miércoles, 15 de enero de 2014

Capítulo 27. HACES LLOVER

Decían que Sevilla tenía un color especial y en nada se equivocaban. Nada más abrieron la puerta del avión pude notar esa magia. Corría una brisa fría, pero que nada tenía que ver con el frío polar de la capital. Malú ya se había puesto las gafas de sol y la gorra, supuso que el aeropuerto a estas horas estaría lleno de gente.
De poco sirvió el improvisado disfraz, nada más salir por la puerta una chica pegó un grito.
-¡MALÚ! -dio varios zapatazos con las manos en la cabeza, me recordaba a Vanesa cuando íbamos a las firmas de discos. Yo era bastante tranquila, reservaba mis nervios por dentro. Reí. -¿Te importa una foto? -le preguntó. Ella no dudó en quitarse las lentes oscuras y poner su mejor sonrisa. Le cogí la cámara y le hice la foto.
-Ah, muchas gracias. Me suena mucho tu cara pero no sé de qué... fíjate tú. -comentó mientras se alejaba.
-Puede que sea porque es la ganadora de La Voz. -dejó Malú en el aire.
-No te preocupes, cariño. -le dije, empujándola de la cintura hacia delante.

Subimos a un taxi que nos llevó hasta el hotel Al-Andalus.

-La de veces que he venido a este hotel. -dijo mientras cruzábamos la puerta giratoria en la que me quedé dando vueltas como una idiota. -¡Marina! -se echó a reír desde la recepción, había pasado.
-Que no puedo salir... -bromeé con voz de niña pequeña. Ella se metió junto a mí y exclamó... ¡AHORA! y dándome un tirón de la manga, me llevó hasta el interior del edificio. Entre risas y arrastrando la maletas, nos acercamos a la recepción. Mientras se encargaba del papeleo me dediqué a observar cada rincón de aquel encantador lugar.  Una hermosa lámpara en forma de rosa iluminaba la entrada. Bajo su luz, unos aparentemente cómodos sillones formaban un círculo, rellenado de una madera de distinto color que el resto del suelo. Era un lugar magnífico.
                         
-¿Te gusta? -me sorprendió en mi oreja.
-Me encanta. -sonreí. Subimos por el lujoso ascensor hasta la planta cuarta, donde teníamos la habitación.
-Mira el número de la puerta. -me pidió, mientras pasaba la "tarjeta llave".
-418. -leí en voz alta.
-18. -me besó en la mejilla. Qué detallista, 18 era el día en el que empezamos a salir. Volví a enamorarme. Se encendieron las luces y eché un vistazo. El baño era más grande de lo que imaginaba. Las paredes eran de un mármol oscuro precioso, los muebles y utensilios en blanco y plata y la puerta era de madera y corredera, para ahorrar espacio.
Después de un corto pasillo, se encontraba la enorme cama, bien decorada y con unas lámparas a ambos laterales de lo más modernas. A la derecha había otra puerta corredera, que tras abrirla descubrí un pequeño salón con dos sofás y un escritorio. Malú me abrazó por detrás y pegó su cabeza a mi espalda. No dijo nada, nos quedamos un rato así, acaricié sus manos, que envolvían mi cintura.
-¿Has pensado algo? -le pregunté al cabo de un tiempo.
-Improvisación. -rió con su boca pegada en mi dorso. -Podemos ir a ver a mi Gran Poder.
-¿Tu Gran Poder? Tu gran poder está en la sonrisa y ya la tengo aquí.
-Tonta qué eres. -rió.-es un Cristo. ¿No te suena?
-Soy creyente, pero estoy muy alejada de la iglesia...
-Pero si es mega famoso. -Dejó de abrazarme y me puse frente a ella.
-No te digo que no, pero yo no le echo mucha cuenta a esas cosas, ¿sabes?
-Ah, vale. Bueno, podemos ir a...
-A ver ese Cristo. -terminé la frase. Sonrió y me besó en los labios.
-Ponte zapatos cómodos, nos vamos a hartar de andar. -aquel aviso no me gustó y fruncí el ceño. -Floja.
-Guapa. -rió y me golpeó el brazo.
-No podemos ni discutir. -dijo, de camino a la puerta.
-Conmigo pelearás poco, desde luego. No valgo para eso.

Llegamos a la famosa "Plaza de San Lorenzo". Era completamente enorme y con un encanto muy particular. Noté el olor a azahar, tan fresco y sevillano como siempre había oído. La fachada de la hermandad era roja y amarilla, me recordó a las plazas de toros.
-¿No puede ser más grande la puerta? -pregunté al ver el enorme portón de la iglesia.
-Es para que quepa el paso en semana santa. -explicó, mientras se recolocaba el pelo, movido por el viento que se estaba levantando.

Entramos y me pareció estar en un lugar muy serio y alejado de mi mundo. Malú se presinó y yo la imité, fijándome en sus movimientos. Ya ni me acordaba de eso. Hacía años y años que no pisaba una iglesia. Caminamos hasta acercarnos a la figura religiosa del tan hablado Gran Poder. Es cierto que yo de todo ese rollo pasaba un poco. Ni me iba ni me venía... pero me impactó. Me quedé un tiempo observando y me di cuenta de lo increíble que era ese Cristo. Me fijé en los detalles de la ropa, el talle... era fabuloso. Vi entonces que ella me miraba risueña.


-¿Te gusta? -se acercó a mí, susurrándome para no hacer ruido.
-Es impresionante. -dije sin apartar la mirada de aquella fantástica obra.
Tras un rato observando y admirando el amplio templo, salimos a comer algo. No eran ni la una, pero mis tripas no dejaban de revolverse. Mi desayuno de aquel día fue de película... Nótese la ironía.
Almorzamos en un bar típico sevillano. Era muy acogedor y la gente realmente simpática. Hacían sonreír a cualquiera solo por la forma de hablar. Adoraba el acento andaluz, en particular ese seseo tan original que tenían en la capital del sur.
-¡Malú! ¡Malú! -exclamó el trabajador tras la barra.
-¡Joaquín! -al parecer se conocían. Se levantó para darle dos besos y se quedaron un rato charlando mientras yo le daba vueltas a la carta. Tenía tanta hambre que no sabía ni cual pedirme. Todos me parecían deliciosos y todos me parecían incapaces de saciar toda mi hambre.

Por la tarde estuvimos dando vueltas por las estrechas calles del barrio de Santa Cruz. Según me contaba la mejor guía del mundo, mi amor, correspondía a una Judería en los tiempos en los que reinaba Fernando III de Castilla.
-La que no había estudiado... -reí.
-Mi padre me lo contó y lo he mirado hace un rato en Wikipedia para hacerme la inteligente, no te creas. -me eché a reír e hice el amago de rodearla... pero sabía que en público no podía hacer eso, así que me retiré a tiempo. Ella se entristeció y agachó la cabeza. Introdujo sus manos en los bolsillos de su gran chaquetón negro y seguimos paseando mientras el cielo se oscurecía. Aquello casi parecía un laberinto. Yo no sabía ni donde estaba, ni por donde había venido. Las calles se cruzaban unas con otras y yo seguía a Malú, sin darme de cuenta de la dirección que llevábamos.
Después nos dirigimos al centro de la ciudad, me moría de ganas por ver el alumbrado sevillano. Siempre me habían llamado la atención las luces de navidad.
Me sorprendió el chorro de gente que circulaba por el casco antiguo. Al final de la larga calle vi la giralda sobresalir por el resto de edificios, más alta de lo que pensaba.
De camino a ella vi un montón de puestos unidos, vendían figuras para belenes.
-¿Te interesa eso? -me preguntó, viendo como los observaba.
-No, solo voy mirándolo todo. Esta ciudad es... especial, y encima nuestro primer viaje juntas. -sonreí al decirlo, y ella me devolvió una mirada cargada de amor. -el mejor destino que podíamos coger.
Entramos en la catedral, había que volver a presinarse.
-Es gigante. -dije al entrar. Dimos unas vueltas por el interior, no era de esas personas cultas que se paraban media hora a contemplar cada minúsculo detalle, así que no tardamos mucho en salir.
-¡La virgen! -exclamó Malú justo en la puerta. Estaba lloviendo a cántaros. Miles de paraguas se unían casi formando una carpa.
-¿Y ahora qué hacemos?
-Ay, mira. -señaló hacia la derecha. Un chico de tez negra vendía paraguas. Qué puntual.
-Quédate aquí. -le pedí. Di una carrera y compré uno. El paraguas no podía ser más horrible, pero al menos nos cubriría. Lo abrí y volví a la entrada. -Vamos. -le sonreí, abriendo mi brazo izquierdo para que se metiera en él. La presioné contra mi cuerpo y ella se abrazó a mí por la cintura. Corrimos hasta la zona de taxis. Los zapatos encharcados, el final del vaquero envuelto en barro.
-Ver llover en Sevilla es una maravilla... -recordé el poema. -y una mierda.
-No te quejes. -me dijo Malú, aún abrazada a mi cuerpo. -Bajo el paraguas nadie nos ve. -me dio un beso en los labios, sorprendiéndome.
-Ma...-no me dejó terminar de decir su nombre, cuando me volvió a dejar helada con otro. -deja de hacer eso, o me dará un infarto. No quiero morir bajo la llu... -repitió beso y paró para reírse.
-Me encanta la cara que pones cada vez que te impresiono.
-Es que... tío. -balbuceé mientras ella daba carcajadas.
Pillamos un taxi al fin, el conductor nos miró con mala cara al ver como teníamos los pies y los goterones que soltaba el paraguas.
Nos lanzamos unas cuantas miradas cómplices en el auto hasta llegar tras largo camino al hotel. Cenamos en el bufé y subimos a la habitación. Se metió en la ducha, yo saqué de inmediato un papel y me senté en el escritorio de la junior suite.
"Besos bajo el agua
Bajo nada más que un paraguas.
Besos en Sevilla
Bajo la luz de tu sonrisilla.". No me acababa de convencer el último verso.
Nada me inspiraba más que ella. Era mi fuente de creatividad.
Salió de la ducha con una toalla. Seguí con la mirada clavada en el folio.
-Puedes mirar, eh. -aquello me dejó algo cortada.
-Estoy... concentrada.
-¿En qué? -vino hacia mí y se puso detrás mía. -Oish, que bonito. -me besó en la cara, mientras acariciaba mi pecho. Me puse nerviosa.
-Voy a ducharme. -dije tartamudeando y dando una carrera hacia el baño.
-No tardes. -me guiñó un ojo.
 No sabía que me estaba pasando, me entró el nervio. No era la primera vez que lo íbamos a hacer, por lo que me extrañó ese comportamiento en mí.
El agua caliente desprendía vapor. Casi me quemaba, pero lo necesitaba. Había pasado mucho frío tras la tormenta.
Salí de la ducha y vi en el cristal, pintado con un dedo el siguiente mensaje: "TE ESPERO EN LA CAMA". Seguido de una marca de sus labios y una carita feliz. Me puse el pijama y recogí un poco el baño. Salí en busca suya con miles de mariposas en el estómago. Al llegar vi que estaba dormida boca abajo. Reí y me tumbé a su lado. Apagué las dos luces que rodeaban la cama y di un beso en su espalda. Subí la colcha y la tapé por completo. Di un beso en su mejilla. Eché parte de mi cuerpo sobre ella y la acaricié hasta quedarme dormida. Había sido un día muy largo.



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