Mi dedo se movió ágil por las infinitas
pantallas del teléfono, buscando el botón de llamadas. Solo veía aplicaciones y
aplicaciones que inútilmente usaba. No sé cuántas veces pasé por la misma
pestaña. El menú me volvía loca. Entonces recordé que lo tenía también en la
página de inicio. Me hubiera venido bien un buen golpe en la cabeza en ese
instante. La tecnología nos vuelve tontos.
-¿Qué ocurre Natalia? -pregunté.
Sollozaba. -Eh, ¿qué ha pasado?
-Vanesa es lo que pasa. -y dicho
esto, se perdió en un mar de lágrimas. Lloraba a través de la línea mientras se
disculpaba una y otra vez. Decidí quedarme en silencio y esperar a que lo soltase
todo. Tragué saliva y bebí un poco de agua. Comenzaba a asustarme, aunque ya lo
estaba viendo venir…
-Siento que tengas que aguantar
esto, pero llevo cargando mucho tiempo y es la primera vez que me desahogo. -la
oí suspirar. -sabes que Pedro no es muy cariñoso. -reí al recordar lo despegado
que era. Iba a su bola.
-Sí, ya.
-Lo hablé con él y me dijo que no
me tomara las cosas tan a pecho. ¡Oh! ¡Cómo para tomárselo a risa! ¡Siempre tan
calmado! -se me escaparon unas carcajadas.
-Bueno, cuéntame. -me acomodé en
el sofá, sosteniéndolo con el hombro. Tal y como preveía. El tema que le
preocupaba era el mismo que el mío. Nos íbamos a poder apoyar mutuamente.
Vanesa y su nueva amiga. Es duro hacerte a la idea de que la persona que
imaginaste que no estaría con otra persona que no fueras tú, encuentre de
repente alguien. Eso lo sabía. Había estado años pensando que lo nuestro no
tendría fin, como cualquier loco enamorado a esa edad. Y parecía que ella
también lo sentía. La verdad es que nuestro desenlace fue rápido. Igual que un
carnicero corta un trozo de solomillo. Un corte seco. De raíz. Aunque luego
diera unas cuantas vueltas, todo sucedió de forma acelerada. Pero si su propia
tía estaba inquieta por su romance repentino, no eran pájaros míos. Era real.
-Que a mí, que tenga esa edad,
pues mira, me asusta un poco y no creo que sea bueno, porque ella está
acercándose a los treinta, y si se une a Úrsula, pues vivirá como si tuviese
cuarenta. Las cosas como son... -al fin se calmó. -pero si mi sobrina quiere
eso, pues ala. Yo no voy a impedirle nada por la edad. Es mayorcita para darse
cuenta de lo que pasa.
-Si te entiendo, pero que Vanesa
está ciegamente enamorada, y por muy madura que sea…
-Ya, ya… -suspiró. -me entendió
antes de que me explicara. Era una de las mejores cosas de Natalia. Hablar con
ella era tan fácil como sacarle punta a un lápiz. -es que, a ver, puede estar saliendo
con la mujer ésta, pero no abandonarnos por completo. Pasa de nosotros, de
nuestros consejos.
-¿Y lo de que la ha encontrado por
internet…?
-Eso me cabrea mucho, ya le
rogamos que no se registrara en una página de citas, si quería conocer gente por
la red que lo hiciera en twitter, o en sitios así. No directamente a ligar…
-No conseguiré comprender las webs
de citas online… nunca. -confesé.-Porque simplemente es todo tan… superficial.
Cuelgas un perfil, una foto, y dices lo que buscas. Alguien que cree ser esa
persona ideal que quieres te habla de repente, y surge el amor. ¿Cómo puede
surgir el amor? ¿Se le puede llamar así? No lo entiendo. Es como crear el amor,
forzarlo. No me gusta.
-Tú siempre tan ñoña. -replicó.
-pero tienes toda la razón. -reí. -¿qué crees que podemos hacer…?
-Nada… Esperar. También puede ser
que nos equivoquemos y esa Úrsula sea buena para Vane.
-Mh… -no parecía de acuerdo
conmigo. Oí el rugir de un coche, y poco después, el sonido de unas llaves
hasta encontrarse con la cerradura. La puerta cedió. Allí estaba ella, con una
pequeña sonrisa, y muerta. Completamente muerta. Vino cojeando hasta tirarse a
mi lado en el sofá. Me besó, se tumbó, y dejó caer su cabeza en mi pierna.
Acaricié su pelo. Estaba húmedo.
-¿Ha llovido? -susurré.
-No, es de la espuma. -dijo. -¿con
quién hablas?
-Natalia. -volví a decir bajito.
-Oye, Marina, ¿hablamos en otro
momento? Han llegado dos mesas y para variar, Vanesa no está aquí.
-Vale, tranquila. Buenas noches,
que vaya bien. -me despedí y colgué tras escuchar su contestación. -Ya está
cie… -la miré. Estaba dormida. Solté una carcajada. ¿Cuánto había tardado en
sobarse? Era peor que un niño pequeño. Me agarró la mano fuertemente,
girándose. Respiré hondo y eché mi cabeza en el sofá. Cerré los ojos.
-Cari, ¿te has dormido? -se
desveló a los cinco minutos.
-La que se ha dormido has sido tú.
-carcajeé. -anda, vamos a la cama antes de que te vuelvas al mundo de los
sueños. -tal y como estaba sobre mí, pasé mi mano por debajo de sus dos piernas
y me levanté. La llevé en brazos hasta el dormitorio. -te pesa el culito. -dije
casi ahogada. No es que pesara una tonelada, pero su peso y el mío estaban más
o menos igualados.
-Perfecto. -suspiró al encontrarse
el colchón bajo su cuerpo. Se giró hacia su derecha y cerró sus párpados.
-¿No piensas ponerte el pijama?
-le pregunté, acurrucándome a su lado. Pero no me contestó. Su boca se
entreabrió, pero no recibí respuesta. Reí. Qué frágil parecía así.
Apenas hacía unas horas que el sol
había aparecido, cuando unos gritos nos despertaron. No eran de terror, ni de
amenaza. Eran gritos tan agudos que taladraban el subconsciente. Cargados de
energía que nosotras no teníamos. Abrieron la puerta del dormitorio
bestialmente.
-¡¡Todavía así!! ¡Hay que ver
estas niñas!
-Ay, bueno, tampoco es tan tarde…
-¿A quién se le ocurre darle las
llaves a tu madre…? -le susurré.
-Eso digo yo… -bostezó,
escondiéndose bajo las sábanas. Mi progenitora acompañaba a la suya. Se acercó
y se sentó en el borde de la cama. Mi cabeza seguía bajo la almohada.
-Hoy os vamos a llevar a los
restaurantes que hemos pensado para la boda. -me acarició el pelo que
descansaba sobre mi espalda. Todo enredado.
-¡¡Pero María Lucía Sánchez!!
¡¡Sal de ahí abajo ya que no tienes 3 años!! -chillaba.
-Mamá… te odio. -dijo en un
susurro que solo yo oí, pues Pepi seguía pegando gritos sin ton ni son. Salí de
mi escondite y mi madre me dio un beso en la mejilla. En el espejo del armario
vi que había dejado la marca, como siempre. Ambas se acercaron a éste. Lo
abrieron y empezaron a opinar sobre nuestras prendas del día a día. Me dirigí a
mi chica. Quité la sábana poco a poco y le sonreí. Me contestó con una plena
sonrisa que abarcaba todo su rostro. Le di un pequeño beso.
-Buenos días cariño. -le dije.
-Así si me levanto. -alzó la voz
para que la oyera Pepi. La miró de reojo. Nos reímos. Se tiró sobre mí,
rodeando mi cuello.
-Por favor. Mira que son
empalagosas. -bufó su madre. Cambiamos el ruido de sus gritos por nuestras
carcajadas.
-¿Pero a ti qué te pasa hoy? -la
miró mi madre.
-Nada, nada, que hay una boda que
preparar. -parecía algo agobiada con el tema.
-Relájate mamá, aún ni si quiera
tenemos fecha. Tienes todo el tiempo del mundo para organizarte. -la abrazó
tiernamente por detrás.
Mi madre, al ver que Pepi iba a
organizar la ceremonia, no quiso quedarse atrás. Se interpuso y aseguró que
deseaba prepararla con ella. Decía que lo necesitaba. Era una forma de
"recuperar el tiempo perdido". Se sentía mal por haber estado tantos
años sin mí. Por dejarme abandonada, prácticamente. Por todo lo que me había
hecho pasar. Y si eso le hacía sentir mejor, adelante. Se trasladó a Madrid, al
piso de mis suegros. Vaya tres juntos…
-¿VAIS A BAJAR HOY O MAÑANA? -no
podía faltar el inigualable José de Lucía.
-Mañana si eso. -bromeé,
asomándome por la barandilla del
pasillo.
-¡¡CUÑI!! -ya empezaba.
-Marina, ponte esto. -me señaló
una ropa mi madre.
-Mh, no pega. -opiné. -con esta
camiseta mejor. -saqué una en tonos verdes.
-¿Desde cuándo sabes tú tanto de
moda? -me preguntó ingenua. -si de pequeña te ponías pantalones rojos con
zapatos rosas… -me reí. Qué hortera era.
-Para eso tengo una estilista,
mamá. -se le enterneció el gesto. No conseguía acostumbrarse a esa palabra.
Nos subimos al coche de José y
recorrimos medio Madrid. Visitamos a lo largo del día unos catorce
restaurantes. Probando diferentes menús en cada uno de ellos.
-Mira, yo ya no puedo más. -dije
dando tumbos hacia el vehículo.
-¡Aún nos faltan dos! -exclamó
Pepi mirando el mapa que ella misma se había currado. Se estaba tomando esto
muy en serio.
-¡Qué blanda eres! -José me dio
una palmetada en la espalda que casi me hace devolver todo lo devorado. Hice un
gesto de arcada. -¡Tía! -rió.
-Mongolo, que me quedo sin novia.
-lo insultó su hermana.
Y sí, seguimos yendo a más, a
pesar de mi fatiga y malestar. No estaba acostumbrada a comer tanta cantidad.
Aunque solo probáramos un poco de cada, fueron catorce. CATORCE. Catorce
poquitos suman un "muchito". El quinceavo recinto pintaba bien. Un
jardín nos recibía. En él había una fuente, imitando a la famosa italiana
"fonte de trevi". Una enorme puerta, parecida a la de un castillo,
daba paso al salón. Era muy amplio. Al final de éste había un escenario
bastante grande para ser un restaurante. Había un centenar de mesas redondas, y
una larga a la izquierda. A la derecha había otra impactante puerta que daba a
un patio. Pequeñas fuentes decoraban los laterales. Había un bar al final de
éste. "La barra libre que no puede faltar en una boda", dijo el
encargado.
-Me encanta este sitio. -Malú
pensaba como yo. Nos sirvieron tres menús. Podíamos intercambiar los platos y
combinarlos como quisiéramos. O elegir uno de ellos.
-Qué aproveche, cuñadita. -le
devolví una mirada cargada de odio. -sabes que te amo.
-Lo sé, lo sé…
P.S.: Fontana di Trevi es en italiano (asì queda mejor!) =)
ResponderEliminarEsta novela me tiene enganchada desde hace pascua, que brujeria es esta?
GENIAL COMO SIEMPRE! ♡