viernes, 7 de febrero de 2014

Capítulo 33. DOY LA VIDA.

Me recibió con los brazos abiertos y con la más grande de sus sonrisas. No se creía que estuviese allí.
-No sabes cuánto me alegro de que estés aquí. -me susurró en el oído notando el suave olor de su perfume.
La cena duró más de lo que esperaba. Se me estaba haciendo eterno. Había demasiada gente, tanta que me agobiaba. No conocía a casi nadie y me sentía como el juguete nuevo. Todos se acercaban a hablarme, y cada conversación comenzaba y acababa en un ¿qué tal? Bien, ¿y tú? Mi existencia en esa fiesta era absurda. Mi extremo aburrimiento se podía notar en aquellas servilletas convertidas en barquitos de papel.
-Eres casi tan infantil como Malú. -rió Vero, que se había puesto a mi lado.
-Casi. -contesté en una carcajada.
-¿Qué tal va todo? -ahora empezaba a entender el por qué de sentarse a mi vera. Querría sonsacarme cosas.
-Genial… -dije mirando a mi chica. No aparté la vista de ella. Estaba lejos de mí, saludando a los amigos del otro extremo de la mesa.
-Nunca la había visto tan ilusionada. -sonrió. -Gracias.
-¿Gracias?
-Me gusta verla feliz. No lo estropees. -aquello me dejó algo trastocada. ¿No lo estropees? -voy al baño. -no me dio tiempo a contestar, seguía pensando en sus palabras. ¿Qué no lo estropeara? ¿A qué se refería?
Los minutos pasaban como horas. Yo ansiaba que todos se largasen del chalet y quedarme a solas con ella. Me fui a jugar con Danka al jardín. Cogí una pelota de las suyas y se la tiré varias veces. Iba corriendo a buscarla y me la traía. Yo le acariciaba el lomo y volvía a repetirse la serie. No tardó en unirse el resto del zoo que Malú tenía en su casa. Ahora corría más deprisa, para ser ella quien cogiese la pelota primero. Observé cómo se peleaban entre ellas. De repente, oí unos pasos detrás de mí. Unos brazos me rodearon.
-Vuelve a dentro, te vas a constipar. -me besó en el moflete. Era ella y su increíble forma de hacerme sonreír.
-Estoy jugando con tus mascotas. -reí.  Giré la cara para mirarla.
-Ya veo, ya. -volvió a darme unos besitos y subí mis manos para agarrar las suyas. -Ah… estás helada. Vuelve a dentro. -A mi no me apetecía nada… pero tiró de mí y me dejé llevar por ella. Enseguida sus perras reaccionaron, corriendo hacia mí con fuertes ladridos. -Vaya si les has gustado. -rió Malú. Se quedaron ladrando y golpeando a la cristalera que daba al salón. Las saludé desde dentro y eso desató más gruñidos. Me presentó a otros cuantos amigos más, muy secos, por cierto. Pero en fin, si mi presencia allí era tan importante para ella, yo iría todas las veces que me pidiera.

La noche especial, la noche de todos los niños. La noche en la que la ilusión se extendía por todos los rincones del mundo. La noche de Reyes.
Me desperté temprano por el chillido de Li.
-¡REGALOS PARA MÍ! -exclamaba muy feliz. Corrí en su búsqueda y me la encontré dando saltitos. La abracé por detrás y le di los buenos días mientras la alzaba. -¿Sabes cuántos años hace que no me encontraba regalitos al despertar? Eres la mejor. -sonrió.
-¿Yo? Han sido los reyes. -carcajeé. Tras insultarme y pegarme inocentemente como lo solía hacer, me abrazó. -Vamos, ábrelos. -Fue quitando el papel de cada uno de los regalos, dejando la casa echa un desastre. Era una máquina de destrozar papel. Emocionada, iba poniendo la colonia, el peluche de la tortuga, pues tenía una obsesión extraña con este animal, los gorritos, y el resto de regalos encima de la mesa.
-¡Ahora te toca a ti! -estaba algo hiperactiva. Dio unos cuantos botes hasta el cuarto y volvió con un regalo entre sus brazos. Tenía forma rectangular y parecía blandito. Me eche a reír al ver que el papel era de Winnie de Pooh.
-¡Tengo una edad, eh!
-Mentalmente es de 3. -sonrió ampliamente. Lo cogí. Pesaba. Me hice un poco la interesante, paseando mis dedos por encima, intentando adivinar de qué se trataba. -Si no lo abres tú, lo abro yo.
-Cómo no te gusta a ti abrir regalitos… -reí, empezando a quitar el papel infantil con el que lo había envuelto. Me quedé totalmente petrificada. Una chaqueta de cuero. Parecía bastante buena. Le habría costado un pastizal. -Li… te has pasado.
-Quiero que la lleves el primer día de grabación del disco. Quiero estar contigo en ese momento. -era genial. ¿Cómo podía ser tan mona? No quería perderla por nada del mundo.
Un WhatsApp interrumpió el desayuno. Era Vanesa.
-¿Sigue en pie lo de todos los años? -no lo había olvidado y tenía claro que este año, como el resto de años, lo iba a repetir. Li y yo nos vestimos aceleradamente y corrimos a aquella puerta donde cada día de reyes, nos veíamos las tres. Llegamos con la mismas ganas de vivir esa experiencia, una vez más. Vane llevaba la bolsa clave, la bolsa de la felicidad. Yo con mi guitarra a la espalda, y Li bebía litros y litros de agua.
Entramos al hospital y subimos hasta la planta sexta, donde estaban ingresados los niños con cáncer. Allí había una sala de conferencias, donde solíamos hacer el "teatrito". Cada año íbamos a visitarlos. Llenarles un poco de alegría el corazón aquel día tan importante para los pequeños. No se les olvidaba que el 6 de enero íbamos a verles, a cantarles y darles regalos.  Hacer feliz a alguien que tiene tantas dificultades, que se bate entre la vida y la muerte sin haber vivido más que seis o siete años… nos llenaba más que cualquier otra cosa. Ver en sus rostros una sonrisa era un gran logro y nos hacía sentir mejores personas. Una vez más, vinieron a abrazarnos antes de empezar con el repertorio de canciones. A algunos teníamos que acercarnos nosotros, pues estaban en sillas de ruedas enganchados a respiración artificial. Esos eran los que más dolían. Te partía el alma ver a pequeñines en esas condiciones.
-Te vimos por la tele. -dijo ilusionado uno de ellos y todos se pusieron a jadear que ellos también. El cansancio por la quimioterapia se notaba en muchos. Les costaba hasta hablar, reír, incluso sonreír. Por ello, agradecía en el alma cada mueca de aprecio hacia nosotros.
Cantábamos las tres al son de mi guitarra. Con cada acorde, la felicidad llegaba a los enanos. Con un simple gesto tan fácil como hacer sonar un instrumento y entonar unas notas, podíamos hacerles olvidar por un día su enfermedad. Éramos en aquel momento su estímulo. Daría la vida por ver una y otra vez sus sonrisas bajo aquella vestimenta de hospital y sus cabezas sin pelo por culpa de los fuertes tratamientos a los que eran sometidos.

Mientras Vanesa y Lidia repartían los juguetes, salí al pasillo para atender la llamada de Malú.
-¿Dónde andas cielo, que no estás en casa? -preguntó.
-¿Cómo sabes que no estoy en casa? -me apoyé en la pared, acomodándome. Delante de mí pasaban los médicos con sus uniformes y los carritos.
-Estoy en la puerta. -se me cambió la cara. Ella había ido a verme y yo sin avisarla de donde estaba. -¿Me quieres decir dónde estás? -me volvió a preguntar esta vez con una risa de por medio. -¿No me estarás engañando?
-Estoy haciendo lo que hago todos los años este día. -sonreí. Ante su silencio, le comenté. -le canto a los pequeños con cáncer y le llevo juguetes. Creo que ellos también se merecen que este día esté lleno de magia aunque sigan en el hospital. ¿no crees?
-Dios… si es que eres…
-Tuya soy.
-Tonta. -rió. -¿tardarás mucho?
-No, ya estamos terminando. Vamos para comer.
-¿Macarrones de Li? Me apunto. -no sabía si decirle que no… Vanesa probablemente se vendría.

-Luego nos vemos princesa, te quiero. -colgué. No me atrevía a decirle que no, era mi debilidad… Ahora tenía un debate interior con lo que debía hacer. ¿Contarle la verdad o decirle a Vane que no viniese? 

2 comentarios:

  1. Por el comentario de Vero parece que Malú sabe o intuye algo. Precioso lo del cáncer. Eso si... veo follón a la vista :$ Gracias por subirlo!

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  2. No se como se te ha ocurrido todo esto, pero me tienes intrigada ; )
    Buen trabajo por fa aigue escribiiendo

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