Llegamos
las dos a casa de María unos minutos antes de las diez, con una botella del
mejor vino que habíamos encontrado y con un sobre que tenía que entregarle en
mi bolsillo. Llamamos al timbre, pero nadie abría. Volvimos a tocar, y entonces, oí su voz.
-¡¡Pasad!!
-chilló lejana. Vi que la puerta estaba encajada y la abrimos. Todo estaba a
oscuras, no veíamos ninguna luz por debajo de la puerta, ni siquiera el patio
interior estaba iluminado. De repente, se hizo la luz del salón y cientos de
personas saltaron a la vez. Nos pegamos un buen susto, y enseguida nos reímos.
-¡¡SORPRESA!!
-exclamaron. María se acercó a nosotras y nos saludó. -todo el pueblo está
contigo. -me susurró al oído. Pude reconocer a muchos de mis compañeros de
instituto, a algún que otro profesor de mi infancia, y a incontables vecinos.
Vinieron uno por uno a conocer a Malú y a volverme a ver. Unos seguían con la
misma cara de siempre, otros habían cambiado de forma radical. Tinte,
maquillaje, delgadez...
-No
pareces muy contenta. -me dijo Malú cuando todo empezaba a calmarse. Yo seguí
con la mirada fija en un plato de patatas fritas. -cariño, ¿estás bien? -se
apoyó en mi hombro.
-No.
-dije con la voz quebrada. -esto no tiene ningún sentido.
-Eh,
¿por qué dices eso? -cogió mi mandíbula y la giró para que la mirase.
-Me
despreciaban. La mayoría de los que están aquí me odiaban. ¿Cómo tienen la cara
de venir a saludarme como si no hubiese pasado nada?
-Bueno
mi amor, han pasado muchos años ya… -me peinó el flequillo con sus finos dedos.
-anda, disfruta y olvídate de eso. Las cosas han cambiado. -debería seguir su
consejo, pero me habían hecho demasiado daño. Me era muy difícil pasar de algo
tan relevante. Me había marcado mucho.
-¡¡MARINA!!
-Raquel corrió hacia mí. Estaba igualita, con aquel pelo rizado y negro como el
carbón. Con aquellos ojos tan oscuros que parecían dos agujeros negros en algún
lugar remoto del universo. -dios mío, cuánto tiempo.-dijo en mis brazos.
Sonreí. Simplemente por el hecho de su presencia, aquella cena llena de falsos
mereció la pena. Raquel me conocía desde pequeña, nuestra relación era más que
estrecha. Compartimos desde la plastilina, hasta los deberes irresolubles de
física y química.
-¡No
has cambiado nada! -exclamé.
-Yo
no, pero mi vida sí. -dijo, echándose a un lado. Vi llegar a Pedro con un carrito
y un pequeño de apenas un año.
-¡No
me digas! ¿Es tuyo…? -me quedé boquiabierta. -no me lo puedo creer. ¿Y ese es
el padre? -asintió con la cabeza. Me eché a reír, ella me acompañó.
-Fíjate
con quién ha acabado. -murmuró él. -con el cabrón de la clase.
-Tío,
es que eras un torbellino. -solté. Raquel cogió al pequeño y me lo dio. -no,
no. -reí.
-¿Por
qué?
-Parece
muy rompible. -rieron. -oye, que no, que soy muy pava a ver si lo voy a caer.
-Cógelo,
idiota. -me animó mi amiga. El niño me miró sonriente, con la baba colgando.
Era rubito, pero la forma del rizo era de la madre, sin duda alguna. Lo sostuve
en mis brazos y me produjo una sensación de ternura indescriptible. Lo miré y
él no hacía más que sonreír. Era una monada de niño.
-Le
has caído bien. -rió su madre. -¿y tú, qué? -preguntó, señalando al niño con la
mirada. -¿cuándo te atreverás? -solté una carcajada.
-Déjate,
déjate. -seguí riendo. -ahora estoy centrada en mi carrera. -le devolví el
peque.
-Sí,
sí. Yo tengo el disco en casa, a ver si vienes a firmármelo.
-Por
favor, faltaría más. -vi a Malú volver del baño. Automáticamente le presenté a
Raquel.
-Ah,
encantada. Así que erais muy amigas…
-No
sabes cuánto. Aunque nos peleábamos por tus posters, pero al final siempre
ganaba Marina... -reímos.
-Uy,
que niño más guapo tienes. -observó. Le cogió el moflete.-¿puedo cogerlo? -ella
todo lo contrario a mí. Mi chica acurrucó al renacuajo en su pecho. Yo, cuál
idiota, la miraba sin perder la vista ni un segundo de ella.
-¿Te
gustan los niños? -le preguntó Peter, como lo solíamos llamar en nuestra época
de adolescencia.
-Me
encantan. -dijo cerrando los ojos. -quiero ser madre. -se me cruzó esa frase.
Mi imaginación se disparó y ya me estaba viendo con la casa llena de juguetes,
las guitarras escondidas en lugares seguros y una revoltosa hija. -¿y esa cara
de tonta?
-¿Qué?
-volví a la realidad. -nada. -reí, dándome la vuelta, buscando algo de comer
disimuladamente.
-¿Cómo
lo estás pasando? -me preguntó María, con una copa de vino en la mano. -por
cierto, delicioso.
-Muy
bien, muy bien. El reencuentro con Raquel… joder. ¡Qué es madre! -exclamé. Me
agarró el hombro. -oye, tengo algo para ti. -saqué el sobre y se lo tendí.
-¿Qué
es esto? -preguntó, abriéndolo intrigada. Vio el dinero que había dentro. Me lo
devolvió, yo la rechacé. -no puedo aceptarlo, lo siento.
-María,
te lo debo. -giré la cabeza. -por favor. Además, te vendrá bien con la
enfermedad de tu marido. Cógelo. -insistí. Me miró negando con la cabeza.
-Anda,
tira. -me dijo, refutando el sobre otra vez. Pero yo fui más lista, y sin que
se percatara, le metí el sobre en uno de los cajones del mueble del salón.
Esa
noche me di cuenta de lo hipócrita y falsa que puede llegar a ser la gente.
Todos se reían de mí al verme con aquel sueño, el que alimentaba redacciones en
las clases. Se burlaban por ello. No creían en mí. Por otro lado, los que me
señalaban con el dedo al verme pasear con Vanesa. Y lo peor, lo peor de todo.
Estaban aquí. Estaban como si me conociesen, como si alguna vez les hubiese
caído bien. Como si me hubiesen apoyado cuando más lo necesitaban, como si se
hubiesen parado a escuchar mis canciones. Solo un mínimo porcentaje de los allí
presentes se había portado de manera cordial y respetuosa conmigo. ¿Qué
pintaban allí? Me saludaban con esa sonrisa tan poco verdadera, tan
enmascarada. Ahora que había conseguido lo que quería, ahora que miraban
asombrados lo que había conseguido venían en masa con el derecho de que me
conocían desde pequeña. Como lo odiaba, era repugnancia infinita. Me sentía tan
incómoda…
Después
de aquello, Raquel nos invitó a su casa. Nos la enseñó de principio a fin. Eran
dos plantas completamente decoradas y amuebladas. Un lugar ideal para formar
una familia. Estuvimos hablando hasta altas horas de la madrugada. Teníamos
mucho que contarnos. Recuperé la confianza que teníamos. Quizás no recuperé, sino
que simplemente nunca se había perdido. Volvimos a tenernos ese cariño, esa
amistad que echaba tanto de menos. Había montado junto a su pareja un
restaurante en el pueblo. Sabían organizarlo, sabían sacarle partido y sobre
todo, no volverse obsesivo con el trabajo.
-A
ver si pasáis por allí antes de que os vayáis.
-Prometido.
-susurró Malú.
Eran
una pareja estupenda, se les veía muy felices. Aunque si esto me lo hubiesen
contado, no me lo hubiera creído. Ni loca. Pedro era el más gamberro del
colegio y Raquel la más inteligente. No había derivada que se le resistiese.
Siempre estaban en combate. No había día que no se cruzaban chillidos entre
ellos. Cómo cambian las cosas con el paso del tiempo. A Peter se le veía
maduro. El tener ese hijo les había hecho centrar la cabeza, y eso se palpaba. La
noche transcurrió entre anécdotas del pasado, historias del presente y especulaciones
del futuro. El chico se avergonzaba al oír las salvajadas que había realizado
en su juventud.
-¿Y
cuándo quemó la mesa con el desodorante y el mechero? -recordé. Él miró hacia
otro lado.
-Sí,
sí, no te escondas. -le dijo su mujer. -no tenías remedio.
-Hasta
que llegaste tú. -sonrió y se fundieron en un beso.
-Yo
te veía delincuente, y sin embargo…. -bromeé.
-Yo
te veía con Malú y… ah, pues sí, mira. -reímos. -¿cómo lo conseguiste, putona?
-Se
coló en mi casa, básicamente. No me dejó otra opción. -explicó ella.
-Totalmente,
ella no me pidió que entrase. -seguí con la ironía. -entré por la ventana cual súper
héroe.
-Y
puso adrede una canción en la que sabía que la besaría.
-Claro,
y la activé con mi reloj de espía secreto. -reí. No podía aguantarlo más. Ellos
se meaban, dando golpes en el sofá.
-Ay,
que te quiero. -soltó Malú, abrazándome como podía en el sillón.
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