Me recibió con los brazos abiertos y con la más grande de
sus sonrisas. No se creía que estuviese allí.
-No sabes cuánto me alegro de que estés aquí. -me susurró en
el oído notando el suave olor de su perfume.
La cena duró más de lo que esperaba. Se me estaba haciendo
eterno. Había demasiada gente, tanta que me agobiaba. No conocía a casi nadie y
me sentía como el juguete nuevo. Todos se acercaban a hablarme, y cada
conversación comenzaba y acababa en un ¿qué tal? Bien, ¿y tú? Mi existencia en
esa fiesta era absurda. Mi extremo aburrimiento se podía notar en aquellas
servilletas convertidas en barquitos de papel.
-Eres casi tan infantil como Malú. -rió Vero, que se había
puesto a mi lado.
-Casi. -contesté en una carcajada.
-¿Qué tal va todo? -ahora empezaba a entender el por qué de
sentarse a mi vera. Querría sonsacarme cosas.
-Genial… -dije mirando a mi chica. No aparté la vista de
ella. Estaba lejos de mí, saludando a los amigos del otro extremo de la mesa.
-Nunca la había visto tan ilusionada. -sonrió. -Gracias.
-¿Gracias?
-Me gusta verla feliz. No lo estropees. -aquello me dejó
algo trastocada. ¿No lo estropees? -voy al baño. -no me dio tiempo a contestar,
seguía pensando en sus palabras. ¿Qué no lo estropeara? ¿A qué se refería?
Los minutos pasaban como horas. Yo ansiaba que todos se
largasen del chalet y quedarme a solas con ella. Me fui a jugar con Danka al
jardín. Cogí una pelota de las suyas y se la tiré varias veces. Iba corriendo a
buscarla y me la traía. Yo le acariciaba el lomo y volvía a repetirse la serie.
No tardó en unirse el resto del zoo que Malú tenía en su casa. Ahora corría más
deprisa, para ser ella quien cogiese la pelota primero. Observé cómo se
peleaban entre ellas. De repente, oí unos pasos detrás de mí. Unos brazos me
rodearon.
-Vuelve a dentro, te vas a constipar. -me besó en el
moflete. Era ella y su increíble forma de hacerme sonreír.
-Estoy jugando con tus mascotas. -reí. Giré la cara para mirarla.
-Ya veo, ya. -volvió a darme unos besitos y subí mis manos
para agarrar las suyas. -Ah… estás helada. Vuelve a dentro. -A mi no me
apetecía nada… pero tiró de mí y me dejé llevar por ella. Enseguida sus perras
reaccionaron, corriendo hacia mí con fuertes ladridos. -Vaya si les has
gustado. -rió Malú. Se quedaron ladrando y golpeando a la cristalera que daba al
salón. Las saludé desde dentro y eso desató más gruñidos. Me presentó a otros
cuantos amigos más, muy secos, por cierto. Pero en fin, si mi presencia allí
era tan importante para ella, yo iría todas las veces que me pidiera.
La noche especial, la noche de todos los niños. La noche en
la que la ilusión se extendía por todos los rincones del mundo. La noche de
Reyes.
Me desperté temprano por el chillido de Li.
-¡REGALOS PARA MÍ! -exclamaba muy feliz. Corrí en su
búsqueda y me la encontré dando saltitos. La abracé por detrás y le di los
buenos días mientras la alzaba. -¿Sabes cuántos años hace que no me encontraba
regalitos al despertar? Eres la mejor. -sonrió.
-¿Yo? Han sido los reyes. -carcajeé. Tras insultarme y
pegarme inocentemente como lo solía hacer, me abrazó. -Vamos, ábrelos. -Fue
quitando el papel de cada uno de los regalos, dejando la casa echa un desastre.
Era una máquina de destrozar papel. Emocionada, iba poniendo la colonia, el
peluche de la tortuga, pues tenía una obsesión extraña con este animal, los
gorritos, y el resto de regalos encima de la mesa.
-¡Ahora te toca a ti! -estaba algo hiperactiva. Dio unos
cuantos botes hasta el cuarto y volvió con un regalo entre sus brazos. Tenía
forma rectangular y parecía blandito. Me eche a reír al ver que el papel era de
Winnie de Pooh.
-¡Tengo una edad, eh!
-Mentalmente es de 3. -sonrió ampliamente. Lo cogí. Pesaba.
Me hice un poco la interesante, paseando mis dedos por encima, intentando
adivinar de qué se trataba. -Si no lo abres tú, lo abro yo.
-Cómo no te gusta a ti abrir regalitos… -reí, empezando a
quitar el papel infantil con el que lo había envuelto. Me quedé totalmente
petrificada. Una chaqueta de cuero. Parecía bastante buena. Le habría costado
un pastizal. -Li… te has pasado.
-Quiero que la lleves el primer día de grabación del disco.
Quiero estar contigo en ese momento. -era genial. ¿Cómo podía ser tan mona? No
quería perderla por nada del mundo.
Un WhatsApp interrumpió el desayuno. Era Vanesa.
-¿Sigue en pie lo de todos los años? -no lo había olvidado y
tenía claro que este año, como el resto de años, lo iba a repetir. Li y yo nos
vestimos aceleradamente y corrimos a aquella puerta donde cada día de reyes,
nos veíamos las tres. Llegamos con la mismas ganas de vivir esa experiencia,
una vez más. Vane llevaba la bolsa clave, la bolsa de la felicidad. Yo con mi
guitarra a la espalda, y Li bebía litros y litros de agua.
Entramos al hospital y subimos hasta la planta sexta, donde
estaban ingresados los niños con cáncer. Allí había una sala de conferencias,
donde solíamos hacer el "teatrito". Cada año íbamos a visitarlos.
Llenarles un poco de alegría el corazón aquel día tan importante para los
pequeños. No se les olvidaba que el 6 de enero íbamos a verles, a cantarles y
darles regalos. Hacer feliz a alguien
que tiene tantas dificultades, que se bate entre la vida y la muerte sin haber
vivido más que seis o siete años… nos llenaba más que cualquier otra cosa. Ver
en sus rostros una sonrisa era un gran logro y nos hacía sentir mejores
personas. Una vez más, vinieron a abrazarnos antes de empezar con el repertorio
de canciones. A algunos teníamos que acercarnos nosotros, pues estaban en
sillas de ruedas enganchados a respiración artificial. Esos eran los que más
dolían. Te partía el alma ver a pequeñines en esas condiciones.
-Te vimos por la tele. -dijo ilusionado uno de ellos y todos
se pusieron a jadear que ellos también. El cansancio por la quimioterapia se
notaba en muchos. Les costaba hasta hablar, reír, incluso sonreír. Por ello,
agradecía en el alma cada mueca de aprecio hacia nosotros.
Cantábamos las tres al son de mi guitarra. Con cada acorde,
la felicidad llegaba a los enanos. Con un simple gesto tan fácil como hacer
sonar un instrumento y entonar unas notas, podíamos hacerles olvidar por un día
su enfermedad. Éramos en aquel momento su estímulo. Daría la vida por ver una y otra vez sus sonrisas bajo aquella vestimenta de hospital y sus cabezas sin pelo por culpa de los fuertes tratamientos a los que eran sometidos.
Mientras Vanesa y Lidia repartían los juguetes, salí al
pasillo para atender la llamada de Malú.
-¿Dónde andas cielo, que no estás en casa? -preguntó.
-¿Cómo sabes que no estoy en casa? -me apoyé en la pared, acomodándome.
Delante de mí pasaban los médicos con sus uniformes y los carritos.
-Estoy en la puerta. -se me cambió la cara. Ella había ido a
verme y yo sin avisarla de donde estaba. -¿Me quieres decir dónde estás? -me
volvió a preguntar esta vez con una risa de por medio. -¿No me estarás
engañando?
-Estoy haciendo lo que hago todos los años este día.
-sonreí. Ante su silencio, le comenté. -le canto a los pequeños con cáncer y le
llevo juguetes. Creo que ellos también se merecen que este día esté lleno de
magia aunque sigan en el hospital. ¿no crees?
-Dios… si es que eres…
-Tuya soy.
-Tonta. -rió. -¿tardarás mucho?
-No, ya estamos terminando. Vamos para comer.
-¿Macarrones de Li? Me apunto. -no sabía si decirle que no…
Vanesa probablemente se vendría.
-Luego nos vemos princesa, te quiero. -colgué. No me atrevía
a decirle que no, era mi debilidad… Ahora tenía un debate interior con lo que
debía hacer. ¿Contarle la verdad o decirle a Vane que no viniese?
Por el comentario de Vero parece que Malú sabe o intuye algo. Precioso lo del cáncer. Eso si... veo follón a la vista :$ Gracias por subirlo!
ResponderEliminarNo se como se te ha ocurrido todo esto, pero me tienes intrigada ; )
ResponderEliminarBuen trabajo por fa aigue escribiiendo