Dicen que el tiempo vuela. Que en un abrir y cerrar de ojos
todo cambia. Que hay que aprovecharlo. ¿Cuántos poetas y escritores dedicaron
muchas de sus obras a transmitir este mensaje? ¿Cuántos? El tiempo es oro. Oro
del más caro. Porque cada minutos que perdemos es irrecuperable. Y no hay nada
peor que desperdiciarlos. Tenemos que saber hacer una buena gestión del tiempo.
Y yo me ponía irrevocablemente nerviosa al mirar el despertador nuevo. Sí, por
fin lo habíamos cambiado. En él se mostraban hasta los segundos, cosa que me
alteraba. Se movían, gritándome una y otra vez que para un ser humano como yo
era imposible pararlo. Detenerlo. Sin darnos apenas cuenta, la mitad del verano
había pasado. Después de esas vacaciones donde Malú terminó de rehabilitarse,
volvimos a Madrid, a nuestra casa. A penas faltaba un mes y medio para la boda,
y cómo no, las organizadoras estaban de los nervios. Pensaba que incluso más
que nosotras. Hacía unos días, cuando yo volví a volcarme en mi nuevo disco, mi
futura mujer acudió a cientos de tiendas. No me quiso decir nada a cerca del
vestido. O lo que quiera que llevase. Yo seguía pensando que era buenísima idea
lo de llevar el vestuario de gira… El nuevo y melodioso despertador sonó.
Tocaba una conocida canción de Beethoven. Lo paré, pues llevaba despierta ya un
buen rato.
-Qué gusto el nuevo reloj. La mejor inversión de mi vida.
-bostezó, librándose de las sábanas con los pies.
-¿Mejor inversión que yo? -pregunté, perdiéndome en su
pecho.
-Sabes que no hay nada mejor que tú, pesada. -reí.
-Pero me encanta oírlo. -confesé. Hice una pedorreta en su
barriga, completamente descubierta. En verano dormía desnuda. Para qué
mentirme, me encantaba. Chilló. Tenía cosquillas en esa zona. Por mucho que se
oponía, no dejé de hacerlo.
-¡¡QUITA!! -me empujó. Conseguí aguantar un poco más, pero
su fuerza logró despegarme. Me eché a reír sin piedad a su lado. -estás
graciosa esta mañana, ¿no? -observó. Yo asentí. Aunque más que graciosa, estaba
feliz. Feliz con todo lo que me estaba pasando. -¿YA SON Y CUARTO? -miró el
luminoso del despertador. Se alteró, levantándose de un salto. Danka se subió
en el sitio que ocupaba. Puso sus patas sobre mi pecho, aplastándome. Emití un
gemido. -me defiende. -rió. -tengo unas ganas horribles de empezar. -exclamó
mientras peinaba su pelo frente al espejo. Yo intentaba librarme de las garras,
nunca mejor dicho, de su perra. Había crecido muchísimo. Ya mismo no podría ni
sacarla a pasear.
-Y yo de que empieces. -la rodeé por detrás. Depositó el
peine sobre la cómoda y se giró. Mis pupilas se toparon con las suyas.
-Te arrancaba esos ojos. -dijo. Se me abrieron aún más. Qué
miedo. -joder, son tan preciosos.
-Seguirán siendo así en mi cara… no hace falta que los
saques… -dije temerosa. Me besó con una cara muy tierna.
-¡Llego tarde! -se separó de mí y voló prácticamente por las
escaleras.
-Cariño, no son ni y media. -la avisé mientras bajaba las
escaleras tranquila, no como ella.
-¡¡Es que quiero comenzar ya!! -volcó ágilmente el brick de
leche en una taza, tal y como lo haría una camarera de alto rango. -no sabes
cuánto echo de menos al escenario. A mi público. A mis músicos. No he hecho
otra cosa en mi vida…
-Lo sé, lo sé. -asentí sonriente. Sus ojos brillaban y su
sonrisa estaba más radiante esa mañana. Su hiperactividad me ponía de los
nervios. Agarré sus brazos y conseguí frenarla unos segundos. -¡tranquila!
-reí.
-¡Ay! -dio saltitos. Sacó la taza del microondas, y
ardiendo, le dio un buche. Su grito se coló por las paredes. Recordé el momento
sopa del restaurante en Francia. Sin ni siquiera quejarse, se echó un poco de
leche fría para compensar. El vapor fue disminuyéndose. -¿tú qué harás hoy?
¿alguna entrevista? -negué con la cabeza. -¿aburrida todo el día? -volví a
negar. -¿entonces?
-Tengo una cita. -su sonrisa se borró de golpe, cosa que me
hizo estallar de risa. -con tu madre. -se calmó.
-¿Qué vais a hacer? -nos sentamos en el comedor con nuestros
respectivos desayunos.
-No sé si debería contártelo. -ante un pellizco retorcido en
el brazo, lo solté.
-Vamos a ir a comprar el traje para la boda. -le dije.
Aplaudió entusiasmada. -también vendrán mi madre e Isa. Puede que Mari se meta,
sabes cómo es. -reí.
-Y Orozco. -añadió.
-¿Orozco? -pregunté.
-Ese no se lo pierde. -aseguró. Pero yo no estaba muy
convenida.
-Pero si él odia ir de compras, ¿para qué va a venir?
-Tú hazle caso a tu mujer. -me advirtió.
-Aún no lo eres… -una mirada me calló.
-Lo seré. -concluyó, dando el último sorbo a su café
mañanero. -espero que vaya bien. -deseó, levantándose. -elige uno bonito.
-susurró. Adoraba su forma de susurrar. La sentía tan cerca, tan dentro. Me
daba la sensación de que nunca se iría. Siempre permanecería conmigo. Cada vez
que murmuraba en mi oreja, el eco de su voz se extendía por mi cuerpo de la
cabeza a los pies.
Me reuní a eso de las diez de la mañana con Isa, Pepi, y mi
madre. No esperaba a nadie más, que yo supiese. Tenía la duda de si mi gran amigo
Antonio me acompañaría en ese día tan especial. No lo sabría hasta que llegase.
Al igual que Mari, que tan solo había dejado caer un "me encantaría
ir".
-¡Hombre! -resultó que llegué tarde. Todos estaban ya
sentados alrededor de la mesa de una de las cafeterías más famosas del centro
de Madrid. Mi novia se había equivocado en el pronóstico de Orozco.
-¡Perdonad el retraso! -exclamé, sentándome al lado de mi
estilista.
-¡Quita de ahí! -la voz ronca de Antonio me asustó. -¡ahí
voy yo! -replicó. En cierto modo me dio coraje. ¿Por qué Malú siempre tenía
razón? Pero por otro, me alegraba que estuviera ese día.
-Cariño, siéntate a este lad… -no la dejó terminar.
-¡Yo estaba ahí!
-Vamos, no seas idiota. -su mujer quitó el bolso del asiento
para dejarle un hueco al cantautor. Le sonreí burlona. Me sacó la lengua. -eh,
paz. -pidió.
-A que os meto dos hostias a cada uno. -amenazó mi suegra.
Me incorporé rápidamente, provocando las risas.
-Bueno, a ver, hemos venido para lo que hemos venido.
-Isabel sacó de su inseparable bolso, conjuntado a la ropa del día, como era de
esperar, una libreta. La libreta. Mi libreta. La abrió por una página en
blanco. Escribió en grandes letras "BODA". -es la primera vez que
tengo que vestir a una novia. -mordió el bolígrafo.
-¿Y a ti quién te vistió, bonita? -rodeó su brazo su marido.
-Yo no cuento. -rió.
-Fue tan memorable… -se puso nostálgico. Su esposa le
acarició la barba suavemente, mostrándole una enorme sonrisa. El resto,
embobados contemplándoles.
-¡Vamos a ello! -se impacientó mi madre.
-¿Qué buscamos? -preguntó Isa. -¿algo moderno? Había pensado
en un vestido corto verde. Irá perfecto con tus ojos.
-¡¡¡NO!!! -se levantó mi suegra, dando un golpe en la mesa.
Pegamos un bote. -¡Tradicional!
-Yo voto también por eso. -levantó la mano mi progenitora. Se
iba a liar muy gorda. Lo presentía. Me escondí con mis manos. Mi estilista
discutía con Pepi con una serie de palabras técnicas que entraban por mi oreja
derecha y salían por la izquierda.
-¿Marina? -llamó mi atención Orozco. -que tú qué opinas.
-¿Yo? Lo que digáis vosotros.
-Pero a ver, alguna idea tendrás. -aseguró Isa. -¿nunca te
has idealizado casándote?
-Sí, pero nunca me he visto vestida. -me sinceré. Las
peleonas emitieron un bufido. Yo, totalmente ensimismada, las miraba sin
prestarles mucha atención. Mis horas de sueño habían sido escasas y comenzaron
a pasarme factura. Al fin se aclararon. Habían conseguido llegar a un acuerdo.
Un punto intermedio. Una solución que convenciera a las dos.
-Algo moderno sin salir de lo tradicional. -dijo mientras
apuntaba en la libreta mi estilista. No podía hacerme a la idea del que sería
mi vestido de novia, pues no entendía mucho a cerca de moda. Era una negada. Siempre
lo había sido. Bendita Isabel.
-Vayamos a ello, Marinita. -se levantó Orozco.
-No empieces. -le advertí, alzando mi dedo índice. Él sonrió
lo más amplio que pudo. Nos fuimos perdiendo y encontrando a lo largo de las
anchas y transitadas calles de la capital española. -en serio. -repetí, al ver
que abría la boca para decir algo.
-¡Que sí! ¡solo iba a pediros que paraseis! -nos detuvimos.
-¿Qué pasa? ¿tantas mujeres juntas te abruman? -reímos ante
la gracia de Pepi. Siempre derrochando arte.
-No, no. Que me ha llamado Mari, que viene hacia aquí.
Marina, lleva mandándote mensajes más de un cuarto de hora. -caí en la cuenta
de que había silenciado el móvil. La esperamos en la Gran Vía durante unos
cinco minutos. Exhausta, cruzó la calle a nuestro encuentro.
-¡¡MARINA!! ¿PARA QUÉ QUIERES EL TELÉFONO? -vino gritando.
Una conocida firma de trajes de novia nos había dejado a
manos de una modista. Al parecer era muy alabada por el mundo del estilismo. A
Isa casi le da un infarto cuando la saludó.
-¡Estás en las mejores manos! -me dijo. La modista le
sonrió, y ella casi muere en el acto.
-¿Tengo que ponerme celoso? -le preguntó Antonio a mi
suegra.
-Igual sí. -solté una carcajada. No pude reprimirla.
Después de pasar por tantos vestidos… tantos cambios de
ropa, tantos "Marinita", tantos "quítate eso", tantos
"qué cosa más horrible"… llegamos al elegido. La prenda que habíamos
elegido entre todos. Y sabíamos perfectamente que era esa. Esa tenía que ser. Parecía
que había sido hecho a mi medida. Me quedaba como anillo al dedo. Me resultaba
indescriptible. Moderno, y sofisticado. Con ese toque tradicional que buscaban
nuestras madres, pero sin olvidar la época en la que nos encontrábamos. La
parte de arriba era de un tono negro transparente con flores de este mismo
color que hacían una especie de zigzag hasta llegar a la cintura, donde el
negro dejaba paso al blanco. Estaba segura de que era, sin duda, el traje de mi
vida.
Bufffff quiero ver el vestido de malu !!!!!! No tardeeeesss porfiiiiii
ResponderEliminarMe encanto!!!siguela pronto!!
ResponderEliminarQue traje mas bonito!! Me acabo de enamorar jajaja para cuando el 25?
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