El camino se me hacía eterno. En uno de los semáforos me
detuve a mirar que había en la bolsa que me había dado Mari antes de salir de
la discográfica. Me pidió que no lo abriera hasta llegar a casa… pero la
curiosidad me comía por dentro.
-¡OSTIA! -exclamé. Mi disco. Sonreí al verlo. Tantos años de
esfuerzo. Entre la emoción de tenerlo en mis manos, de ver que lo había
conseguido, de sentirme orgullosa… y el enfado con Malú, comencé a llorar. Era
de lágrima fácil. El tráfico volví a fluir y yo arranqué entre lágrimas.
Parecía una depresiva que huía buscando un lugar mejor. La portada no era la
que habíamos escogido… maldito fotógrafo. La primera y la última vez que
trabajaba con él, dicho queda. Salía yo sentada en la silla al contrario,
abrazando el respaldo, con la cabeza tumbada en mis brazos y mirando a cámara
con una pequeña sonrisa sin enseñar los dientes. En la esquina superior derecha
se encontraba mi nombre, y debajo de éste, el título del disco, "Una entre
cientos". Lo abrí con una mano, sin dejar de mirar la carretera. Eché un
vistazo al interior. Tenía los mismo colores que la portada, azul cielo. El
disco era de un añil oscuro, me encantaba esa combinación de tonos. Saqué el CD
y lo introduje en el coche. Sonreí con el primer acorde de la primera canción.
Llegué a casa y me quedé en el coche, apoyada en el
reposacabezas escuchando atentamente cada uno de los temas que iban sonando.
Volví a llorar, esta vez de emoción. Porque sí, lo había conseguido. Había
logrado mi sueño. No quería que acabase la última canción, pero no era infinita.
Terminó. Terminó con el verso que escribí mientras Malú se duchaba en Sevilla en
aquel hotel que tantos recuerdos recogía. Fue imposible no ponerme a pensar en
esas pequeñas vacaciones que nos regalamos. Las mejores de mi vida, sin duda.
El disco volvía a reproducirse mientras yo revivía en mi mente el momento en el
que había escrito cada estrofa.
Me puse a mirar con detalle cada rincón que guardaba la carátula.
Por una vez, leí hasta la letra pequeña. Después de oírlo la segunda vez, lo
saqué del reproductor y lo metí de nuevo en su sitio.
Mientras me dirigía al piso, llamé a mi representante.
-Ya me podías haber avisado… se me han triplicado las
pulsaciones. -rió exageradamente ante mis palabras. Me dolió el tímpano incluso.
-¿Qué te ha parecido? A mí me encanta.
-Estoy muy ilusionada. -me limpié las lagrimillas que aún
corrían por mis mejillas. Eran casi las once y media y yo sin cenar. Me di la
vuelta una vez que llegué al portal. Iría a comer por ahí, no me apetecía
llegar a casa aún. Fui al Rincón Musical.
-Hombre, tú por aquí. -Vanesa se acercó a la mesa que había
cogido. Sonreí asintiendo. -¿Qué desea tomar?
-Quiero un filete a la pimenta. -no me hizo falta leer la
carta. Me la sabía de memoria.
-Ya lo intuía. -rió. -con coca-cola zero.
-Exacto. -era mi menú favorito.
Trajo la comida muy rápido, se notaba que tenía enchufe. No
había mucha gente en el bar. Una pareja de ancianos dos mesas a la derecha y una
chica junto a la ventana tomando un helado.
-¿Puedo? -señaló la silla que estaba frente a mí. Asentí con
la boca llena. No me vendría mal algo de compañía. Miré el móvil, ni un solo
mensaje suyo. Aún no habría terminado el concierto… -El miércoles… -sonrió.
-Saco disco, sí. Veo que estás muy atenta.
-Soy tu fan "number one". -reí al oír esa expresión.
-yo lo quiero la primera. -metí la mano en la bolsa y lo saqué. -¡ALA! -me lo
arrebató de las manos y se puso a cotillearlo mientras yo cenaba
tranquilamente. Volví a encender la pantalla. Nada. -¿Esperas un mensaje?
-Más o menos. -no estaba por la labor de colaborar mucho.
-¿Ocurre algo? -insistía en que lo hablara con ella… pero yo
no tenía ganas. Agaché la cabeza y continué con la comida. -Puedes desahogarte
conmigo. -dijo, acariciando la mano que sostenía el tenedor. No le contesté y
evité su mirada. Se produjo un largo silencio.
-¿Aún hacéis natillas? -pregunté.
-Claro, voy a por una con doble de canela. -sonreí. Cómo me
conocía. Creo que era la que más sabía acerca de mí. Al fin y al cabo, habíamos
compartido nuestra vida durante muchísimos años. -toda tuya. -esta vez no se
sentó, fue a atender el resto de mesas, que ya se iban. Decidí entonces
llamarla. Ni rastro.
-Estará con los vips… dale tiempo. -me dije a mí misma.
-¿Me echabas de menos? -me asustó Vane, que volvió a
sentarse junto a mí.
-No me ha dado tiempo. -reí. -¿Qué tal tú? Solo hemos
hablado de mí.
-Bueno, el bar va bastante bien. -dijo mirando alrededor. -no
puedo quejarme.
-¿Y qué tal en el amor? -quise saber.
-Ni me hables. -reí ante su respuesta. Parecía que no iba
muy bien. -no tengo tiempo para eso… apenas salgo. Pero no te preocupes, que ya he decidido que te voy a olvidar.
-Bueno, ya llegará. -la animé. Saqué la cartera y me dispuse
a pagar.
-No, no. Invita la casa. -insistió.
-Que no, de verdad. -siempre me dio mucha vergüenza aceptar
ese tipo de invitaciones. Me cerró la cartera ella misma. -la última vez que
vengo. -la amenacé.
-Pues peor para ti, tú te quedas sin tu filetito.
-Joder. -solté. Reímos a la vez. Estuvimos en el bar un
largo rato… se me fue por completo la hora. Las dos menos veinte.
-Pásate más a menudo, apenas nos vemos. -me pidió, ya en la
puerta y a punto de marcharme. Yo me excusé con eso de que tenía mucho trabajo,
y me dirigí al piso. De camino, volví a intentar contactar con ella. Al fin,
descolgó.
-¿Qué tal ha ido? -me adelanté.
-Bastante bien. -sonaba algo cansada. -¿y tú? ¿qué ha pasado
con tu madre? -las dos queríamos otros temas de conversación y no hablar de lo
que había ocurrido en la llamada anterior… pero tarde o temprano tenía que
salir.
-Bueno… se coló en la grabación de "Bisbi"… -oí
sus carcajadas de fondo. Le conté por encima lo que habíamos hecho en la tarde
y ella me comentó las anécdotas de su concierto.
-En un cuarto de hora estoy en tu casa. -tuve que parpadear
dos otros veces. No me lo creía.
-¿Cómo?
-Eso. No me apetece una noche de hotel teniéndote a dos
horas y pico. -sonreí como una estúpida y no tuve palabras para contestarle. No
sé de dónde sacaba la fuerza para comerse tantos kilómetros en un mismo día.
-Aquí te espero.
Entré en el piso, hogar dulce hogar. Todo estaba oscuro, Li
se había acostado ya, al parecer. Caminé despacio, sin hacer mucho ruido,
cuando entonces, escuché la risa de mi compañera de piso. Oí que murmuraba.
Puse la oreja en la puerta. ¿Qué hacía hablando sola? ¿Se había vuelto loca del
todo? ¿O era yo que escuchaba voces? No, efectivamente, era su voz. Aparté la
cara y la abrí. Nada más hacerlo, me arrepentí. Cerré de golpe. Mierda. Me
moría de vergüenza. Estaba tumbada sobre López, los dos desnudos, cubiertos por
una fina sábana casi trasparente. La duda que tenía era si me habían visto o
no. Puede que sí, o puede que no. Corrí a mi cuarto de puntillas y me quedé
mirando el pasillo, esperando a ver si se abría su puerta. Todo apuntaba a que
no se habían dado cuenta. Pues menos mal. A ver quién me había mandado a mí a
asomarme.
Pronto me llegó un mensaje de Malú. "Abre". Fui
corriendo a recibirla. La abracé. Estaba preciosa incluso con cara de cansada.
-Estoy muerta. -dijo, sin separarse de mis brazos. Le pedí
que no hablara muy alto. -¿Está Li dormida? -susurró.
-No… -reí flojito. -está con Pablo. -soltó una carcajada,
tuve que tapar su boca con mi mano.
-¡MARINA! ¿ERES TÚ? -la oí desde su cuarto.
-¡SÍ! -exclamé mientras seguía evitando que las risas de mi
chica salieran de su boca.
-Ala… ¡qué fuerte!. -dijo tras haberse hartado de reír. Me
senté en el sofá y ella se echó sobre mi hombro. La abracé por la cintura y con
la otra mano acaricié su pelo.
-Tengo una cosa para ti. -rompí el placentero silencio. -quiero
que seas la primera en tenerlo.
-¡Tu disco! -acertó de pleno. Me levanté a buscarlo en la
mochila… pero no estaba.
-Joder… ¿dónde lo he dejado? -me puse a pensar. -soy un
desastre.
-Mi desastre. -dijo Malú. Corrí hacia ella y le di un beso. -piensa
qué has hecho esta tarde… -¡EL BAR!
-Me lo he dejado en el Rincón Musical.
-¿Qué? ¿Has estado allí…? -no le hizo mucha gracia mi plan
nocturno.
-Sí, he ido a cenar.
-¿Has estado con Vanesa? -se puso seria. Me senté de nuevo
junto a ella.
-Sí. -afirmé. Ella giró la cabeza y se cruzó de brazos. No
debí haber dicho nada. Dos enfados en un día, y eso que apenas nos habíamos
visto.
-Te enfadas conmigo y pasas la noche con ella…
-Cariño, he ido a cenar. -me expliqué.
-Mira, no tengo ganas de discutir. Me voy. -se levantó. Yo
la agarré del brazo y la devolví al sofá. -suéltame.
-No te vayas… por favor. -le rogué.
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