Y se fue por donde se iban todos
los asistentes de la firma. Se fue tan contenta como ellos. Y yo me quedé allí,
con una sonrisa estúpida que me duraría para siempre. O eso era lo que sentía.
La gente se había quedado tan sorprendida como yo. Y es que nadie se esperaba
aquello. Yo menos.
-Estarás contenta… menuda novia.
-me susurró una mujer de mucha edad.
-Sí. -reí mientras le firmaba.
Cuando la cola finalizó habían
pasado ya cinco horas y media. El cielo estaba completamente oscuro. Bajé los
escalones, los seguratas me rodeaban. Parecía una peli de tiroteos. En
cualquier momento alguien me dispararía. Podía sentirlo. Me reí yo sola. Vi a
Malú junto a Mari, recostadas en la valla.
-¿Se os ha hecho muy largo? -les
pregunté. Me abrazaron. Aunque de Malú me llevé algo más que un achuchón.
-¿Y tú como tienes la mano?
-intervino la gran cantante del momento.
-Si me la arrancas, te lo
agradezco. -sonreí.
-Vaya, esta noche no hay folleteo.
-comentó Mari. Mi chica y yo nos miramos con los ojos saltados, aguantando la
risa. Se nos acumularon las carcajadas en los pómulos.
-Tengo otra mano… -dije yo. Y ya
no pudimos retener más la risa.
-¡¡QUÉ!! ¿VAMOS A CELEBRAR EL
DISCAZO? -mi representante parecía de lo más animada. Empezó a saltar de camino
al vehículo.
-¿Qué le has dado? -me susurró mi
chica, agarrándose a mi cintura.
-¡CHUNDA CHUNDA! -gritaba. -¿NOS
VAMOS DE PARRANDA?
-Invéntate algo. -le pedí en la
oreja.
-Eh… Mari, tranquila. -le dijo,
subiéndose en el coche. Yo me acomodé en el asiento del copiloto. En cuanto se
sentó, alzó el volumen al máximo. Me tapé los oídos. -¡¡BAJA ESO!!
-¡Estás loca! -chillé, buscando el
botón de "VOL -". Pulsé repetidas veces hasta que se calmaron mis
tímpanos. De pronto se tiró hacia el volante. Como si la hubiesen empujado.
-¿estás bien? -acaricié su espalda. Levantó la cabeza lentamente.
-Me voy a separar. -dijo. Fue como
un estacazo directo al corazón. Giré un poco la mirada hasta encontrar la caída
imagen de mi chica en el asiento trasero. Se acercó hasta ella a darle el apoyo
que creíamos que necesitaba. Supongo que poner mi disco a tope era una forma de
desconectar. Una sábana para sus problemas. Un abrigo para el frío de su
corazón. -bueno, ya está de sentimentalismo. -arrancó el motor.
-Vente con nosotras. -la invitó mi
prometida. -celebramos el disco.
-No, no, no quiero molestar. -se
limpió unas cuantas lágrimas y se puso en camino.
-Va, vente. -la animé. -¡te haré
mojitos!
-¡¡Entonces sí!! -y giró el
volante bestialmente para salir del aparcamiento.
Nada más llegar a nuestro acogedor chalet,
Mari nos contó su historia. Se sentó en medio de nosotras, en nuestro sofá,
calentado previamente por Danka. La perra también parecía entenderla. Se sentó
en sus pies.
-¡Quita! -le gritó. No le hacían
mucha gracia los animales. -¡Ay, quitármelo!
-Va, Danka, vete. -le rogó su
dueña, acariciándole el lomo, como tanto le gustaba.
-Mira, no soy feliz con él.
-resumió tras contar las cuantiosas idas y venidas del matrimonio. Tras la
pérdida del bebé que nunca llegó a nacer, las cosas se complicaron. Su marido
se envició a las máquinas tragaperras. Lo echaron del trabajo por llegar tarde
en más de una ocasión. Lo único que hacía era refugiarse en un bar con amigos y
beber alcohol hasta las tantas. -me tiene abandonada. -concluyó, tomando la
última gota de mojito. -intentamos arreglarlo con un viaje… pero para qué. Para
nada. Siento que no me quiere… Os veo a vosotras y… dais asco, putas. -ya
tardaba. Reímos. -es que yo quiero una Marina… o una Malú… yo quiero que me den
sorpresas, que me tapen cuando tenga frío, que me cuiden. O al menos que me den
la mitad de lo que yo doy. -terminó.
-¿Y cómo se lo ha tomado? -se
interesó.
-No quiere. Y normal… él no tiene
nada. Solo yo. En el fondo me da lastimita… no sabe ni hacer de comer.
-Ya… claro. Supongo que después de
tantos años… -fui empática.
-El cariño está ahí… -resopló.
-pero yo necesito alejarme de él.
-Tienes que mirar por ti, claro
que sí. -la animó, acariciando su pelo. -¿otro? -le preguntó, señalando el
vaso.
-No, no. Yo me voy ya. -se
levantó.
-Puedes pasar aquí la noche. -me
ofrecí.
-Muchas gracias, pero tengo que
poner la lavadora… y esas cosas. -rió. Sonaba a excusa barata. -no os
preocupéis, él se ha ido a casa de su tía. No tengo que verlo ni nada. -eso me
aliviaba.
Salió por la puerta y se montó en
ese mini tan extremadamente pequeño y que tantos tumbos había dado. Se despidió
con unos cuantos golpes al claxon y se alejó hasta que la perdimos de vista. Y
cómo no, mi cabeza empezaba a pensar en ella.
-Me da mucha pena. -confesé,
volviendo al salón.
-La vida es así. -dijo ella,
tirándose de lleno en la alfombra. Sus perras se acercaron para darle mimitos.
O para recibirlos.
-Sí, la vida es un poco mierda
cuando quiere. -solté. Se quedó en silencio, dejándose querer por sus mascotas.
Sonreí mirándola. -¿las quieres más que a mí?
-Serás celosa. -murmulló.
-Es verdad, yo también quiero
amorcito. -dije agudizando mi voz y poniéndole ojitos. Siguió acariciando a sus
animalitos. -joder, no es justo.
-¿A qué duermes en el sofá por
pesada? -cerré el pico. Sonrió. Podía conmigo. No sé porque intentaba luchar
contra ella. Se sentó a mi lado. Me empezó a dar besitos por la mano, hasta
llegar al hombro, creando un caminito. Se quedó parada en mi cuello, donde hizo
más énfasis. Apretando sus labios profundamente. Hundiéndolos en mi piel. Me
dio un escalofrío. -Uy. -rió. -¿qué pasa? ¿no querías esto? -apreté los ojos.
-¿te has quedado mudita? -asentí con la cabeza, intentando contener otro
escalofrío. Me hacía sentir demasiado.
-Mañana voy a acompañar a Li a una
ecografía. -dije, medio temblando.
-¿Sí? -puso más intensidad al
beso, dejando una marca en mi garganta.
-Sí… -suspiré. Volvió a reírse. Le
encantaba sentir que me moría en sus brazos.
-De cinco meses está ya… ¿no?
-preguntó, sin dejar de perderse bajo mi rostro. Asentí. Pude notar su sonrisa
pegada a mí. Lleno de pequeños mordiscos la zona debajo de mi oreja. Sabía que
eso me superaba. La abracé, y ella hizo lo mismo, enroscándose en mi cuerpo. Mi
barriga era un vaivén de hormigueos. Mi mente se puso en blanco completamente.
Se concentró en sus caricias y besos. Su mano se deslizó hacia abajo, hizo de
mi pecho un tobogán. Se divertía con mi sufrimiento. Estaba tan tensa que no me
salía ni la voz. -¿quieres relajarte? ni que fuera tu primera vez… -rió. Pero
para mí era tan imposible relajarme con ese pedazo de mujer sobre mí… -¡cariño!
-se alteró.
-Soy demasiado fan tuya. -solté
entre risas.
-Cualquiera fan mía estaría
encantada de este jueguecito.
-No te lo discuto. -pero al
segundo me enfadé. -¡oye! ¡ni se te ocurra!
-No, no. -bromeó.
-Más te vale. -dije firme, pero
esa firmeza desapareció cuando se adentró en mi cuerpo sin previo aviso. -¿por
qué lo haces todo tan… de sorpresa?
-Porque me encanta verte así.
-¿Así… cómo? -pero no respondió,
se limitó a mandarme a callar. O a disfrutar…
-Eres mi debilidad. -solté en un
susurró. Se apartó y fijó su mirada en mí. No sé cuánto tiempo pasamos
embobadas… ni cuánto tardó en girar sus comisuras y mostrar aquella atractiva
dentadura. Solo sé que después de eso, una lágrima corrió por su rostro,
cortando su boca en dos.
-¿Qué te pasa? -pregunté asustada,
limpiando otra antes de que resbalase.
-Soy muy feliz contigo… -sonreí.
-y por nada del mundo quiero que nos separemos.
-No va a pasar. -le prometí en el
silencio de la noche. -así que deja de llorar, tonta. Se dejó caer en mi
hombro.
-Después de ver lo que le ha
pasado a Mari…
-Eh. -le levanté la cabeza. -¿la
has oído? ¿has oído lo que decía que nosotras?
- "Sois la puta envidia".
-repitió con la voz de mi representante. Joder, la imitaba tan bien… -y salimos
en todos los programas de televisión, revistas...
-Te amo. -la corté.
-Ay… -suspiró.
-Yo también sé sorprender.
-levanté las cejas. -muchas gracias por aparecer en mi vida. -me achuchó de
nuevo. -Te prometo que siempre estaremos juntas. Que te lo daré todo. Y serás
la única persona a la que quiera.
-¡QUÉ COSA MÁS BONITA! -grité al
ver el que iba a ser, aunque no oficial, mi sobrinito. Me emocioné. Se veía tan
claro en aquella máquina de hospital. El médico flipaba conmigo. -¡ay, mira!
-señalé el dedito.
-Relájate. -me susurró Lidia.
-eres peor que Pablo, eh. Me volvéis al niño loquito.
-Sí, sí, ya me callo. -poco tardé
en volver a chillar. -¡se mueve!
-Sí. Se mueve y duele. -me miró de
reojo. Pero mi sonrisa al ver al pequeño era imborrable. -¿quieres coger el
móvil de una vez?
-Déjalo. Estoy ocupada. -lo cierto
es que mi móvil no paraba de pitar. Decidí apagarlo sin ver siquiera quién me
buscaba.
-Puede que sea importante… -me
advirtió. -a ver si tiene que ver con el concierto de mañana. -ahí podía tener
razón…
-¡En cuanto termine de contemplar
a mi bebé! -exclamé.
-¿El niño es mío o tuyo? -preguntó
entre risas la embarazada.
-Tuyo, tuyo. -contesté segura.
-¿Le gustan mucho los niños? -se
dirigió a mí de forma respetuosa, el hombre que le hacía la ecografía.
-Mucho. -asentí.
-¿Al final fueron a tu casa los
hijos de Yaiza?
-¿Yaiza? -me perdí.
-Sí. La novia ésta de Vanesa. -Yaiza
decía…
-¡Úrsula! -corregí. Asintió. Ahora
se había acordado.
-Un nombre raro era. -se excusó.
-Sí que vinieron. Estuvieron
jugando con los perros y eso. Pero la madre no tardó en llegar. -reí. -será que
no se fiaba mucho.
-Será. -carcajeó. Ese día me lo
pasé en grande. Como si fuera tan pequeño como ellos. Me apasionaban los niños.
Y más en la edad en la que se encontraban Joselu y Ana Belén. Eran tan
extremadamente curiosos. Les encantaba descubrir cosas nuevas, preguntar, jugar
con todo. Echaba de menos esa vida. Me gustaría volver a mi infancia por un día…
Salimos de la ecografía muy contentas.
El niño estaba sanísimo. Lidia nunca había fumado. Y bebía lo justo, nunca se
emborrachó, ni nada por el estilo. Se estaba cuidando mucho durante el
embarazo. Comía todo lo que le decían, y se abstenía de lo que no podía. Aunque
también tuvo sus antojos. Pablo tuvo que salir corriendo al supermercado en
alguna ocasión.
-Es raro verte así. -le dije.
Siempre había sido pequeña y delgadita. Se me hacía extraño verla siendo todo
lo contrario.
-¡¿ME ESTÁS LLAMANDO GORDA?!
-nunca debía provocar a una preñada.
Conducimos hasta su casa, donde me
invitó a pasar. Pablo nos esperaba allí con la cena ya hecha.
-¡Marina! -me saludó muy contento.
-¿Y a mí qué? -Li estaba demasiado
susceptible. Se acercó y le dio un beso. Se agachó y acarició la enorme
barriga.
-¡Hola enano! -qué monada.
-Oye, ¿miraste el móvil? -se me
había pasado por completo. Lo volví a encender. Twitter se había revolucionado.
Los WhatsApp ardían.
-Pero qué… -murmuré para mí. Los
dos se giraron. -¿has visto la tele? -me dirigí al chico.
-No, he estado limpiando un poco
la casa. ¿Qué pasa? -me mordí el labio. Solo tenía comentarios de "No me
esperaba esto de ti…", "el corazón roto", "no me lo puedo
creer", "esperemos que sea mentira...", "Malú no se merece
esto". Acompañados del nombre de una cadena de televisión. Me dirigí a la
aplicación líder. Conocidos míos me decían lo mismo, o cosas por el estilo. Un
pinchazo en la garganta me dejó completamente muda. 17 llamadas perdidas de
Malú. Unas cuantas más de mi madre. Otras de la suya, y yo sin entender qué
coño había hecho para provocar tal alboroto. Y mientras yo intentaba
averiguarlo, otra llamada de mi chica sacudió el teléfono. Lo cogí antes de que
empezara a sonar.
-No me lo puedo creer. Te juro…
que aún no me lo creo. -suspiró en un llanto. -ayer mismo me prometiste que solo
me querrías a mí… que siempre estaríamos juntas…
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