sábado, 21 de diciembre de 2013

Capítulo 21. TODA.

Y a cada beso que me daba, la locura iba ascendiendo. Entreabrí un poco los ojos y vi su precioso rostro. Me parecía la cara más bonita que había visto nunca.
Acaricié su espalda mientras disfrutaba del placer que sus labios me provocaban. Levanté muy despacio su camiseta y continué las caricias.
-¡Ah! ¡Tienes las manos heladas! -levantó la cabeza.
-Uish. Perdona... -las quité corriendo.
-No. -volvió a fundirse en mi boca y llevó mis manos a su cintura. Se puso de rodillas, teniendo mi cuerpo entre sus piernas. Desabrochó despacio cada uno de los botones de la camisa vaquera que tanto me gustaba. Ahora le tendría más cariño aún... Tiró de mis brazos hasta dejarme sentada y retiró la prenda con delicadeza, mientras volvía a besarme. La envolví en un abrazo y me despegué de su irresistible boca para apartar su camiseta apretada que tan buen cuerpo le hacía. Se echó hacia atrás y quedó tumbada en el otro extremo del sofá. Fui dándole besos por su abdomen hasta encontrarme con sus ojos. Nos sonreímos. El cosquilleo que invadía mi estómago se fue extendiendo por todas las esquinas de mi cuerpo. Di pequeños besos en su cuello. Rió, le hacía cosquillas. Se revolvió y acabó echándome del sofá. Caí de lleno en el suelo y comenzamos a dar fuertes carcajadas. No podíamos parar. Se levantó y me ayudó a alzarme. Yo seguía con el ataque de risa, no podía conmigo. Al final me apoyé en la mesa y me puse de pie. Me rodeó la cintura y se apoyó en mi hombro. Estuvimos un tiempo así. No teníamos ninguna prisa, poseíamos el resto de nuestra vida para consumir nuestro amor.
-Te quiero. -susurré a su oído. Se giró para verme. Respondió con un beso.
-Sígueme. -sujetó mi dedo índice y tiró de él. Miraba hacia atrás con una sonrisa a cada dos o tres pasos. Me llevó hasta su cuarto y me soltó para tumbarse sobre su gran cama. No había visto nunca una tan grande. -¿Qué haces ahí parada? Ven.
-¿Segura?
-Tonta. -me tiró uno de los cojines. Le había cogido el gusto a pegarme con ellos. Esta vez lo cogí en el aire.
-Já. -lo solté en una silla en la que había colgada ropa y me subí a la cama en la que cada noche descansaba. Apoyé las manos a ambos lados de su cuerpo y me situé encima suya. Arañó mi cabeza con sus dedos y nos besamos de nuevo. Seguí con las rodillas clavadas en el colchón.
-Relájate, estás muy tensa. -me pidió. -disfruta.
-Nunca he disfrutado tanto. -le confesé.
-¡Estás rígida!
-No quiero aplastarte. -rió al escucharlo. -soy demasiado cursi, ¿verdad?
-Y me encanta. -volví a su boca sabor primavera.
Hacía mucho frío, pero poco me importaba en aquel lugar. Desabrochó mi sujetador y posteriormente, me puso bajo ella. Me dio besos hasta llegar al pantalón, el cuál sacó sin vacilar y lo arrojó a la silla.
Despacio y dulcemente, la ropa fue desprendiéndose de nuestros dos cuerpos. Dos cuerpos que se deseaban y atraían. Me perdí por su piel y cubrí de besos cada rincón de su perfecta figura. No me quedó ningún lugar por explorar. Escalé de nuevo para encontrarme con su rostro.
-Ahora que me has visto entera. ¿Qué es lo que más te gusta de mí? -me preguntó, rodeando mi cuello y acariciándolo, además de sostenerme la mirada.
-Seguirá siendo esta sonrisa por muchos lugares ocultos que me enseñes. -cerró los ojos y volvió a besarme.
El contacto de mi piel con la suya me hacía delirar. ¿Cómo podía ser tan perfecta? Era tan suave...
Decidió que era el momento de pasar a mayores. Y lo hizo. Se puso sobre mí y no paró de besarme mientras me hacía suya. Una nube de placer me cegó, todos mis sentidos se unieron para sentirla.
Por muchas veces que hubiera soñado o imaginado aquello, no tenía ni punto de comparación con la realidad. Era mucho más placentero de lo que jamás habría podido pensar. Y me tocó mi turno. Adopté una postura cómoda. Tenía miedo de que no fuese suficiente, de no ser tan eficaz como quería. Que no le gustase. Mordí su cuello. Dejé varias marcas mientras oía sus gemidos en mi oreja. Pude sentir los latidos de su corazón...
-Soy tuya. -me dijo entre fuertes respiraciones.
-¿Entera?

-Toda, entera y tuya. Toda. -tarareó entre risas y gemidos.


Di tantas vueltas por aquella cuna de placer como estrellas hay en el cielo. Encontré el paraíso. Un nirvana entre sus brazos. Cada vez que repetía me gustaba más. Jamás me cansaría de ella. Ella y su forma de hacerme feliz. Ella y sus maneras de conquistarme. Ella y sus miradas. No quería que la noche acabase. No quería que el sol saliese. Nuestra primera vez juntas no podría haber sido mejor.
-¿A qué juegas? -preguntó. Estaba tumbada boca abajo y yo no paraba de decir números mientras besaba su espalda.
-A besarte y contarte todos los lunares que tienes. -oí su risa.
-¡Ahg, que pegajoso! -exclamó sin sentido.
-¿El qué?
-¡El caramelo que desprendes! -echamos a reír. Bajé de su cuerpo y me tumbé junto a ella, de lado, para poder observar su preciosa cara. Extendió un dedo por mi boca y acarició mis labios. No podía apartar mi vista de ella. Era tan hermosa. Me embrujaba.
-Ha sido increíble. -suspiró. Al parecer había sido genial también para ella. -ojalá no amanezca nunca. -sonreí. Había pensado justo lo mismo que yo. Tal vez éramos almas gemelas. Tal vez era ella la mujer de mi vida. Tal vez todo lo que me había pasado eran pasos para encontrarla.
Me moría de sueño, eran las cuatro y media de la mañana, pero sus besos me mantenían despierta. Aunque pareciese imposible, su rostro en la oscuridad era todavía más precioso.
Paró y se tumbó sobre mí. Se echó un poco hacia la izquierda y quedó tumbada entre el colchón y mi cuerpo. Mi brazo la rodeaba. Acarició mi pecho con lentas cosquillas. Hice lo mismo con su espalda.
No tardó en quedarse dormida. Era muy especial que se durmiera sobre mí y con mis caricias. Deseé que todas las noches fueran así a partir de aquel momento.
Yo no podía dormir. En mi mente no se paraba de repetir lo que ella y yo acabábamos de vivir. No podía quitarlo de mi memoria. Una y otra vez... Fue tan mágico, tan idílico, tan romántico, tan yo, tan nuestro. Inevitablemente, mi vena artística comenzó a aflorar. Letras de canciones se creaban por sí solas. Lo malo era no poder anotarlas. Tuve miedo de olvidarlas, pero peor me sentiría si al moverme la despertase. Ella era la clave de mi inspiración. La musa que andaba buscando. Su olor seguía invadiendo mi olfato... con solo respirar y notarlo me sentía bien. Subí un poco más el edredón y la arropé. Hacía muchísimo frío. Diciembre era mortal en Madrid. Solo a nosotras se nos ocurría dormir desnudas en invierno. Nadie lo entendería. No podrían comprender que sentíamos al rozarnos. Nadie. Por muchas palabras que quisiese añadir y por muchos detalles y adjetivos que escribiese jamás llegaría a plasmarlo exactamente.
Con momentos así junto a ella podría escribir un disco entero en media hora.

Me desperté y lo primero que hice fue mirar el reloj-despertador que mostraba la hora con fuertes tonos rojos. Las dos menos cuarto. Bufé. Madre mía, que horas para levantarse. No nos habíamos movido ni siquiera un centímetro. Seguía con su mano en mi vientre, donde estuvo acariciándome hasta quedarse dormida, y su cabeza en mi hombro. No sentía mi brazo, que quedó bajo su cuerpo atrapado. No podía ni moverlo.
Arrastré mi dedo por su mejilla colorada.
-Buenos días princesa. -le susurré muy bajito.
-Buenos días mi amor. -era la primera vez que me llamaba así y consiguió que me retorciese. -qué bien... quiero dormir sobre ti lo que me queda de vida. -sonreí al oírla. Me alegraba, porque yo también lo deseaba.
-Yo también, cariño. Pero mi brazo izquierdo se niega. -se levantó y me retorcí de dolor. Lo había puesto en mal sitio, la próxima vez lo pondría más arriba.
-No podía ser tan perfecto. -sonrió, dándome el primer beso del día. Siguió hacia abajo, buscando mi cuello. Había encontrado mi punto débil.
-Como vayas por ahí... mal. -dije. Soltó una carcajada. -que mala eres. -se levantó bruscamente.
-¡Uy, lo que me has dicho! ¡Ahora te vas a enterar! -volvió al cuello como una vampira y dio fuertes mordiscos.
-¡MALÚÚÚ! -intenté quitarla, pero no pude.
-¡Já! -exclamó con una cara perversa.
-Cuando dormías parecías tan dulce...
-Parecía. -rió, tumbándose como dormimos, pero en el otro lado.
-¿Vas a destrozarme el brazo que tengo bueno? -rió ante mi pregunta. Esta vez lo puse en mejor lugar. Volvió a hacerme cosquillitas por mi tren superior.
-¿Crees en el destino? me preguntó sin parar su dedo.
-No. -respondí secamente. -hasta que te besé.
 -Marina, me encantas. -confesó, me dio un vuelco el corazón. -Nadie me ha tratado como tú.
-¿A qué te refieres?

-Nadie me ha dado el cariño que tú me has dado en tan poco tiempo. Y tu forma de hacerme el amor... haces que me sienta protegida. Me cuidas y me amas a la vez que me lo haces... Eres la mejor. -terminó aquel relato con un beso enorme. -Ahora sí que soy tuya para siempre.

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