domingo, 16 de marzo de 2014

Capítulo 51. EL FALLO DE TU PIEL.

Apenas dormí esa noche. Mi disco salía al mercado. Solo tenía ganas de celebrarlo. Salir a correr, saltar, chillar. Despegar el vuelo. En verdad ya estaba volando. En apenas unas horas salía mi tan perseguido y ansiado álbum. Por fin. Era una meta cumplida. Un paso hacia adelante. Un objetivo alcanzado del que me sentía muy orgullosa.

Mari me recriminó el no haber pegado ojo. Llevaba unas ojeras increíbles.
-¡¡ES QUE ME VOY A TENER QUE IR A DORMIR CONTIGO!! ¡¡NUNCA ME HACES CASO!!
-Eh, frena. -reí. Estaba yo de muy buen humor. Eran ojeras de felicidad. Como si fueran las sonrisas de mis ojos.
-Sí… que Malú tiene mucho carácter y veremos a ver… -solté una carcajada mientras caminaba apresuradamente a su lado. Parecía que hiciéramos footing, pero en realidad eran los nervios los que nos hacían andar a esa estrepitosa velocidad. Caminábamos hacia las puertas de un centro comercial de Madrid. Mi primera firma de discos. Me preguntaba una y otra vez si habría gente allí. Era mi primera vez. Mi single llevaba ya unos meses circulando por las radios y por las redes sociales. Sin embargo, el CD acababa de nacer hacía unas horas. Arrancar siempre es lo más complicado. -¡Ponte el cuello bien! -ella misma se encargó de ajustarme como debía el cuello de la camisa. Estaba nerviosita perdida. Agradecía tanto que me tocase esta mánager… no podría tener otra más natural y mejor.
-¡Chicos! -me sorprendí al ver a los de la banda. -¿Qué hacéis aquí?
-Apoyarte. -me dio una palmada Mercedes. -pero vamos, si quieres nos largamos. -dijo dándose la vuelta. Tiré de la manga de su chaqueta.
-No, no. Gracias por venir, sois los mejores. -los abracé uno por uno.
-Vaya la que hay liada ahí… -apareció tras la puerta Pedro. -¡Hombre! ¡Marina! -me dio un abrazo apretado acompañado de unas caricias en la espalda.
-¿Mucha gente? -pregunté sin dejar de sonreír. Hoy nadie podía arrancarme la felicidad.
-Tienes cola, sí. -sonrió. Besé su calva ante las risas de todos y me asomé. Necesitaba verlo con mis propios ojos. Sí, sí había gente. Más de la que esperaba. La cola se alargaba en seis filas de forma horizontal. Sobre la plataforma había un taburete y una mesa alta redonda. Sobre ella, un rotulador negro y un vaso de agua. Unos altavoces a los extremos reproducían mi disco sin cesar. Dos hombres vestidos de negro cubrían las escaleras de ambos lados. Volví con el resto y notaron el estado de euforia en el que me encontraba.
-¡Dios! -me tapé la cara. Todos me rodearon con sus brazos y comenzamos a saltar. Dos trabajadores del establecimiento interrumpieron el momento.
-Hola, soy Sandra. -me sonrió. Le di dos besos. Vi que llevaba tres discos en sus manos. -¿te importa…? -hizo el gesto de firmar.
-Así voy practicando. -reí. Ella también lo hizo, mirando emocionada el trazo que dibujaba el rotulador.
-¿Ves como no te comía? -le dijo su compañero. Miré a ambos, no entendía nada. -Le daba vergüenza venir a pedírtelo. -señaló a su amiga.
-¡Anda, mujer! -le tendí los tres álbumes con sus dedicatorias.
-Muchas gracias, en serio. ¿Puedo darte un abrazo? -me quedé un poco desconcertada, pero respondí a sus brazos. Era bastante raro verme en esa situación…
-Ven aquí que te maquille. -Mari sacó unos polvos del bolso y me embadurnó el cuenco de mis ojos. -¡¡CÓMO VUELVAS A APARECER CON OJERAS, VERÁS!! -exclamó, mientras me daba brochetazos bruscamente.
-Jo, duele. -me quejé, echándome hacia atrás.
-¡PUES HUBIERAS "DORMÍO"! -guardó el instrumento y me dio un empujón. -Ala, a por tus "fanes".
El organizador vino a buscarme.
-Todo listo. -dijo serio, con la mano en la oreja. Se apretaba el pinganillo.
-¿Puedo tocar algunas canciones? -le pregunté, agarrando mi guitarra. Se dio la vuelta y preguntó.
-Por supuesto. -siguió igual de sereno. -¿Lista? -asentí. Eché un último vistazo a mis compañeros. Estaba como un auténtico flan. Subí con ilusión y nervios a la plataforma. El bullicio se formó. Nunca me habían recibido así… Me mordí el labio y me quedé mirándolos. Una chica con unos ojos azules como el agua puso un pie de micro a la altura del taburete. Me acerqué al micrófono.
-¡Hola! -saludé. Me quedé callada y reí. -¿qué tengo que decir ahora…? -estallaron en carcajadas. -Soy novata. -volvieron a reírse y el silencio se produjo. Otra vez las risas. -me gustaría daros las gracias a todos por venir. -me emocioné. -no sabéis lo que cuesta llegar aquí… -me paré de sopetón ante los aplausos del público. -¿cantamos algo?
-¡SÍ! -chillaron todos a la vez. Me acomodé en el asiento y toqué unos cuantos acordes al azar para adaptar mis dedos. Aclaré mi garganta y empecé por el single. La multitud me siguió con las palmas, y se añadieron a mi voz en el estribillo. Frené dando un golpe a las cuerdas.
-¿Pero ya os la sabéis? -volvió la diversión a sus rostros. Había tanto adultos como niños pasando por adolescentes. Mi música llegaba a todas las edades por lo que veía. Era curioso. Hacía unos minutos estaba temblando… con miedo, incluso. Fue pisar el último escalón y perder la timidez. El escenario y yo éramos amigos. Con él estaba tranquila. O quizás fueran ellos. Los que aplaudían cada uno de mis temas. Me sentía cómoda ahí arriba.
En un abrir y cerrar de ojos reconocí a alguien entre la multitud. Miré de nuevo para asegurarme. Estaba en primer fila, pero fuera de la cola. Mi madre. Sonreí como nunca lo había hecho. Estaba ahí, conmigo. Me miraba atenta, con la boca abierta, embobada. Al fin sentía orgullo por mí…
Después de cantar alguna que otra canción, comenzó el chorro de gente a pasar frente a mí. Me paraba a charlar un poco con cada uno. Me interesaba oírles. Quería conocerlos a todos. Conocer por qué oían mi música, por qué me empezaron a seguir. Se llevaban su foto y su firmita tan felices. Y yo encantada de sacarles esa sonrisa. Desde pequeña quise eso, hacer feliz a la gente. Aunque no los conociese, eso me daba igual. Solo quería provocar felicidad. Repartir alegría.
-Me gustaría que la llevases siempre y que te diera mucha suerte en tu carrera. -una pequeña de unos nueve años, rubia y de ojos claros, me tendía una pulsera con una clave de sol. Le pedí que me ayudase a abrochármela y se quedó algo cortada. La atamos en mi muñeca derecha, junto a las que ya colgaban de ella.
-Te prometo que no me la quitaré. -le susurré, acariciando su mejilla.
Le dediqué una frase en el disco y sonreí mientras su madre disparaba un flash hacia nosotras. Su voz dulce se me quedó grabada en la memoria. Dudo que la olvidara… la recordaría cada vez que mirase el brazalete que me había regalado.
Después de dos horas firmando, terminó. Me lo estaba pasando tan bien que ni si quiera me di cuenta de lo cansada que estaba. El dolor de la espalda se había apoderado de mí. Todo porque estaba tan hiperactiva que no podía quedarme sentadita en el taburete. Cuando se disipó el jaleo, encontré a mi madre. Fui a abrazarla.
-Qué grande eres y yo tan ciega… -confesó.
-Mamá, no empieces. -le pedí. Odiaba que se culpara tanto. -ya te he perdonado… no te tortures más.
-No puedo evitarlo, hija. Lo siento. Siento el daño que… -la interrumpí.
-Vamos a cenar.

Fue un día lleno de emociones… nuevas sensaciones. Yo siempre había estado al otro lado. Yo siempre había sido el fan, y no la estrella. La experiencia fue más que genial. Sentirte querido y admirado. Pero lo que más me gustó fue la sensación de cercanía con ellos. No quería perder esa estrechez con mis seguidores. Estaba deseando viajar a Barcelona para seguir con la promoción. Pero antes de eso tenía algo muchísimo más importante que hacer. El cumpleaños de alguien muy especial. Esa misma noche, a las doce, Malú se hacía mayor. Mayor y más grande. Su primer cumpleaños junto a mí. El regalo estaba ya comprado de hacía unas semanas… me preguntaba si le haría ilusión.
A las 23:59 toqué el timbre de su chalet. Se quedó petrificada mirándome. No sabía nada de eso.
-3…2…1… -miré el reloj. -¡FELIZ CUMPLEAÑOS! -saltó a mis brazos. -¿Soy la primera?
-¿Crees que hay alguien que pueda adelantarte…? -me preguntó riéndose. -eres la mejor.
Entramos en su chalet, al que ya empezaba a acostumbrarme. Danka corrió hacia mí.
-¿Qué haces tú despierta? -me agaché y acaricié su lomo. La verdad es que era preciosa.
-Mira que es bonita mi niña. -dijo Malú abrazándola, apartándola así de mí.
-Dicen que los perros se parecen a sus dueños. -dejé caer.
-Más tonta y no naces. -rió. -¿Qué tal ha ido la firma? -y así pasaron las horas. Ella y yo en su sofá, con dos copas de vino, hablando sin parar. Yo le contaba las cosas que me habían pasado, y ella escuchaba sumisa y atenta cada palabra que salía de mi boca.


-¿Te aburro? -pregunté.
-No, sigue. -dijo sonriente. Ella ya había pasado por todo lo que yo le contaba… quién sabe si la estaba aburriendo. Tal vez se sentía identificaba… Me moriría por meterme en su cabeza y leer sus pensamientos. -¿te duele la espalda? -observó mis estiramientos continuos.
-Me he pasado la tarde de pie.
-¿Y para qué te ponen un taburete, gilipayasa? -reí al oír mi nuevo apodo y su forma de regañarme. Soltó su copa en la mesa e hizo lo mismo con la mía. -sígueme. -me pidió. No me negué y fui tras ella. Apagó la tenue luz que nos iluminaba y quedamos a oscuras. Llegamos a su habitación, desordenada completamente. -He estado haciendo pruebas de vestuario para mañana. -explicó. Comenzó a recoger el alboroto. -Quítate la camiseta. -fue una orden. Me quedé mirándola sin entender. -Que te la quites. -repitió.
-Vale, vale.
-Muy bien, ahora túmbese boca abajo, señorita Marina. -me reí y me tumbé como me dijo. Se sentó sobre mi trasero y frotó mi espalda con sus manos.
-Mmm… un masaje. -ahora tenía sentido. -lo necesitaba. -siguió haciendo magia en mi dorso, mientras yo me empequeñecía poco a poco. Sus dedos me estremecían. Estaban fríos como el hielo. Su cadera comenzó a moverse sobre mi indefenso cuerpo. -no hagas eso… -le pedí.
-¿Te pone, eh? -me puse roja como un tomate. Escondí la cabeza bajo la almohada. Noté sus labios en el final de mi cuello. Se desplazaba a lo largo de mi espalda dejando la huella de su boca en cada centímetro que avanzaba. Yo tenía los vellos de punta. Ya no sabía si del frío o de sus besos.
-Ya no me duele tanto… -oí su risilla malvada.
-Claro, claro. -ignoró mis palabras y siguió con el magnífico masaje. Me estaba provocando de una manera brutal y sin disimular.
-Tienes demasiado poder sobre mí. Esto no mola… pero tú te diviertes mucho.
-No sabes cuánto. -carcajeó, bajando mi pantalón.
-Deja mi culo en paz. -se echó a reír de nuevo. Me estaba poniendo muy mala. Siguió divirtiéndose. Desnudándome a su antojo, besando cada poro de mi piel que elegía al azar, o por meditación, solo ella lo sabía. Los movimientos de masaje pasaron a convertirse en caricias pasajeras que me arañaban el alma. Benditos dedos tenía.
-Mi primer regalo de cumple. -sonrió pícaramente frente a mi boca, para luego fundirse en ella con una fuerza sobrenatural. Me había colocado boca arriba, y ella sobre mi cuerpo se encargaba de matarme con cada suspiro, beso y caricia que descargaba en mí.
-Y no el único. -torcí la sonrisa y arqueé las cejas.
-Lo quiero ya.
-Déjame pensar… -mordió mi cuello. Sabía que era mi punto más débil. -vale, vale. -reí. Le pedí que se quedara quieta en la habitación y salí de ella. A la vuelta, le indiqué los pasos para conseguir su presente. -lo he escondido en un lugar de la casa.
-¡Joder, Marina! -se levantó corriendo y empezó a dar vueltas por su enorme chalet. -Y yo encima me compro una casa grande… -me hacía gracia verla tan agitada, mirando por los rincones. Debajo del sofá, detrás de la televisión, dentro de la lámpara. -¿dónde lo habrás metido…?
-No sé, no sé… -seguí observándola atentamente. Estaba desquiciada. Ya no sabía por qué sitios buscar. La cogí por detrás y la alcé para que se estuviese quieta un segundo. -te daré una pista. Está en un sitio que hace "guau". -me dio un pequeño beso en los labios y corrió hacia el jardín. Miró en las casetas de sus animales.
-Mentirosa. -me llamó. Yo negué con la cabeza. Danka fue por detrás suya y se enganchó a su pierna. Malú al mirarla vio que un sobre colgaba de su collar. Me miró sonriente. -Lo encontré. -lo desenganchó y fuimos de nuevo a su cuarto. No paraba de palparlo. Se la veía muy emocionada. Nos sentamos cuales indios sobre el colchón más cómodo de la tierra y abrió la carta. Sacó los tres papeles que había dentro. -¡ALA! -se tapó la boca. -¡Nos vamos a París!  
-Léelo con calma. -le dije, cogiendo su mano sonriente.
"Es cierto que últimamente no dejamos de trabajar. Tú estás inmersa en tu gira arrolladora y yo intentando hacerme un hueco en la música con mi primer disco. Hace tiempo que no disfrutamos de la soledad entre nosotras. Y lo echo de menos. Mucho. Quiero tenerte las 72 horas que dura el viaje a mi lado y que no te despegues de mí. Nos merecemos unas vacaciones. Sé que nos darán fuerzas y ganas para seguir con la "no rutina", porque desde luego, nuestra carrera no tiene de eso. Quiero que escapemos unos días. Pasear contigo sin miedo a que nos reconozcan o nos siga la prensa.  Espero que aceptes este regalo, solo tú decides si vamos o no… Feliz cumpleaños princesa".
-Serás idiota, claro que acepto. -arrugó la carta con el puño y me abrazó muy fuerte. -gracias, amor. -me besó en la mejilla. Me agarró con ambas manos la cara y se quedó mirándome fijamente. Yo me perdí en sus pupilas. Pasaban los minutos y seguíamos contemplándonos. Sentía una paz interior que solo ella sabía invocar. Terminamos aquel silencio tan perfecto con una risa tímida. -te quiero. -soltó con sinceridad.
-Te amo. -le contesté, dejando que nuestros labios se cruzaran una vez más. Aprovechó mi concentración en el beso para terminar de desnudarme. Yo no puse oposición. Con los ojos cerrados, y sin saber muy bien que movimientos hacía, fui deshaciéndome de su ropa. Fue un acto intuitivo e incontrolable. Pronto pasamos a otro nivel. Los besos crecían, se agrandaban, se alargaban pareciendo infinitos en la oscuridad de la noche.
-¡QUÉ LAS APLASTAS! -me chilló, quitando los billetes de la cama. Me encantaba toda ella. Ella entera. Era increíble. Única e inigualable. Con sus cambios extraños de rumbo, con sus locuras y frases. Con sus momentos graciosos. Me pregunté si algún día encontraría un error. Algo que no me gustase. Si hallaría el fallo de su piel. -Está siendo el mejor cumpleaños de mi vida. -me dijo mientras sudábamos sin precedentes.
-Acaba de empezar. -la avisé, con la respiración entrecortada.

-Pues que no acabe nunca. 

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