Después de unas horas de camino, el GPS anunciaba la entrada
al acogedor y pequeño pueblo de Burgos. La carretera parecía gritarnos
"bienvenidas". Árboles y árboles decoraban nuestras vistas a los
distintos bordes del camino. Una escena muy típica de película. Giré mi vista
hacia ella. Miraba intrigada por la ventanilla. Invevitablemente se me formó
una sonrisa.
-¿Quieres mirar a la carretera?-me dijo con risilla tímida,
moviendo su melena.
-¡Todo controlado! -miré de reojo. No venía ningún coche.
Puso su dedo índice en mi mandíbula y la giró para que estuviese pendiente.
-Cualquier día verás… -suspiró.
-¿Recuerdas el día del zigzag…? -me acordé.
-Cállate, cállate. -me advirtió. -que me dejaste sola de
noche ahí en medio. Vergüenza te tenía que dar. Por favor, dejar a una joven
indefensa…
-Bueno, joven. -bromeé. Me lanzó una mirada de odio. Casi
pude ver dos llamaradas surgiendo de sus ojos. -volví en nada. -volví a la
conversación.
-Claro, en nada…
-¡Serás mentirosa! No tardé ni medio minuto en regresar.
¡Además, te bajaste tú! -me justifiqué.
-¡Escogí vivir! -gritó exageradamente. No pude seguir con el
rollo, me eché a reír. Ella me siguió, dándome pequeños tortazos cariñosos. Al
cabo de unos minutos llegamos al lugar donde pasaríamos unos días. -¿Es aquí?
-preguntó al ver que estaba aparcando. Estábamos frente a una casa muy típica
del norte. Era una calle estrecha y larga. Larguísima. En ella se encontraban
las viviendas de este tipo. Casi todas tenían ese tejado triangular. No eran
muy grandes, pero tampoco excesivamente pequeñas. Un pequeño jardín en cada
una, y un muro ante ellas de piedra. Estaba segurísima de que nuestra estancia
allí sería perfecta. -pensé que nos íbamos a quedar en un hotel o algo. -dijo,
bajando del coche.
-Prefiero cuidarte yo. -me sonrió. Se enganchó a mi cintura
como una lapa, no me quedó otra que abrazarla por el cuello.
-Me encanta este sitio. -suspiró.
-Pero si aún no lo hemos visitado… -refuté.
-¡Es simplemente el ambiente! -exclamó, dando su punto de
vista. -no ves que está todo el mundo muy tranquilo, muy a su bola. -explicó.
Solo habíamos cruzado la acera y dado unos cuantos pasos. ¿Cómo conseguía ser
tan rápida para todo?
La casera nos atendió siendo muy profesional, aunque se la
veía nerviosa. Rondaba los cuarenta, y tenía un acento muy cerrado. El pelo
cortísimo y pelirrojo, y unos ojos tan negros como el carbón. La primera
impresión fue muy buena. Parecía gentil. Nos enseñó las habitaciones y el resto
de estancias. Además de mostrarnos cómo se usaba determinados
electrodomésticos.
-Muy amable, gracias por todo. -la despidió mi chica.
-Ay, ¿no os importa que vengan mis hijos un día a veros? Son
muy seguidores… -unió sus manos.
-¡Claro! -acepté. Qué menos. Se había portado estupendamente
con nosotras. Dio las gracias como mil veces, y se marchó a su hogar. Vivía
cinco casas más arriba con su familia.
-No está nada mal. -asintió mi prometida, sentándose en el
rudimentario sofá. La decoración y el resto de muebles estaban obsoletos. Reí,
dejándome caer en él. -se ha movido todo. -carcajeó.
-¿Tan gorda estoy? -miré mi barriga. Ella negó y me besó.
-¿y este beso? -sonreí algo colorada.
-¿Ahora tiene que haber una razón para poder… -se lo pensó.
-darte amor? -volví a alzar las comisuras de mis labios, esta vez mirando al
suelo. Noté sus manos en mis mejillas. Las agarró y movió mis mofletes, jugando
con ellos como le placía. Empezó a reírse sin sentido. Yo la miraba intrigada.
Más se reía.
-Bueno… -respiré hondo. -oye, ¿damos un paseo? -propuse.
Creí que era buena idea conocer el pueblo que tanta atención me había llamado.
-Guay. -aceptó.
Era tan precioso como imaginé. Había una combinación, un
punto intermedio entre lo urbano y lo rústico de lo más curiosa. Había una zona
más rural, más de campo, y otra moderna, con pisos en lugar de casas, con
calles de alquitrán en vez de caminos de arena y piedra. Pero un paraje nos
dejó completamente enamoradas del municipio. Un río bastante ancho, con un puente
precioso que permitía el paso de una orilla a otra, y con unas montañas que
sobresalían del pueblo. Aquello no parecía ni real. Correspondía más bien a una
postal idílica. Nuestra imagen se reflejaba en el agua. Sonreímos. Éramos agua.
Tras hacernos cuantiosas fotos allí, seguimos perdiéndonos por
las encantadoras calles de Miranda de Ebro.
-Estás demasiado lejos. -dijo, desde casi la otra punta del
arcén. Me acerqué a ella con las manos en los bolsillos. Las miró sonriente.
Sabía que al menos una de ellas acabaría fuera. -vamos… -tiró de mi codo.
Consiguió que mi mano saliese y la agarró sin ni siquiera apretar. Entrelazó
algunos dedos, dejando otros sueltos. Simplemente se rozaban, sin querer, sin
pretender nada.
-¿Eres feliz? -me
atreví a preguntar. Frunció el ceño.
-¿Qué clase de pregunta es esa? -soltó una carcajada
desairada. -pues claro que lo soy. ¿No ves la cara de mongola que tengo por tu
culpa? -nuestras manos se iban cerrando a la vez, acabando nuestros dedos unidos
por completo. Sigilosamente, con cuidado. Instintivamente. Inconscientemente. Como
cuando el sol se adentra en el mar y se pierde hasta el día siguiente. Una
fusión involuntaria. Solo que en este caso, esa unión hacía magia. La vi
sonreír. -¿y tú?
-Mucho. -me limité a decir. Las palabras sobraban.
-Uno de septiembre. -dijo de repente. No sabía qué quería
decir con eso. Una fecha. ¿Pero de qué? Mi rostro de duda la hizo explicarse.
-nuestra boda. -abrí los ojos de golpe. -¿te parece bien? -habíamos ultimado
muchos detalles, habíamos elegido los lugares, el fotógrafo, las invitaciones,
pero nunca habíamos acordado la fecha exacta. Un día tan relevante como ese no
era fácil de elegir.
-¿Por qué ese día y ese mes? -pregunté. Me atraía la
curiosidad. Sabía que Malú no iba a escogerlo por casualidad. Me arrimé un poco
más a ella. Ahora nuestros brazos se enredaban y buscaban como nuestras manos.
-Septiembre es el mes en el que empieza todo. La gente
vuelve a sus hogares, vuelve a la rutina. Los pequeños se adentran de nuevo en
el colegio… Es un mes para comenzar algo nuevo, ¿no crees? -se paró. Yo también
lo hice. Nos pusimos frente a frente. Mi mente entendía fácilmente lo que
aquella voz caída del cielo le decía. Era un día perfecto para dar ese paso.
Asentí risueña. -¿te gusta? Lo sabía. -se respondió a sí misma. No dejé que
articulase más palabras. Me limité a besarla, sosteniendo su cuello. -¿sabes
por qué creo que eres el amor de mi vida? -en realidad me daba curiosidad
saberlo.
-¿Por qué?
-Porque me enamoras cada día. -sonrió. -cada vez que me
levanto es como si no te conociese. Todos y cada uno de mis despertares son
diferentes. Y al acostarme, he aprendido nuevas cosas de la vida. Y de ti, por
supuesto. No sé, es como si tratases de gustarme siempre.
-Siempre lo hago. -corroboré. -o al menos lo intento.
-Lo consigues, idiota. -me abrazó, reposando su cabeza en mi
hombro. -estoy muy cansada. -dijo. Demasiados metros para estar recuperándose.
-Ya nos vamos. -pero antes de que diésemos un paso si
quiera, un coche pitaba asomándose por la curva. Corrimos riéndonos a la acera.
-¡¡Tened cuidado!! -nos advirtió. Pero nosotras seguíamos
dando carcajadas. Terminé embobada. Atontada. Su rostro bajo las luces de las
farolas era más precioso si cabía. Y me quedé sin decir nada, sin moverme.
Simplemente la observaba. Tantas veces había conseguido sacarme del mundo para
dejar de hacer todo, para hacer nada. Para mirarla únicamente. Y entonces mi
mirada se situó en una de las partes más bajas de su cara, por no decir el fin
de ella. Y puede que solo fuera una recta más. Que fueran dos puntos unidos.
Que fuese una simple y regular raya. Pero yo sabía que no. Era un horizonte. Un
horizonte que separaba el cielo de la tierra. Esa mandíbula
que al sonreír se tensaba más que las cuerdas de mi guitarra. El fin de su
sensual y fino cuello. El principio de un rostro dulce, mágico, tierno. Único,
inigualable, perfecto. Y siguiendo el camino encontré su oreja, sensible a mis
mordiscos y besos. Y retorné y volví por donde anduve, topándome pues con su
barbilla, que formaba un triángulo, un triángulo de las bermudas. Ese triángulo
sin salida, sin escapatoria. Cada vez que llegaba me perdía y nunca supe cómo
salir de él. ¿Que por qué? Porque yo era esclava de esa línea infinita.
la novela esta bn pero me gustaban mas los capítulos anteriores, los del atropello, tenían mas intriga y creo q todo va demasiado perfecto, podrían discutir alguna vez o algo
ResponderEliminargracias y no dejes de escribir nunca y no dejes de escribir sobre malu