El frío se acababa. Nueva primavera. Vuelta al color, al
olor. Mangas cortas, largas hierbas. Las cosas habían cambiado radicalmente. Mi
vida había dado un giro de 360 grados, otra vez. Los últimos años habían sido
vertiginosos para mí. Nada era igual, ni iba a volver a serlo. El mundo, la
vida. Todo es una locura. Una completa locura. Nada más despertar la mañana
siguiente al concierto, hace ya casi 5 meses, los medios de comunicación se
revolucionaron. Malú y yo salíamos en todas las revistas de la papelería, los
programas de televisión echaban humo por la forma en la que la cantante había
aceptado mi proposición. Una nube de comentarios y críticas nos rodeaba. La
puerta del chalet se llenó de periodistas. Fue un boom que nadie dejó pasar. Unos
aseguraban que nos estábamos precipitando, que éramos muy jóvenes. Otros
estaban ilusionados y efusivos. Por otro lado, abrimos el debate constante de
las bodas homosexuales. Se puede decir que durante aquella semana no se hablaba
de otra cosa. La fama de mi chica alcanzaba las cotas más altas. Era de las más
buscadas por la prensa, y la reacción ante ese notición dejó clara su
importancia en el país.
No solo respondieron la población, la prensa y los fandoms,
también surgió polémica en nuestro círculo. Sus padres no estaban contentos con
la idea. Al menos, la forma en la que lo hicimos, más bien, lo hizo público. Se
sintieron molestos, ya que ella no les había comentado nada. Igual pasó con
muchos de sus amigos, que se quejaban con el mismo argumento. Su familia,
aunque me adoraran, alertó a Malú. "Ni siquiera lo has masticado", le
dijo su sabia madre. "Deberías haberlo dicho, te hubiéramos
aconsejado". Pero el carácter de mi chica era el que era. Le dio
exactamente igual. Cuando hablábamos del tema se limitaba a cantar "Diles,
que nuestro amor será infinitamente eterno". Por mi lado no hubo
problema. Yo les había contado mis ganas de proponérselo, y ya sabían parte de
la historia. Tanta presión, tantas vueltas de hoja a la situación acabó por
agobiarnos. Estábamos hartas de todo y de todos. Tal fue así, que partimos en avión
hacia México. Allí nos alojamos en un hotel cerca del mar. Nos vino genial para
liberarnos de la masa popular. De ser nosotras, de conocernos aún más, de
desconectar del mundo. Nos olvidamos de la posible boda, de los conciertos, de
los discos, de nuestras familias, de nuestros amigos, de los productores, de
los fans. Lo dejamos en el aeropuerto y nos centramos en nosotras.
Necesitábamos eso. Estar completamente solas, sin una sola influencia. Para
"masticar", como decía mi suegra, esa decisión tan importante. ¿Realmente
queríamos eso o se nos había ido la olla?
Esos días fueron decisivos para las dos. Nos dimos cuenta de
lo mucho que nos queríamos. De que nuestra relación no era efímera, ni mucho
menos. Estaba tan consolidada que ni una manada de elefantes furiosos podría
derribarla. Disfrutamos de la soledad, de nuestra compañía. Aprendí aún más, si
cabía, de ella. Descubrí que en su interior se escondían cosas que nadie había
sacado, o al menos, eso decía. Los móviles estuvieron apagados durante esas
vacaciones tan placenteras. Esas vacaciones que se convirtieron en las mejores
de mi vida.
A la vuelta a España, a la vida, a la realidad, nos topamos
con la misma masa que dejamos al volver. La polémica seguía en pie. Los medios
al pie del cañón. Pero ahora era diferente. No teníamos dudas, estábamos
seguras de nuestros sentimientos, de nuestra postura. De nuestro futuro. Veníamos
fuertes. Con ganas de luchar. Una seguridad que cruzaba mares y océanos. Nada
podría interponerse. Nada podría destruirlo. En seguida nos pusimos a trabajar
en nuestros respectivos proyectos. Yo me dediqué a componer nuevas canciones y
reparar antiguas, buscando un nuevo sonido a mi próximo disco. Ella se volcó de
nuevo en el programa de televisión para el que trabajaba, y al que tanto le
debíamos. Quiso hacer un paréntesis en su carrera y empezar un nuevo álbum más
adelante. Le apetecía tomarse un respiro y dedicarse exclusivamente a la
grabación del talent junto a los preparativos de nuestro enlace.
-¿Qué escribes? -preguntó Malú entrando en el estudio.
-Nada. -cerré el diario de golpe.
-¿Qué tienes ahí…? -sonrió, sentándose en mis piernas y
abriéndolo. -¿escribes un diario? -carcajeó.
-No es un diario…
-Hoy el día ha sido mejor de lo que esperaba. No sé por qué,
pero tengo la sensación de que todo me está… -leía. Se lo arranqué de golpe.
-Es privado. -dije, guardándolo en el primer cajón.
-Pensé que no teníamos secretos. -me puso a prueba como
tanto le gustaba hacer.
-Y no tenemos secretos… a ver, solo es un poco de
privacidad… -intenté defenderme. Me abrazó entre risas.
-Era broma, tonta. No
me hace falta espiarte el diario para saber qué sientes. -rodeó mi cuello.
-¿Ah, no?-sonreí.
-No. Me basta con mirarte.
-¿Qué estoy sintiendo ahora mismo? -la desafié. Entrecerró
los ojos, apretándolos con fuerza y empezó a poner caras raras, provocando en
mí carcajadas irremediables.
-Tienes ganas de salir a cenar.
-¿Qué dices?
-Venga, vístete, nos vamos. -se levantó y me azotó en la
pierna. Me quedé mirándola con los brazos abiertos.
-¿Pero qué…?
-Que te vistas. -repitió, desnudándose a lo largo del
pasillo. Me quedé cual tonta sentada en esa silla forrada con cuero, cayendo en
la cuenta de que ella no dejaría de sorprenderme por muchos años que viviésemos
juntas. -¿pero aún sigues ahí? -me eché
a reír. No había nada más gracioso en el mundo que verla enfadada. -no sé qué
te hace tanta gracia…
-Tú enfadada.
-Ah, ¿te doy risa? -preguntó muy seria, mientras se
abrochaba los pantalones. Asentí sin más.-a ver si te vas a seguir riendo…
-cogió mi guitarra.
-Eh, deja eso ahí. Se
la colgó y empezó a tocar notas al azar. -¡que la desafinas, idiota! -me fui
tras ella.
-Ea, ya conseguí levantarte. Malú siempre gana.
-Sí, majestad.
Conducimos hasta nuestro restaurante favorito acompañadas
por la música de la radio. Cantando en todo momento, aunque con algunas pausas
por culpa de sus caras. Era imposible tomarse en serio algo con ella al lado.
-¿Lo de siempre? -nos preguntó el camarero al reconocernos.
Asentimos sonrientes.
-Y bien… ¿has pensado en algún sitio para irnos de luna de
miel? -quiso saber, mientras probaba con la punta de los labios el vino. Me
quedé pensativa.
-París descartado, ¿verdad? -reí.
-Allí no nos dejarán entrar. Espero que tomaras muchas fotos
de la Torre Eiffel porque ya no la podrás ver más. -bromeó.
-Dios… la que liamos. -me tapé la cara.
-Sabes que en el fondo lo pasamos genial. -sonrió a
quemarropa. Yo me quedé embobada. -¿Cariño?
-Sí… sí.
-¿Estás bien? -rió.
-Perfectame… Eh, no sonrías así… -me quedé algo atontada.
-Uy… el vino…
-No le eches la culpa al vino… eres tú. Y solo tú. -nos
quedamos en silencio, mirándonos sonrientes. No cambiaría esos momentos por
nada. Eran simplemente perfectos. Como si alguien hubiese dado a pausa. Todo se
paraba. El mundo dejaba de girar. El silencio era nuestro. El silencio estaba
cargado de sentimientos. Gritos. Palabras. Besos. Agarré su mano y la acaricié.
Soltó una pequeña risa y dejó de mirarme.
-Qué feliz soy. -suspiró. Me dio un vuelco el estómago.
Tragué saliva con dificultad.
-Me alegro. -logré decir.
-Gracias, gracias por haberme encontrado. -me apretó la
mano. Nuestras pupilas volvieron a encontrarse. -te lo digo en serio… has
cambiado mi forma de ver la vida. -acarició mi mejilla. Me quedé muda, como
tantas veces solía conseguir. Era una de sus habilidades. Silenciar al mundo. Siempre
lo lograba. Sus armas eran infalibles.
-De nada. -me encogí de hombros. Carcajeamos a la vez.
-Qué idiota eres. -negó con la cabeza, sin dejar de reír de
aquella forma tan brillante, capaz de iluminar kilómetros y kilómetros.
-¿Sabes? Eres como ese deseo que nunca pedí.
-¿Qué? -sonrió algo colorada.
-Eres como ese deseo que nunca pedí.
-Ya me he enterado, tonta. -me dio con la servilleta. Su
móvil vibró bruscamente.
-Dios, que susto. -tomé aire. Ella rió y contestó al
mensaje.
-Mi estilista. -me informó. -tiene nuevas cositas para mí.
-se frotó las manos. -en serio, lo contenta que estoy yo con él no es normal.
-¿Y eso?
-No es por él, es por el simple hecho de no tener que
escoger la ropa que me compro. Qué pesadez. Lo odio.
-Qué suerte… -bufé.
-Puedo encontrarte a alguien. -cogió el móvil.
-Tendría que hablarlo con la discográfica.
-No pondrán oposición. Estás recaudando mucho con tu último
disco. -dijo ella, que sabía mucho del tema. Eso sí, tenemos que encontrar a
alguien que sepa entenderte. A ti y a tu estilo.
-Entendido, pero deja eso ahora. -le quité el smartphone.
-Ya sabes cómo me pongo con el trabajo. -rió.
-¡Adictiva! -exclamé. -disfruta de la noche, anda. -le guiñé
un ojo.
Al caer la madrugada, nosotras seguíamos en el jardín de su
casa, tumbadas en el césped, muy cerquita.
-Me pasaría el resto de mi vida aquí. -rompí el tranquilo
silencio.
-¿Conmigo? -sonreí. Estaba clara la respuesta. -mirando las
estrellas. -asentí. Entrelazamos nuestros dedos. Su mano era cálida, suave. Me
encantaba agarrarme a ella. -¿crees que será diferente?
-¿El qué? -giramos nuestras cabezas. Dejamos de ver el
universo, para observar nuestros rostros.
-Lo nuestro. Cuando nos casemos, cuando pasen los años… -me
reí. -oye, que es serio. Tengo miedo de que cambiemos.
-No tiene por qué cambiar… solo es un anillo y un par de
papeles. -intenté tranquilizarla. Probablemente serían los nervios.
-Es que ahora es todo tan bonito…
-Lo seguirá siendo. Te lo prometo. -besé su puño. -no creas
que por tenerte voy a relajarme. Voy a seguir tratándote como el primer… -unos
pasos acelerados me interrumpieron. Nos encogimos asustadas. Quedamos sentadas
y miramos a la cancela del chalet. Oímos un llanto ahogado y unas manos de tez
blanca se agarraron con fuerza a las barandillas.
Malú y yo nos miramos sin saber qué hacer. No eran horas. Nos
acercamos con cuidado.
-Pero… cariño, ¿qué ocurre? -le preguntó mi chica. Yo aún no
había conseguido ver quién era.
-Creo que
estoy embarazada… -soltó, moqueando.
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