miércoles, 5 de marzo de 2014

Capítulo 47. SIEMPRE TÚ.

Aún tenía el pulso acelerado. No me contaba nada, y mira que le insistía. "Ven, por favor, te necesito". No paraba de repetir la maldita frase, pero sin contarme el por qué. Y eso me preocupaba.
-¿Todo bien? -observó Malú mi nerviosismo mientras hablaba por el móvil. No le contesté. Se acercó a mí por detrás y me abrazó. -¿Qué pasa? -colgué. Era inútil, no dejaba de decirme aquello de "te necesito".
-Me voy. -dije, buscando mi chaquetón en la percha. -Li… no sé qué le pasa. -comenté mientras me ajustaba la chaqueta.
-¿No sabes nada?
-Nada… está llorando… algo habrá pasado. -agaché la cabeza. Me dio un beso en los labios. Me acerqué a su hermano y me despedí.
-A ver si nos vemos pronto, cuñi. -y dale con el pronombre. -¡Espero que no sea nada!
Salí al jardín, y a la vez que noté el frío en mi cara, me di la vuelta. Qué idiota. No tenía el coche aquí. No me dio tiempo llamar, Malú ya estaba abriendo la puerta. Reímos. Nos habíamos percatado de ese pequeño y a la vez enorme, detalle.
-¡José, voy a llevar a Marina! -le chilló desde la entrada. Oímos unos pasos acelerados, venía corriendo.
-Ya la llevo yo. -se ofreció amablemente.
-¿Seguro? -lo miró su hermana. Él asintió muy convencido. Agarró su prenda de abrigo y con una enorme sonrisa, cerró el portón.
Nos montamos en el auto y fui indicándole el camino. Ya me lo sabía de memoria. Majadahonda-Alcalá de Henares. Cincuenta y dos kilómetros. Cuarenta y cinco minutos. Iban a ser los más largos de mi vida esta vez. Ella era mi mejor amiga, mi compañera de piso, mi refugio cuando no me quedaba nada, la segunda persona más importante de mi vida. Me estaba muriendo por dentro. Aún recordaba su llanto en mi mente. Eso me mataba. No soportaba oírla así de mal. Una y otra vez me preguntaba qué era lo que podía haber pasado. Una palmada en mi muslo por parte de mi alocado cuñado disipó mis pensamientos.
-Cuñi. -qué pesado. -tranquila. No será nada. -sonrió. Agradecí sus palabras con una tímida sonrisa.
-Oye, muchas gracias por… -no me dejó terminar la frase.
-¡De nada mujer! -exclamó, soltando las manos del volante. Se las cogí y las deposité en él de nuevo. -Soy muy buen conductor, no temas. -¿debía creerlo? Comencé a tener miedo. -¿qué tal con mi pequeñaja? -no pude evitar sonreír al oír cómo la llamaba.
-Fabulosamente bien. -pude notar una especie de destello en mi mirada.
-Uh, qué encoñada estás. -solté una carcajada. -Me alegro mucho. La enana ha tenido algunas parejas ya… y siempre le rompen el corazón. Espero que tú no lo hagas.
-¿Es una amenaza?
-Sí. -me miró enfadado, desafiante. Se me cortó la respiración. -¡Es broma! -me dio un empujón en el hombro. Pensé que me sacaría por la ventanilla. La cerré por si se le ocurría volver a hacerlo. -Bueno, lo de que es una amenaza. Pero espero que…
-Lo he entendido. -le corté, evitando una explicación innecesaria.
-Qué borde. -puso cara de asco. Yo mantuve una cara neutral, sin quitar la vista de la línea de la carretera. -¡Es broma! -suerte que había cerrado la ventana porque me embistió de nuevo. -Oye, de cuñi a cuñi. -me reí. ¿No se cansaba? No sé… podía llamarme Marina, cuñada… ¿sabría que había más formas de apelarme?
-Dime… -dije, ya sonriente. A ver con qué me saltaba ahora…
-Mi her… -soltó una vez más el volante. Flexionó su brazo y movió ambos codos a la vez hacia abajo. Conocía ese gesto… -…¿bien? -estallé en risas y le rogué que tomara las riendas del coche.
-No quiero morir. -confesé, echándome aire con la mano.
-Todo controlado. -y una leche. Conducía como un loco. Ya podría haberse ahorrado su hospitalidad y que me hubiese traído mi taxista particular. Se me escapó una sonrisa al pensar en ella. -No me has contestado. -alargué el silencio. Faltaba tan solo una calle para llegar.
-Derecha. -le indiqué. -y llegamos. Oí que echó el pestillo. Mierda… con la prisa que tenía. Me miró maliciosamente. Supuse que no saldría de ahí hasta que respondiese su pregunta. ¿Y él era el hermano mayor? Joder, no podía ver que estaba acojonada por Li. -sí. -contesté a su delicada duda.
-No pareces muy…
-¡Lo hace más que genial! -exclamé. Me sonrojé. Yo no hablaba de eso con nadie. Oh, dios. Él se rió y quitó el seguro. Abrí la puerta y le volví a dar las gracias. Al fin libre.
-No las des, ¡nos vemos! -se despidió sacando el brazo por la ventanilla.
Me planté frente al ascensor. No llegaba. Dos minutos. Opté por subir la escalera hasta el cuarto piso. Nada más girar la llave, oí a Li correr hacia mí. No me dio tiempo a mirarla, ya estaba en mis brazos. La abracé mientras encajaba la puerta con el pie. Noté como se aferró fuertemente a mi cuerpo. Yo la achuché más si cabía. Lloraba desconsoladamente. Acaricié su pelo. Me dolía muchísimo verla así.
-Eh, tranquila, ya estoy aquí. -la animé. Oí como cesaba su llanto. No quería agobiarla a preguntas. Preferí esperar a que fuera ella misma quien me lo contase. Me acomodé en el sofá y ella se sentó en mi regazo. Tras un rato intentando regular el curso de su respiración, en el que yo frotaba su espalda con el fin de darle fuerza, se decidió a contarme lo que le pasaba. Eso sí, sin mirarme a los ojos, escondida en mi cuello.
-Ha venido Pablo… -comenzó, hacía largas pausas para tragar saliva.
-Tenemos toda la noche. -le dije, apartando su pelo de la cara. -tómate tu tiempo.
-Pues… abrí la puerta pensando que era Leire porque habíamos quedado para ir de compras, pero no, era él. Me puse muy nerviosa, se me subió el corazón a la garganta. Le dije directamente que no estabas en casa y me soltó que no estaba aquí por ti, sino por mí. -rió y tomó aire de nuevo. -Más mono… -suspiró. Le brillaban los ojillos y no por llorar precisamente… -le invité a merendar y estuvimos toda la tarde hablando. Me ha cantado algunas canciones.
-Al final me acabas quitando el disco. -intervine para aflojar la tensión.
-¡Calla! -me pegó un pellizco entre risas. Me alegré de haber conseguido arrancarle una sonrisa. -Bueno, pues mientras me cantaba nos mirábamos a los ojos y… -sonrió plenamente, como nunca antes había visto. -no sé, he sentido algo. Algo extraño, Marina. Yo no sé que ha sido..
-¿Qué sentías? -pregunté.
-No puedo explicarlo… era como un cosquilleo, escalofríos…
-Me temo que eso se llama amor. -se entristeció y bajó la mirada al suelo. -¿Por qué llorabas?
-Porque no quiero enamorarme… -pero qué cosa tan absurda… esta niña era impresionante.
-Pero si enamorarte es lo mejor. -le sonreí.
-No quiero sufrir… -confesó, agarrándome el dedo pulgar. -A ver, él es un famoso artista y yo trabajo en un periódico de mierda… no funcionará. Yo solo soy un capricho… seguro. -trató de auto convencerse. Yo negaba todo el rato con la cabeza. Había visto a López muy entregado.
-¿Por qué no te dejas llevar? -a Li le gustaba planificar su vida. Tenerlo todo en orden y bien atadito, quizás por ello nunca había tenido pareja. No contestó, así que volví a hablar yo. -dale una oportunidad. ¿Cómo estás tan segura de que te hará daño? Puede que te haga la persona más feliz del mundo. ¿Vas a quedarte con la duda?
-Déjame pensarlo.
-¡Deja de pensar y actúa! ¡Vive! -exclamé. Ella me miró girando despacio las comisuras de sus labios.
-Jo. -se volvió a echar en mi hombro. -no sé qué hacer…
-Bueno, sigue contándome. ¿Ha pasado algo más? -se echó a reír y yo no entendía el por qué.
-Marina. -se rió con voz de niña. -nos hemos dado un besito. -volvió a soltar algunos "ji ji ji" y se tapó la boca. Realmente nunca crecería. Siempre sería mi pequeña Lidia. Siempre Li. -Gracias por aguantarme. -carcajeó.
-Te debo muchas.
-Cierto. -dijo. -te voy a preparar la mejor cena del mundo, quédate aquí. -dio un salto de mis piernas y corrió a la cocina. Bicheé el móvil. Nuevos mensajes. Malú.
-¿Te ha dado mucho por culo mi bobo?
-Ni te lo vas a creer… -había que ver la cara de tonta que se me quedaba mirando un teléfono.
-¿Qué te ha dicho?
-Me ha preguntado si tu… -no me atrevía a escribirlo.
-¿Qué dices Marina?, no te entiendo.
-Déjalo, que te lo explique él. -vi que lo había leído. Pasaron unos diez minutos cuando obtuve respuesta mientras hacía zapping por la tele. No había nada que se pudiese ver. Cotilleos, chismorreos. A la televisión le faltaba algo últimamente. ¿De verdad a la gente le gustaban esos programas telebasuras? Porque si estaban ahí era porque tenían su audiencia. Añoraba la televisión de mi infancia.
-¡Lo mato! ¡Lo mato! Por cierto, qué moni eres. Genial, dices… -me sonrojé al leer.
-¿Y esa cara? -me preguntó Li, que asomaba con una bandeja llena de comida. Se había pasado.
-Amor, pruébalo. -le guiñé el ojo.

-Lo probaré. -aseguró. 

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