domingo, 11 de mayo de 2014

Capítulo 72. AHORA.

Los días en Calanda solían ser fríos y amargos, pero esa semana lucía un sol impresionante. Aprovechamos pues para salir a pasear y enseñarle el pueblo. No tardaríamos mucho, era pequeño. Paseamos de la mano por las calles estrechas y de piedra, donde el suelo se te clavaba en los zapatos provocando una molestia constante. Cosa que dejaba de importarte al ver lo rural y precioso que quedaba. Las interminables cuestas cada vez se hacían más largas… hasta que llegamos por fin a un camino que daba a unas pequeñas parcelas en las que los habitantes creaban sus propios huertos. Andamos sin vistas a volver, queríamos perdernos por el aire puro que transmitía aquella zona.
-Es genial tu pueblo. -opinó para romper el silencio.
-Bueno, si tú lo dices, será verdad. -reí.
-Cuéntame algo sobre él. Alguna leyenda o cosas de esas. Me gusta descubrir cuando viajo.
-No conozco nada... -dije haciendo memoria. -o la he olvidado. Ah, sí. ¿Sabes quién es Miguel Pellicer?
-Ni idea. -dijo, acomodándose en la sombra de un árbol. Me senté junto a ella y saqué de la mochila unos refrescos y un paquete de galletas rellenas de chocolate.
-Bueno, pues dicen que en el siglo XVII le amputaron la pierna a este señor porque una rueda de carro le pasó por encima y le rompió la tibia.
-Au… - se quejó entre dientes. Yo continué con la famosa historia.
-Después de esto no pudo volver a trabajar, y quedó como mendigo en la puerta del Templo del Pilar, donde cada día aprovechaba para oír misa. Pasados unos años, decidió volver a su pueblo natal, que es Calanda, obviamente. -reí.
-Venga, sigue. -me pidió intrigada.
-Tranquila, mujer… Pues eso, que volvió aquí y se instaló en la casa de sus padres. Él mismo se improvisó una cama donde dormir. Para ver cómo se había acomodado, sus padres entraron en la habitación y olieron una fragancia extraña, no habitual en su casa. Decían que era un olor suave, pacífico. Sorprendidos, vieron dos piernas cruzadas bajo la manta. Lo comprobaron y sí, tenía dos piernas. -dije lentamente, con voz de narrador de cuentos. -con las cicatrices de la amputación en la nueva pierna.
-¡¡Eso es mentira!! -exclamó Malú. -¿En serio te crees eso?
-Yo que sé. -reí. -se supone que es verdad. Un milagro de la Virgen del Pilar.
- Chorradas. -se convencía ella misma. -vamos a merendar, anda. -moví su lata de coca-cola y se la di. Saqué los vasos y fui poniéndoles hielo mientras observaba cómo abría su bebida. Un baño de burbujas estalló del recipiente, manchando su camiseta de tirantes roja y mojando sus gafas de sol. Me eché a reír. -¿te parece gracioso?

-Mucho. -dije, dándole golpes al suelo. Y como no, ella tenía que vengarse. Era jodidamente competitiva. Siempre tenía que ganar. Era familia del aceite o algo así. Nunca dejaba de estar arriba. Cogió el vaso vacío en el que yo misma puse los cubitos de hielo, y lo volcó dentro de mi espalda. Pegué un chillido. Estaba helado. Noté como resbalaba a lo largo de mi dorso hasta caer al suelo, escapando de mi camiseta.
-¿Fresquito? -rió sarcásticamente.
-Yo no combato contigo nunca más… -se le dibujó una sonrisilla y vertió los refrescos en los vasos. Miré insegura el mío.
-Que no tiene nada, idiota.
-No me fío ni un pelo. -volví a revisarlo.
-Bebe ya, capulla. -me insultó de nuevo.
Hacía una brisa fresca, dándole al calor de la tarde una tregua. Las temperaturas se habían mantenido algo elevadas hasta pasadas las seis. Malú sacó una galleta y la separó, quedando el chocolate en una de las partes, y la otra seca. Pensé, como solían hacer muchos peques, que chuparía la parte más rica, el chocolate, y luego se comería el resto. Pero no, era ella mucho más especial. Utilizaba la vacía como cuchara, cogiendo trozos de aquel manjar y llevándoselos a la boca, mordiendo la galleta de paso. Yo la miraba inquietada por la forma tan curiosa de comer que tenía.
-Eres más rara... -reí al fin.
-Soy de edición limitada, no confundas.
-Claro, claro. -asentí irónicamente.
-Oye, ¿por qué besaste a Vanesa? -sabía que no iba a dejarlo pasar así como así, pero tampoco esperaba que me lo soltara así. De sopetón. Tenía la sensación de que volvería a sacar el tema. La entendía, me ponía en su lugar. -¿fuiste tú? ¿o fue ella? Necesito saberlo.
-Bueno… -agaché la cabeza. No era capaz de contarle aquello mirándola a los ojos. Era superior a mí. Me sentía mal, arrepentida. -tuve un impulso, pero me frené a tiempo y salí corriendo… Esa misma noche vino a mi casa… necesitaba saber que había sido aquello. Se acercó, yo me acerqué… y nos besamos. -nos quedamos en silencio. Se escuchaban algunos pájaros piar a nuestro alrededor. El sonido del campo, en general.
-¿Qué sentiste?
-Vacío. -contesté. -nada. Te juro que no… -no me dejó acabar.
-No te pongas a la defensiva, no te estoy atacando. Solo quiero saber que pasó, nada más.
-Nada, ya lo hemos hablado. Está todo claro… Tú me dejaste sin motivo, yo me sentí débil y perdida y no sabía que hacía ni quién era ni… -acabé con un "pf".
-Lo siento mucho. -se disculpó por… perdí la cuenta de las veces que lo había hecho ya.
-No empecemos, anda. -la abracé.
-Oye. -miró hacia mí desde mi pecho. -¿quedan más galletas? -solté una carcajada.
-Eres una comilona. -acaricié su pelo.
-Y tú una moñas y no te digo nada. -dijo, buscándolas.
-Ah, será que no te encanta que lo sea. -rió bajito. Por el camino polvoriento del campo pasó una mujer cuyo rostro me era familiar. Había algo en sus ojos… me sonaban mucho. Aquel azul intenso lo había visto antes. Se quedó mirándonos y se frenó en seco.
-¿MARINA? -me levanté lentamente y fijé mi mirada en ella, observando cada detalle, intentando recordar su nombre.
-María… -susurré no muy segura.
-¡Ven aquí! -la abracé. Su olor particular, con ese toque de jazmín, me hizo recordar quién era esa persona. Recordar no era la palabra, porque jamás la había olvidado. Había cambiado demasiado… El corte y color de pelo eran diferentes y las arrugas se le habían acentuado.-te veo muy bien acompañada. -dijo, separándose de mí.
-Supongo que no hace falta que te diga quién es. -reí. Me dirigí ahora a mi chica. -ésta es María, la directora del colegio al que fui. -mientras se saludaban le conté lo importante que fue para mí. Ella fue quién nos animó a irnos, a dar ese salto. Nos dejó dinero y nos ayudó con el viaje. Después nos escribimos unos cuantos meses, pero poco a poco dejamos de hacerlo hasta hoy. -Bueno, cuéntame, ¿sigues en el instituto?
-No, no, ya no, me jubilé el año anterior. Ahora me ocupo de mi marido… -se le entristeció la cara. -tiene parkinson.
-¿En serio? -pregunté sorprendida. Asintió con la cabeza. -¿y cómo está?
-Ahí va… afrontándolo como puede. -comentó desanimada. -tengo que estar encima de él todo el día porque ya no puede ni abrocharse los botones de la camisa… -una acción tan simple se vuelve un mundo. Qué triste esto de las enfermedades degenerativas.
-Debe de ser horrible. -opinó María Lucía.
-Oye, ¿por qué no venís a cenar? -nos invitó.
-No, no, ya tendrás bastante trabajo con Paco… -quise ser modesta.
-Por favor, así me libero y me distraigo. Me apetece que me cuentes como va eso del mundillo de la música. Cuando era pequeña quería ser mánager. -rió.
-Está bien… -acepté. -pero no te compliques mucho, eh. Una sopita y perfecto .
-¡¡De eso nada!! Esta noche tiro la casa por la ventana. Marina no vuelve todos los días a su pueblo.

1 comentario:

  1. me encanta la novela estoy super enganchada de verdad, me muero de ganas de que publiques el siguiente capitulo sige escribiendo asi :)

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