miércoles, 19 de marzo de 2014

Capítulo 53. VIVIENDO DEPRISA.

Después de aquel fabuloso cumpleaños me esperaba una semana llena de trabajo. Todo empezaba el martes. Cogí junto a Mari el avión de las seis de la mañana rumbo al Prat. Tras estar toda la mañana en la televisión catalana, yendo de programa en programa, comí junto a mi inseparable mánager en un conocido restaurante de la ciudad.
Llegamos al establecimiento una hora antes del evento. Para matar el tiempo, me puse a componer mientras Mari hablaba al otro lado de la puerta por teléfono. Más que hablar, chillaba. Aunque tampoco me sorprendió, ella era así.
-¿Todo bien? -me interesé al verla tan agitada.
-¿Qué más da?. -soltó el móvil en su enorme bolso. Parecía el bolsillo de Doraemon. Podía sacar de allí desde un paquete de pañuelos, hasta un zapato. Le gustaba ir preparada. -Aquí la que tiene que estar bien eres tú. ¿Estás bien?
-Viéndote así… no lo estoy. -agaché la cabeza.
-Mira que eres buena… eres un sol. -sonreí algo sonrojada por el cumplido. -discusiones con mi marido… nada importante. -no tenía ni la menor idea de que estaba casada… Tanto tiempo juntas y no sabía nada de ella en realidad.
-Ah… que estás casada.
-Sí, desde hace seis años. -no parecía muy contenta.
-Cuéntame que pasa, si quieres. -a veces lo mejor es desahogarse. Yo lo sabía bien.
-No quiero aburrirte. -le insistí en que se abriera conmigo.
-Yo sé muy poco sobre ti… y tú en cambio lo sabes todo sobre mí.
-Porque yo trabajo para ti.
-Antes que representante, eres persona. Y yo a esa persona que está debajo de mi mánager es mi amiga.
-¡NO HAY QUIÉN TE GANE A CABEZOTA! -exclamó con su habitual tono de voz. Me fue contando lo que ocurría, con su graciosa forma de hablar. Al parecer, llevaban mucho tiempo queriendo ser padres, pero Mari tenía problemas para quedarse embarazada. Ahí empezaron las discusiones. Llegaron a tal punto que se convirtió en una obsesión. Al final decidieron acudir a un experto en el tema y apostaron por la inseminación artificial.
-Estoy embarazada… -dijo tocándose la barriga, con una gran sonrisa cargada de ilusión. Palpé su vientre.
-Enhorabuena. -sonreí. -¿de cuánto estás?
-La semana que viene hago el mes. -de ahí el por qué de que no sentía nada en mi mano.
-¿Y por qué discutíais…? Ya tienes lo que queríais.
-No quiere que siga trabajando. Quiere tenerme cual gallina sentada sobre un huevo. ¡Ni que fuera yo Venus, diosa de la fertilidad! -solté una carcajada.  -pretende que me quede en casa "24-7".
-¿24 qué? -no entendí lo último.
-24 horas, los siete días de la semana. -explicó. -y no me puedo estar quieta. -dijo agitada.
-¡Lo sé! -reí. -pero tienes que pensar en el crío… será mejor para él que no hagas sobreesfuerzos y estés tranquila.
-Ya lo dejaré… quiero esperar a los 5 meses o así. Además, ahora que empezamos con el disco no te quiero dejar.
-No lo hagas por mí… ahora lo importante es el bebé.
-Que sí, plasta. -me sentía yo más madre que ella. -aún tengo fuerzas para continuar unos meses más.
-¡CUANDO QUIERAS! -llamó el organizador a la puerta. Era la hora. Me colgué la guitarra que me regaló Malú, esa azul que desprendía brillo sin ser tocada, esa que con solo mirar hipnotiza. Esa, esa era la guitarra que no soltaba desde que la tuve en mis manos. Subí al escenario con las mismas ganas e ilusión que la primera vez.
-Creo que nunca me cansaré de esto… -pensé. Aunque la estructura de la tarde fuese igual, tocar primero para luego dejar mi huella en cada disco, era totalmente diferente. El ambiente era otro, el público, el olor de la ciudad… Salvo un grupo de chicas que estaban casi a punto de saltar la valla. Esas eran las mismas. Mis marineras. Les mandé un guiño en cuánto las vi. Estaban en la misma posición que en Madrid. Era un lujo que estuviesen aquí.
Al terminar la firma me acerqué a donde estaban.
-¿Qué hacéis aquí? -pregunté risueña mientras guardaba la guitarra en la funda.
-Estar contigo. -respondió la más alta. -te seguiremos allá donde vayas. -me llenaron de satisfacción y apoyo sus palabras. Agradecía tanto el cariño que me mostraban desde siempre… Además, habían estado conmigo desde el minuto cero. Creían en mí, y eso me producía un sentimiento indescriptible.
Después pasé por Bilbao, donde también me sentí arropada por los habitantes del norte. Vivía deprisa. El estrés se había acomodado demasiado en mi cuerpo, tanto, que no salía de mí el muy jodido. Solo llevaba una semana en esta locura y ya estaba empezando a habituarme al ritmo constante que debía asumir. Y es que mi vida había dado la vuelta por completo. Había cambiado el tomar notas sobre la comida, por firmar autógrafos en discos. Había cambiado la bandeja por la guitarra, los clientes por seguidores.
El viernes llegó y volví a Madrid. Allí cogería un nuevo avión. Pero esta vez no era Mari la que me acompañaba, era la mujer de mi vida. Porque cada vez estaba más convencida de que lo era. Ya no era un vuelo de trabajo, era un viaje con ella, y ni más ni menos que a la ciudad del amor, París.
-Joder, me bajo de uno para montarme en otro. -me quejé, abrochándome el cinturón. -buf, qué calor hace. -me quité la chaqueta. -ala, ya me he dejado las gafas de sol.
-¡CÓMO VUELVAS A QUEJARTE ME BAJO! -exclamó Malú agitada.
-¿Y me traes a Danka, no? -reímos, acordándonos de aquella escena en su casa. Me callé durante un rato. Ella agarró mi mano con fuerza y se quedó mirándome sonriente.
-Ya he perdido el miedo. -soltó mi mano y puso mala cara. -no lo decía para que me soltases… -dije apenada, volviendo a entrelazar nuestros dedos.
-Eras más mona cuando estabas cagada. -volvimos a reír. Recordamos nuestro primer viaje juntas, en el que yo tenía pánico.
-¡Ayy, que nos vamos a morir! -bromeé.
-Lo que yo decía, más mona. -apretó su mano. Nadie podría romper ese enlace. Apretaba tan fuerte que era una barrera infranqueable. -¿qué tal ha ido? -se apoyó en mi hombro. Parecía cansada… eran las doce de la noche. Besé su cabella y le relaté por encima lo que había hecho. También le comenté el embarazo sorpresa de Mari. Se sorprendió tanto que casi se cae el avión. Sus ataques de espontaneidad me mataban.
-¿Y tú? -quise saber.
-Ensayos para la gira. He estado eligiendo un nuevo vestuario. -dijo entre un bostezo. Hablamos tranquilamente hasta que se quedó frita sobre mi hombro. Al cabo de una media hora en la que yo mataba el tiempo escuchando la música de mi Ipod, que, por cierto, debería comprarme uno, me entraron ganas de ir al cuarto de baño. Malú estaba tan pegada a mí que me impedía separarme. Y si me movía la despertaba. Batalla interior. Decidí aguantar un poco más. Estuve ese rato intentado quitarla, pero era imposible. Solo conseguía que se aferrara aún más. Me reía por no llorar. Agarré su cara con la mano libre y la eché hacia atrás. Ella hizo lo contrario, se volvió a meter bajo mi cuello, ahora con más fuerza. Bien, Marina, bien. Para mi salvación, un niño que había en el asiento de adelante comenzó a llorar, despertándola del sueño profundo. Agradecí al pequeñajo que la hubiese levantado, porque me había quitado ese mal trago.
-Buenos días. -le sonreí. Bostezó algo cansada y se volvió a poner donde estaba. No, otra vez no. -cariño, voy un segundo al baño. -ni caso. ¿Cómo podía haberse sobado tan rápido? -Princesi… -le hice cosquillas en el tatuaje del brazo derecho. Al fin abrió un poco el ojo izquierdo.
-No me despiertes a menos que haya invasión extraterrestre… -me eché a reír.
-Pedazo de friki. -solté. -ahora vengo. -me levanté del asiento. La observé mientras me alejaba por el pasillo. Había apoyado su cabeza en su butaca.
Una de las ciudades más bonitas del mundo nos esperaba. Me moría de ganas por visitarla. Ansiaba pasar allí los días con ella. Descansar y reponer fuerzas.
Hasta el aeropuerto me parecía bonito. Qué cosa más tonta. Llegamos al hotel, escogido a conciencia. Lo había elegido Li, según ella a Malú le encantaría. Estábamos exhaustas. Nos tiramos sobre la cama sin deshacer maletas, sin apagar la luz. Una semana muy intensa. Solo me apetecía dormir. Pero algo me quitó el sueño. Una ventana bastante grande cerca de la cama nos mostraba la Torre Eiffel iluminada. Me quedé asombrada.
-Es preciosa. -dijo con su sonrisa enamoradiza.
-No tanto como tú. -me besó riéndose. -¿te has dado cuenta que en las películas, cuando van a Francia, siempre se ve la Torre Eiffel de fondo?
-Es verdad. -abrió los ojos, dándose cuenta de la veracidad de mis palabras. Y así nos quedamos fritas, con las luces de uno de los más asombrosos monumentos del mundo, sobre una cama sin deshacer y con la misma ropa con la que viajamos.
                           

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