Mari hizo un último derrape muy cerca de la costa. El agua
creó una enorme cortina de unos cinco metros. A través de ella vi a Isabel
levantarse enfurecida. Fue inevitable soltar una carcajada. El vestido estaba
parcialmente mojado, pero eso era lo que menos me importaba. Con extremo
cuidado y bajo la atenta mirada de la multitud, salté las pequeñas olas que se
formaban en la orilla. Así, hasta llegar a tierra firme. Allí me puse los
zapatos que habían estado en mis manos durante el movido y acuático viaje.
Caminé riéndome hasta el altar, mientras oía el cuchicheo de los invitados.
-¡¡Las tres supernenas!! -chilló alguien que no conseguí
identificar. Fue ahí cuando de los mismos nervios, me entró un ataque de risa.
El chistecito en sí no me había producido tanta gracia, pero el nudo de mi
estómago desató mis carcajadas. Poco tardaron en desaparecer… pues ante mis
ojos deslumbraba la que estaba a punto de convertirse en mi esposa. Llevaba un
elegante vestido con una larga cola. La parte superior era blanca con detalles muy
bonitos. A partir de la cintura, el blanco se volvía beige. Un beige tranquilo,
sutil, dulce.
Llegué al improvisado "altar" aún conmocionada.
Estaba más que preciosa. No conseguía apartar mis ojos de ella. La respiración
se me entrecortaba. Estaba hasta temblorosa. Miles de personas cuchicheaban a
nuestras espaldas. Me miró de reojo y sacó una pequeña sonrisa.
-Eres especial hasta para llegar a tu propia boda. -bromeó.
Yo me reí flojito. -te noto un poco…-susurró.
-Estoy atacada. -confesé. Un cosquilleo recorría mi cuerpo
de principio a fin. Mis manos sudaban sin pensar en parar, y mucho menos en
quedarse quietas. El tembleque era ya imparable. Recordé entonces la gala de
las audiciones a ciegas en "La Voz". Más o menos estaba igual. Me
sentía pequeña. Lo que venía se me hacía grande. Pero entonces noté su piel
sobre la mía. Su dedo meñique buscaba el mío. Ambos se entrelazaron. Se
acariciaban. El contacto de nuestros dedos me relajó. Respiré aliviada mientras
el encargado de casarnos empezaba. "Buenos días. ¿Estamos todos,
verdad?" Asentimos juntas. Ni siquiera me dio por mirar y ver si faltaba
alguien. Ni caí en ello. "Estamos aquí reunidos para formalizar la unión
entre Marina y María Lucía…". Las palabras del juez procedían con
lentitud. En mi cabeza y en mis ojos una nube entera nublaba lo que vivía. No
era consciente de ello. Sentía que era un sueño. La voz melódica y su manera
tan lenta de leer comenzaban a impacientarme. Tanto, que dejé de oírle. Los artículos
de la ley eran demasiado aburridos. La miré de reojo. Estaba pensativa, mirando
al suelo. Apreté el meñique, que aún seguía rondando el suyo. Se asustó y me
miró.
-¿Qué pasa? -se preocupó. Me encogí de hombros y negué con
la cabeza. No pasaba nada. Pasaba todo.-cuando lleguemos al hotel te voy a
arrancar ese vestido. -sin mirarme me di cuenta de que estaba roja como un
auténtico tomate. -pero no te asustes, mujer.
-¿Yo? ¿asustarme? -murmuré.
-Silencio. -pidió David. Luego siguió con la ceremonia. Malú
se rió cual niña pequeña tras la bronca de su profesor. Giré un poco la cabeza
y de pasada pude ver algunas cuantas caras. Las que saltaron a mi vista. Las
más importantes de las allí presentes. Después de ello fijé mi vista en el
suelo. En la cola blanca de mi vestido. Y sí, sonreí como una auténtica
estúpida. Al final, aprendí que la felicidad no es duradera. Que solo son
instantes. Instantes que no cambiarías por nada. Son momentos en los que
sientes que estás en lo más alto. En el pico de una montaña. Las ganas de
chillar y saltar son síntomas de este éxtasis.
-¿Marina? -llamó mi atención el juez. Sacudí mi cabeza. Malú
me dio un codazo.
-¿Dónde estás? -me preguntó ella seria.
-¿Consientes en contraer matrimonio con María Lucía?
-preguntó, mirándonos a cada una de nosotras.
-Sí, consiento. -respondí segura. Repitió la cuestión para
mi chica, que tras echarme una mirada cargada de brillo, la desvió hacia David.
El silencio inundó la playa. Tan solo se oía a las gaviotas. Contestó entonces:
"no". -sabía que lo haría. -volteé la cabeza. -lo sabía. -los
asistentes y la propia novia estallaron en risas.
-Claro que quiero. -dijo agarrándome de la nuca y
arrastrándome a sus labios.
-¡Eh! ¡No he dicho que podáis besaros! -se indignó. -bueno,
qué más da. -tiró los papeles a la mesa y se unió al aplauso.
-Te adoro. -soltó en mi boca, provocando el nacimiento de
miles de mariposas en mi estómago. Me sorprendía como los primeros días. -podemos
seguir.
-Bien, procedamos ahora al intercambio de anillos. -anunció.
Viendo que nadie se movía, emitió un extraño sonido que procedía de la
garganta. Yo eché la vista atrás, buscando a José, que se arañaba el pelo.
Empezó a entrarme el miedo. Se acercó a Mari y le susurró algo al oído. Ésta se
puso blanca.
-¿José? -mi suegra le dio un empujón. Estaba claro que algo
no estaba saliendo bien. Su hermano se puso al lado del juez y se acercó al micrófono.
-Hola, jeje. -me puse las manos en la frente. -veréis… ha
habido un problema con las alianzas.
-Te corto los huevos. -murmuró Malú. Solo yo pude oírlo.
-Eh… esto… -carraspeó. -Mari traía en un bolsillo la bolsita
con los anillos.
-No… no. -pensé.
-El bolsillo se cierra con velcro y está debajo de su falda…
así que pensamos que se pudo haber abierto cuando venía en la moto de agua… -se
mordió el labio.
-¿Cuándo decidimos que fueran ellos dos los que se encargaran
de las alianzas...? -preguntó Malú.
-No lo sé. -dije incrédula. Maldita sea.
-Somos mongolas. -bromeó. -en serio, eh. -me hizo reír. Se
formó un barullo por parte de los asistentes a la boda. Tierra trágame. Una de
las más esperadas del año, y así andaba. Vi a mi representante dirigirse con
decisión al micro.
-A ver, escuchadme… -pero el murmullo seguía presente, por
lo que decidió chillar como solo ella sabía hacer… -¡¡¡SILENCIO!!! -todo se
enmudeció. -así me gusta. Lo que quería decir… que si se me han caído en la
moto, deberán estar en ella. Y si están en el agua, el mar las tendrá que
devolver. -nos hizo reflexionar. -así que venga, quiero una fila que ocupe toda
la orilla.
-¡Qué! -gritaron casi todos a la vez. Un grito al que me
uní.
-¡Pero venga! -al final, no sé cómo, acabamos todos mirando
en cada ola que rompía el mar. Mari siempre conseguía lo que se proponía. Y ahí
nos tenía. A sus órdenes. Más de mil personas pendientes de una pequeña bolsita
que en cualquier momento aparecería por la orilla.
-¡¡AQUÍ, AQUÍ!! -gritó una voz con acento canario muy
marcado. Se adentró en el mar y levantando su vestido azul agua, se agachó y
levantó el brazo exclamando: LOS ENCONTRÉ. Todos comenzaron a jadear, mientras
que Malú y yo mirábamos perplejas la escena. ¿Esto era real? Más bien parecía un sueño. O una pesadilla,
no lo sabía muy bien.
-¡Toma! -la chica puso su mano sobre la mía, con la bolsita
rosa entre ellas. Tenía unos ojos negros enormes y una tez morena.
-Gracias… ¿tu nombre? -me corté. No la había visto en mi
vida.
-Virginia. -sonrió, dejando ver su dentadura blanca. Dio un
giro y caminó hasta su banqueta, de las últimas que había. Apreté la bolsita y
un chorro de agua salió. La abrí con cuidado mientras el resto de invitados se
acomodaban. Saqué los sencillos pero originales anillos. Una alga los había
rodeado.
-Procedamos al intercambio de alianzas. -agarré el suyo y
nos pusimos frente a frente. Sus ojos apuntaban a los míos. Elevó lentamente su
mano, y mi cuerpo se derritió por completo. Agarré su muñeca con extremo
cuidado, como si del más preciado cristal se tratase, y acerqué el anillo a su
dedo. Soltó un pequeño suspiro. Mis nervios aumentaron. Estaba a punto de ser
mía. Se mordió el labio y susurró un: hazlo ya.
-Mierda. -el anillo cayó al suelo. Me agaché enseguida a
recuperarlo mientras oía las múltiples carcajadas de fondo. Malú tenía los ojos
brillosos. Ellos estaban también emocionados. -no llores. -murmuré. -que me
contagiarás. -y deslicé la alianza hasta el final de su estrecho dedo. Fue
ahora su turno. Agarró el objeto con mayor fuerza que yo. Seguro que a ella no
se le caería… Me sostuvo la mano y dio un pequeño soplo que hizo mover mi flequillo. Lo
introdujo en mi dedo. Una magia sobrenatural me rodeó. Una onda luminosa dio
vueltas sobre mí. Parecía algo fantástico, pero así sentí yo el cosquilleo.
-Yo os declaro… -comenzó a decir. El resto no lo oí. No me
hizo falta. Me fijé en sus labios. En las finas comisuras que se movían para
formar la sonrisa más bonita que existió jamás. En esos labios color carmín que
hablaban por sí solos. En esas mejillas que parecían moldeadas a la perfección.
Y qué decir de sus ojos. Ese color tan profundo. Tan suyo. Tan único. Y su
pelo, que ondeaba con más elegancia que de costumbre. -podéis besaros. -dijo,
poniendo en pie a todo el mundo. Miramos las dos de reojo. Teníamos la gran
atención del momento. Nos entendimos. Vamos a hacerles esperar. Vamos a
disfrutar de este momento. Acaricié su mentón y ella agachó la cabeza
avergonzada. En realidad era muy tímida. Las dos lo éramos. Oí su risilla.
-¡¡¡Es para hoy!!! -gritó Pepe Lui, mi músico y compañero.
Cómo no, tenía que intervenir. Mari le echó una mirada cargada de odio.
Probablemente eran las dos personas más chistosas que tenía a mi lado. En mi
círculo. Volví entonces a centrarme en el instante más esperado del día. Alargó
sus brazos hasta mi cuello. Jugueteó en mi nuca y me acercó a sus labios, que
ya esperaban entreabiertos a los míos. Y así, nos fundimos ante la perpleja
muchedumbre.
Una boda preciosa!! Que ganas tenia que llegara ese momento....sigue asi eres genial!!
ResponderEliminargran boda, que cosa mas bonita y que bien escribes ole tu
ResponderEliminarPreciosa boda y genial capítulo!! Espero impaciente el próximo capítulo. :)
ResponderEliminarUna boda impresionante escribes genial no pares nunca
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