Tenía por seguro que esa noche no pegaría ojo. Y no me
equivoqué. Los párpados no hacían el esfuerzo de moverse, y mis pupilas tampoco
parecían tener ganas de moverse. Estaban quietas, observando el color blanco
del techo. Las dos de la mañana. Oí en mi cabeza la frase que me había soltado
Mari antes de despedirnos: Mañana sesión de fotos para el disco, duerme bien. Pero
bien que estaba durmiendo… ¿Qué querría mi madre? Quizás debí darme la vuelta y
resolver aquel asunto. Debía haber tenido la valentía suficiente. La madurez de
volverme a ella y pedirle que me contara eso y me dejase en paz. Hacía tantos
años que no la veía… No entendí si quiera cómo pude reconocerla. Supongo que el
cruce de nuestras miradas lo dijo todo. Aún tenía la imagen de su rostro
grabada en mi mente. Su cara de sorpresa
al verme. Su voz retumbaba en mis oídos, aquellas palabras… ¿Por qué razón me
buscaba? Cuando me escapé, el móvil se llenó de llamadas suyas. A eso de los
dos o tres días decidí contestar a una y explicarle que jamás volvería al
infierno de hogar que tenía. Desde aquella cruel y dura frase no volvió a
hablar conmigo. Ni trató de volver a hacerlo. Era el hazmerreír del pueblo y
ellos no intentaron defenderme. Mi madre ignoraba las burlas, pasaba de largo.
Sin embargo, mi padre echaba más leña al fuego. El móvil vibró, cosa que me
extrañó a estas horas de la madrugada.
-¿Estás despierta? -preguntó Malú. -Sí, si estás despierta.
-dijo muy lista. Seguramente al verme "en línea". No supe que
contestar, ella ya se había respondido sola. Al cabo de los segundos recibí
otro mensaje suyo. -¿No tenías mañana la sesión de fotos?
-Sí… pero no paro de darle vueltas a lo de mi madre. -los
ojos comenzaron a picarme por la intensidad de la luz del teléfono en la
tremenda oscuridad de la noche.
-Yo tampoco puedo dormir… también estoy pensando en ello…
-puso. Me hizo sonreír en cierto modo. Sentí que se preocupaba por mí.
-Cariño, te quiero. -solté. Me apetecía decírselo. Me
contestó con una de esa carita tan mona que manda un besito con un corazón.
-Bueno, te dejo que intentes dormir. Mañana tienes que estar
llena de energía. -era lo más correcto, al fin y al cabo. Apagar el móvil y
dormirme, aunque fuera bajo el efecto de unos somníferos. Nos dimos las buenas
noches y dejé el teléfono en la mesilla de noche.
No llegué a completar ni las cinco horas de sueño… llevaba
unas ojeras que asustaban a cualquiera. Me miré al espejo y estuve un rato
buscando mis ojos. No querían aparecer. Toda luz me molestaba. Estaban
enterrados, escondidos a la luz. Mari me iba a matar.
Porté unas gafas de sol para ocultar el estado de mis ojos.
-No hace sol para llevar unas gafas. -observó mi
representante al subirme a su coche.
-Ya… las llevo de complemento. -dije mientras me rascaba el
pelo. Me puse el cinturón para ignorar su mirada. Me quitó las gafas, hice el
intento de retenerlas pero fue tardío. A mis reflejos esa mañana no se les
podía pedir más.
-¿¡SE PUEDE SABER QUE HICISTE ANOCHE!? ¡NUNCA PENSÉ QUE
SERÍAS UNA FIESTERA SIN PREOCUPACIONES CUANDO TE CONOCÍ!
-¡No lo soy! ¡Te lo aseguro! -contesté con la máxima
sinceridad.
-Se coge antes a un mentiroso que a un cojo…
-¡Qué es la verdad, Mari! -exclamé, ella condujo más rápido
de lo normal. Me tuve que agarrar al asiento algo asustada.
-¡YO NO ME CHUPO EL DEDO! PERO, ¿SABES QUÉ? ¡YO TE VOY A
PONER DERECHA! -dio volantazos. No me extrañaría nada que dentro de poco un
helicóptero y cientos de coches oficiales nos persiguieran. Sí, hubo una época
en la que estuve enganchada a GTA. Miré agachada y avergonzada mis vaqueros.
Bajar la cabeza era lo más digno que podía hacer. -¡Solo te pedí que durmieras!
¿TAN DIFÍCIL ES?
-Mari, no estuve de fiesta, estuve en la cama depresiva.
-dije al fin. No podía seguir oyendo aquella bronca que no merecía. Pegó un
frenazo al ver el semáforo en rojo y ambas . -te contaré todo, pero vamos a
necesitar mucho tiempo.
-Bah, seguro que bollo dramas de esos. -se me escapó una
risa.
-¿Y tú como sabes que yo…? -no me dejó terminar la pregunta.
-He investigado sobre tu vida, hija. Trabajo para ti.
-¿Debería tener miedo?
-Pensé que lo habías tenido ya. ¿ME HAS VISTO? -di un salto
al escuchar ese espontáneo e inesperado grito. Rió a carcajadas, unas
carcajadas de malvada.
La sesión de fotos no pudo ir peor. El fotógrafo era tan
inexperto como yo. Hicimos un millón de capturas al menos. Vi tantos flashes
como estrellas en el cielo. Fue una auténtica tortura.
-No estás muy fotogénica hoy, ¿eh? -preguntó el pedazo de
huevón. Estaba muy histérica.
-Ayer no tuve un buen día. -argumenté borde, mientras dos
maquilladoras me repasaban la sombra de ojos.
Un fondo azul, con tonos oscuros y otros más claros era el
único decorado que tenía. El presupuesto no daba para mucho. La foto que más
divertida, y más yo era en la que salía montada en una silla con la mano al
viento y sobre una sola pata. Sacaba mi lado más infantil, el que aún se me
escapaba de vez en cuando.
-¿Por qué no le haces una con la guitarra? La ha traído.
-opinó mi mánager. A mí me fascinó la idea. Me la traje con vistas a eso. Mari
se la llevó a Gabi, el fotógrafo. Me la acercó e hicimos varias fotografías con
mi mejor aliada.
-Venga, ya es suficiente. -dijo, acercándose y quitándome el
instrumento. Al llevarlo hacia Mari, se le resbaló y cayó al suelo. Me entraron
unas ganas de levantarme, coger la guitarra y pegarle en la cabeza con ella.
Respira, Marina, respira. Me mordí la lengua. Mi guitarra, joder. La guitarra
que me había regalado Malú. Mi preciosa guitarra.
-¡MANAZAS! -le chilló ésta. ¿Para qué alterarme? Ella lo
hacía por las dos. No sé cómo no me levanté de la silla y lo empotré contra la
pared de ladrillos que tenía justo al lado. La cogió y tocó algunas cuerdas.
-Está viva. -ni se inmutó. La rabia me estaba matando por
dentro. ¡CASI TE CARGAS MI PRECIADA GUITARRA! Tenía más valor del que pensaba,
eso seguro.
-¿Sabes el cariño que le tengo? -le pregunté retóricamente.
-Perdona, hija. -encima le molestó. No podía con mi mala
ostia. A pesar de ello, tuve que sonreírle a su cámara para que mi disco
quedara con un aspecto más o menos decente. Aunque sonriera, forzosamente
además, solo tenía ganas de levantarme y estrellarle la cámara en su cara. -Ya
está. Gracias por tu paciencia, estoy empezando. -torció la sonrisa. -espero
tener muchos proyectos como éste. -Ojalá no, por el bien de los clientes…
-Mucha suerte con el disco, espero que me envíes una copia. -me dijo un codazo
sonriente. Sonrisa que no devolví.
-Por… supuesto. -dije. Creo que la ironía se notó demasiado.
-Mucha suerte para ti también. -porque la iba a necesitar. Maldito descarado.
-¡Marina! -exclamó Mari al verme ya vestida con mi ropa.
Giré la cara para mirarla.
-Vente conmigo a comer, tenías algo que contarme, ¿no? -acepté,
asintiendo sin mucho entusiasmo. No tenía ganas de revivir esa mancha del
currículum de mi vida. Me agarró por la cintura y me estrujó en su pequeñín
cuerpo. -Nos llevamos muy bien, jefa. -era la primera vez que me llamaban así y
me quedé algo desorientada.
-No tengo muy claro quién de las dos es la jefa. -reí. Ella
mandaba sobre mí, mucho más que yo sobre ella.
-¿Mc Donald´s o Burger King? -preguntó entre risas, evitando
mi anterior comentario.
-Qué original.
-Me apetece comida basura. -si es que no podía ser más
ordinaria. El moño comenzaba a pasarle factura, aún así, me encantaba su lado
choni. Era divertido y muy gracioso.
-Me da un poco la risa… -dije al sentarme frente a ella con
la cajita que contenía la hamburguesa. -nunca se me había ocurrido este lugar
para hablar de un tema como éste.
-¿Tan malo es? Seguro que es una tontería. -ya estaba
acostumbrada a eso. Todo el mundo le quitaba importancia a mis problemas
simplemente por mi apariencia. Parecía una chica normal, feliz. Siempre
sonreía, por lo que nadie se imagina lo que pasó. Desde que me fugué empecé a
ver la vida de color de rosa. Las facturas de la luz de las que se asusta la
mayoría para mí solo eran un pequeño obstáculo. Cualquier problema que se me
presentara para mí era más pequeño… me afectaba menos que a otros. Era lo que
tenía vivir con un trauma como el mío. Hacía empequeñecer el resto de
dificultades.
-Sufrí maltrato por parte de mis padres. -solté sin
anestesia. Mari se quedó con las mano en la hamburguesa y con la boca abierta,
a punto de darle un mordisco. Un poco de baba bajó por su barbilla.
-Joder. -soltó la comida en la caja y se limpió la baba. Me
sentí un poco mal. Le había cortado el apetito. Con las ganas que tenía de su
comida basura. -Pero… cuéntame más. Todo. Siento haber inf… inf…
-¿Infravalorado?
-Eso. Infravalorado tu problema. Y yo que pensaba que
estabas de fiesta… y tú… ahí…
-No, no. Ya no me pegan. Bueno, no pueden. -le expliqué la
historia desde el minuto cero. Conforme ésta avanzaba, nuestra comida iba
desapareciendo, yendo a parar a nuestro hambriento estómago.
-¿Y ahora no tienes novia? -preguntó, muy cotilla. -debo
enterarme de todo. No es nada malo. -había observado mi incomodidad. -¿Quién
es? -¿CÓMO MENTIRLE A ESTA MUJER?
-Nadie. -reí, tirando la servilleta. -¿postre?
-¡A mí no me hagas la cobra! -me levanté, caminando hacia el
mostrador. -¡Tú! ¡Vuelve aquí! ¡Te lo ordeno! ¡JEFA! -ahora todo cobraba menos
sentido. Me ordenaba… pero yo era la jefa. Extraño. Me tiró una servilleta.
Impresionante su puntería, me dio justo en la nuca.
Cogí el móvil y rápidamente marqué el teléfono de Malú, el
cuál sabía de memoria. Era estúpido, existiendo la agenda… cosas de Marina.
-¿Puedo contárselo a mi mánager? -pregunté rápidamente, eché
la vista atrás, vi que se había calmado. Oí un silencio. No sabía que
responder. -Entenderé lo que me digas. -pensé que ayudaría.
-Vale…
-No voy a contarle nada que no quieras. -eso que lo tuviese
claro. -si no estás de acuerdo, no lo haré.
-Espera, ¿dónde estáis? -le dije el sitio de mi ubicación y
colgó. Sonreí mirando el móvil. Sí, había colgado. Eso significaba que en nada
aparecería por la puerta. Hice el paripé, dejando que otros se colasen para
hacer tiempo. Volcaba la cabeza una y otra vez, esperando verla. Al fin, entró
con unas gafas de sol y el pelo cubriéndole la cara. Sonreí al verla. Levanté
la mano para que me viese y le señalé la mesa donde estábamos sentadas. Mari
estaba en el baño, la sorpresa que se llevaría cuando volviese iba a ser
menuda. Pedí tres helados y me acomodé a su lado.
-Hola princesa. -la saludé, quedándome con ganas de un beso.
-Hola. -sonrió. Le tendí su helado y negó con la cabeza.
-acabo de comer con Rubén. -dijo tocándose la barriga.
-Bueno, pues para mí. -reí.
-Eres una foca. -dijo con desprecio.
-Pues cómetelo. -el chantaje sirvió, y empezó a dar las
primeras cucharadas. Mari apareció y se acercó a la mesa, iba a darse la
vuelta. Pensó que se había equivocado, pero volvió a girarse y la saludé con la
mano.
-¿Y esta joven? -preguntó extrañada, acomodándose. -Me suena
su cara… -Malú rió y bajó sus gafas. Sonrió. Aquella sonrisa era famosa y delató
su identidad. -¡MA…! -corté su exclamación con un pisotón. -Perdón. -se le
escapó una risilla. -¿Qué haces aquí?
-¿No querías conocer a su novia? -le preguntó. Me dejó
helada hasta a mí, no me podía imaginar cómo debía estar ella.
-Cariño, eres demasiado brusca. Estas cosas se cuentan más…
-Bah. -me cortó, moviendo la mano. Mi representante seguía
mirándonos boquiabierta, intentando asimilar el repentino golpe de información que
había recibido. -¿de qué es tu helado? -me asombraba lo tranquila que se
quedaba después de soltar lo nuestro.
-Pruébalo. -le sonreí. Ella metió un dedo en el vaso y se lo
chupó. -Qué finica eres, amor. -reí.
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