Su
rostro cambió a palidez absoluta en menos de un segundo. Sus pupilas se
cerraron, todo lo contrario que sus párpados, que se abrieron hasta no poder
más. Sus labios se separaban unos milímetros, para después cerrarse junto a un
pestañeo incrédulo. Tras esto, se quedó en silencio. Completo y crudo silencio.
Mis latidos se multiplicaban sin medida. Su reacción me estaba matando por
dentro. No tenía ni idea de qué pasaba en ese instante por su mente. Me invadí
de curiosidad. ¿Sí o no? ¿Tan complicado era?
-Eh…
este… -consiguió salir del shock con un tartamudeo.
-Eh
este no es una respuesta. Sí o no. Solo es un monosílabo. -le dije.
-Marina…
no es fácil. No es solo un monosílabo. Es un cambio de vida. -me dejó muda.
Respiró hondo. -vamos a ver… -no sabía qué hacer con el anillo. Aún seguía
sujetado por su pulgar y su índice, a la misma altura.
-Tranquila,
lo entiendo.
-No,
no es que no quiera…
-Ya
está, no pasa nada. -me levanté algo desilusionada. Había preparado todo con
mucho entusiasmo y me llevó un auténtico fiasco.
-Cariño,
vuelve aquí. -me rogó. -por favor… -me senté esta vez a su lado. Me abrazó por
el hombro y me besó en la mejilla. -escúchame. Tengo que pensarlo.
-No
tienes que pensar nada, si no estás segura no lo hacemos y ya está.
-Solo
llevamos ocho meses, entiéndeme.
-Ya
sé que es precipitado. Fue lo primero que pensé cuando se me ocurrió esta loca
idea. Pero me puse a recordar todo lo vivido contigo. Si lo extendemos y
contamos todo lo que nos ha pasado verás que llevamos muchísimo más.
-No
te lo niego… pero… ¿para qué quieres que nos casemos? Solo es un papel.
-Si
solo es un papel, ¿por qué tienes tanto miedo? -le pregunté.
-No
lo sé. Siempre he sido muy libre…
-¿No
quieres atarte? ¿es eso? -la desafié.
-No
te pongas tan dura, me está costando mucho… -agachó la cabeza.
-Eres
tú la que ha insistido en explicarse… -acaricié su pelo, calmándome a mí misma.
-no pasa nada, de verdad. Ya te lo he dicho. -besé su frente y entrelazamos
nuestras manos. Vi que el anillo lo tenía en el dedo. Rió. -¿qué te hace tanta
gracia?
-No
sé. -continuó con la risa floja. Se apoyó en mi pecho. -ni yo sé lo que quiero.
Es que me acabo de ver el anillo en el dedo y me queda demasiado bien. -reí con
ella. No sabía que significaba esa frase. Tampoco quería hacerme muchas
ilusiones. Tal vez debía haberlo pensado más y no dejarme llevar por mis
instintos. -¿cómo se te ocurrió? -me preguntó curiosa, sin perder de vista el
complemento que ahora decoraba su dedo. -se me escapó una risa al recordarlo.
-La
pila del reloj se me acabó y fui a la joyería a cambiársela. Mientras me lo
hacían, me di una vuelta por la tienda. Había un estante dedicado a anillos de
compromiso.
-Te
imagino allí con las manos pegada al cristal y la baba cayéndote por la
cara.-bromeó.
-Idiota…
-suspiré. -bueno, que no pude resistirme.
-Ni
te lo pensaste.
-Fue
un loco impulso… luego me arrepentí un par de veces… pero aquí estoy.
-Y
qué sientes ahora. -quiso saber. -¿quieres casarte conmigo?
-Eh,
no vale devolver preguntas. No sabes jugar a esto. -me quejé. Me puso ojitos.
-yo sí. Sí quiero. -dije, mirando al infinito. Ella se echó a reír. -déjame
ensayar.
-Te
dejo, te dejo. -rió. Cambió el gesto a serio de nuevo. Miró por enésima vez el
diamante. Empezó a quitárselo lentamente.
-Quédatelo.
-le pedí. -no pedí ticket de devolución, y mira que insistieron.
-Estás
como una cabra… -murmuró. -¿a quién se le ocurre?
-A
mí. -dije satisfecha. -anda, no te lo quites. Te queda genial. -sonreí.
-¿Es
una técnica para que me encariñe con él y decirte que sí?
-Más
o menos. -reí, mirando hacia otro lado. Me llamó tonta y me besó. -eres toda
una bipolar. Responde. -se mordió el labio, pensando la respuesta. Acabó con
una sonrisa estúpida.
-No
tengo ni idea. -agachó la cabeza. -dame unos días, anda, por favor. -suspiré
paciente. Ay, lo que tenía que aguantar. En realidad era bueno que lo masticara
y digiriera durante unas horas. No era elegir entre un paquete de lentejas o
uno de garbanzos. No era elegir entre cenar pescado o carne. No era elegir
entre ver una película en el cine o en casa. Era un tema delicado, con vistas al
futuro. Quise ser justa y darle el tiempo que necesitase para darme una
negativa o un rotundo sí.
De
repente, y sin yo esperarlo, ya la tenía sobre mi cuerpo. Me tumbó hacia atrás,
con el cuello en la caja y la espalda más torcida que la torre Pisa. Se perdió
en mi cuello, despertando de nuevo las infinitas mariposillas de mi estómago.
Habían dormido demasiado tiempo, era hora de que aparecieran de nuevo.
-Definitivamente
tiene usted un trastorno de bipolaridad bastante avanzado. -dije, a la vez que
me mordía y besaba sin control.
-¡Cállate!
-chilló rasgando la voz, cosa que me hacía perder la cabeza. Me dejé llevar por
ella. Era un cuerpo completamente muerto. Me movía con sus movimientos. Tiró la
caja al suelo y me tumbó sobre la cama de forma que mis piernas quedaron
colgando, rozando el parqué. Me desnudó y mandó mi ropa bien lejos. Ni ella
sabía a dónde la había tirado. Poco a poco, mi piel era suya, y la suya mía. No
podíamos separar nuestros labios. Ni siquiera para tomar aire. Estaban tan
pegados que dolían. Nuestras piernas se entrelazaron, al igual que nuestras
manos.
-Oye,
¿no huele a quemado? -le pregunté, interrumpiendo uno de los infinitos besos. Le
importó bien poco. Ni siquiera parecía haberme escuchado. Volvió a fundirse en
mi boca, perdiendo sus manos en mis piernas. -cariño, ¿no lo hueles?
-Qué
pesada. -dijo, de nuevo entre mis dientes. Cerré los ojos y no molesté más.
Pero el olor era cada vez más evidente.
-Amor,
de verdad…
-Soy
yo la que huele a quemado y no me hagas decir por qué. -rió, perdiéndose por
segunda vez en mi cuello. Aproveché para mirar alrededor. No me lo podía creer.
Salté de la cama.
-¿A
dónde v…? -ella misma se respondió, cortando la pregunta. Tenía tanta puntería
que mi camiseta había ido a parar al interior de la lamparita que decoraba el
lado derecho de la cama. Una nube de humo salía de ella. No me dio tiempo a
llegar, una llama salió hacia arriba. Malú salió corriendo, yo no tenía ni idea
de qué hacer. Me eché unos pasos hacia atrás, para no exponerme a tanto riesgo.
La vi llegar con un extintor. ¿Un extintor? ¿de dónde lo habría sacado? Poco lo
pensé. Lo agarré corriendo y extinguí la llamarada. Todo se calmó al instante. -bendita
obsesión de mi madre.
-¿Qué
dices, colgada? -reí.
-Me hace
tener el extintor este en casa. Le dan pánico los incendios.
-Bendita
obsesión de tu madre. -repetí.
-Oye,
dame a mí con el extintor que sí que hecho fuego. -bromeó. Disparé el artefacto
unos metros al lado de ella. -¿¿¿¿QUÉ HACES???? -dio un bote asustada. Me eché
a reír exageradamente. Mis carcajadas eran tan enormes que me dolía la
garganta. Vino corriendo a quitármelo, pero lo levanté hacia arriba,
aprovechándome de su poca altura.
-Con
esto no se juega. -le dije, sin parar de reírme.
Nos
abrazamos, contentas de volver a estar juntas. Aproveché el momento para
pedirle otra cosa. Esta vez, esperaba obtener un sí.
-Tengo
otra proposición. -sonreí, mirándola muy cerca. Sus ojos negros se clavaron
directamente en los míos.
-Dime,
ojos verdes. -reí por el apodo.
-¿Cantas
conmigo en el próximo concierto?
-Pues
claro. -me abrazó fuerte, ilusionada de volver a compartir el escenario
conmigo.
-¿Soportarás
no ser la protagonista por una vez? -bromeé. Ella me dio un pisotón.
-Estoy
encantada de ser tu invitada.