29 de Marzo. -otra vez las bocas abiertas.
-¿Has dicho Malú? -preguntó nervioso el contador de chistes oficial del grupo. Mari me guiñó un ojo y afirmó.
-Aquí la artista, que levanta pasiones entre los más grandes. -eso iba con segundas, lo pude ver en su mirada.
-¡QUÉ PUTA PASADA! -exclamó en un grito Pepe Luí.
-No te emociones, nosotros no tocamos. Cantará Marina y ya está. -dijo Merce. Eso no lo había pensado… me dio pena el pensar que no saldrían conmigo. Pero al parecer, mi mánager tenía otro as bajo la manga.
-Me ha dicho que cantará con Marina "Te conozco desde siempre" y que luego, mientras ella hace un cambio de look… -sonrió e hizo una pausa para crear tensión. -os dejará tocar el single.-Eso era demasiado. ¿Mi canción, mis músicos, en su concierto? Qué lujazo. Jamás podía haberme imaginado algo así. Sería una gran catapulta para el disco. Mientras ellos estallaban de emoción, yo me quedé pensativa. Si no fuésemos nada… ¿haría eso? Probablemente no… Quizás solo lo hacía porque era su novia. Que en realidad mi música no era tan importante como para dejar que la mostrase en su multitudinario espectáculo. -¿te ocurre algo? -mi representante interrumpió aquel pequeño bajón.
-Nada.
-Te noto muy seria…
-Estoy pensando. -me dio un abrazo que me hizo daño. No era cariñosa, era bruta como ella sola.
-¿Va todo bien con Malú?
-Genial. -sonreí. Me achuchó los mofletes.
-¡SOLTÁDME! ¡SOLTÁDME! -vi a mi madre aparecer por la puerta, con los pies colgando. Dos enormes tíos la agarraban de los hombros.
-¡Dejarla! -les grité, levantándome de la silla.
-Se ha colado en la grabación de David Bisbal. -me informó el gorila. Miré a mi madre con una tímida sonrisa. -dice ser tu madre.
-Lo es. Perdonad. -me disculpé. Se fueron y estallé en risas. El resto seguía eufórico con lo del concierto. -Mamá, joder.
-Que tu sabes que el ricitos me pierde desde siempre.
-Menuda escusa.
Salimos de la discográfica, dada por terminada la reunión, y conduje hasta el hotel en el que se alojaba mi progenitora. Allí nos despedimos y me dirigí a mi casa. El reloj marcaba las diez menos diez. Conecté apresuradamente el manos libres y llamé a la posible mujer de mi vida. Un momento. ¿Y si fuera ella? Quizás.
-¡Suerte! -le deseé.
-Gracias cariño. Tengo que colgar...
-Espera. -le pedí. -Gracias…
-De nada, boba. -dijo, mezclando la frase con una risa. Entendió perfectamente a lo que me refería.
-¿Por qué? -no era ni el lugar ni el momento, pero lo hice. Hice la pregunta.
-Porque sí. Porque te quiero. -di por confirmada mi tesis. Me quedé callada. Al cabo de unos segundos, al ver que ella iba a vocalizar, me salió la frase de golpe y sola.
-Porque me quieres… ¿entonces no es por mi música?
-Te quiero a ti y a tu música.
-Sí… intenta arreglarlo.
-¿Marina? ¿en serio? -se produjo un silencio incómodo. Oí de fondo a alguien diciéndole que se metiera prisa. -no sé qué te ha dado… espero que se te pase pronto. -sin comentarios.

-¿Crees en lo que hago? ¿O es solo porque estás enamorada? -me colgó. ¿Qué significaba eso? Tiré el móvil al asiento vacío del copiloto. Tal vez era una gilipollez mía y estaba haciendo una bola. Desde luego que era una idiota de los pies a la cabeza… Me sentí culpable. A saber cómo había salido al concierto después de discutir conmigo… No podía sentirme más basura. Malditas paranoias. Te eligió en La Voz. Se dio la vuelta sin haberme visto ni una sola vez. Todo eso pasó sin conocerme. Definitivamente me había ganado a pulso el premio a la imbécil del año.