martes, 17 de diciembre de 2013

Capítulo 18. NI UN PASO ATRÁS.

Que iba yo a imaginar que despertaría con ella entre mis brazos cuando pasaba las noches en las puertas de sus conciertos... La vida es como una auténtica lavadora, como decía Natalia. Y razón tenía... Da tantas vueltas que muchas veces no sabemos ni quiénes somos ni que hacemos. 
Hacía un frío horrible. Llevaba aún la ropa del día anterior y la manta que nos cubría iba ya por las rodillas. Malú seguía frita, con la cabeza apoyada en mi hombro, igual que cuando se quedó dormida. 
El estómago demandaba comida, pero no podía moverme sin despertarla, así que decidí esperar a que lo hiciese. Acaricié su espalda con los dedos, creando suaves caricias. Era el mejor pasatiempo que había tenido nunca. Me llevaría así horas y horas que no me cansaría jamás. Vi la luz del móvil encenderse sobre la mesa. Intenté llegar a él con el brazo izquierdo, pero no podía con ella encima.
Tomé impulso dos veces, pero no conseguía alcanzarlo. Levanté las piernas e intenté cogerlo con ambos pies. No podía. Me quité los zapatos a patadas y volví a tratar de engancharlo... nada. A la tercera pude sujetarlo, pero al acercarse a mí se cayó y dio un buen tortazo contra el suelo. Malú se movió ante el ruido. Hice unos chasquidos con la boca, como a los niños pequeños cuando se desvelan. Funcionó. 
Ahora la misión se complicaba. ¡TENÍA QUE COGERLO DEL SUELO! Bah, que le dieran al teléfono. Volví a hacerle cosquillitas. A eso de la hora, se despertó. Se levantó despacio y con los ojos entrecerrados miró a todas partes.
-¿Dónde estoy? -preguntó extrañada. Solté una carcajada.
-En mi casa. 
-Madre mía, he dormido tan bien que no sabía ni donde estaba. 
-Sí, pues será por el fantástico e inigualable sofá en el que has dormido... -dije con tono irónico.-Era el más barato de "Ikea". -reí.
-A lo mejor ha sido por otra cosa. -se acercó a mí, fijando sus ojos en los míos, muy cerca.
-¿Qué cosa? 
-La compañía. -me dio el primer beso del día, tan perfecto como siempre. -Necesito una buena ducha... -dejó caer. 
-Primera puerta del pasillo a la derecha, señorita Mari Lú. 
-Mi nombre ya es lo suficientemente feo...no lo empeores. -dijo con cara de asco. Comencé a dar carcajadas mientras andaba hacia el baño. No pude evitar mirar su maravilloso cuerpo...
Recogí el móvil del suelo, por fin. ¿Quién sería?
-Putona, menos mal que íbamos a quedar esta noche. -al leer me acordé. Mierda. Le conté rápidamente lo sucedido en la tarde anterior.
-¿¡HIJA PUTA QUE ESTÁS SALIENDO CON MALÚ!?¡YO TE MATO! ¡TE COMO! 
-Lidia, mírate el bipolarismo. -bromeé. Contestó con un "jaja" de esos que se extendían en dos líneas. -Oye, pero no digas nada, ¿vale? 
-Soy una tumba. -prometió. Sabía que en ella podía confiar y me iba a apoyar en todas mis decisiones. -te dejo que tengo que trabajar. -Lidia era periodista en un pequeño periódico de la localidad. Tenía la certeza de que algún día llegaría al ABC o a alguno de los grandes, era muy buena escribiendo.
Oí que el agua dejó de caer. Qué rápido se había duchado. El timbre sonó. Me pregunté quién podía venir a mi casa a las nueve de la mañana... Me sacudí un poco el pelo y me quité algunas legañas de los ojos de camino a la puerta. 
-Perdona. -era Vane con una bolsa de churros. Al abrir, cerré. Interpuso el pie.
-No me obligues a rompértelo, apártalo. -le pedí.
-Sacrificio aceptable. -dijo, sin moverse. Resoplé. Me hervía las sangre, no podía mirarla a la cara sin acordarme de aquella escena en el hotel.
-¿A qué has venido? 
-A desayunar contigo. Traigo los churros de Pepe que tanto te gustan. -dijo mirando la bolsa, sonriente. -Y así hablamos muchas cosas que tenemos pendientes. -volví a suspirar. No me apetecía nada después de lo que ocurrió el día anterior en el bar.
-Cariño, ¿pasa algo? -Malú se asomó, con la toalla envuelta y descalza. Por la voz noté que estaba justo detrás de mí, o no muy lejos. A Vane se le cambió la cara. Se le cayó la bolsa al suelo. 
-No... no me lo puedo creer. -hizo aspavientos con las manos y abrió los ojos. -¡Por eso no quieres estar conmigo! ¡Tú tienes la culpa pedazo de zorra! ¡Todos estos años llenándote los bolsillos con nuestro dinero y mira para qué! ¡Desde que entraste en La Voz y la conociste cambió todo! -gritó señalando a Malú. Me cabreó. Se puso muy nerviosa, histérica. Miré hacia atrás. Estaba algo asustada, cortada. Realmente no sabía si contestarle a mi ex o no, por ello salí yo en su defensa. 
-¡No te permitiré que le hables así! No fue ella quien me puso los cuernos. Si no lo hubieses hecho tal vez serías tú la que estuviese envuelta en esa toalla.-la eché hacia atrás cuando intentó sobrepasar la puerta. 
-¿Tampoco puedo entrar en mi casa? -preguntó con la misma mala leche. -sigue siendo mía.
-Será mejor que te vayas. -le dije, recogiendo el desayuno y devolviéndoselo.
-Dáselo a ella, a ver si se pone gorda como una foca y te deje de gustar... ¿Te digo una cosa? Esa tía ha estado entre nosotras toda la vida... seguro que me hacía el amor pensando en ella... la preferiste siempre... 
-¡VANESA FUERA DE AQUÍ! -le chillé, dando un portazo. Me quedé con la frente pegada en el portón, con los ojos cerrados. Temía encontrarme con el rostro asustado de Malú... No sabía que iba a decirle después de aquella escena. Noté como sus pasos se alejaban. Me giré, ya no estaba. Caminé hacia delante, vi que se encerraba en el cuarto donde había dejado la pequeña maleta que traía. Iría a vestirse.
Al cabo de unos minutos salió con la mochila en la mano.
-Será mejor que me largue...
-¿Qué dices? -no quería que eso pasase. No podía irse así, sin más, después de aquello. Quise bajar al bar y estrangular a Vanesa contra la barra. Todo iba tan bien...
-Marina, me he sentido muy humillada... y la verdad no sé qué diantres estoy haciendo aquí. Deberías aclarar las cosas con tu chica...
-No. -la corté. -mi chica eres tú. -la besé. Se apartó y miró al suelo. 
-Nos vemos pronto... -dijo dirigiéndose a la salida. Volví a interponerme en su camino. No podía dejarla marchar.
-No puedes irte. Me niego. Te seguiré allá donde vayas, no te desharás de mí. Malú, yo te quiero. -la agarré de la cintura y la llevé hacia el fondo de la casa, alejándola de la puerta.
-Y yo también te quiero... pero... -la besé para no dejar que terminara la frase. No quería ningún pero. Ninguna excusa. Estaba segura de que no existía nada en el universo capaz de cargarse nuestros sentimientos. Nada.  
-Si me quieres, nada más importa. -afirmé con una gran sonrisa. Volví a depositar mis labios en los suyos. Dejó caer el macuto para enredar sus dedos en mi pelo como tanto le gustaba hacer mientras me besaba. Aquel instante me sirvió para darme cuenta que no podría vivir sin ella... Sin aquellas ondas perfectas, sin su manera de hacerme feliz y sonreír ante tempestades, sin sus miradas cargadas de vitalidad. Y es que me daba la vida. Rellenaba de luz cada parte oscura de mi corazón. 
-No daremos ni un paso atrás. -le susurré a su boca. 
-Ni uno. -prometió.

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