Mi móvil parecía que había vuelto
atrás en el tiempo. Como si de repente hubiese ganado "La Voz" otra
vez. No paraba de sonar. Una y otra y otra vez. Era un agobio. Nuestros amigos,
que eran tantos…, no querían perderse un detalle del estado de salud de Malú. Y
es que nos había cambiado la vida a todos.
La llegada de Li al hospital fue
muy especial. Muy especial porque se echó a llorar al verme. Me abrazó como
pudo.
-¿Cómo lo llevas? -me preguntó.
-Lo intento sobrellevar... -reí. -¿y tú? -le sequé
las lágrimas.
-Bueno, ya estoy mejor. He pasado
unos días chungos…
-Sí, ya sé… -me lo imaginaba.
-Si no, hubiera venido antes.
-volvió a achucharme. -lo siento.
-Tranquila. Tienes que ocuparte de
otra personita más importante. -palpé su barriga.
-No puedo pasar a verla, ¿verdad?
-bajó las cejas tristemente.
-Se supone. -sonreí. -cuando esto
esté más despejado de médicos te cuelo. -le guiñé el ojo.
-Pero si ellos dicen que no tenga
visitas… será porque es mejor para ella. Deberías hacerles caso.
-No quieren visitas porque esto se
colapsaría, y no quieren. -argumenté, mirando de un lado a otro. No había moros
en la costa. Agarré el brazo de Li y nos metimos en la habitación, donde estaba
José contándole una anécdota de cuando eran pequeños.
-¡Como te pillen verás! -exclamó
asustado. -estás hecha ya una experta.
-Cállate, anda. -bromeé. Miré a
Lidia. Su cara de impresión era un poema. La verdad es que al principio costaba
hacerse a esa imagen de Malú. Porque no era Malú, vaya. Era todo lo contrario.
-Joder… -se llevó las manos a la
boca. Acaricié su costado, rodeando su espalda. La llevé a su lado.
-Os dejo a solas. -susurró mi
cuñado, que salió por la gruesa puerta.
-Ma…malú. -tartamudeó. -¿me oye?
-me miró. Sus ojos estaban entristecidos, pero brillaban.
-Nadie lo sabe. -me encogí de
hombros. -pero yo le hablo siempre, por si acaso. -se quedó callada, observando
muy atenta a mi prometida. Le agarró con cuidado la mano y la llevó a su
barriga.
-Está creciendo. -sonrió. -espero
que puedas notarlo. -deseó. -no para de moverse. -yo también me preguntaba si
notaba algo. Si llegaba a procesar algo de lo que le decíamos. Si sentía que la
estábamos apoyando.
No estuvimos mucho tiempo allí, por miedo a
que nos pillasen. Li y yo hablamos durante un buen rato en la cafetería. A
penas había gente. Unas cinco personas sentadas alrededor de la barra.
Después de marcharse, encontré a
mis suegros y a mi madre en la sala de espera. José debía seguir junto a su hermana. Al lado de ellos, una
ropa amontonada. Pepe jugaba con un objeto muy pequeño en la mano.
-Toma. -en el centro de la palma
de su mano había un anillo. El anillo. Ese que se ahogó entre lacasitos. Ese
con el que le había pedido matrimonio. -lo llevaba el día del accidente. -miré
la ropa. Era suya. Lo guardé en mi bolsillo con cuidado. Agradecí que me lo
dieran, y me senté junto a ellos. -puedes llevarte su ropa y dejarla en casa.
-acepté con la cabeza. La cogí. Aún olían a ella. La abracé. No me separaría de
esas prendas hasta dejarlas en buen lugar.
-Nosotros nos vamos a descansar.
-me dijo Pepi, se levantaron de sus asientos. Menos mi madre, que seguía
bebiendo café.
-Yo me quedo contigo, cielo. -me
informó.
-Está bien. -dije. Y me despedí de
mis suegros. Llegó el silencio y la incomodidad de estar a solas con mi madre.
Un hecho que no debería producirse, porque era mi madre, básicamente. Pero
bueno, nuestra relación había tenido muchos baches. Era muy extraña.
-Pronto la tendrás en casa.
-rompió el hielo. -seguro. -asentí desganada, sin llegar a mirarla. Todo
aquello era demasiado duro para mí. ¿Por qué la vida se comportaba tan mal
conmigo? ¿Por qué? ¿Alguna vez conseguiría ser feliz del todo? ¿O jamás dejaría
de darme golpes? Empezaba a cansarme de sufrir tanto. A mí no me funcionaba eso
de "lo que no te mata te hace más fuerte". Era tan débil. Tan
sensible. Y desde que nací no he parado de estamparme ni un solo momento. Tiré
la servilleta cabreada al vaso de café que tenía en la mano. -¿qué ocurre?
-acarició mi muñeca. Me aguanté las ganas de llorar.
-Estoy harta… -mi voz se quebró. Me
levanté enfadada e intenté salir corriendo, pero ella me frenó, tirando de mi
brazo. Un recuerdo me vino de golpe. Era pequeña, no tenía más de 5 años. Iba a
cruzar la carretera, mi madre tiró de mi extremidad de la misma forma. Cuando
entonces, un coche a toda velocidad pasó delante de mis narices.
-Eh, tranquila. -me abrazó,
intentando calmarme. -está mucho mejor, se va a poner buena enseguida. No
llores.
-No es por eso. Es por todo. Es
por este maldito mundo… Todo me tiene que pasar a mí. Todo.
-¿Estás ya mejor? -me preguntó,
dándome el tercer vaso de agua.
-Sí. -aunque en realidad solo
tuviese ganas de encerrarme en la habitación de Malú y mirarla hasta aburrirme.
Me sequé el sudor de la frente con mi propia camiseta.
-Hola. -en el pasillo apareció
Úrsula. Me extrañó demasiado que no viniese con Vanesa. Parecía nerviosa.
¿Habrían discutido? -no, no te levantes. -me dijo amablemente. Se sentó a mi
lado y me dio dos besos. Mascaba chicle muy rápido, eso me desquiciaba.
-Bueno, yo voy a estirar las piernas.
-intervino mi madre, que se marchó nada más decirlo.
-¿Cómo estás? -preguntó
preocupada. -ya me lo imagino. -se contesté ella misma. -¿y ella?
-Evoluciona. -moví la cabeza de un
lado a otro.
-Eso está bien. -movía sus piernas
rápidamente, haciendo sonar los tacones en el suelo.
-¿Te pasa algo? -me atreví a
preguntar, mirando sus zapatos. Rió.
-Sí. Pasa que te tengo que contar
una cosa importante. No sé por qué me río, no tiene ninguna gracia. Pero bueno.
Joder. -empezaba a asustarme.
-¿Qué le has hecho a Vanesa?
-intenté hacer de adivina.
-No, no es Vanesa. Vane está
perfecta. -el chicle desapareció. O había dejado de masticarlo, o se lo había
tragado. -verás… probablemente ésta sea la última vez que hables conmigo.
-Me estás… -me cortó para seguir.
-Quiero que sepas que lo siento
mucho. Siento vivir sin pensar.-aquella frase se quedó colgada en mi mente,
rebotando por las paredes de mi cabeza. Me aterraba la idea de una mala
noticia. Otra más…
-Estoy pasando por los peores días
de mi vida. Espero no tener que aguantar otra mierda más. Así que más vale que
no me enfades demasiado. -sonó borde. Demasiado borde. Pero mi situación, mi
estado de ánimo, y mi cansancio acumulado, rebozaban los límites. El resto me
daba igual. Solo me importaba ella.
-Entiendo. -zapateó aún más
rápido. Giraba su vista a lo largo de la sala. Evitaba mis ojos verdes.
-Cuando quieras. -me crucé de
brazos. Lo cierto era que al principio no me gustaba nada esa mujer. Pero se
había ganado mi confianza conforme la fui conociendo. Me demostró que no era la
persona que creía. Si ahora estaba a punto de confirmarme que tuve razón, que
esa primera impresión sobre ella era correcta, me sentiría la chica más
estúpida del mundo por no dejarme llevar por mis advertencias. ¿Qué demonios
tenía que decirme?
-Ramira es mi hermana. -dijo,
mordiéndose el labio.
-¿QUÉ? -enfurecí. Me levanté de un
tirón de la silla y me llevó las manos a la cabeza. No podía creerlo. ¿Había
alguien de mi lado? ¿O todos pensaban ir contra mí?
-Déjame que te lo explique.
-respiraba aceleradamente.
-No me digas que tú estás detrás
de eso. Por favor. No me jodas. -que fuera su hermana no significaba nada.
-Sí… fue idea mía. -sus palabras
me hirieron. Destrocé el vasito marrón de café.
-¿POR QUÉ? ÚRSULA, ¿POR QUÉ? ¿QUÉ
TE HEMOS HECHO? O sea, flipo. Tus hijos se llevan bien con nosotras. Te los
cuidamos… Pensé que te caíamos bien. ¿POR QUÉ ME HAS HECHO ESTO? -no podía
entenderlo. No entendía su traición.
-Marina, por favor, siéntate.
Déjame que te lo cuente todo, y luego si quieres desaparezco para siempre.
-Ojalá nunca hubieses aparecido…
-suspiré, deseándole todos los males del universo.
Dios!! Cada vez esta mas interesante!! Siguela y no dejes de escribir que lo haces genial!!��
ResponderEliminarque intigaa!!! proooximo yaaa por favooor, escribes de lujo
ResponderEliminarEres especial escribiendo me encanta sin duda la mejor novela q estoi lellendo sigue y capi pronto
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