No era la primera vez que detenía
el pulso de mi corazón. Era algo a lo que estaba acostumbrada. Siempre me
sorprendía. Buscaba miles de formas para hacerlo. Esa especialidad era única en
ella. Consiguió silenciarme. Parar por completo mi sistema circulatorio.
Robarme todo el oxígeno que necesitaba para vivir. Quise asegurarme de que no
era una ilusión mía. Que esa voz angelical, dulce y desgarradora a la vez,
había sido real.
-Cariño… -susurré, casi no se oyó.
-¿has…dicho algo? -vi como su sonrisa se esbozaba muy pacientemente. Un chorro
de vitalidad se extendió como la pólvora por mi cuerpo. Ni si quiera podía
llamar a los médicos. Sus ojos aún seguían cerrados, pero su boca indicaba que
algunas partes de ella ya estaban activas. No quería separarme de ella. Apreté
su mano. Noté como lentamente cerraba los dedos para agarrármela.
-Marina, ¿qué ha pasado? -de
repente parecía asustada. -¿dónde estamos? -quiso incorporarse. Puse la mano en
su pecho para que no lo hiciese.
-Tranquilízate. -le pedí. Acerqué
mis ojos a los suyos. -te vas a poner bien. -dije casi en una promesa. Pareció
calmarse un poco.
-Dime qué ha ocurrido… -mostraba inseguridad,
nada natural en ella. Llamé a los médicos. No quería hacer algo de lo que luego
me arrepintiese. Sonrieron al ver que Malú ya no era un simple cuerpo. Me
apartaron de ella, pero mi chica me agarró el brazo con fuerza.
-No me iré a ningún sitio. -le
dije. Estaré al otro lado de la puerta. -besé su mano y me marché tras los
ruegos de los doctores. Me costó hacerlo. No quería separarme de ella. Me apoyé
en la misma pared de la habitación. Me tocaba esperar con la mirada en el techo.
Ni era de noche, ni era de día. Era esa hora entre el final del día y el
principio de otro. Entre la oscuridad y la luz. Era justamente una metáfora de
lo que vivíamos. El final del coma, y el inicio de la recuperación. Había
estado empapándome de estudios sobre el coma en las horas muertas del día. Leí
cosas tan horribles como mágicas. Y aún recuerdo una anécdota que encontré. Un
hombre despertó cuando su mujer le informó de que su equipo favorito de fútbol
había ganado la liga. Me quedé tan fascinada ante tal hecho que se me grabó en
la mente.
-¡Ha despertado! -informé a sus
padres, completamente dormidos tras el teléfono.
-¡AY DIOS! -oí de fondo a Pepi,
tras el suspiro rompedor de Pepe.
-¡¡En seguida vamos!! ¡Ahora aviso
a José y a tu madre! -colgaron. Estaban contentísimos. Yo sí que lo estaba.
Tenía tantas ganas de volver a verla… y solo habían pasado cinco minutos desde
la última vez. Sus padres llegaron corriendo por el pasillo, como si de una
maratón se tratase. Abrieron los brazos para estrujarme. Y por supuesto que lo
hicieron. Con vuelo incluido.
-¿CÓMO ESTÁ? -preguntó su madre
alterada.
-Le están haciendo pruebas. -dije
nerviosa. Aún no me había recuperado de aquel susto tan agradable.
-¿Te han dicho algo? ¿Sabes que…?
-Eh, eh. De una en una. -reí. -se
han encerrado ahí y no han salido para nada.
-Vaya… -su madre intentaba mirar
por la persiana. Pero sabía que era inútil, yo misma lo había hecho hacía unos
minutos. Solo se veían espaldas verdes.
Después de dos o tres horas realizándole
pruebas, preguntas y demás, salieron de
la habitación con una gran sonrisa.
-Estamos muy sorprendidos. -aquello
nos llenó de alegría. -al principio no recordaba mucho, pero hemos ido
contándole poco a poco lo que le ha pasado, y ella misma recordaba cosas. Aún
quedan restos de medicamentos en su cuerpo, por eso no tiene muchos reflejos y
le cuesta enfocar la vista y caminar. Se está recuperando muy rápido. Es una
gran noticia. -le escuchábamos entusiasmados. Ya sabíamos lo fuerte que era. La
garra que tenía. La capacidad de superación que había conseguido después de
tantos años en el mundo. -ahora está durmiendo. Los primeros días lo hará
durante muchas horas. Es por el coma inducido. Siente cansancio todo el tiempo.
-¿Algo más? -quiso saber el padre
de Malú.
-Nada más. Mucha paciencia con
ella, como ya dije. Esto no es cosa de dos días… -nos advirtió. -pronto estará
en casa, eso sí. -sonrió. -y ahora, si me disculpáis… -se hizo camino entre
nosotros, rompiendo la línea imaginaria que ocupábamos. José abrió la puerta
despacio.
-Qué alegría ver que al menos se
ha movido. -rió. -duerme de lado. -me puse tras él para bichear. Solo podíamos
verle el pelo, pues descansaba hacia el lado contrario a nosotros. Pasé por
debajo del brazo que aguantaba José en el marco y me colé dentro. -¡eh!
-Sigue siendo mi turno. -reí,
sentándome en la silla y tomando su mano, como cada día. Mi cuñado sonrió y
cerró la puerta en las narices de su madre. Oí un tortazo. Me dolió hasta a mí.
Se me escapó una carcajada. La observé. No se había enterado. Menos mal. Seguía
en la misma postura, descansando todo lo que se merecía.
Pasé horas embobada. Cada gesto
que hacía significaba tanto… Después de verla inmóvil durante días, una simple
carantoña me hacía estremecer. Un manotazo al aire. Un movimiento involuntario
del pie. Hasta que por fin, parpadeó un par de veces. Me acerqué lentamente a
su rostro. Tampoco quería asustarla.
-Buenos días, enfermita. -sonreí.
Acarició mi mano con su pulgar. Su sonrisa me golpeó. Era tan perfecta… No la
recordaba tan bien como pensaba. Me dio un vuelco el estómago. ¿Cómo podía
alumbrarme tanto con un solo movimiento? Besé su mejilla.
-Mh. -soltó, haciéndome reír. -tu
risa… -murmuró. La miré de golpe.
-¿Qué le pasa? -volví a hacerlo.
-Era de las pocas cosas que me
gustaban oír cuando estaba…
-¿Me escuchabas? -al fin lo
sabría. La de cosas que le conté con esa incertidumbre…
-Claro. -afirmó. -solo que no
podía hablar para contestarte. Estaba demasiado sobada, ya sabes cómo me gusta
dormir. -bromeó. Su maldito sentido del humor… lo echaba de menos. No paraba de
besarle las manos. -te encanta babearme, eh. -reí. -eres peor que Danka.
-Te has pasado. -me puse seria. Rió
débilmente. Con ganas pero sin fuerza. Carcajadas agudas. -hablando de la
"perra" de Roma… está muy triste. -tras reír el chiste, torció el
gesto.
-Tengo ganas de volver a casa.
-confesó.
-Y yo de que vuelvas, amor. -le
susurré.
-Oye, siento mucho el accidente.
No tenía que haberme puesto así… -no dejé que siguiera, poniendo mi índice en
sus labios.
-Ahora lo importante es que te
recuperes. -recalqué. -además, si alguien tiene la culpa de ello, soy yo.
-No. Me niego. -empezaba a
alterarse.
-Eh, quieta. Por favor. -le rogué.
-vuelve a tumbarte. Tienes que reposar.
-Ah… -gimió de dolor. Se miró la
muñeca. La había forzado para levantarse.
-¿Ves? -le cogí el brazo afectado.
Miré la venda. La acaricié con cuidado. Apreté un poco. -¿duele?
-No, no. Solo ha sido el momento.
Tranquila, mami. -bromeó. Se había despertado con ganas de tomarme el pelo…
como siempre. Era mi Malú. Mi Malú de siempre. Esa que me hacía renacer, que me
enamoraba con una simple mirada, que se escondía bajo las sábanas cada mañana,
que me hacía callar con besos inesperados. Esa Malú que había cambiado por
completo mi forma de ver la vida.
-¿Tienes hambre? Puedo pedirle al
médico que…
-No, no. Déjate. -dijo. Raro en
ella. -tengo de todo menos apetito. El hospital sabes tú que no me gusta mucho.
-Para no gustarte llevas varios
días aquí.
-Ag, calla. -agarró mis
mandíbulas, empujándome hacia el placentero filo de sus labios. Los besé
despacio, dulcemente. Un cortocircuito alteró por completo mi cuerpo. No me
esperaba aquella reacción. Ni en sueños habría imaginado aquel despertar suyo.
Fue como si no hubiese ocurrido nada… Era una persona increíble. Se salía de
los moldes de la palabra "humana". Era una mujer extraordinaria.
Estaba tan enamorada de ella…Quererla era poco… La amaba sintiendo que las
venas se estrechaban hasta desangrarme. La adoraba como si fuese la única mujer
en el mundo. Era la única que realmente me hacía olvidar el mundo.-¿has
olvidado cómo besar, tonta? ¡mueve esos labios!
No se decrivir lo k siento no pares de escribir porfa es realmente preciosa me estoi enamorando de.........
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