Sabía perfectamente que aquel hecho me marcaría. Sentía una
sensación extraña. Seguíamos allí plantadas las dos, mirando a mi madre. La
verdad es que el rencor que nos teníamos se fue disipando conforme los minutos
de dolor pasaban. Me levanté y miré a Malú para indicarle lo que iba a hacer.
Ella lo entendió con mi mirada. Me acerqué a mi progenitora y le pedí que se
levantara. Le di un abrazo. Hacía tantos años que no se lo daba que me resultó
hasta raro. Pero… por mucho tiempo que hubiese pasado, ese abrazo era un abrazo
maternal. De madre a hija. Se derrumbó de nuevo, ahora en mis brazos. Lloraba
muy fuerte.
-Tranquila. -le dije en el oído, llegué a acariciarle el
pelo. Fue un acto reflejo. -Mamá…
-¿Me has llamado mamá? -preguntó separándose. Sus ojos se
iluminaron. No pude evitar sonreír. ¿Qué estaba haciendo? Supongo que la muerte
de mi padre nos había ablandado y enterramos por un momento el hacha de guerra.
Volvió a tumbarse en mi hombro mientras moqueaba. Al fin dejó de chillar. -Te
quiero, hija. -lo dijo apretándome más fuerte. No pude evitar llorar. Lo hice
flojito, sin exagerar. Fueron unas lagrimillas de nada. Da igual que fuesen pequeñas,
yo no las pude contener. Lo necesitaba, necesitaba desahogarme. En el fondo la
echaba muchísimo de menos. Todo el mundo echa de menos una madre. Yo había
estado viviendo sin ella… y no existía nada más complicado que eso. Besé su
frente. Poco a poco fuimos calmándonos. Me di cuenta de que Malú ya no estaba
en su asiento, ni en la sala. Nos había dejado a solas. -Lo siento tanto…
-moqueó. -ojalá pudieras volver a nacer… y empezar de cero. Juro que sería
diferente.
-Aún no es tarde… -la animé.
-¿Eso quiere decir que me perdonas?
-Lo que me hicisteis no tiene perdón… -dije, separándome de
su cuerpo.
-No vuelvas a desaparecer. -se agarró bruscamente a las
solapas de mi chaquetón. -Por favor. -rogó en un suspiro. Yo no supe que
contestar. Me callé. -¡Por favor! ¡Por favor! -repitió, tirando de mi prenda de
vestir.
-Cálmate. -le pedí. -esta decisión tendré que pensarla
mucho… entiéndeme. Sabes perfectamente por lo que pasé. Y tú lo permitiste,
mamá.
-Era tu padre. -era fácil echarle la culpa al lado, y ahora
más, porque no podía defenderse.
-Podías haberle frenado. -argumenté.
-Y entonces me hubiera pegado a mí también. -dijo fríamente.
-Pero entonces las cosas serían de otra manera, podíamos
haber escapado las dos, podíamos haber luchado juntas. -nos quedamos calladas
unos minutos, mirándonos a los ojos, esperando a que la otra siguiera hablando,
pero no pasó. No continuamos aquella conversación. -Bueno, hasta pronto. -me di
la vuelta. Me sujetó del brazo. Sabía que haría eso.
-No te vayas… por favor. No quiero volver a perderte.
-En realidad nunca me has recuperado. -me dolió decirlo. Me
costó sacarlo. No me atreví a mirarla. Bajé la cabeza. Se produjo un silencio
incómodo.
-La semana que viene vuelvo al pueblo. Si quieres que nos
veamos antes… llámame.
-No tengo tu número. -le dije, ella sonrió porque pensó que
eso significaba que la llamaría. Pero no era así. Tenía que darle muchas
vueltas todavía. Lo apunté en la agenda y me despedí con otro abrazo. Esta vez
mucho más corto que el anterior. No quería crearle falsas esperanzas. Al cruzar
la puerta volví a oír su voz:
-Estoy sola, eres lo único que me queda. -no me giré. Seguí
hacia delante con la mirada perdida.
-Cariño. -Malú me sorprendió. Se levantó corriendo del
taburete que estaba junto a la barra y me abrazó. -¿Cómo ha ido?
-Ahora te cuento. -le dije. No me apetecía hablar nada en el
bar porque todos nos miraban. Malditos cotillas. Nat y Vane me lanzaron una
mirada de complicidad y apoyo. Fui a darle las gracias por avisarme y me subí
al coche. Ella no arrancaba. Fijó sus ojos en mí desde el asiento del
conductor. Yo estaba con la cabeza agachada intentado asimilar lo que acababa
de pasarme. Su helada mano acarició mi brazo.
-¿Te llevo a casa? -preguntó.
-No me apetece ir a ningún sitio… -no entendía mi mal estar.
Estaba tan confundida por el suceso anterior que estaba en una especie de
depresión extraña. Estaba totalmente decaída. Dejó de mirarme y se puso en
camino. -¿A dónde vamos?
-A respirar. -dijo. No sabía muy bien a donde me llevaba, de
todas formas me daba igual… yo no quería estar en ningún sitio. Apoyé la
barbilla en mi puño y me dediqué a mirar y no mirar por la ventana. El paisaje
corría ante mis ojos, ojos que no captaban esas imágenes. Mi cerebro proyectaba
una y otra vez la escena de mi madre llorando. -No llores… -oí a Malú, que
frotaba mi pierna. Yo ni me había dado cuenta que lo estaba haciendo.
-Para el coche. -le pedí con los ojos encharcados. Me hizo
caso y salí a la carretera. Era una especie de carril. No estábamos dentro de
la ciudad, íbamos dirección a la montaña en la que estuvimos con Li. Sabía
entonces a donde me llevaba. Me desperecé y me tiré en el borde de la carretera
que la separaba de una especie de campo.
Oí un portazo, había salido del auto. Se
sentó a mi lado. Hacía un aire horrible, pero no me importaba. Necesitaba aire
limpio. -No sé qué hacer.
-No hagas nada. -me agarró de la cintura y me obligó a
echarme en su hombro. El viento empezó a molestar.
-¿Tú qué harías?
-No lo sé… es algo muy complicado. Es algo que tienes que
vivir… -hablábamos muy lento, con largas pausas mientras nuestras melenas
bailaban en el aire.
-¡OS VAIS A RESFRIAR! -gritó alguien desde un coche que iba
a una velocidad muy lenta.
-Tiene razón. -rió Malú, pero no se apartó.
-La verdad es que ahora mismo me importa bien poco eso.
-bufé. Me acerqué un poco más a su cuello. Su olor me hacía sentir mejor.
-Ay, que me haces cosquillas. -rió al sentir mi nariz en su
garganta. Yo sonreí levemente. Su risa me animó. Se giró despacio y observó mis
labios. Pensé que iba a besarlos, pero no. Se quedó así. Me acerqué y fui yo
quien besó los suyos, con todos los pelos por la cara. Estaban helados. La
temperatura era nuestro peor enemigo ahora mismo.
-¿Me llevas a casa?
-¿Yo qué soy ahora, un taxista?
-Algo así. -bromeé, encogiéndome de hombros. Nos subimos al
coche entre risas. Al cabo de un rato, me di cuenta que no íbamos a Alcalá. -Por
aquí no es…
-Sí que es.
-No. -negué muy convencida. Había visto el cartel dos veces,
y las dos veces había tomado el camino contrario.
-Me has dicho que te lleve a casa…
-Sí… y te has pasado la entrada dos veces.
-Has dicho a casa. -sonrió plenamente. Ahora lo entendí.
-bueno, si quieres doy la vuelta.
-No, no. -nada me apetecía más que dormir en compañía. O al
menos, intentarlo. Sabía de sobra que no lo conseguiría.
Al llegar a su casa, mientras cenábamos, sonó un mensaje en su móvil.
No hizo falta mirar la llamada… se acordó de golpe. Yo también lo hice al ver
su cara.
-¡Vero! -habíamos quedado con ella para preparar el
cumpleaños de Malú. Le escribió algo al whatsapp a la vez que masticaba
sonriente. A saber que estaba poniendo. Se quedó mirando el teléfono esperando
una respuesta. Soltó una carcajada que me hizo reír a mi también. Su risa era
jodidamente contagiosa.
-¿Qué haces loca?
-¡Dime, dime, dime, si estoy loca! -me cantó. Yo me eché a
reír con las pocas fuerzas que tenía.
-Lo estás…
-Le he dicho que nos ha dado un ataque de "lof" y
hemos parado en una gasolinera. -reí tan fuerte que se me saltaron las
lágrimas.
-¿MALÚ? ¿PERO QUÉ DICES?
-Es mucho más creíble que la historia de verdad. Hija, que
vida tan… emocionante. Parece una peli. -yo seguía riéndome mientras la oía de
fondo.
-Estás como una cabra.
-Y te encanta. -sonrió como siempre lo hace, a quemarropa. Asentí
sonriente.
Estaba ya casi dormida, con su cuerpo medio echado en mi. Su
respiración iba a la misma velocidad que la mía. Eché su pelo a un lado,
apartándolo de su cara. A mí me esperaba una larga noche, una de las más largas
y duras de mi vida.
-No me dormiré hasta que tú lo hagas. -dijo. Eso se lo creía
ella. Estaba que no podía más, podía verlo en sus ojos.
-Claro. -reí.
-Que sí, jo. -me pegó un pequeño puñetazo en mi pecho. Fingí
que me dolió y me pidió que no me riera de ella, pero lo hice. Era inevitable,
era tan divertida que podía sacarme una sonrisa aunque me faltaran horas para
morir. Estaba completamente segura de que lo haría.
Al cabo de una hora cayó rendida. Sus párpados cerrados y su
mano en mi pecho. Fue el momento perfecto para ponerme a pensar yo sola. Tenía
una conversación pendiente conmigo misma. ¿Qué haces ahora, Marina? ¿Perdonamos
a mamá? Dicen que padres solo hay unos… Una lágrima se me escapó. Me sentía
fatal. No lloraba su muerte, lloraba el no haber llorado. No haber derramado ni
una sola gota por su fallecimiento. No era capaz de hacerlo, no era capaz de
ponerme triste. El único motivo de mis lágrimas era ese, el no sentir pena. ¿Cómo
podía ser así? Era mi padre. Me había dado la vida. Sin él, yo no existiría. Ahora
solo podía hacer una cosa, perdonar a mi madre. Recuperar el tiempo perdido con
ella, al fin y al cabo, ella había conseguido sacarme adelante. Me había
regalado el vivir y el ser como era. Con ella aprendí a caminar. Merecía una segunda oportunidad. Sí, eso
era. Una segunda oportunidad. La llevaría a mis conciertos y la tendría a mi
lado siempre. Sonreí al pensarlo. Volví a sentirme hija.