Malú se relamía el dedo. Yo reía sin parar, no solo por su
comportamiento, sino también por el de Mari, que seguía boquiabierta sin poder
creer lo que acababa de oír. Cogí mi cuchara y la rellené de helado. La metí en
su boca y sonrió.
-Es que está muy bueno…
-Espera, vamos a ver, analicemos. -dijo Mari con la voz
temblando. Juntó sus manos y empezó a moverlas. Intentaba decir algo por sus
movimientos de boca, pero no lograba articular palabra. -Vamos a ver… -repitió.
-¿Quieres probar el mío? -me preguntó Malú, yo asentí con la
cabeza y me dio a probar de su helado.
-Riquísimo. -sonreí. -como tú. -Ella soltó una risilla. Me
entraron ganas de besarla.
-Qué fuerte… qué fuerte. -balbuceaba Mari. Creo que no se
estaba dando cuenta que lo decía en voz alta. Ella y yo seguíamos con el tonteo
del postre ajenas a la cordobesa. -¿¡QUERÉIS ECHARME CUENTA!? -mi chica y yo
volvimos la cara sorprendidas. Al fin reaccionó. Nos incorporamos en los
asientos y nos decidimos a escuchar. -No sé por dónde empezar… A ver… cálmate.
-imposible que no se nos escapara una risa. Ella seguía muy seria. Aún no lo
había asimilado. -a ver, ¿soy la mánager de la novia de Malú?
-Pues sí. -contesté. -básicamente. Sin sentido alguno,
comenzó a iluminarse lentamente una sonrisa en su cara. Parecía feliz de
aquello. Se sentía orgullosa, podía notarlo.
-¿Esto no lo sabe nadie? -no era tonta, ni mucho menos.
-Algunas personas. -intervino Malú.
-Puntuales. -añadí. Ante esto, cerró una cremallera
imaginaria en sus labios. Sonreímos por ese gesto. -¿Algo más?
-Si queréis contarme vuestra historia… seré todo oídos.
-¿Y si no queremos? -me encantaba cuando la artista se hacía
la borde y luego se reía, dándonos cuenta de que era una broma. Pasamos la
tarde en aquel restaurante, si se le podía llamar así, contándole a Mari todo.
Ahora estaría mucho más cómoda con ella, prácticamente lo sabía todo. Me daría
confianza. Quería o no, tenía que pasar mucho tiempo con mi mánager, y que mejor
que llevarnos así de bien.
-Si me lo has contado es porque confías en mí… -cayó en la cuenta
ella sola. -Gracias, es importante que lo hagas. -no se me ocurrió otra cosa que
responderle con una gran sonrisa.
-Oye. -la llamó Malú, cogiéndola del brazo. -¿puedo
proponerte algo, representante de Marina?
-Lo que quieras, hija de Pepe de Lucía. -rió ella. Esas
contestaciones de Mari eran únicas. Ese desparpajo me encantaba.
-¿Puedo invitarla a cantar conmigo en algún concierto? -me
miró de reojo mientras se lo proponía. Yo desvié mi mirada a María. Las dos
asentimos sonrientes una y otra vez. -Guay. -dijo satisfecha. -Se me ha
ocurrido que podrías venir al de Madrid.
-¿Yo? ¿En el Palacio de los Deportes? Je je je je. -reí de
esa estúpida forma, respirando fuerte en cada JE. Era un JE irónico, muerto de
miedo. Comencé a girarme y me iba a levantar, cuando Malú me tiró de la manga,
colocándome en mi sitio de nuevo.
-Sería una gran oportunidad para promocionar el disco.
-opinó Mari.
-No lo dudo. -solté. -pero…
-¡PERO NADA! -chilló Malú, para mi sorpresa. No me lo
esperaba. -Vienes y punto. -dio un golpe en la mesa. -Soy tu productora, ¿qué
mejor forma de hacerte publicidad?
-¡ES MALÚ! -oímos un grito que venía no de muy lejos. Una
avalancha de gente se formó de golpe y venía hacia nosotros. Nos levantamos
agitadamente de la mesa y recogimos el chaquetón de la silla a toda velocidad,
la mía se calló del tirón que le metí y salimos corriendo.
-¡POR AQUÍ! -nos guió un amable trabajador. Nos cedió la
puerta de atrás y buscamos el coche.
-¡NOS VEMOS MAÑANA! ¡GRABAS CON PABLO! -me avisó mientras me
metía en el coche con mi novia. Ella siguió adelante, buscando su mini
adorable. Malú arrancó su audi a una velocidad de vértigo y tomó la carretera
ágilmente. Me toqué el pecho, el corazón iba muy rápido.
-Acostúmbrate. -sonrió, dándome una palmada en el muslo.
-No sé si llegaré a hacerlo. -dije.
-Ya verás cómo sí. -soltó con seguridad. Yo no seguía muy
convencida. No me veía capaz de acostumbrarme a tal cosa. Era tan extraño para
mí.
Pasaron dos semanas, dos semanas en las que terminé el
disco. Grabé la canción con Pablo y empecé a entablar aún más confianza con el
resto de músicos. Pronto empezaría la promoción, lo que significaba horas de
entrevistas, viajes, hacer y deshacer maletas, decirle al mundo que esa era mi
música y esa era yo. De encontrar gente que apreciara lo que hacía. De
encontrar un apoyo. Fueron dos semanas estresantes. La presión que ejercía
Paula sobre nosotros era bestial. Todo parecía ir bien, entonces aparecía su
moño en la puerta trayendo problemas. Tal vez fuese una antena parabólica para
atraerlos… Por lo demás, todo iba genial. Pedro seguía con su tranquilidad
desquiciante, Ricky con su timidez, Merce con su desparpajo y Pepe Luí
mejorando sus chistes. Li y López seguían con sus piques, sin que mi amiga
cediera a empezar una relación con él. Todos sabíamos que le gustaba Pablo, se
le veía a leguas de distancia… pero se hacía de rogar. Por otro lado, Malú y yo
cada día nos sentíamos mejor juntas. Confiábamos la una en la otra y nos
queríamos muchísimo. Quizás demasiado para el tiempo que llevábamos. Justo este
día habíamos quedado con Vero para preparar su cumpleaños. Faltaban tan solo
unas semanas… Acababa de entrar marzo. Íbamos en el coche, ella conducía, y yo
jugaba con el móvil. Lo lanzaba y agarraba en el aire. Malú se puso nerviosa,
pero yo seguí.
Una llamada que no esperaba llegó, haciendo sonar el
teléfono.
-¿Quién es?
Me quedé mirando la pantalla del móvil un momento. -Vanesa.
-¿Vas a cogerlo? -preguntó, sin interesarse mucho. Después
de otro instante notando cómo vibraba en mi mano, me decidí a descolgar.
-No quiero alarmarte… pero tu madre está en el bar. -se me
cambió la cara. Llevé mi mano a la pierna de la conductora y la aferré con
fuerza. Ella me cogió la mano y la apretó.
-¿Qué ocurre? -preguntó preocupada al ver mi cara. Yo no
podía responderle, me temblaba el pulso. Puse la llamada en altavoz para que
pudiera entenderlo ella misma.
-...dice que no se va de aquí hasta que aparezcas.
-continuó.
-¿Quién dice eso? -interrogó mediante un susurro.
-¿Qué le digo? -preguntó Vane. Malú agarró con más fuerza mi
mano. -Marina, está llorando. No para de dar golpes, está muy enfadada con el
mundo… ya lo entenderás. No quiere que te lo diga… prefiere hacerlo ella.
-Ya voy. -logré decir, pero con voz muy bajita. Colgué. -Cariño…
mi madre… está en el bar. -El resto de la conversación ya la había oído. Me
miró asustada, sin soltar mi mano. Sabía que podía contar con ella.
-Cambio de rumbo. -dijo. -voy a soltarte la mano para girar
el volante, ¿vale? -asentí con la cabeza, aunque no tenía ningunas ganas de que
eso ocurriera. Echaba de menos apretarla cuando la soltó. -soy muy pava para
conducir solo con una. -rió, yo sonreí tímidamente. Entramos en carretera recta
y pudo agarrarla de nuevo, gesto que me ayudaba mucho. Ese castañeo en las
piernas me recordó a aquel viaje en el tren hacia los estudios de La Voz. Pero
los nervios era distintos, completamente diferentes. Aquellos nervios eran de
emoción, estos de miedo. Habían pasado dos semanas. 14 días desde que no tuve
noticias sobre ella. Al principio pensaba mucho en ella, cada noche me venían a
la cabeza recuerdos de pequeña… pero después fui acumulando trabajo y acabé de
olvidar el tema por completo. De esa cosa tan importante que tenía que
contarme. Sin yo darme cuenta, apreté con más fuerza su mano. -Ya estamos
cerca, mi amor. -besó mi puño, que estaba agarrado a fuego a ella. -El bar
estaba a tan solo un giro. -¿Quieres que vaya contigo? -querer quería… pero no sabía
que me iba a encontrar.
-No sé qué va a pasar ahí dentro…
-No me voy a asustar, habré visto cosas peores. -yo tampoco
iba a insistirle mucho, en realidad necesitaba que me acompañase.
Entramos juntas en el local a un palmo de distancia. Ella me
seguía con la cara agachada, tapándose el rostro con el pelo. No había mucha
gente, dos o tres mesas con familias. En la barra estaban los cuatro viejos de
siempre. Vi a Pedro tras la barra y lo saludé levantando la mano.
-Están en el comedor de atrás. -dijo, señalándolo. Lo
utilizábamos para los bautizos y bodas. Era enorme. Entré y vi a Vanesa sentada
a su lado. Natalia intentaba tranquilizarla acariciándole la espalda y
mirándola sin quitar ojo.
-Buenas noches. -dije al entrar. Todos clavaron la mirada en
mí, menos ella, que tenía la cabeza agachada y roja como un tomate. La mesa
estaba llena de clínex. Vanesa frunció el ceño y se acercó a mí junto a su tía.
-No seas dura. -me abrazó, sin yo entender muy bien el
mensaje. Le dio dos besos a Malú, ésta la miró fríamente. Se fueron después de
que Nat nos saludara también y me advirtiera de su estado. No sabía cómo
afrontar aquello. Si sentarme a su lado o al frente, si preguntar o esperar a
que hablase. Volví a aferrarme a su mano y la miré. Sus ojos apuntaban a mi
madre. No tenía ni la menor idea de que pensaba. No supe leer esa mirada. Tiré
de ella hacia la mesa y al fin alzó su cara para vernos. Plantó su mirada en
María Lucía.
-¿Es tu amiga? Se me parece mucho a Malú. -preguntó
extrañada, con los ojos rojos y la cara casi morada.
-Es Malú. -reímos las dos.
-¿MALÚ? -parpadeó varias veces. -¿y qué hace aquí?
-Mamá, es… -abrió los ojos y pude comprobar que no había ni
un claro blanco en ellos. No hacía falta que terminara la frase, lo había
captado.
-Vaya… pensé que seguías con Vane…
-No. -negué con la cabeza a la vez que lo decía. Me hizo un
gesto para que me sentase enfrente. Lo
hice, y mi chica se colocó a mi lado. Escondíamos nuestros dedos entrelazados
bajo la mesa.
-¿Recuerdas el día que te llamé al concurso…? -preguntó. Yo
asentí con la cabeza. No era capaz de segregar la saliva suficiente como para
hablar. -hacía meses que te buscaba, y al verte no dudé en llamar e intentarlo…
lo hice miles de veces hasta que lo conseguí… pero pasaste. Luego en el metro
otra vez… Te escapaste dos veces… y ahora ya es tarde. -se le quebró la voz y
rompió a llorar en la última frase. -¿SABES CUÁNTO TIEMPO LLEVABA INTENTANDO
CONTACTAR CONTIGO? ¿LO SABES? ¡Y SALISTE HUYENDO! -alzaba la voz mientras sus
lágrimas se derramaban. Yo sentí miedo… Malú puso su otra mano sobre las ya
enlazadas. Me escurrí algo en la silla, echándome hacia atrás. -¡Y TODO PARA
QUE TE DESPIDIERAS! -¿Despidieras? ¿A qué se refería? -PERO YA NO PUEDES,
MARINA, TU PADRE SE MURIÓ HACE UNA SEMANA. -un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Mi progenitora se echó en la mesa, tapando su cara. Pude oír sus gritos llenos
de dolor. Me quedé totalmente de piedra, sin saber cómo reaccionar. No me salía
llorar… tampoco decir nada. Entré en una especie de shock, aunque yo seguía
consciente, no terminaba de creerlo. Por un momento olvidé todo lo que me
rodeaba… olvidé que mi madre estaba berreando frente a mí, que Malú estaba
mirándome cual pasmarote sin saber qué hacer, olvidé que estaba en el bar,
olvidé hasta mi nombre. Solo recordaba la última vez que le vi, ¿hacía cuánto?
¿siete años? Me sentía la peor persona del mundo… Quizás debí haberla escuchado.
Deseé haberme dado la vuelta aquel día en el metro. Respiré hondo y volví a mi.
-¿Estás bien, cielo? -me preguntó. No recuerdo cuando puso
su mano en mi espalda… pero estaba allí, paseando desde el cuello hasta abajo. No
le respondí, la miré. Mis ojos solo le pedían que saliéramos corriendo. Seguía
presa del pánico. No terminaba de creerme sus palabras. Era lo último que
esperaba. Ni se me había pasado hipotéticamente por la cabeza. Esperaba que me
diese más detalles…
-¿Cómo fue? -tuve que preguntar.
-Le detectaron cáncer mientras tu cantabas felizmente. -dijo
sin mirarme a los ojos. Probablemente no sería capaz de decírmelo a la cara.
-Estaba muy avanzado… no podían hacer nada. -volvió a romperse su voz y no pudo
evitar que sus lágrimas volvieran a aflorar. Me impuso ver aquel iris verde,
que había heredado yo, inundado. Inevitable recordar una escena… una escena que
la tengo grabada en mi mente y que recuerdo como si hubiese ocurrido ayer.
Llegué del instituto tarde, bastante tarde, una hora de retraso. Todo porque la
profesora de historia nos había castigado… de igual forma, mi padre se cabreó.
Creía que yo le mentía… Después de una serie de insultos insinuando que había
estado con Vanesa haciendo cosas que Satán me ordenaba, me linchó una paliza
con el bate de béisbol de mi primo. Mi madre lloraba desconsoladamente,
intentando detenerle. Eran los mismos ojos que ahora… -¿Ni una maldita lágrima
vas a derramar por tu padre? ¿Ni una? -aquellas
palabras me hicieron sentir la peor hija que pudiese existir.
-No creo que merezca mis lágrimas. -lo dije seria, sin
temblar, pero me dolió.
-No, si en el fondo… te entiendo. -unió sus dedos. Mordió su
labio y cerró los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario