domingo, 25 de mayo de 2014

Capítulo 75. LAS LLAMAS DE MI HOGUERA.

Su rostro cambió a palidez absoluta en menos de un segundo. Sus pupilas se cerraron, todo lo contrario que sus párpados, que se abrieron hasta no poder más. Sus labios se separaban unos milímetros, para después cerrarse junto a un pestañeo incrédulo. Tras esto, se quedó en silencio. Completo y crudo silencio. Mis latidos se multiplicaban sin medida. Su reacción me estaba matando por dentro. No tenía ni idea de qué pasaba en ese instante por su mente. Me invadí de curiosidad. ¿Sí o no? ¿Tan complicado era?
-Eh… este… -consiguió salir del shock con un tartamudeo.
-Eh este no es una respuesta. Sí o no. Solo es un monosílabo. -le dije.
-Marina… no es fácil. No es solo un monosílabo. Es un cambio de vida. -me dejó muda. Respiró hondo. -vamos a ver… -no sabía qué hacer con el anillo. Aún seguía sujetado por su pulgar y su índice, a la misma altura.
-Tranquila, lo entiendo.
-No, no es que no quiera…
-Ya está, no pasa nada. -me levanté algo desilusionada. Había preparado todo con mucho entusiasmo y me llevó un auténtico fiasco.
-Cariño, vuelve aquí. -me rogó. -por favor… -me senté esta vez a su lado. Me abrazó por el hombro y me besó en la mejilla. -escúchame. Tengo que pensarlo.
-No tienes que pensar nada, si no estás segura no lo hacemos y ya está.
-Solo llevamos ocho meses, entiéndeme.
-Ya sé que es precipitado. Fue lo primero que pensé cuando se me ocurrió esta loca idea. Pero me puse a recordar todo lo vivido contigo. Si lo extendemos y contamos todo lo que nos ha pasado verás que llevamos muchísimo más.
-No te lo niego… pero… ¿para qué quieres que nos casemos? Solo es un papel.
-Si solo es un papel, ¿por qué tienes tanto miedo? -le pregunté.
-No lo sé. Siempre he sido muy libre…
-¿No quieres atarte? ¿es eso? -la desafié. 
-No te pongas tan dura, me está costando mucho… -agachó la cabeza.
-Eres tú la que ha insistido en explicarse… -acaricié su pelo, calmándome a mí misma. -no pasa nada, de verdad. Ya te lo he dicho. -besé su frente y entrelazamos nuestras manos. Vi que el anillo lo tenía en el dedo. Rió. -¿qué te hace tanta gracia?
-No sé. -continuó con la risa floja. Se apoyó en mi pecho. -ni yo sé lo que quiero. Es que me acabo de ver el anillo en el dedo y me queda demasiado bien. -reí con ella. No sabía que significaba esa frase. Tampoco quería hacerme muchas ilusiones. Tal vez debía haberlo pensado más y no dejarme llevar por mis instintos. -¿cómo se te ocurrió? -me preguntó curiosa, sin perder de vista el complemento que ahora decoraba su dedo. -se me escapó una risa al recordarlo.
-La pila del reloj se me acabó y fui a la joyería a cambiársela. Mientras me lo hacían, me di una vuelta por la tienda. Había un estante dedicado a anillos de compromiso.
-Te imagino allí con las manos pegada al cristal y la baba cayéndote por la cara.-bromeó.
-Idiota… -suspiré. -bueno, que no pude resistirme.
-Ni te lo pensaste.
-Fue un loco impulso… luego me arrepentí un par de veces… pero aquí estoy.
-Y qué sientes ahora. -quiso saber. -¿quieres casarte conmigo?
-Eh, no vale devolver preguntas. No sabes jugar a esto. -me quejé. Me puso ojitos. -yo sí. Sí quiero. -dije, mirando al infinito. Ella se echó a reír. -déjame ensayar.
-Te dejo, te dejo. -rió. Cambió el gesto a serio de nuevo. Miró por enésima vez el diamante. Empezó a quitárselo lentamente.
-Quédatelo. -le pedí. -no pedí ticket de devolución, y mira que insistieron.
-Estás como una cabra… -murmuró. -¿a quién se le ocurre?
-A mí. -dije satisfecha. -anda, no te lo quites. Te queda genial. -sonreí.
-¿Es una técnica para que me encariñe con él y decirte que sí?
-Más o menos. -reí, mirando hacia otro lado. Me llamó tonta y me besó. -eres toda una bipolar. Responde. -se mordió el labio, pensando la respuesta. Acabó con una sonrisa estúpida.
-No tengo ni idea. -agachó la cabeza. -dame unos días, anda, por favor. -suspiré paciente. Ay, lo que tenía que aguantar. En realidad era bueno que lo masticara y digiriera durante unas horas. No era elegir entre un paquete de lentejas o uno de garbanzos. No era elegir entre cenar pescado o carne. No era elegir entre ver una película en el cine o en casa. Era un tema delicado, con vistas al futuro. Quise ser justa y darle el tiempo que necesitase para darme una negativa o un rotundo sí.
De repente, y sin yo esperarlo, ya la tenía sobre mi cuerpo. Me tumbó hacia atrás, con el cuello en la caja y la espalda más torcida que la torre Pisa. Se perdió en mi cuello, despertando de nuevo las infinitas mariposillas de mi estómago. Habían dormido demasiado tiempo, era hora de que aparecieran de nuevo.
-Definitivamente tiene usted un trastorno de bipolaridad bastante avanzado. -dije, a la vez que me mordía y besaba sin control.
-¡Cállate! -chilló rasgando la voz, cosa que me hacía perder la cabeza. Me dejé llevar por ella. Era un cuerpo completamente muerto. Me movía con sus movimientos. Tiró la caja al suelo y me tumbó sobre la cama de forma que mis piernas quedaron colgando, rozando el parqué. Me desnudó y mandó mi ropa bien lejos. Ni ella sabía a dónde la había tirado. Poco a poco, mi piel era suya, y la suya mía. No podíamos separar nuestros labios. Ni siquiera para tomar aire. Estaban tan pegados que dolían. Nuestras piernas se entrelazaron, al igual que nuestras manos.
-Oye, ¿no huele a quemado? -le pregunté, interrumpiendo uno de los infinitos besos. Le importó bien poco. Ni siquiera parecía haberme escuchado. Volvió a fundirse en mi boca, perdiendo sus manos en mis piernas. -cariño, ¿no lo hueles?
-Qué pesada. -dijo, de nuevo entre mis dientes. Cerré los ojos y no molesté más. Pero el olor era cada vez más evidente.
-Amor, de verdad…
-Soy yo la que huele a quemado y no me hagas decir por qué. -rió, perdiéndose por segunda vez en mi cuello. Aproveché para mirar alrededor. No me lo podía creer. Salté de la cama.
-¿A dónde v…? -ella misma se respondió, cortando la pregunta. Tenía tanta puntería que mi camiseta había ido a parar al interior de la lamparita que decoraba el lado derecho de la cama. Una nube de humo salía de ella. No me dio tiempo a llegar, una llama salió hacia arriba. Malú salió corriendo, yo no tenía ni idea de qué hacer. Me eché unos pasos hacia atrás, para no exponerme a tanto riesgo. La vi llegar con un extintor. ¿Un extintor? ¿de dónde lo habría sacado? Poco lo pensé. Lo agarré corriendo y extinguí la llamarada. Todo se calmó al instante. -bendita obsesión de mi madre.
-¿Qué dices, colgada? -reí.
-Me hace tener el extintor este en casa. Le dan pánico los incendios.
-Bendita obsesión de tu madre. -repetí.
-Oye, dame a mí con el extintor que sí que hecho fuego. -bromeó. Disparé el artefacto unos metros al lado de ella. -¿¿¿¿QUÉ HACES???? -dio un bote asustada. Me eché a reír exageradamente. Mis carcajadas eran tan enormes que me dolía la garganta. Vino corriendo a quitármelo, pero lo levanté hacia arriba, aprovechándome de su poca altura.
-Con esto no se juega. -le dije, sin parar de reírme.
Nos abrazamos, contentas de volver a estar juntas. Aproveché el momento para pedirle otra cosa. Esta vez, esperaba obtener un sí.
-Tengo otra proposición. -sonreí, mirándola muy cerca. Sus ojos negros se clavaron directamente en los míos.
-Dime, ojos verdes. -reí por el apodo.
-¿Cantas conmigo en el próximo concierto?
-Pues claro. -me abrazó fuerte, ilusionada de volver a compartir el escenario conmigo.
-¿Soportarás no ser la protagonista por una vez? -bromeé. Ella me dio un pisotón.

-Estoy encantada de ser tu invitada.   

miércoles, 21 de mayo de 2014

Capítulo 74. A TRAVÉS DE LA DISTANCIA.

Pasaron meses cargados de tensión, nervios, y mucha felicidad. Daba la vuelta a España de concierto en concierto. Las salas llenas hasta la bandera, y poco a poco, salían nuevas fechas. Más y más. Más lugares, más actuaciones. Todo era una completa locura. Las sensaciones que sentía eran indescriptibles. Se me ponen los pelos de puntas solo de recordarlo. Esa adrenalina que me recorría por el cuerpo cuando oía a cientos de personas corear mi nombre, cantando mis canciones, gritando para que aquello no tuviese fin. Era mágico. Único. Y solo unos cuantos elegidos podían tener este sabor de boca. Ese privilegio.
Al volver de las vacaciones, Mari ya estaba lista para reincorporarse. Y así lo hizo. Se subió en el viaje apasionante de mi carrera después de ausentarse unas semanas. La comodidad y seguridad que me transmitía el trabajar con ella facilitaban mucho las cosas. Era un lujo poder tenerla a mi lado. Me sabía escuchar, entender, y aconsejar. No quería otro copiloto que no fuese Mari.
Paula se encargó de todo en cuanto a Jorge. Advirtió a sus compañeros de profesión del peligro de este hombre enmascarado por su apariencia.
Mi madre quiso acompañarme en la gira. Viajaba con el equipo y no se perdía un solo detalle de mis actuaciones. En algunas de ellas, también estaba mi gran e inseparable amiga Lidia. Seguía feliz con mi compañero, Pablo, el cual triunfaba ahora por toda Europa. Había pasado por Francia, Bélgica, Inglaterra, y aún le quedaban muchos más antes de que acabase el caluroso verano que vivíamos.
 Respecto a ella, la mujer que complementaba mi vida y mi corazón, seguía apasionada y entregada a su público sudamericano. Llevaba allí más de dos meses. Recorría el continente de punta a punta, llenando recintos, reventando récords, y haciendo vibrar a millones de personas. La distancia que nos separaba no era ningún impedimento, ni ningún problema. Al principio se hizo insoportable, pero poco a poco, nos fuimos acostumbrando a ella. Hablábamos muy a menudo, cada hueco en nuestra estrecha agenda se transformaba en una llamada a escondidas detrás de una batería o una puerta. ¿Qué más daba el lugar cuando ella estaba al otro lado de la línea? Quise verlo desde el lado positivo. A través de la distancia era capaz de hacerme feliz, sonreír, y limpiarme las lágrimas con frases que me llegaban al alma. Si conseguía eso estando a miles de kilómetros, ¿qué más daba no poder besarla? Además, aprendí a valorar cada segundo que compartí con ella... Por suerte, el cariño de los fans, las cosas tan increíbles y el calendario repleto de ferias, salas, y entrevistas, me hacían olvidar un poco lo mucho que la echaba de menos. Lo peor siempre llegaba después de soltar toda esa adrenalina en una actuación y quedarme completamente sola. Cerraba los ojos y sentía mi cuerpo vibrar todavía, pero ahora con un notable vacío mezclado con la amarga soledad de las paredes del hotel. Por ello, agradecía la compañía de mi madre. Cuando venía, era como una inyección de vitalidad. Podía compartir con ella las sensaciones vividas. Otras veces, era la propia Mari la que irrumpía en mi habitación buscando consejo matrimonial o criticando al gobierno por su mala gestión. Le encantaba hablar de política y desfogarse contra los trabajadores de dicho sistema. Pero todo eso iba a cambiar, ya que el regreso de Malú estaba a la vuelta de la esquina. Esta misma noche volvía a su país de origen. No sabía cómo reaccionaría después de tantas horas sin su presencia. Sin aquel olor que me dejaba sin habla, sin aquellos ojos que me hacían delirar con solo mirarlos. Pero hoy no era solo un esperadísimo reencuentro. Hacíamos ocho meses juntas. Y como no era para menos, le tenía una sorpresa. La había estado preparando toda la tarde. Coloqué una caja enorme encima de la cama. Era alargada y ocupaba desde el principio de la almohada, hasta el final del lecho.
-¡Danka, estate quieta! -le grité a su perra. Me había dejado Vero a cargo del zoo porque tenía una boda. No sabía para qué, total, no me hacían ningún caso. -¡¡no muerdas el sofá!! -les chillé. -como vea Malú cómo estáis dejando la casa. -no paraban de ladrar y saltar. Las saqué al jardín. Hacía un calor descomunal en Majadahonda. Las nubes llevaban días sin aparecer, y el sol se hacía notar con mucha fuerza.
Me puse a tirarles la pelota. Se peleaban para ver quién la conseguía y se llevaba una fabulosa galletita. Vi que ni así se relajaban. En realidad hacía el efecto contrario, se ponían más nerviosas. Quise intentar otra cosa. Fui al coche a buscar mi guitarra y me puse a tocarles. Pasaron de mí como quién oía llover. Siguieron a su bola jugando. Al paso del tiempo, se aburrieron y se sentaron frente a mí. Me miraban con aquellos ojitos inocentes incapaces de hacer daño a nadie. Parecía increíble. Conseguí calmarlas con mi música. Cerraban los ojillos descansando. Me transmitían mucha paz. Nunca me habían gustado especialmente los animales. Ni si quiera me planteé alguna vez tener uno. No me llamaba ese mundillo, ni entendía las relaciones entre ellos y nosotros, los humanos. Pero esos sentimientos que me estaban provocando me ayudaron a comprender el afecto que se les puede llegar a tener. Ellos también respiran, comen, duermen y viven, tal y como lo hacemos nosotros.
Saqué el móvil y vi una revolución en mi timeline. Malú acababa de pisar Madrid. Sonreí inevitablemente. Las fotos tomadas por los cientos de seguidores que fueron a buscarla no paraban de circular por las redes sociales. Se me anudó el típico nudo en el estómago. Empezaba a ponerme nerviosa.
Pasadas las once de la noche, escuché la puerta del chalet. Rápidas como balas, las perras se le lanzaron encima. A mí me pareció que era la primera vez que la veía. Estaba más morena, y su pelo seguía tan elegante y perfecto como siempre. Yo corrí hacia ella y la abracé a tres palmos por culpa de los bichos, que se me adelantaron. Cuando al fin se esparcieron, pude sentir su pecho en mío, su frente apoyada en la mía, y sus ojos clavados en mí. Al fin.
-Te he extrañado mucho. -dijo con la voz quebrada y aquel acento sudamericano tan característico.
-No tanto como yo. -nos besamos durante un buen rato. Tanto tiempo sin sus labios no podía ser bueno.
-Te he traído un regalito. -rió. -felices ocho meses. -me felicitó, entregándome una caja cuadrada bastante grande. Yo quise hacerme la tonta.
-¿Qué…?
-Se te ha olvidado… -reía. Pero sabía que no le hacía ninguna gracia. -bueno, no pasa…
-Es broma. ¿Cómo iba a olvidarlo? -la corté. Me abrazó. Abrí su regalo. -¡¡Ala!! -era una chupa de cuero negra preciosa. Tenía algunos cristalitos, o algo así, que hacía que brillara con la luz.
-Te vendrá bien para los últimos concis. Va a empezar a hacer frío.
-Muchas gracias, cariño. -dije, probándomela.
-Te queda de puta madre. Qué sexy. -levantó las cejas sonriente. Yo puse morritos y soltó una carcajada.  
-Si pasas al jardín verás tu sorpresa. -insinué. Corrió hacia allí como una moto y vio la cena que le había preparado. Había sacado la mesa y las sillas al exterior y había comprado algunas lucecitas para colocarlas sobre el tablero, junto a la comida.
-¡¡Vaya!! -se sorprendió. -y yo con este hambre. Qué bien, jolín. Como echaba de menos tu forma de cocinar. -confesó. Me senté junto a ella y disfrutamos de la cena. Una brisita agradable se levantó.
-Bueno, cuéntame. -dije emocionada. Me moría de ganas por oírla. Empezó un monólogo al que me enganché, dejándome totalmente hipnotizada. Su manera de explicarse me encantaba. Acaparaba toda mi atención, olvidándome del mundo que giraba en torno a mí. Luego me tocó a mí. En realidad tampoco había mucho que contar. Hablábamos todos los días. Nos acercamos más , moviendo las sillas. -¿quieres tu regalo? -sonreí.
-¿Más? -preguntó sorprendida.
-Anda, sube a la habitación.
-Uh… -sonrió perversa.
-Idiota, venga. -me puse roja. Subimos las escaleras hacia su dormitorio y pegó un chillido nada más ver el enorme presente que descansaba en su cama.
-¿¿¿¿¿PERO ESTO QUÉ ES????? -se puso las manos sobre la cabeza y se arrodilló muy cerca de él. Yo hice lo mismo, en el otro lado, de forma que el armatoste aquel quedaba entre nosotras. Quitó con rapidez el envoltorio de los 101 dálmatas que había comprado y se encontró con una caja de cartón color marrón con dos solapas pegadas con celo. -ve a por una tijera. -me ordenó.
-Anda, fina. -dije, tirando del adhesivo. -Listo. -sonrió como agradecimiento y siguió indagando. Empezó a reírse al ver el contenido de la caja. Estaba entera rellena de nuestros chocolatitos. Los M&M. -ya puedes empezar a comer para encontrar tu verdadero regalo.
-¿Qué?
-¿Qué de qué? -rió ante mi broma y se dispuso a buscar entre los miles de emanems. Comía de vez en cuando y metía la mano hasta el fondo. -te aviso, es algo muy pequeño. -reí. Qué bien me lo estaba pasando. Aunque era verdad, que estaba algo nerviosa…
-Ayúdame, porfa. -me pidió sofocada. Unas gotitas de sudor corrían por su frente. Cogí unos cuantos y me los tragué de golpe. Estaban deliciosos. Me había encargado de forrar la caja con papel de aluminio para que no cogieran el amargo sabor del cartón. Nuestras frentes se encontraron y una sonrisa se le iluminó en la cara, una sonrisa que estaba a centímetros de la mía. Lo había encontrado. Lo sacó y lo miró. Se produjo un silencio y tragué saliva.
                                    

-¿Quieres casarte conmigo?


domingo, 18 de mayo de 2014

Capítulo 73. TÚ.

Llegamos las dos a casa de María unos minutos antes de las diez, con una botella del mejor vino que habíamos encontrado y con un sobre que tenía que entregarle en mi bolsillo. Llamamos al timbre, pero nadie abría. Volvimos a tocar, y entonces, oí su voz.
-¡¡Pasad!! -chilló lejana. Vi que la puerta estaba encajada y la abrimos. Todo estaba a oscuras, no veíamos ninguna luz por debajo de la puerta, ni siquiera el patio interior estaba iluminado. De repente, se hizo la luz del salón y cientos de personas saltaron a la vez. Nos pegamos un buen susto, y enseguida nos reímos.
-¡¡SORPRESA!! -exclamaron. María se acercó a nosotras y nos saludó. -todo el pueblo está contigo. -me susurró al oído. Pude reconocer a muchos de mis compañeros de instituto, a algún que otro profesor de mi infancia, y a incontables vecinos. Vinieron uno por uno a conocer a Malú y a volverme a ver. Unos seguían con la misma cara de siempre, otros habían cambiado de forma radical. Tinte, maquillaje, delgadez...
-No pareces muy contenta. -me dijo Malú cuando todo empezaba a calmarse. Yo seguí con la mirada fija en un plato de patatas fritas. -cariño, ¿estás bien? -se apoyó en mi hombro.
-No. -dije con la voz quebrada. -esto no tiene ningún sentido.
-Eh, ¿por qué dices eso? -cogió mi mandíbula y la giró para que la mirase.
-Me despreciaban. La mayoría de los que están aquí me odiaban. ¿Cómo tienen la cara de venir a saludarme como si no hubiese pasado nada?
-Bueno mi amor, han pasado muchos años ya… -me peinó el flequillo con sus finos dedos. -anda, disfruta y olvídate de eso. Las cosas han cambiado. -debería seguir su consejo, pero me habían hecho demasiado daño. Me era muy difícil pasar de algo tan relevante. Me había marcado mucho.
-¡¡MARINA!! -Raquel corrió hacia mí. Estaba igualita, con aquel pelo rizado y negro como el carbón. Con aquellos ojos tan oscuros que parecían dos agujeros negros en algún lugar remoto del universo. -dios mío, cuánto tiempo.-dijo en mis brazos. Sonreí. Simplemente por el hecho de su presencia, aquella cena llena de falsos mereció la pena. Raquel me conocía desde pequeña, nuestra relación era más que estrecha. Compartimos desde la plastilina, hasta los deberes irresolubles de física y química.
-¡No has cambiado nada! -exclamé.
-Yo no, pero mi vida sí. -dijo, echándose a un lado. Vi llegar a Pedro con un carrito y un pequeño de apenas un año.
-¡No me digas! ¿Es tuyo…? -me quedé boquiabierta. -no me lo puedo creer. ¿Y ese es el padre? -asintió con la cabeza. Me eché a reír, ella me acompañó.
-Fíjate con quién ha acabado. -murmuró él. -con el cabrón de la clase.
-Tío, es que eras un torbellino. -solté. Raquel cogió al pequeño y me lo dio. -no, no. -reí.
-¿Por qué?
-Parece muy rompible. -rieron. -oye, que no, que soy muy pava a ver si lo voy a caer.
-Cógelo, idiota. -me animó mi amiga. El niño me miró sonriente, con la baba colgando. Era rubito, pero la forma del rizo era de la madre, sin duda alguna. Lo sostuve en mis brazos y me produjo una sensación de ternura indescriptible. Lo miré y él no hacía más que sonreír. Era una monada de niño.
-Le has caído bien. -rió su madre. -¿y tú, qué? -preguntó, señalando al niño con la mirada. -¿cuándo te atreverás? -solté una carcajada.
-Déjate, déjate. -seguí riendo. -ahora estoy centrada en mi carrera. -le devolví el peque.
-Sí, sí. Yo tengo el disco en casa, a ver si vienes a firmármelo.
-Por favor, faltaría más. -vi a Malú volver del baño. Automáticamente le presenté a Raquel.
-Ah, encantada. Así que erais muy amigas…
-No sabes cuánto. Aunque nos peleábamos por tus posters, pero al final siempre ganaba Marina... -reímos.
-Uy, que niño más guapo tienes. -observó. Le cogió el moflete.-¿puedo cogerlo? -ella todo lo contrario a mí. Mi chica acurrucó al renacuajo en su pecho. Yo, cuál idiota, la miraba sin perder la vista ni un segundo de ella.
-¿Te gustan los niños? -le preguntó Peter, como lo solíamos llamar en nuestra época de adolescencia.
-Me encantan. -dijo cerrando los ojos. -quiero ser madre. -se me cruzó esa frase. Mi imaginación se disparó y ya me estaba viendo con la casa llena de juguetes, las guitarras escondidas en lugares seguros y una revoltosa hija. -¿y esa cara de tonta?
-¿Qué? -volví a la realidad. -nada. -reí, dándome la vuelta, buscando algo de comer disimuladamente.
-¿Cómo lo estás pasando? -me preguntó María, con una copa de vino en la mano. -por cierto, delicioso.
-Muy bien, muy bien. El reencuentro con Raquel… joder. ¡Qué es madre! -exclamé. Me agarró el hombro. -oye, tengo algo para ti. -saqué el sobre y se lo tendí.
-¿Qué es esto? -preguntó, abriéndolo intrigada. Vio el dinero que había dentro. Me lo devolvió, yo la rechacé. -no puedo aceptarlo, lo siento.
-María, te lo debo. -giré la cabeza. -por favor. Además, te vendrá bien con la enfermedad de tu marido. Cógelo. -insistí. Me miró negando con la cabeza.
-Anda, tira. -me dijo, refutando el sobre otra vez. Pero yo fui más lista, y sin que se percatara, le metí el sobre en uno de los cajones del mueble del salón.
Esa noche me di cuenta de lo hipócrita y falsa que puede llegar a ser la gente. Todos se reían de mí al verme con aquel sueño, el que alimentaba redacciones en las clases. Se burlaban por ello. No creían en mí. Por otro lado, los que me señalaban con el dedo al verme pasear con Vanesa. Y lo peor, lo peor de todo. Estaban aquí. Estaban como si me conociesen, como si alguna vez les hubiese caído bien. Como si me hubiesen apoyado cuando más lo necesitaban, como si se hubiesen parado a escuchar mis canciones. Solo un mínimo porcentaje de los allí presentes se había portado de manera cordial y respetuosa conmigo. ¿Qué pintaban allí? Me saludaban con esa sonrisa tan poco verdadera, tan enmascarada. Ahora que había conseguido lo que quería, ahora que miraban asombrados lo que había conseguido venían en masa con el derecho de que me conocían desde pequeña. Como lo odiaba, era repugnancia infinita. Me sentía tan incómoda…  
Después de aquello, Raquel nos invitó a su casa. Nos la enseñó de principio a fin. Eran dos plantas completamente decoradas y amuebladas. Un lugar ideal para formar una familia. Estuvimos hablando hasta altas horas de la madrugada. Teníamos mucho que contarnos. Recuperé la confianza que teníamos. Quizás no recuperé, sino que simplemente nunca se había perdido. Volvimos a tenernos ese cariño, esa amistad que echaba tanto de menos. Había montado junto a su pareja un restaurante en el pueblo. Sabían organizarlo, sabían sacarle partido y sobre todo, no volverse obsesivo con el trabajo.
-A ver si pasáis por allí antes de que os vayáis.
-Prometido. -susurró Malú.
Eran una pareja estupenda, se les veía muy felices. Aunque si esto me lo hubiesen contado, no me lo hubiera creído. Ni loca. Pedro era el más gamberro del colegio y Raquel la más inteligente. No había derivada que se le resistiese. Siempre estaban en combate. No había día que no se cruzaban chillidos entre ellos. Cómo cambian las cosas con el paso del tiempo. A Peter se le veía maduro. El tener ese hijo les había hecho centrar la cabeza, y eso se palpaba. La noche transcurrió entre anécdotas del pasado, historias del presente y especulaciones del futuro. El chico se avergonzaba al oír las salvajadas que había realizado en su juventud.
-¿Y cuándo quemó la mesa con el desodorante y el mechero? -recordé. Él miró hacia otro lado.
-Sí, sí, no te escondas. -le dijo su mujer. -no tenías remedio.
-Hasta que llegaste tú. -sonrió y se fundieron en un beso.
-Yo te veía delincuente, y sin embargo…. -bromeé.
-Yo te veía con Malú y… ah, pues sí, mira. -reímos. -¿cómo lo conseguiste, putona?
-Se coló en mi casa, básicamente. No me dejó otra opción. -explicó ella.
-Totalmente, ella no me pidió que entrase. -seguí con la ironía. -entré por la ventana cual súper héroe.  
-Y puso adrede una canción en la que sabía que la besaría.
-Claro, y la activé con mi reloj de espía secreto. -reí. No podía aguantarlo más. Ellos se meaban, dando golpes en el sofá.

-Ay, que te quiero. -soltó Malú, abrazándome como podía en el sillón. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Capítulo 72. AHORA.

Los días en Calanda solían ser fríos y amargos, pero esa semana lucía un sol impresionante. Aprovechamos pues para salir a pasear y enseñarle el pueblo. No tardaríamos mucho, era pequeño. Paseamos de la mano por las calles estrechas y de piedra, donde el suelo se te clavaba en los zapatos provocando una molestia constante. Cosa que dejaba de importarte al ver lo rural y precioso que quedaba. Las interminables cuestas cada vez se hacían más largas… hasta que llegamos por fin a un camino que daba a unas pequeñas parcelas en las que los habitantes creaban sus propios huertos. Andamos sin vistas a volver, queríamos perdernos por el aire puro que transmitía aquella zona.
-Es genial tu pueblo. -opinó para romper el silencio.
-Bueno, si tú lo dices, será verdad. -reí.
-Cuéntame algo sobre él. Alguna leyenda o cosas de esas. Me gusta descubrir cuando viajo.
-No conozco nada... -dije haciendo memoria. -o la he olvidado. Ah, sí. ¿Sabes quién es Miguel Pellicer?
-Ni idea. -dijo, acomodándose en la sombra de un árbol. Me senté junto a ella y saqué de la mochila unos refrescos y un paquete de galletas rellenas de chocolate.
-Bueno, pues dicen que en el siglo XVII le amputaron la pierna a este señor porque una rueda de carro le pasó por encima y le rompió la tibia.
-Au… - se quejó entre dientes. Yo continué con la famosa historia.
-Después de esto no pudo volver a trabajar, y quedó como mendigo en la puerta del Templo del Pilar, donde cada día aprovechaba para oír misa. Pasados unos años, decidió volver a su pueblo natal, que es Calanda, obviamente. -reí.
-Venga, sigue. -me pidió intrigada.
-Tranquila, mujer… Pues eso, que volvió aquí y se instaló en la casa de sus padres. Él mismo se improvisó una cama donde dormir. Para ver cómo se había acomodado, sus padres entraron en la habitación y olieron una fragancia extraña, no habitual en su casa. Decían que era un olor suave, pacífico. Sorprendidos, vieron dos piernas cruzadas bajo la manta. Lo comprobaron y sí, tenía dos piernas. -dije lentamente, con voz de narrador de cuentos. -con las cicatrices de la amputación en la nueva pierna.
-¡¡Eso es mentira!! -exclamó Malú. -¿En serio te crees eso?
-Yo que sé. -reí. -se supone que es verdad. Un milagro de la Virgen del Pilar.
- Chorradas. -se convencía ella misma. -vamos a merendar, anda. -moví su lata de coca-cola y se la di. Saqué los vasos y fui poniéndoles hielo mientras observaba cómo abría su bebida. Un baño de burbujas estalló del recipiente, manchando su camiseta de tirantes roja y mojando sus gafas de sol. Me eché a reír. -¿te parece gracioso?

-Mucho. -dije, dándole golpes al suelo. Y como no, ella tenía que vengarse. Era jodidamente competitiva. Siempre tenía que ganar. Era familia del aceite o algo así. Nunca dejaba de estar arriba. Cogió el vaso vacío en el que yo misma puse los cubitos de hielo, y lo volcó dentro de mi espalda. Pegué un chillido. Estaba helado. Noté como resbalaba a lo largo de mi dorso hasta caer al suelo, escapando de mi camiseta.
-¿Fresquito? -rió sarcásticamente.
-Yo no combato contigo nunca más… -se le dibujó una sonrisilla y vertió los refrescos en los vasos. Miré insegura el mío.
-Que no tiene nada, idiota.
-No me fío ni un pelo. -volví a revisarlo.
-Bebe ya, capulla. -me insultó de nuevo.
Hacía una brisa fresca, dándole al calor de la tarde una tregua. Las temperaturas se habían mantenido algo elevadas hasta pasadas las seis. Malú sacó una galleta y la separó, quedando el chocolate en una de las partes, y la otra seca. Pensé, como solían hacer muchos peques, que chuparía la parte más rica, el chocolate, y luego se comería el resto. Pero no, era ella mucho más especial. Utilizaba la vacía como cuchara, cogiendo trozos de aquel manjar y llevándoselos a la boca, mordiendo la galleta de paso. Yo la miraba inquietada por la forma tan curiosa de comer que tenía.
-Eres más rara... -reí al fin.
-Soy de edición limitada, no confundas.
-Claro, claro. -asentí irónicamente.
-Oye, ¿por qué besaste a Vanesa? -sabía que no iba a dejarlo pasar así como así, pero tampoco esperaba que me lo soltara así. De sopetón. Tenía la sensación de que volvería a sacar el tema. La entendía, me ponía en su lugar. -¿fuiste tú? ¿o fue ella? Necesito saberlo.
-Bueno… -agaché la cabeza. No era capaz de contarle aquello mirándola a los ojos. Era superior a mí. Me sentía mal, arrepentida. -tuve un impulso, pero me frené a tiempo y salí corriendo… Esa misma noche vino a mi casa… necesitaba saber que había sido aquello. Se acercó, yo me acerqué… y nos besamos. -nos quedamos en silencio. Se escuchaban algunos pájaros piar a nuestro alrededor. El sonido del campo, en general.
-¿Qué sentiste?
-Vacío. -contesté. -nada. Te juro que no… -no me dejó acabar.
-No te pongas a la defensiva, no te estoy atacando. Solo quiero saber que pasó, nada más.
-Nada, ya lo hemos hablado. Está todo claro… Tú me dejaste sin motivo, yo me sentí débil y perdida y no sabía que hacía ni quién era ni… -acabé con un "pf".
-Lo siento mucho. -se disculpó por… perdí la cuenta de las veces que lo había hecho ya.
-No empecemos, anda. -la abracé.
-Oye. -miró hacia mí desde mi pecho. -¿quedan más galletas? -solté una carcajada.
-Eres una comilona. -acaricié su pelo.
-Y tú una moñas y no te digo nada. -dijo, buscándolas.
-Ah, será que no te encanta que lo sea. -rió bajito. Por el camino polvoriento del campo pasó una mujer cuyo rostro me era familiar. Había algo en sus ojos… me sonaban mucho. Aquel azul intenso lo había visto antes. Se quedó mirándonos y se frenó en seco.
-¿MARINA? -me levanté lentamente y fijé mi mirada en ella, observando cada detalle, intentando recordar su nombre.
-María… -susurré no muy segura.
-¡Ven aquí! -la abracé. Su olor particular, con ese toque de jazmín, me hizo recordar quién era esa persona. Recordar no era la palabra, porque jamás la había olvidado. Había cambiado demasiado… El corte y color de pelo eran diferentes y las arrugas se le habían acentuado.-te veo muy bien acompañada. -dijo, separándose de mí.
-Supongo que no hace falta que te diga quién es. -reí. Me dirigí ahora a mi chica. -ésta es María, la directora del colegio al que fui. -mientras se saludaban le conté lo importante que fue para mí. Ella fue quién nos animó a irnos, a dar ese salto. Nos dejó dinero y nos ayudó con el viaje. Después nos escribimos unos cuantos meses, pero poco a poco dejamos de hacerlo hasta hoy. -Bueno, cuéntame, ¿sigues en el instituto?
-No, no, ya no, me jubilé el año anterior. Ahora me ocupo de mi marido… -se le entristeció la cara. -tiene parkinson.
-¿En serio? -pregunté sorprendida. Asintió con la cabeza. -¿y cómo está?
-Ahí va… afrontándolo como puede. -comentó desanimada. -tengo que estar encima de él todo el día porque ya no puede ni abrocharse los botones de la camisa… -una acción tan simple se vuelve un mundo. Qué triste esto de las enfermedades degenerativas.
-Debe de ser horrible. -opinó María Lucía.
-Oye, ¿por qué no venís a cenar? -nos invitó.
-No, no, ya tendrás bastante trabajo con Paco… -quise ser modesta.
-Por favor, así me libero y me distraigo. Me apetece que me cuentes como va eso del mundillo de la música. Cuando era pequeña quería ser mánager. -rió.
-Está bien… -acepté. -pero no te compliques mucho, eh. Una sopita y perfecto .
-¡¡De eso nada!! Esta noche tiro la casa por la ventana. Marina no vuelve todos los días a su pueblo.

martes, 6 de mayo de 2014

Capítulo 71. COMO CADA NOCHE.

A pesar del cansancio y la fatiga post viaje, mi madre, como la de cualquier persona, nos hizo cenar. Hambre no teníamos, solo queríamos dormir de una vez y descansar. Pero ella insistía. Se había metido en la cocina desde que llegamos para prepararnos de todo. Se quejaba de que siempre estaba sola y aquello era una escusa para hacer de comer a lo grande. La mesa se fue llenando de platos y mis ganas de comer se iban restando. Tanta comida me abrumaba.
-Creo que esta noche voy a vomitar… -susurré sin que llegase a enterarse. Malú se rió y se acomodó en las duras sillas que teníamos. Eran de madera con un cojín que más que cojín era una piedra.
-No digas eso hombre, que lo hace con todo el cariño.
-Ya, pero es que si no tengo ganas y me hace comer… -me quejé. Volvió de la cocina con latas de cerveza sin alcohol y Aquarius.
-Lo siento, es lo único que bebo. -rió nerviosa. -si me hubieses dicho que venías hubiera comprado…
-Mamá, ya, tranquila. -la corté. No estaba yo muy acostumbrada a eso de las comidas (abusivas) familiares. Aunque sí que quedaba algo en mi memoria. Ella cocinaba siempre con un puñado de más, por si presentaba alguien por sorpresa. Que al final ese puñado lo teníamos que repartir entre los tres. O cuando venían los amigos a casa a merendar, que les metía las magdalenas en la boca de dos en dos.
Empezamos a devorar la cena, que más que cena era un banquete, y mi madre no dejaba de hablar. Ella ya había cenado, cosa que me frustró porque sabía que todo el manjar que había sobre la mesa era solo para nosotras.
-Nuera, ¿te gusta mi comida? -preguntó. Ella estaba masticando, por lo que se limitó a asentir sonriente. -ay, Malú en casa. ¿Quién lo iba a decir cuando la veíamos por la tele, te acuerdas Marina? -yo asentía y mi chica no paraba de reírse disimuladamente. -oye, si quieres algo lo pides, sin problema. -comenzaba a ponerse pesada. -te tenías que haber traído a tus perritas… las hubiésemos llevado al campo, que aquí iban a ser muy felices.
-Se han quedado con mi madre. -contestó ella.
-¡Pues te la traes también! ¡Claro! -exclamó haciendo aspavientos.
-Mamá para un rato. -dije entre risa. -que la agobias.
-No, no, estoy bien. -refutó ella.
-Uy, Marina hija. ¿Ves cómo no pasa nada? -suspiré y solté el tenedor. Los enormes cuencos seguían casi llenos. -¿ya has terminado? Has comido muy poco. Venga. -se sentó a mi lado y cogió mi cuchara, la rellenó de sopa y sujetó mi barbilla con una mano. Malú miraba de reojo a punto de estallar en carcajadas. Me metió el cubierto entero en la boca y dos chorreones resbalaron por mi barbilla. Ella los rebañó y me lo volvió a meter adentro.
-¡¡Mamá!! -grité, apartándome. Me sentía avergonzada, pero por otro lado, aquello me parecía divertidísimo. Me reí con las dos y me limpié con la servilleta. Mi progenitora, con la que compartía nombre, me besó en el cachete fuertemente, dejándome una marca de carmín rojo que usaba siempre.
-Me acuerdo cuando me despedías en el colegio y los niños me decían que quién me había besado al ver el pedazo de tatuaje que me dejabas. -reímos al recordarlo. Estas vacaciones iban a ser de lo más nostálgicas.
-Se me ha ocurrido una cosa. -miedo me daba. Se acercó a una enorme estantería que ocupaba una pared entera del salón. Se dividía en diferente cajones y baldas, y un hueco donde cabía  a lo justo la televisión. De los libros sacó un álbum de fotos.
-No… -lloriqueé en broma. -guárdalo, porfavor.
-No, no. -rió Malú. -yo quiero verte a ti de pequeñaja.
-Era un amorcito de niña. -dijo mi madre orgullosa. Se sentó entre nosotras dos y comenzó a pasar las páginas lentamente, explicando la historia de cada foto. En una de esas pasadas de hoja, puse la mano sobre una fotografía mía.
-¡¡Ésta no, por favor!! -rogué.
-Pero si es muy graciosa… -me puso ojitos.
-Haz lo que quieras. -me levanté y comencé a recoger la mesa mientras morían de la risa al verme disfrazada de payasa. Llevaba una peluca más grande que mi cabeza, amarilla. Una nariz roja enorme y la cara completamente blanca. Salía sacando la lengua y los ojos muy abiertos, de forma que parecían ocupar mi rostro entero.
-Pero qué monería… -opinó. -mira que ojazos verdes.
-Claro, después de dos horas riéndote… -dije. Ella me guiñó un ojo y me sacó la lengua. -deja de hacer eso que pareces el icono del WhatsApp. -bromeé.
Al acostarnos en la cama en la que tantas noches me había refugiado, encontré algo bajo el colchón. Malú se había quedado dormida nada más tumbarse, pero yo no paraba de dar vueltas en el poco espacio que me quedaba. Parecía una hoja, quizás sería otra de mis canciones.
Lo abrí con cuidado. Era una carta de Vanesa. La curiosidad me llamaba. Me incorporé, sentándome al filo de la almohada.
"Siento mucho que tengas que aguantar todo esto por mí. Lo siento mucho. Sé que me vas a decir que no es culpa mía, pero yo soy consciente de lo que digo. He pensado cientos de veces en dejarte para acabar con tu pesadilla, pero te pido perdón, no soy capaz de hacerlo. No puedo. No soy persona sin ti… cuando me besas, me abrazas o simplemente me miras pienso que eres la mujer de mi vida, que no terminará nunca.
Voy a proponerte algo. Parecerá una locura, pero no tenemos nada que perder en realidad. Aquí no hacemos nada… Vámonos tú y yo. No me preguntes dónde, ni cuándo, solo estoy convencida de que quiero escaparme contigo. Te quiero mucho, amor. "
Solté su nombre a la vez que suspiré. Fue una sensación rara, como si mi cuerpo y alma se trasladasen al momento en el que la leí aquel día. Cuando me pareció que era la locura más estúpida y preciosa del mundo. Entonces miré a mi derecha y vi a ella, volviendo al presente. Asimilando todo lo que había cambiado desde esa carta hasta hoy día. Fue inevitable recordar aquel beso vacío a las tantas de la madrugada, cuando estaba tan perdida que ni yo misma sabía quién era. Y me sentí fatal. No le había contado nada a Malú, y el remordimiento me comía por dentro. Era incapaz de mentirle… Me quedé mirándola. Un nudo se formó en mi garganta. Le haría daño si se lo contaba. Pero también lo hacía ocultándolo. Se despertó, abriendo los ojos despacio. Se los frotó y me vio con el papel en la mano.
-¿Qué lees? -me preguntó, paseando sus dedos por mi barriga.
-No es nada. -dije, guardándola bajo el colchón. Ella tiró de mi mano y me la quitó. Se incorporó y la leyó rápidamente. Me la devolvió y yo la devolví a su lugar. -me la encontré aquí.
-Es muy bonita. Hicisteis bien en iros. -opinó, volviendo a cerrar los ojos. Aparté el pelo de su rostro y le acaricié la mejilla.
-Malú. -la llamé. Levantó la cabeza para mirarme. -Besé a Vanesa cuando lo dejamos. -se quedó sin palabras. No dijo nada. Se quedó con la boca abierta mirándome. -me sirvió para darme cuenta de que todo había cambiado. Que ya no sentía nada por ella.
-Pero necesitaste dárselo para comprobarlo… -dijo molesta. -pensé que era la única que ocupaba tu mente.
-Lo eres. -me arrepentí de habérselo contado. No quería un drama. Se suponía que eran unas vacaciones tranquilas. -necesitaba contártelo… lo siento.
-Has hecho bien. No me gusta que me oculten cosas. Buenas noches. -parecía enfadada. Se tumbó en mi pecho como cada noche y esperamos a que amaneciese un nuevo día.
Al despertar ella no estaba sobre mí. Me puse en lo peor. Aunque era algo exagerado. No se iba a marchar por esa tontería, o al menos, eso esperaba. Pero la idea se despejó rápidamente al oír a mi madre hablar con ella. Escuché sus risas rompiendo el silencio matutino y una sonrisa se me dibujó. Bajé al salón y las encontré jugando a las cartas.
-La que no sabía jugar… -murmuré al recordar los días que compartí en su piso estando aún en La Voz.
-La he tenido que enseñar yo, ¿cómo no la enseñas a jugar al chinchón? Es que es para matarte. -me "regañó" mi madre.
-Eso, ¿cómo no se te ha ocurrido? -me guiñó el ojo Malú.
-Anda, siéntate que hace mucho tiempo que no te meto una buena paliza.
-Mamá… no son ni las diez.
-Que te sientes te he dicho. -me obligó. Tantos años fuera de casa pasaron factura. Se sumaron para manifestarse en uno solo. Todo lo que no hicimos, todo lo que perdimos nos llegaba ahora de golpe. Ella volvió a sentirse madre, y yo a sentirme hija.

-No me lo puedo creer. -dije al ver que mi chica nos había ganado. -bah, la suerte del principiante. -reímos.
-Voy a preparar unos cafés y echamos otra. -se levantó caminando hacia la cocina.
-Siento haberme puesto tan borde. -se acercó María Lucía arrastrando la silla. -es que me cuentas eso recién levantada y…
-No te preocupes. -sonreí, besándonos. Oímos las tazas posarse sobre la mesa. Separamos nuestros labios.
-Seguid, seguid. -dijo mi madre, haciéndonos reír. -yo ya me voy… -alzó las manos haciéndose la inocente y corrió por el pasillo. -¡¡que se me queman los huevos!!
-¿Huevos? -preguntó Malú. -dios…
-Vamos a volver con 7 kilos a Madrid. -vi venir. -tendremos que estar dos semanas comiendo verde, como las vacas. -se echó a reír. -sí, ahora te ríes, pero sabes que es verdad.


sábado, 3 de mayo de 2014

Capítulo 70. POEMA DE MI CORAZÓN.

Mientras las ciudades preparaban la semana santa, llenaban de olores las calles y otros hacían las maletas para visitar a sus familiares, Malú y yo entramos en carretera con la radio a todo volumen.
El viaje era largo, unas cuatro horas de intenso tráfico por culpa de las vacaciones. Hacía un sol radiante, ambas cogimos nuestras respectivas gafas de sol.
-¡¡Vámonos!! -exclamó ella, alzando los brazos y cantando muy alto. Yo reí y negué con la cabeza. Definitivamente, estaba colgada, pero a la vez la admiraba. Era capaz de estar las 24 horas con una energía inhumana. No decaía ni un segundo. Igual que sabía sacársela a cualquiera  por muy deprimido que estuviese. Es una de las cosas que más me gustan de ella. Los minutos se pasaban lentos, nos movíamos lentamente por culpa de las retenciones. Aquello era un agobio. -por dios, vamos a hacer algo divertido.
-¿Qué propones? -reí, antes de que dijera algo. Ya la conocía.
-¿Jugamos al veo-veo? -solté una carcajada. ¿Lo decía en serio?
-Cariño… ¿no crees que ya somos un poquito mayorcitas para jugar a eso…?
-Pues nada, sigue con tu madurez aburri…
-Veo-veo. -comencé, cortándola. Me lanzó una sonrisa.
-¿Qué ves? -continuó.
-Una cosita.
-¿Y qué cosita es? -cantaba cuál niña pequeña, bailando de un lado a otro.
-Empieza por la letrita… -me quedé pensando. -...te.
-Te… -comenzó a pensar. -ta… -siguió. Miraba a un lado y a otro del coche. -tetera.
-Malú, cariño. ¿Dónde ves tú una tetera? -reí.
-Yo que sé… a ver si colaba. -prosiguió observando su entorno, intentando encontrar la "cosita" en la que yo pensaba. No lo iba a hallar en la vida. Reconozco que cogí algo complicado. Difícil de averiguar. -teléfono.
-No. -contesté. Estaba disfrutando viéndola tan desesperada.
-Timón.
-Y Pumba. -bromeé. -vamos en coche, no en barco.
-Tijuana. -negué con la cabeza. -tenedor. -volví a negar. -tractor. -se me escapó una risa. ¿Un tractor en un coche? -tronco, tijeras, turrón. -ya ni se paraba. Soltaba palabras al azar.
-¿Te rindes…? -la presioné sonriente, sacando su lado más infantil.
-No. Tequila, tango, tiempo. ¡Tiempo! ¡Es tiempo!
-No, no es.
-¿Qué es?
-¿Te rindes? -repetí. Asintió derrotada. -te doy una pista. Llevas unos cuántos encima. -se quedó pensativa. -tatuajes. -me soltó un tortazo.
-¡¡Vaya tela contigo!!
-Soy buenísima jugando, lo sé. -solo me sirvió para ganarme otra hostia.
-Ahora te vas a cagar. -apretó sus labios y entrecerró sus ojos. Cantamos la cancioncita de nuevo, la letra era la V. -já. Seguro que no lo adivinas, listilla.
-¿Volante?
-¿¿PERO POR QUÉ?? -me eché a reír. -¿por qué? ¿por qué? ¡Ya no juego más!
-Vamos, no sabes perder. Admítelo. -me levanté las gafas y le lancé un guiño. ¿La respuesta? Predecible. Un manotazo. -le voy a decir a mi madre que me maltratas.
-No, no, no… pero si yo soy un angelito... -pestañeó seguidamente. Pasé mi mano por su cara y ella la apartó de un zarpazo. Reí de nuevo. El camino se hacía más corto gracias a nuestras estupideces.
Al caer la noche, bajamos el volumen de la música y pusimos a nuestro amigo Pablo Alborán. La luz de las estrellas junto a sus melódicas canciones creaban un ambiente de lo más tranquilizador. Una combinación más que perfecta. Malú ya estaba entrecerrando los ojos. En nada estaría dormida.
-Oye, ¿jugamos otra vez? -reí.
-¿Para volver a perder?
-Qué competitiva eres, joder. -objeté.
-Anda, para un momento. -me pidió, acariciando mi brazo con delicadeza.
-¿Por qué? -¿a qué venía parar el coche cuando solo quedaba una hora y media para llegar?
-Tu novia se mea. -solté una carcajada. Qué fina. -y se mea a chorros. Cataratas. ¡¡ME MEO!!
-No podemos parar aquí, estamos en una autopista. -expliqué. Ella resopló. -Una hora y media no aguantas, ¿verdad? -negó abriendo los ojos como platos. Vamos, que ni de broma. -bueno, dentro de nada entraremos en los carriles cutres que llevan al pueblo y paramos en cualquier sitio.
-Si no me meo antes. -sonrió plenamente. Le cogí la mandíbula, acercándola a mí, y la besé.-ay… no me lo esperaba. Te quiero. -susurró. Le sonreí sin apartar la vista de la furgoneta que conducía por delante nuestra. Los cristales estaban tapados con cortinas y la velocidad que llevaban sobrepasaba la permitida. -se la van a pegar. -advirtió Malú.
-Si siguen así… -mi chica me dijo que moderara la velocidad, prefería estar lejos de aquellos temerarios. Así lo hice. Tardaríamos más, pero valía la pena prevenir.
-Tu madre se va a llevar una gran sorpresa cuando te vea. -asentí, dándole la razón. No se lo esperaba. La cantante se apoyó en la ventana con la mirada fija en mí.
-¿Qué miras? -le pregunté.
-Eres una gran persona, no sé si alguna vez te lo he dicho. -solté una risilla nerviosa. Iba a acabar sacándome los colores. -además de valiente, luchadora, cariñosa. -hizo una pausa. -eres lo mejor que tengo, no te vayas nunca.
-¿Por qué me dices esto ahora que no te puedo abrazar?
-No sé cómo conseguiste sobrevivir al infierno de tu adolescencia… no sé cómo tuviste el valor de irte y formar una nueva vida en un sitio que no habías pisado nunca, con gente a la que no conocías, no sé cómo pudiste perdonar a tu madre, ni cómo te atreves a volver al pueblo… -agaché la vista.
-Sé que me van a venir muchos recuerdos… -sujetó mi mano con fuerza. -pero también tengo buenos. -la miré de reojo sonriente. -vengo a por ellos.
-Yo te ayudaré a borrar los malos. -me besó los nudillos. -ahora para ya que me meo. -reí. Vaya manera de cortar el precioso momento.

Aparqué el coche frente a la fachada de la que tantos años había sido mi casa. Había cambiado el color de la puerta. Antes era negra, ahora era azul cielo. El número 15 seguía intacto sobre el marco. La ventana de arriba a la derecha estaba cerrada, al igual que la persiana. Era mi habitación… Me preguntaba cómo estaría. Miré alrededor, las calles estaban desiertas, como de costumbre. Todo seguía igual.
Di unos golpecitos en la puerta mientras Malú sacaba el equipaje del maletero. Mi madre preguntó que quién era. No contesté. Preferí que abriese y se llevase la sorpresa. Volví a tocar. El portón se movió rápidamente y encontré a mi progenitora.
-¡Marina! -exclamó, iluminándose en su cara una gran sonrisa. La abracé por la cintura y noté cómo se achuchaba a mi cuerpo. -te echaba mucho de menos. ¡¡Malú!! -chilló al verla acercarse. Se fue a besarla.
-¿Cómo estamos? -preguntó de forma educada.
-Más sola que la una. -se quejó.
-Pues eso se va a acabar. Aquí nos vamos a acoplar tu hija y yo. -se le volvió a escapar la sonrisa. Dio una palmada y cogió nuestras maletas. Las metió adentro. Yo agarré a mi novia por el cuello y besé su pelo. Iban a ser unas buenas vacaciones, bien merecidas además.
La sorprendida estaba como loca. Le enseñó la casa a su nuera con todo el entusiasmo. Hablaba rápido, caminaba rápido, casi parecía un baile. Yo me uní a la visita guiada. Hacía tanto tiempo que no pisaba mi hogar…
El olor me llenó la mente de recuerdos. Tuve que apartarme de ellas. Era superior a mí. Me tragué las lágrimas rápidamente. Decidí esconderme donde siempre lo hacía, en mi amplio cuarto. Seguía intacto. Reí al ver el póster del primer concierto de Malú al que fui. Pf… ¿quién me iba a decir que acabaría enamorándome de ella? Estaba algo mugriento, con las esquinas rotas. Sobre el escritorio, los lapiceros cargados de rotuladores y bolígrafos. Los cajones estaban vacíos, me lo llevé todo. Seguí indagando por mi habitación. En el armario encontré una caja fuerte, del tamaño de una caja de zapatos. Me la olvidé con las prisas. Estuve un rato pensando la combinación de números… introduje unos cuántos hasta que di por fin con la clave, nunca mejor dicho. En él encontré numerosas hojas arrancadas de cuadernos unidas unas con otras con una gomilla elástica. La quité y me puse a bichear. Eran canciones. Pequeños poemas. Los primeros que creé. Me acomodé en la cama, cubierta aún por las sábanas que estaban puestas el día que marché. Leí una por una, cayendo en la cuenta de cuánto había evolucionado con los años. No tenía ni idea de componer. Solo eran frases, versos al azar. Poemas de mi corazón.
-¿Qué haces? -entraron las dos. Les enseñé los papeles.
-Mis primeras composiciones. -Malú sonrió y se sentó a mi lado, echando un vistazo a mis inicios.
-Está todo igual. No cambiamos nada. -dijo mi madre. Asentí. Ya me había dado cuenta. Me alegraba de ello. Todo tal y como lo dejé.

-Apuntabas maneras ya, eh. -observó María Lucía. -la que nace artista, nace artista. 

Quisiera contaros un proyecto que llevaré a cabo los domingos de 7 a 8 junto a un grupo de amigos. Vamos a hacer un "programa de radio", emitido desde una Twitcam en el que trataremos de entretener las tardes vacías y aburridas de los domingos. Hablaremos sobre noticias curiosas, tendremos llamadas telefónicas vuestras, para contar con vuestra participación. Habrá diferentes secciones divertidas y una que dedicaré a la novela. Comentaré con ustedes el último capítulo que haya subido y os proporcionaré adelantos sobre los próximos. 
Os dejo el twitter, ¡espero que nos oigáis este domingo 11 de mayo!
@YaTeVale_