sábado, 26 de julio de 2014

T2. Capítulo 3. VESTIR UN COLOR

El estruendoso despertador sonó, haciendo vibrar toda la mesilla de noche. El sonido se coló por nuestros oídos, provocando un susto mortal, capaz de incorporarnos en la cama.
-Hay que comprar un reloj, es urgente. -propuso la cantante, que me había acompañado en la oscuridad de la noche, una vez más.
-Desde luego. -dije, echándome hacia atrás, con un dolor incómodo en los oídos a causa del maldito aparato. -tantos discos de oro y un despertador de mierda. -bromeé con una pequeña risa. Me lanzó una mirada cargada de rencor.
-Levántate, nos espera un largo día. -me ordenó, con esa seriedad que solía forzar y que la hacía tan irresistible.
Apenas estábamos empezando a desayunar, cuando el pito del coche de Mari nos despistó.
-¡¡Qué mujer!! -opinó mi chica, corriendo hacia el portón de  nuestra casa. Llevábamos una mañana de lo más escandalosa.  Yo que me había acostumbrado a la silenciosa vida medio rural. El chalet estaba apartado del mundo, a diferencia de mi anterior hogar. Si tuviera que volver no dormiría nunca. Allí los decibelios presumían de grandeza. Había varios bares en mi calle que traían voces de padres llamando a sus hijos a la hora de irse, celebraciones de goles, música alta, balonazos contra la pared. Por no hablar de la cantidad de sirenas de policía, ambulancia, y bomberos. Aquí el ruido brillaba por su ausencia. Un enorme silencio decoraba nuestras noches y mañanas. Lo único que nos podía quitar el sueño eran los gruñidos y ladridos del pequeño zoo, como le llamaba Malú, o algún canto de pájaro madrugador.
-¡¡Buenos días mi estrella!! -asomó por la cocina, tan eufórica como de costumbre, mi mánager.
-¿En el amplio sentido de la palabra? -sonreí.
-Sabes que sí. -me guiñó el ojo.
-Oye, ¿y este rollito? -intervino algo celosa mi futura mujer. Ella le atizó un periodicazo en el brazo.
-¡¡Ni falta me hace repetir que soy de otra acera!! -exclamó.
Estuvimos buscando estilistas, pero ninguno nos llegaba a convencer. En especial a mí, que soy jodidamente rara a la hora de vestir. Ninguno de ellos conseguía darme el estilo que buscaba. Ese toque que quería darle a mi persona. Acabé desquiciando a Malú y a Mari. Era demasiado exigente. Aún así lo comprendieron, sabían lo importante que era la imagen en este oficio. Vestir de una forma u de otra me hacía diferente, me daba distintas personalidades. Lo primero que ve alguien es el exterior. Le tenía que entrar por el ojo para luego conocer el interior, mirar mi alma, y a mi música en mi caso. Andábamos desesperadas. ¿Dónde estaba mi estilista? Tenía que existir alguien, el caso era encontrarlo. Por suerte, la maravillosa y amplia agenda de contactos de mi chica dio con algo que podría servirnos. La mujer de Antonio Orozco. Sí, sí. Decían que era de las mejores del país. Así que allá íbamos, dispuestas a saber si habíamos dado en el clavo.
-Mira, como no te sirva… -murmuraba Mari mientras conducía.
-Toda buena reina tiene su sastre. -le solté a lo más clásico.
-Me enamora cuando pronuncia esas frases. -suspiró Malú desde el asiento de atrás.
-Vaya dos empalagosas. ¡¡AG!! -reímos ante su respuesta.
Entramos a una cafetería de la tercera planta del centro comercial más amplio de todo Madrid. Allí estaba Orozco, con un café en la mano y las gafas de sol puestas. Sí, dentro de un recinto cerrado había mucho sol. Sí.
-¿Ves algo? -fue mi forma de saludarle, entre risas.
-Gajes del oficio, Marinita. -sabía que odiaba que me llamara así. Pero lo seguía haciendo.
-Creo que la gente se fija más en ti… pero allá tú.
-¿En serio?
-Hombre, no es habitual que alguien lleve unas gafas de sol y una gorra en un sitio cubierto. Llamas más la atención. -argumenté.
-Eres muy lista para llevar tan poco tiempo en este mundillo… -opinó. En el mostrador, una chica morena de la misma estatura que el madrileño se giró con un donut de lo más pringoso.
-Hola, soy Marina. -la saludé, prestándole la mano. -una chica muy guapa, Orozco. -la joven puso cara extraña, y la del cantautor era de descojonamiento absoluto.
-Hola, soy Isabel, tu, espero, futura estilista. -a mi lado llegó una rubia.
-Vale… soy idiota. -me reí de mi misma. Me disculpé y saludé, ahora sí, a la esposa de Antonio. Llevaba el pelo enredado en una trenza. Unas gafas de sol blancas se posaban en sus pequeñas orejas y descansaban en su cabello dorado. (Me encantaba llevar así las gafas, podría sumar puntos). Portaba una curiosa camiseta blanca, lisa, pero con algo que no tenían las demás. No sabía decir qué. Para la parte de abajo había elegido un vaquero ajustado con tonos celestes y unas vans a conjunto con su camiseta. He de reconocer que nunca me fijaba en la ropa, pero dadas las circunstancias, lo mejor era hacerlo. Y he de decir que me gustó mucho su forma de combinar.
-¡¡Malú, cuánto tiempo!! -exclamó muy gentil. -a ver si te dejas ver más a menudo.
-¡¡Desde luego!! Un día podrías invitarme a un gazpachito, que todavía me acuerdo del que me hiciste en Sevilla. -vaya, sevillana, aunque se podía deducir de su acento. Adoraba el seseo. Cada vez depositaba más esperanzas en ella.
-¿Tomamos algo y comentamos un poco? -no sabía que quería hablar, pero acepté y me senté con ella y el resto, acompañados de unos cafés para despertarnos. -cuéntame, Marina, cómo te defines.
-Vaquera. -reí. -suelo llevar camisas.
-No, respecto a moda no, cómo te defines como persona. -me preguntaba para qué hacía falta eso.
-Pero… ¿Qué tiene que ver esto con la ropa? -me atreví a cuestionar.
-Es muy importante, tengo que conocerte para saber cómo adornarte. De este modo adaptaré tu personalidad a tu estilo. -¡Sorprendente! ¡Alucinante! era exactamente lo que quería. Una fachada que mostrara lo que soy.
Fue apuntando todo lo que le decía en una libreta con mi nombre. Organización, me gustaba. Parecía ser la candidata perfecta. Estaba deseando trabajar con ella. Tras el interrogatorio, la ficha técnica, o como quiera llamarlo, repasamos todas las tiendas del centro comercial. No me atraía eso de meterme en un probador y que miles de prendas pasaran por mi cuerpo mientras cuatro individuos me miraban de arriba abajo y una de ellas, en concreto, la señorita Isabel, apuntara algo de cada conjunto en un cuaderno azul adornado con el rótulo de "MARINA MARÍN" en la portada.

-Ese le queda muy bien. -murmuraba mi chica.
-No sé yo, eh, me gusta más el de antes. -comentaba mi representante.
-Estás preciosa, Marinita. -Orozco siempre decía la misma frase. Sin olvidarse del horrendo mote que me había puesto. Se notaba que no entendía mucho de ropajes. Según él, todo me quedaba perfecto, todo me hacía preciosa. Yo me limitaba a dar vueltas sobre mí y a sonreír forzada por los halagos, o a reírme en caso contrario.
-¡¡Quítate eso!! ¡Ag! -chilló Malú.
-Las flores las descartamos, por favor. -rogué. Isa carcajeó y lo anotó, cómo no.
-Ay, dios mío, pareces un cuadro del "Museo del Pardo". -bromeó Mari.
-¿No será "del Prado"? -intervine.
-Es que estás tan fea que ni en el Prado, cariño. -su respuesta me dejó por los suelos, pero me hizo llorar de risa.
-No le queda tan mal. Estás preciosa, Marinita. -repitió por decimoséptima vez.
-Créeme que no, Orozquito.
A pesar de los sudores, los interminables cambios de ropa, el estrés de las compras, las colas de los baños, las colas en los cajeros, las colas en los probadores, y la insoportable presencia de Antonio y sus "Marinita", el día fue divertido, y lo mejor, muy productivo. Tenía armario para meses y meses. Además, firmamos el contrato con Isabel. Para celebrarlo, invitamos a todos a cenar, y se añadieron nuestros amigos Pablo y Li, que vivían un momento de lo más dulce y especial. Esperaban su primer hijo.
-¡¡Pablito!! -exclamó Orozco al verlo entrar de la mano de su chica.
-Veo que tú tampoco te escapas… -reí para mis adentros.
-Isabel Coronel. -se presentó  la rubia. Pablo se puso recto y llevó su mano, completamente rígida, a su frente. Saludando al puro estilo militar. Nos echamos a reír. -estoy acostumbrada al chiste…
-Lidia. -saludó mi mejor amiga. Enseguida se acercó a mí para darme un abrazo. Yo le toqué la barriga y me dio un pisotón. -aún no se mueve, pesada.
-Jo. -me quejé. -ey, lentejita… -le dije a la panza.
-¡¡NO LE PONGAS NOMBRE!!
-Marina, deja ya de molestar. -se acercó Malú y se apoyó en mi hombro con su codo. -¿cómo lo llevas?
-Bien, Pablo da más por culo que él. -rió.
-¡¡TE HE OÍDO!! -chilló López. Menuda antena parabólica…
Nos acomodamos en la mesa  del patio. Encendimos las luces del jardín. Era una velada muy agradable, fresca, y de lo más encantadora. Estábamos rodeadas de buena gente. La conversación era divertida, reíamos una y otra vez, raro era el momento en el que dejábamos de sonreír. Me sentía feliz, querida. Era genial saber que tienes gente alrededor. Te hace creer que si te caes, ellos harán de manta. Y yo era así, pensaba en el golpe cuando mejor me iban las cosas. Extraño, irónico, pero real. Tristemente, me había habituado a eso de estrellarme contra el muro…
La noche terminó entre copas, estrellas, sonidos de guitarra y piano, voces de lo más dulces, otras más roncas, y un olor a césped mojado

1 comentario:

  1. Muy bueno el capitulo ; estaba deseando que volvieras me leí la novel entera en una sola noche ; ganas de seguir leyéndola besos

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