El latir de su corazón aumentaba
frenéticamente, sin descanso. Podía notarlo, transmitía su ritmo al mío, ambos
estaban completamente pegados. De no ser por la infinidad de huesos y músculos
que teníamos, nuestros corazones estarían pegados con el único obstáculo de
nuestras pieles, húmedas y sudorosas. Sus susurros me animaban a seguir, y mis
manos obedecían, siempre fieles a su dueña.
-Te amo. -dejé de escapar de mi
boca. Noté como sonreía ligeramente, y volvía de nuevo a la respiración
ahogada. El olor que desprendía su cuello era jodidamente perfecto. Recordé
entonces la primera vez que lo percibí desde tan cerca. La primera vez que me
refugié en su cuello. Volví a aquel momento, volví a sentir que ese olor era el
más apetecible para mí. Y es que mi olfato había sido sensible desde siempre, y
claro, percibía su aroma y se descontrolaba. Era tan sensible que me afectaba
entera. Llegaba a todas las partes de mi cuerpo. Me hacía entrar en un coma
permanente. Me llevaba al paso que hay entre la vida y la muerte. Y en aquella
nube de placer ciego estábamos ella y yo, buscando nuestras bocas, como un
girasol busca desesperado el sol. Se encontraban y se unían, se besaban y
achuchaban cómo si no hubiera mañana.
Pero había algo muchísimo mejor
que compartir aquel placer digno de los dioses. Me giré y me quedé embobada.
Estaba mirando al techo, desnuda. Pensativa.
-Deberías ser filósofa. -dije,
caminando con mis dedos desde su ombligo hasta su cuello.
-¿Qué dices ahora? -rió con esa
risa ronca que me volvía loca.
-Para estar todo el día pensando.
-¿Tan bien te lo hago que no te
llega el riego de sangre a la cabeza? -torció el gesto.
-Estás muy sexy cuando piensas.
-confesé. Ella sonrió sin mirarme. Seguía quieta.
-Estoy sexy porque acabo de… -se
le escapó una risilla.
-De… -la obligué a contestar. Situé
mi mano en su costado. No podía sentirme mejor.
-De… fumarme un cigarro. -contestó
insegura.
-Es mentira. -reí. -no hueles a
tabaco.
-¿Entonces a qué huelo? -ojalá pudiera
responder a su pregunta, pero entonces envejeceríamos mientras lo hacía.
-Una mezcla entre mujer buenorra y
dulce. -acorté, a la vez que me dejaba caer sobre su pecho. Noté su risa por el
sube y baja de su cuerpo. Decidí darle besos alrededor de su clavícula, hasta
sentir que se había quedado dormida. Su respiración era regular y profunda.
Hizo que me quedase totalmente atontada. Mis pulmones la imitaron, hasta ir
completamente pares.
Salí a la terraza. Hacía un sol
cegador. Tuve que volver al dormitorio para buscar unas gafas de sol, de otro
modo me quedaría ciega. Observé la línea del horizonte. Era un placer de la
vida poder vivir así, en medio de la nada prácticamente. Sin tráfico, sin edificios
que tapen la maravillosa raya que separa la tierra del cielo. Esperaba
encontrar algo sobre lo que escribir. Podría hacerlo buscando cientos de
metáforas sobre el horizonte… El estruendoso vibrar de mi teléfono en el
bolsillo disipó mis pensamientos. “Natalia tía Vanesa”. Me chivó la pantalla
luminosa. No pude rechazar la llamada. Me había cuidado como a una hija.
-Buenas tardes. –saludé.
-Marina… te necesitamos. –su voz
sonaba amarga, preocupada. Me asusté.
-¿Qué ocurre? –quise saber. Volví
al interior de la vivienda, donde me acomodé en la cama, depositando mi pie en
la rodilla de la pierna contraria, y sujetándolo para que no se resbalase.
-Vamos a tener que cerrar el bar.
–me dio un vuelco el estómago.
-No… no puede ser…
-Sí, Marina. Los últimos meses no
han ido bien. Se nos quemó la cocina y tuvimos que invertir parte de nuestros
ahorros en repararla. Tuvimos que cerrar unas cuantas semanas… Al volver, las
cosas no mejoraron. La clientela ha bajado… Tenemos más pérdidas que ganancias.
-Pero… si os iba tan bien…
-Cuando terminó La Voz tuvimos un
éxito rotundo. No dábamos abasto… Nos hiciste una publicidad que jamás podremos
pagarte. Pero el boom pasó y aquí estamos.
-Ya… los negocios… -suspiré. Qué
complicada la vida. Un silencio de compasión invadió la línea.
-No sabía a quién recurrir… quizás
tú tengas una buena idea. Recuerdo tu manera de resolver problemas… Te echamos
mucho de menos.
-Te entiendo Natalia, pero ya no
trabajo allí… he perdido parte de mi “sabiduría” como camarera y parte de la
plantilla.-me dolió decir.
-No te pido que vuelvas, cariño.
Solo te dejo caer la situación, por si dentro de tu cabeza surge algo que nos
haga levantar este cutre bar.
-No digas que es cutre, por favor.
Sabes de sobra que no lo es.
-Ha cambiado. No era el de antes.
Ya no hace falta que vayamos a buscar al trastero más sillas… Es triste, pero
cuando más gente tenemos es en los desayunos. Los vecinos de siempre buscando
los churros de siempre.
-¿Y dónde quedaron esos fines de
semana en los que tenía que tomarme un Red Bull para aguantar la presión?
-Eso quisiera saber yo… -noté como
sus párpados bajaban. Podía sentirlo. Podía sentir que estaba decepcionada de
sí misma.
-Has dicho que cuando salí de La
Voz el bar alcanzó su auge, ¿verdad?
-Sí. –afirmó, como esperaba.
-¿Y si vuelvo a daros publicidad?
–propuse.
-¿Cómo vas a hacerlo? Ay, Marina,
dios te bendiga. –hacía tiempo que no oía la expresión. Qué nostalgia
escucharla de nuevo. La decía cientos de veces cada día. Sonreí de pronto. Mi
cerebro maquinaba algo. -¿estás ahí?
-Sí. –reí. –estaba pensando… ¿y si
organizo una cena?
-¿Una cena? ¿Cómo una cena?
-Una cena en la que invitemos a
nuestros amigos. Ya sabes, Malú conoce a mucha gente famosa…
-¡¡Por todos los santos!!
–Exclamó.-¡¡claro!! ¡¡Una cena!! –reí para mis adentros. –ya le dije yo a Pedro
que sería una buena idea esto de llamarte…
-Marina, es un bar de tapas. –a mi
chica no le pareció una buena idea.
-Lo sé… pero tengo que ayudarles…
Les debe mucho.
-Es que, cariño, una cena con
gente famosa en un bar de tapas. ¿Lo has pensado? Sé de sobra que te importan
mucho, y que quieres ayudarles… pero…
-Quizá fui demasiado rápida. -¿en
qué estaría pensando? Ya veía yo a esos amigos suyos tan repipis quitarle la
parte blanca al jamón… Y tampoco podía transformar ese bareto, porque era un
bareto de barrio al fin y al cabo, en un restaurante de lujo.
-Tranquila cielo. –acarició mi
nuca. –encontraremos algo. –prometió.
-¿Vas a ayudarme?
-Pues claro, imbécil.
–sonrió. –pero ahora ya te puedes ir levantando.
-¿Por qué…? Estoy demasiado a
gusto aquí contigo. –dije, cambiando a un tono más agudo, refugiándome en su
pecho. Ella suspiró tan fuerte que hizo que todo su cuerpo temblara.
-Cielo, tienes reunión. –me
incorporé de golpe. –ay… ¿qué harías sin mi?
-Faltar a la reunión seguro. –reí,
dándole un beso. Me devolvió la sonrisa mientras nuestras bocas se separaban
poco a poco. –no entiendo cómo eres capaz de retener tantas citas en la cabeza.
Las tuyas… las mías… -dije, mientras caminaba a la habitación para arreglarme.
Escuché las teclas del mando. Nada en la tele le agradaba lo suficiente.
Por fin llegamos a un acuerdo. Mi próximo
single sería definitivamente el “Solo con ella”. Tenía un sonido completamente
diferente al que estaban acostumbrados mis seguidores. Tenía unos tonos
electrónicos muy conseguidos. Lo habíamos trabajado durante semanas. Los
ejecutivos, como los llamaba yo, estaban convencidos de que sería un gran
éxito. De pronto, un chico joven, sin traje de chaqueta, a diferencia de todos
los integrantes de la sala, saltándose la ley de los hombres, irrumpió en la sesión. Llevaba una mochila color
caqui medio caída, colgada de su hombro derecho. Una gorra hacia atrás,
bastante desgastada, y una carpeta en la mano, de esas violetas. Dio un portazo
y se asustó él mismo.
-Perdonad, perdonad. –se disculpó
casi ahogado. -¡Marina! -me miró fijamente. Su curiosa forma de saludarme me
sorprendió. Lo hizo como si me conociese de toda la vida, lo que me transmitió cercanía
por parte del chico misterioso. Me levanté a saludarle. El resto me miró mal,
probablemente por “saltarme el protocolo”. –soy un gran admirador suyo. –sonrió.
–creo, creo de verdad, sinceramente, que haces magia. –parecía algo nervioso.
-¿puedo sentarme a tu lado? –asentí sonriente. Le hice un hueco para que
colocara una silla entre Mari y yo. No hacía más que pensar en quién podría ser.
La reunión siguió su curso. Él me susurró algo. –Soy Toni.
-Encantada. –dije, acercándome a
su oreja. –perdona. –volví a llamar su atención. -¿qué haces aquí? –rió. Todos
nos miraron algo molestos.
-Voy a rodar tu videoclip. –dijo muy
orgulloso. Parecía muy satisfecho con el proyecto. Sonreí plenamente. Me había
caído genial. Abrió su carpeta morada, disimulando. Y me enseñó el storyboard
de lo que sería mi vídeo.
-Guau, qué bien dibujas. –le felicité,
antes de saber cuál era la trama. Se puso tembloroso y comenzó a explicármelo
bajito, pero tan ilusionado que sus palabras parecían crecer de volumen.
-Antonio, cuéntanos la idea al
resto del equipo. –pidió Paula, tan rigurosa y perfecta como siempre. Se
levantó y se acercó a una pizarra. En ella empezó a escribir el argumento del
videoclip, a la vez que lo narraba. Asentíamos, dándonos cada vez más cuenta de
que era precioso.
-Y bueno, las escenas de pareja
romántica se rodarán en jardines, una casa, un bar… -dejé de prestar atención.
Un bar. Mi mente automáticamente se paró y unió miles de cabos en una milésima
de segundo. Irrumpí.
-Ya tenemos el bar.
Me encanta esta novela capitulo pronto porfa eres genial escriviendo
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