Después de aquel fabuloso cumpleaños me esperaba una semana
llena de trabajo. Todo empezaba el martes. Cogí junto a Mari el avión de las
seis de la mañana rumbo al Prat. Tras estar toda la mañana en la televisión
catalana, yendo de programa en programa, comí junto a mi inseparable mánager en
un conocido restaurante de la ciudad.
Llegamos al establecimiento una hora antes del evento. Para
matar el tiempo, me puse a componer mientras Mari hablaba al otro lado de la
puerta por teléfono. Más que hablar, chillaba. Aunque tampoco me sorprendió,
ella era así.
-¿Todo bien? -me interesé al verla tan agitada.
-¿Qué más da?. -soltó el móvil en su enorme bolso. Parecía
el bolsillo de Doraemon. Podía sacar de allí desde un paquete de pañuelos,
hasta un zapato. Le gustaba ir preparada. -Aquí la que tiene que estar bien
eres tú. ¿Estás bien?
-Viéndote así… no lo estoy. -agaché la cabeza.
-Mira que eres buena… eres un sol. -sonreí algo sonrojada
por el cumplido. -discusiones con mi marido… nada importante. -no tenía ni la
menor idea de que estaba casada… Tanto tiempo juntas y no sabía nada de ella en
realidad.
-Ah… que estás casada.
-Sí, desde hace seis años. -no parecía muy contenta.
-Cuéntame que pasa, si quieres. -a veces lo mejor es
desahogarse. Yo lo sabía bien.
-No quiero aburrirte. -le insistí en que se abriera conmigo.
-Yo sé muy poco sobre ti… y tú en cambio lo sabes todo sobre
mí.
-Porque yo trabajo para ti.
-Antes que representante, eres persona. Y yo a esa persona
que está debajo de mi mánager es mi amiga.
-¡NO HAY QUIÉN TE GANE A CABEZOTA! -exclamó con su habitual
tono de voz. Me fue contando lo que ocurría, con su graciosa forma de hablar.
Al parecer, llevaban mucho tiempo queriendo ser padres, pero Mari tenía
problemas para quedarse embarazada. Ahí empezaron las discusiones. Llegaron a
tal punto que se convirtió en una obsesión. Al final decidieron acudir a un
experto en el tema y apostaron por la inseminación artificial.
-Estoy embarazada… -dijo tocándose la barriga, con una gran
sonrisa cargada de ilusión. Palpé su vientre.
-Enhorabuena. -sonreí. -¿de cuánto estás?
-La semana que viene hago el mes. -de ahí el por qué de que
no sentía nada en mi mano.
-¿Y por qué discutíais…? Ya tienes lo que queríais.
-No quiere que siga trabajando. Quiere tenerme cual gallina
sentada sobre un huevo. ¡Ni que fuera yo Venus, diosa de la fertilidad! -solté
una carcajada. -pretende que me quede en
casa "24-7".
-¿24 qué? -no entendí lo último.
-24 horas, los siete días de la semana. -explicó. -y no me
puedo estar quieta. -dijo agitada.
-¡Lo sé! -reí. -pero tienes que pensar en el crío… será
mejor para él que no hagas sobreesfuerzos y estés tranquila.
-Ya lo dejaré… quiero esperar a los 5 meses o así. Además,
ahora que empezamos con el disco no te quiero dejar.
-No lo hagas por mí… ahora lo importante es el bebé.
-Que sí, plasta. -me sentía yo más madre que ella. -aún
tengo fuerzas para continuar unos meses más.
-¡CUANDO QUIERAS! -llamó el organizador a la puerta. Era la
hora. Me colgué la guitarra que me regaló Malú, esa azul que desprendía brillo
sin ser tocada, esa que con solo mirar hipnotiza. Esa, esa era la guitarra que
no soltaba desde que la tuve en mis manos. Subí al escenario con las mismas
ganas e ilusión que la primera vez.
-Creo que nunca me cansaré de esto… -pensé. Aunque la
estructura de la tarde fuese igual, tocar primero para luego dejar mi huella en
cada disco, era totalmente diferente. El ambiente era otro, el público, el olor
de la ciudad… Salvo un grupo de chicas que estaban casi a punto de saltar la
valla. Esas eran las mismas. Mis marineras. Les mandé un guiño en cuánto las
vi. Estaban en la misma posición que en Madrid. Era un lujo que estuviesen
aquí.
Al terminar la firma me acerqué a donde estaban.
-¿Qué hacéis aquí? -pregunté risueña mientras guardaba la
guitarra en la funda.
-Estar contigo. -respondió la más alta. -te seguiremos allá
donde vayas. -me llenaron de satisfacción y apoyo sus palabras. Agradecía tanto
el cariño que me mostraban desde siempre… Además, habían estado conmigo desde
el minuto cero. Creían en mí, y eso me producía un sentimiento indescriptible.
Después pasé por Bilbao, donde también me sentí arropada por
los habitantes del norte. Vivía deprisa. El estrés se había acomodado demasiado
en mi cuerpo, tanto, que no salía de mí el muy jodido. Solo llevaba una semana
en esta locura y ya estaba empezando a habituarme al ritmo constante que debía
asumir. Y es que mi vida había dado la vuelta por completo. Había cambiado el
tomar notas sobre la comida, por firmar autógrafos en discos. Había cambiado la
bandeja por la guitarra, los clientes por seguidores.
El viernes llegó y volví a Madrid. Allí cogería un nuevo
avión. Pero esta vez no era Mari la que me acompañaba, era la mujer de mi vida.
Porque cada vez estaba más convencida de que lo era. Ya no era un vuelo de
trabajo, era un viaje con ella, y ni más ni menos que a la ciudad del amor,
París.
-Joder, me bajo de uno para montarme en otro. -me quejé,
abrochándome el cinturón. -buf, qué calor hace. -me quité la chaqueta. -ala, ya
me he dejado las gafas de sol.
-¡CÓMO VUELVAS A QUEJARTE ME BAJO! -exclamó Malú agitada.
-¿Y me traes a Danka, no? -reímos, acordándonos de aquella
escena en su casa. Me callé durante un rato. Ella agarró mi mano con fuerza y
se quedó mirándome sonriente.
-Ya he perdido el miedo. -soltó mi mano y puso mala cara.
-no lo decía para que me soltases… -dije apenada, volviendo a entrelazar
nuestros dedos.
-Eras más mona cuando estabas cagada. -volvimos a reír.
Recordamos nuestro primer viaje juntas, en el que yo tenía pánico.
-¡Ayy, que nos vamos a morir! -bromeé.
-Lo que yo decía, más mona. -apretó su mano. Nadie podría
romper ese enlace. Apretaba tan fuerte que era una barrera infranqueable. -¿qué
tal ha ido? -se apoyó en mi hombro. Parecía cansada… eran las doce de la noche.
Besé su cabella y le relaté por encima lo que había hecho. También le comenté
el embarazo sorpresa de Mari. Se sorprendió tanto que casi se cae el avión. Sus
ataques de espontaneidad me mataban.
-¿Y tú? -quise saber.
-Ensayos para la gira. He estado eligiendo un nuevo
vestuario. -dijo entre un bostezo. Hablamos tranquilamente hasta que se quedó
frita sobre mi hombro. Al cabo de una media hora en la que yo mataba el tiempo
escuchando la música de mi Ipod, que, por cierto, debería comprarme uno, me
entraron ganas de ir al cuarto de baño. Malú estaba tan pegada a mí que me
impedía separarme. Y si me movía la despertaba. Batalla interior. Decidí
aguantar un poco más. Estuve ese rato intentado quitarla, pero era imposible.
Solo conseguía que se aferrara aún más. Me reía por no llorar. Agarré su cara
con la mano libre y la eché hacia atrás. Ella hizo lo contrario, se volvió a
meter bajo mi cuello, ahora con más fuerza. Bien, Marina, bien. Para mi salvación,
un niño que había en el asiento de adelante comenzó a llorar, despertándola del
sueño profundo. Agradecí al pequeñajo que la hubiese levantado, porque me había
quitado ese mal trago.
-Buenos días. -le sonreí. Bostezó algo cansada y se volvió a
poner donde estaba. No, otra vez no. -cariño, voy un segundo al baño. -ni caso.
¿Cómo podía haberse sobado tan rápido? -Princesi… -le hice cosquillas en el
tatuaje del brazo derecho. Al fin abrió un poco el ojo izquierdo.
-No me despiertes a menos que haya invasión extraterrestre…
-me eché a reír.
-Pedazo de friki. -solté. -ahora vengo. -me levanté del
asiento. La observé mientras me alejaba por el pasillo. Había apoyado su cabeza
en su butaca.
Una de las ciudades más bonitas del mundo nos esperaba. Me
moría de ganas por visitarla. Ansiaba pasar allí los días con ella. Descansar y
reponer fuerzas.
Hasta el aeropuerto me parecía bonito. Qué cosa más tonta.
Llegamos al hotel, escogido a conciencia. Lo había elegido Li, según ella a
Malú le encantaría. Estábamos exhaustas. Nos tiramos sobre la cama sin deshacer
maletas, sin apagar la luz. Una semana muy intensa. Solo me apetecía dormir.
Pero algo me quitó el sueño. Una ventana bastante grande cerca de la cama nos
mostraba la Torre Eiffel iluminada. Me quedé asombrada.
-Es preciosa. -dijo con su sonrisa enamoradiza.
-No tanto como tú. -me besó riéndose. -¿te has dado cuenta
que en las películas, cuando van a Francia, siempre se ve la Torre Eiffel de
fondo?
-Es verdad. -abrió los ojos, dándose cuenta de la veracidad
de mis palabras. Y así nos quedamos fritas, con las luces de uno de los más
asombrosos monumentos del mundo, sobre una cama sin deshacer y con la misma
ropa con la que viajamos.
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