Y así, página por página, concepto tras concepto, fui
adquiriendo conocimientos con la mejor profesora que podía tener. De vez en
cuando me quedaba embobada, mirando cómo se atascaba y no salía de su propio
lío. Lo explicaba una y otra vez y ni ella se entendía.
-Bueno, y eso. -decía, saltándose ese trozo y continuando
con un nuevo término. -¡No te embobes! -me exclamaba muy seria, dándome un
libretazo en la cara. -Encima de que me pongo a enseñarte, no me echas cuenta.
-El problema es que te echo demasiada cuenta. -reí.
-¡Pero no a los agudos! -dijo cabreada, señalando el libro.
-Sí… la agudeza de tu… belleza. -improvisé. Sonrió y tiró el
cuaderno a la mesa.
-Si es que te tengo que querer. -dijo, depositando sus
brazos en mi hombro y abalanzándose sobre mí con claras intenciones de besarme.
Me eché hacia atrás esquivando el beso. Sabía que lo odiaba. Solté una
carcajada al ver su cara. -pues ahora sí que no te lo voy a dar. Venga, léete
este apartado.
-¿Otra vez? -bufé de mala gana.
-¿Otra vez de qué? Eso no lo has leído.
-No ha "colao"
-"Colao". -repitió la palabra y se hartó de reír.
-Nunca te había escuchado decir eso. -rió de nuevo. Qué bien se lo pasaba
riéndose de mí. Y era normal, yo hablaba muy fino y aquello la descolocó.
Al rato y después de haberme repasado media estantería de su
casa, dijo que ya era bastante por hoy. Estaba embotada de tanta letra junta.
No estaba acostumbrada a estudiar, desde el bachillerato no había abierto un libro.
Fue cómo volver a empezar.
-¿Tengo premio? -no lo había olvidado. Se tocó la barbilla
pensando. Sonriente. Esa cara de interesante tan graciosa que pone a veces.
-Cierra los ojos. -me ordenó. Uf. Qué miedo. Me dio un
piquito en mis labios resecos por el frío y me pidió en un susurro, que, por
cierto, hizo que temblara, que me quedara quieta. Noté que se levantó al cambiar
el peso del sofá. Pasaron unos minutos y yo me sentía como una estúpida allí,
con los ojos cerrados. No los abrí por si me veía. Seguro que me quedaba sin
premio si me pillaba. Marina, estás siendo muy infantil. Más infantil aún era
hablar conmigo mismo. ¿PERO QUÉ ESTABA HACIENDO? Definitivamente esa mujer me
estaba volviendo loca. Reí sin ningún motivo aparente. Qué manera de hacer el
tonto. Me mordí el labio. ¿Qué tendría pensado? Una tontería de las suyas, sin lugar a dudas.
Volví a reír, sintiéndome de nuevo una chiflada enamorada. -¡Ya! -exclamó.
Despegué mis párpados velozmente, me moría de ganas por descubrir mi sorpresa.
Todo estaba oscuro. La lámpara enorme del salón estaba apagada y ya no entraba
luz por la ventana.
-¿Cariño? -miré alrededor. Oscuridad.
-"Se ha declarado mi pasión como un volcán, hoy tengo
ganas de volverte a devorar…"- no me lo podía creer. Encendió una linterna
y la vi en el medio de la alfombra con movimientos de niña pequeña
cantando esa canción con una voz extremadamente dulce. Dejé que continuara con
su actuación. Ya casi ni me acordaba de ese tema suyo. Durante mucho tiempo fue
mi canción favorita. Luego la fui olvidando porque otras ocupaban su puesto. Al
volver a oírla, y oírla así. En directo, sin focos enormes y gente alrededor.
Sin gritos de júbilo y miles de idolatrados gritando desesperados. Sonreí y
centré mi atención en ella. Ahora mismo era lo único que ocupaba mi mente. Cogí
uno de los cojines y lo abracé mientras me mordía el labio. Salió un poco de
sangre… yo y mi manía de olvidar echarme cacao.
-Bueno… y la siguiente canción la quiero cantar con alguien
muy especial para mí. -por un momento parecía que estaba en uno de sus
multitudinarios conciertos… pero no. Era el salón de su chalet. -Marina. -me
señaló.
-¿Yo? -miré a un lado y al otro, haciéndome la tonta. Se rió
y me cogió de la mano, sacándome al "escenario". Me tendió el mando
de la tele, lo agarré cómo si de un micro se tratase y le seguí el juego. Sus
perras se sentaron frente a nosotras. Me pregunté si Malú solía hacer esto… las
mascotas parecían estar muy bien acostumbradas a oírla. -¿Qué canción quiere la
señorita? -no me soltó la mano. ¿Cantaríamos así alguna vez delante de un
público?
-Aprendiz. -susurró sonriente.
-Ni de coña. -solté su mano e hice aspavientos con los
brazos. -Esa canción es demasiado fuerte…
-Venga, hay que aplicar conceptos. -me volvió a agarrar. Negué
con la cabeza.
-No puedo… no puedo. Otra, porfi. -acabó cediendo. Acepté
cantar "Blanco y negro". Y a ésta le siguieron otras y otras y otras.
Acabamos cantando por Alaska, por Alejandro Sanz. Cantamos algunas de mi disco,
que, para mi sorpresa, ya se sabía. Y la más emotiva y bonita, no por ella en sí,
si no por los recuerdos que nos traía, fue "Bailar pegados". Era
impresionante. Esa tarde fue más que perfecta. No tenía palabras. Una de las mejores
de mi vida, sin duda. Nuestras miradas se encontraban en cada verso. Una
conexión perfecta. Una línea imaginaria que iba de los suyos a los míos y de
los míos a los suyos. Cantar así fue una de las mejores experiencias de mi vida.
Mi bendita imaginación distorsionaba la realidad. Convirtió la tele en una
enorme pantalla. Los sillones en las gradas. Sus perras en fans. Y el mando y
su linterna en micros. Quizás algún día eso
pasaría. Un quizás lejano. Sin decir nada, me abrazó muy fuerte y tiró la
linterna al sofá. Yo la abracé también, estrujándola.
-No puedo respirar. -dijo con la voz ahogada. Solté un poco.
Danka, para variar, comenzó a ladrarme. -¡Tira pa´ya! -le ordenó su dueña. Me
reí mirándola, cómo diciéndole: buajajaja, es mía. De pronto sonó el timbre. -¡Ostia!
-Malú seguro que había quedado con alguien y se le había pasado por completo.
Vaya dos. No podíamos presumir de buena memoria. Se adueñó de mi meñique y me
llevó con ella hasta la puerta de su casa.
-¡Cuñi! -José alzó su mano para que chocara los cinco. Así
lo hice. -vaya discazo, yo abandono a mi "her" y me voy contigo de
gira, eh.
-¡Ya ni me saludas! -se
quejó Malú. Él la ignoró y siguió comentándome su opinión sobre mi álbum.
-Tengo que volver a oírlo porque iba en carretera y no
prestaba mucha atención a veces…
-¡Pero bueno! ¡Yo flipo! -se puso las manos en las caderas.
-Oh, estás aquí. Hola hermanita. -le dio dos besos. Mi chica
seguía con la cara descompuesta, alucinada por la reacción de José.
-¿Tú con quién habías quedado? -preguntó.
-Yo… contigo. -se rascó el pelo avergonzado. -pero es que mi
cuñi mola. -reí. -mucho más que tú. Bastante más que tú. -corrigió el mismo.
Reímos entre todos. Qué de locos juntos. María Lucía dio un portazo y pasamos a
sentarnos en los sofás.
-Uy, ¿por qué estabais a oscuras? -se interesó mientras
sonreía. Ya estaba tardando en soltar una de sus bromitas.
-Estábamos dando un concierto. -dije riendo. Me producía
mucha risa su forma de ser. Su forma de cachondearse de nosotras.
-¿De chillidos? -Malú le tiró de la coleta que llevaba.
-¡Qué cerdo eres! -exclamó.
-No venga, en serio, ¿qué hacíais? -volví a reírme. Cansino.
-Cantar. -respondió esta vez ella. Carcajeó irónicamente.
¿Tan raro era que cantáramos? A ver, éramos artistas. Bueno, ella. Yo era un
intento de. Ante su incredulidad, decidió explicarse. -le he estado dando unas
clasesillas de música y le he hecho un "examen final". Un concierto
en el salón.
-¡Eh! ¡Cómo los que hacíamos con papá de pequeños! Cómo hemos cambiado...-por un
momento me imaginé a él con la misma coletita pero en versión mini. Y a Malú…
ni me la imaginaba. No la veía en versión enana. Debía ser ultra mona, eso sí.-Pues hacerlo otra vez que quiero veros. -Malú no dudó en levantarse. Yo me
resistí en el sofá. Aún tenía algo de timidez. -¡Venga! No te cortes, soy tu
cuñi. -Me pregunté cuántas veces diría eso en el día. Le encantaba. -llegará el momento en el
que cantes delante de millones de personas…
-Pero millones de personas, no mi elegante cuñado. -sonrió
plenamente.
-¡Guapa eres, coño! -exclamó alzando las manos.
-Tú, que es mía. -le avisó ella, agarrándome del brazo para
sacarme a cantar. Y así lo hicimos. Ante la dulce mirada del joven. Por un
instante pensé que una baba recorrería su barbilla. Estaba orgulloso de su
hermana. Podía verlo.
Mi móvil interrumpió mi single a dúo con la persona más
importante de mi vida. José gruñó. Paramos y me dispuse a ver quién osaba
meterse en ese perfecto momento… Era Li. Descolgué la llamada y la oí sollozar.
-Marina...
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