sábado, 15 de marzo de 2014

Capítulo 50. FRÁGILES.

Su gesto enfadado me hacía inferior. Me sentía la mujer más pequeña del mundo a su lado. Era demasiado grande para mí. Y yo... tan frágil. Podría romperme en mil pedazos si la perdiese. 
Cruzó sus piernas y se recostó en el sofá. Le pedí que no se moviera y salí a buscar el disco. A estas horas por la calle… si es que… lo que no me pase a mí.
-Toma, anda. -Vane me tendió el disco nada más verme pasar por la puerta. Me sorprendió ver que el bar estaba el triple de lleno que cuando me marché.
-¿Y esta multitud?
-Hacemos descuentos de bebida alcohólica a partir de las dos. Trucos de marketing. -me guiñó un ojo. Le sonreí y volví a casa. Malú ya no estaba en el sofá. Me preguntaba si se habría largado… Vi una luz que provenía del pasillo. Y, seguidamente, a ella salir.
-Estaba en el baño.
-Me has asustado… pensé que te habías largado. -dije casi en un susurro. -¿podemos hablar?
-Claro. -nos acomodamos en el salón y me arranqué, me temblaba algo la voz.
-Lo siento, siento el día de hoy. -agaché la cabeza. -lo de la llamada... fue una tontería. -agarró mis pulseras como tanto le gustaba hacer y se dio un paseo por mi brazo. -no tenía que haber dicho nada. -me arrepentí.
-Es normal que tengas dudas de ese tipo después de que no encontrases productor. Y te entiendo. El estrés a veces nos juega malas pasadas. -qué bien hablaba esta mujer, por dios. Podría quedarme horas allí, frente a ella, oyéndola. -¿MARINA? -ya estaba haciendo el ridículo una vez más.
-Estoy muy embobada. -reí.
-Siento haberte colgado… estaba muy metida en el concierto y lo último que necesitaba… -no dejé que terminase.
-Tranquila, lo sé. -frené el baile de sus dedos entrelazando nuestras manos. Nos quedamos mirándonos tímidamente un buen rato… hasta que oímos gritos procedentes de la habitación de mi compañera de piso. Malú empezó a tragarse la risa poniéndose la mano en la boca. Yo simplemente junté mis labios y me contuve como pude.
-Vaya con Pablito. -soltó.
-¿Nos vamos a dar un paseo? -propuse. Cualquier cosa antes de que quedarme allí escuchando lo que estaba escuchando.
-¿A las tres de la mañana? -preguntó. Debió pensar que era una loca. Me encogí de hombros.
-Yo solo quiero dormir. -dijo con esa voz de niña a la que empezaba a encapricharme. Se tiró a mis brazos y me caí en el sofá con ella sobre mí. De fondo, los gemiditos de mi amiga. Volvimos a reír. De pronto, Malú se levantó bruscamente.
-¿Dónde vas?
-Yo estaba enfadada contigo… -se echó al otro lado. Qué tonta llegaba a ser. -¿Qué coño hacías en el bar? -se incorporó. Estaba hiperactiva. Tal vez eran los efectos secundarios del concierto.
-Pues que he ido a cenar. ¿A qué voy a ir si no?
-¿Pero tenías que ir a ese bar?
-Es el que me pilla más cerca… además, me ha salido gratis. -sonreí. -me han invitado. -allí me conocen.
-¿Has hablado con ella?
-Sí. Se ha sentado en mi mesa. -tomó aire algo enfadada. -le he enseñado el disco y le he contado algunas cosas de él… Ah, por cierto. Me ha dicho que ha decidido que me va a olvidar.
-Más le vale. -me reí. En el fondo me gustaba verla celosa. -yo no me río. -no pude evitar parar de hacerlo. Estaba tan graciosa. Me pegó en la pierna. -¡Es que no me fío!
-Ya te he dicho mil veces que solo te quiero a ti.
-En ti confío, cariño. Pero de ella… no me fío ni un pelo. -acarició el interior de mis muslos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Agarré con fuerza su mano.
-No tienes por qué preocuparte. Te lo aseguro. -mordí su mejilla. Giré la cara hacia el otro lado y escupí. Ella empezó a reírse. -¡Qué asco! ¿Qué tienes?
-Maquillaje. -contestó sin dejar de mofarse de mí.
-Pues me cago en L´oreal. -después de maldecirles, ella vino a besarme, despertando en mi interior un cosquilleo que hacía tiempo no aparecía. Terminó el beso con una enorme sonrisa que mordí. 
-Al fin pararon… -rió María Lucía, al comprobar que los gritos de pasión habían cesado. -No tienes huevos de ir a decirle a Pablo que ha hecho un buen trabajo… -puso una sonrisa perversa.
                                                  

-¿Qué no? -le devolví la mirada desafiante. Ella abrió la boca sorprendida. -Ya lo verás. -me levanté y fui a la cocina. Preparé dos vasos de leche caliente y volví a pasar por el salón para llevársela a mis amigos.
-¡Yo también quiero uno! -exclamó Malú alzando su mano. Asentí con la cabeza. En seguida se lo haría… pero antes tenía una misión. Maldito orgullo… Me paré frente a la puerta. ¿Marina, qué estás haciendo? Eché la vista atrás y la vi asomada con una cara de malota increíble. Vamos allá.
Toqué la puerta dos veces y la abrí. Puse la espalda muy recta cual servicio de habitaciones.
-Buen trabajo, chicos. -dije intentando no reírme. Los dos se taparon apresuradamente. Estaban muy cortados. Probablemente, más que yo. Lidia me miró con ganas de estrangularme… y Pablo igual. Tenían el rostro pálido. Dejé la bandeja en el borde de la cama. -Un aperitivito para reponer fuerzas. -cerré la puerta y corrí descojonándome hasta el salón. Vi a Malú tirada en el sofá golpeando los cojines. Estaba muerta de la risa. -¿Hay huevos, o no?-reí.

A la mañana siguiente, mi chica se fue temprano para que no le viese Pablo. Él aún no sabía nada. Así que, toda la vergüenza para mí. Se sentaron a desayunar junto a mí. Ambos estaban cabizbajos.
-Puta. -dijo entre dientes. Yo solté una carcajada tímida. Morí. López me miró sonriente.
-Eres una graciosa. -me dijo. Exploté en risas. No podía aguantarme más. -gracias por la leche.
-Es verdad… yo te debo una leche.-intervino Lidia. Yo la miré sin entender nada, porque ya me estaba bebiendo un café. Me pegó una colleja. Vale, esa era la leche. Continuamos un buen rato en silencio. Pablo buscaba constantemente la mirada de mi mejor amiga, y ella la evitaba. Era muy divertido verla así. Estaba muy tonti esa mañana. Me quedé observándola fijamente mientras comía lentamente.
-¡Qué dejéis los dos de mirarme! -exclamó enfadada. -López rió conmigo y le cogió el brazo. Li lo miró de frente y se besaron. Parecían hechos el uno para el otro. Quizás era pronto para decir eso… pero lo intuí. Intuí que esa pareja iba a funcionar. Siguieron con el desayuno, yo igual de normal, ellos sonrojados. Eran como adolescentes.
-Qué monis. -se me escapó. -Mierda, lo he dicho en voz alta. -ambos se rieron.

Recuerdo aún esa sensación. Esa leve sonrisa. Esa extraña pero agradable experiencia. Estar tan tranquila, como una mañana cualquiera en un supermercado con tu compañera de piso. Nos peleábamos en la sección de los helados. Ella quería los de turrón y yo los de chocolate, cuando, de repente, e interrumpiendo nuestra pelea, sonó mi canción. La cara se nos iluminó y saltó a mis brazos.
-Lo has conseguido. -me susurró al oído sin soltarme.
-Lo he conseguido. -reafirmé.
-Uy, ¿quién es ésta? -le comentó un señor caminando con su mujer, con su hijo en el carrito de la compra.
-Ni idea, pero me encanta. -dijo, bailando al torno de mis acordes.


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