miércoles, 21 de mayo de 2014

Capítulo 74. A TRAVÉS DE LA DISTANCIA.

Pasaron meses cargados de tensión, nervios, y mucha felicidad. Daba la vuelta a España de concierto en concierto. Las salas llenas hasta la bandera, y poco a poco, salían nuevas fechas. Más y más. Más lugares, más actuaciones. Todo era una completa locura. Las sensaciones que sentía eran indescriptibles. Se me ponen los pelos de puntas solo de recordarlo. Esa adrenalina que me recorría por el cuerpo cuando oía a cientos de personas corear mi nombre, cantando mis canciones, gritando para que aquello no tuviese fin. Era mágico. Único. Y solo unos cuantos elegidos podían tener este sabor de boca. Ese privilegio.
Al volver de las vacaciones, Mari ya estaba lista para reincorporarse. Y así lo hizo. Se subió en el viaje apasionante de mi carrera después de ausentarse unas semanas. La comodidad y seguridad que me transmitía el trabajar con ella facilitaban mucho las cosas. Era un lujo poder tenerla a mi lado. Me sabía escuchar, entender, y aconsejar. No quería otro copiloto que no fuese Mari.
Paula se encargó de todo en cuanto a Jorge. Advirtió a sus compañeros de profesión del peligro de este hombre enmascarado por su apariencia.
Mi madre quiso acompañarme en la gira. Viajaba con el equipo y no se perdía un solo detalle de mis actuaciones. En algunas de ellas, también estaba mi gran e inseparable amiga Lidia. Seguía feliz con mi compañero, Pablo, el cual triunfaba ahora por toda Europa. Había pasado por Francia, Bélgica, Inglaterra, y aún le quedaban muchos más antes de que acabase el caluroso verano que vivíamos.
 Respecto a ella, la mujer que complementaba mi vida y mi corazón, seguía apasionada y entregada a su público sudamericano. Llevaba allí más de dos meses. Recorría el continente de punta a punta, llenando recintos, reventando récords, y haciendo vibrar a millones de personas. La distancia que nos separaba no era ningún impedimento, ni ningún problema. Al principio se hizo insoportable, pero poco a poco, nos fuimos acostumbrando a ella. Hablábamos muy a menudo, cada hueco en nuestra estrecha agenda se transformaba en una llamada a escondidas detrás de una batería o una puerta. ¿Qué más daba el lugar cuando ella estaba al otro lado de la línea? Quise verlo desde el lado positivo. A través de la distancia era capaz de hacerme feliz, sonreír, y limpiarme las lágrimas con frases que me llegaban al alma. Si conseguía eso estando a miles de kilómetros, ¿qué más daba no poder besarla? Además, aprendí a valorar cada segundo que compartí con ella... Por suerte, el cariño de los fans, las cosas tan increíbles y el calendario repleto de ferias, salas, y entrevistas, me hacían olvidar un poco lo mucho que la echaba de menos. Lo peor siempre llegaba después de soltar toda esa adrenalina en una actuación y quedarme completamente sola. Cerraba los ojos y sentía mi cuerpo vibrar todavía, pero ahora con un notable vacío mezclado con la amarga soledad de las paredes del hotel. Por ello, agradecía la compañía de mi madre. Cuando venía, era como una inyección de vitalidad. Podía compartir con ella las sensaciones vividas. Otras veces, era la propia Mari la que irrumpía en mi habitación buscando consejo matrimonial o criticando al gobierno por su mala gestión. Le encantaba hablar de política y desfogarse contra los trabajadores de dicho sistema. Pero todo eso iba a cambiar, ya que el regreso de Malú estaba a la vuelta de la esquina. Esta misma noche volvía a su país de origen. No sabía cómo reaccionaría después de tantas horas sin su presencia. Sin aquel olor que me dejaba sin habla, sin aquellos ojos que me hacían delirar con solo mirarlos. Pero hoy no era solo un esperadísimo reencuentro. Hacíamos ocho meses juntas. Y como no era para menos, le tenía una sorpresa. La había estado preparando toda la tarde. Coloqué una caja enorme encima de la cama. Era alargada y ocupaba desde el principio de la almohada, hasta el final del lecho.
-¡Danka, estate quieta! -le grité a su perra. Me había dejado Vero a cargo del zoo porque tenía una boda. No sabía para qué, total, no me hacían ningún caso. -¡¡no muerdas el sofá!! -les chillé. -como vea Malú cómo estáis dejando la casa. -no paraban de ladrar y saltar. Las saqué al jardín. Hacía un calor descomunal en Majadahonda. Las nubes llevaban días sin aparecer, y el sol se hacía notar con mucha fuerza.
Me puse a tirarles la pelota. Se peleaban para ver quién la conseguía y se llevaba una fabulosa galletita. Vi que ni así se relajaban. En realidad hacía el efecto contrario, se ponían más nerviosas. Quise intentar otra cosa. Fui al coche a buscar mi guitarra y me puse a tocarles. Pasaron de mí como quién oía llover. Siguieron a su bola jugando. Al paso del tiempo, se aburrieron y se sentaron frente a mí. Me miraban con aquellos ojitos inocentes incapaces de hacer daño a nadie. Parecía increíble. Conseguí calmarlas con mi música. Cerraban los ojillos descansando. Me transmitían mucha paz. Nunca me habían gustado especialmente los animales. Ni si quiera me planteé alguna vez tener uno. No me llamaba ese mundillo, ni entendía las relaciones entre ellos y nosotros, los humanos. Pero esos sentimientos que me estaban provocando me ayudaron a comprender el afecto que se les puede llegar a tener. Ellos también respiran, comen, duermen y viven, tal y como lo hacemos nosotros.
Saqué el móvil y vi una revolución en mi timeline. Malú acababa de pisar Madrid. Sonreí inevitablemente. Las fotos tomadas por los cientos de seguidores que fueron a buscarla no paraban de circular por las redes sociales. Se me anudó el típico nudo en el estómago. Empezaba a ponerme nerviosa.
Pasadas las once de la noche, escuché la puerta del chalet. Rápidas como balas, las perras se le lanzaron encima. A mí me pareció que era la primera vez que la veía. Estaba más morena, y su pelo seguía tan elegante y perfecto como siempre. Yo corrí hacia ella y la abracé a tres palmos por culpa de los bichos, que se me adelantaron. Cuando al fin se esparcieron, pude sentir su pecho en mío, su frente apoyada en la mía, y sus ojos clavados en mí. Al fin.
-Te he extrañado mucho. -dijo con la voz quebrada y aquel acento sudamericano tan característico.
-No tanto como yo. -nos besamos durante un buen rato. Tanto tiempo sin sus labios no podía ser bueno.
-Te he traído un regalito. -rió. -felices ocho meses. -me felicitó, entregándome una caja cuadrada bastante grande. Yo quise hacerme la tonta.
-¿Qué…?
-Se te ha olvidado… -reía. Pero sabía que no le hacía ninguna gracia. -bueno, no pasa…
-Es broma. ¿Cómo iba a olvidarlo? -la corté. Me abrazó. Abrí su regalo. -¡¡Ala!! -era una chupa de cuero negra preciosa. Tenía algunos cristalitos, o algo así, que hacía que brillara con la luz.
-Te vendrá bien para los últimos concis. Va a empezar a hacer frío.
-Muchas gracias, cariño. -dije, probándomela.
-Te queda de puta madre. Qué sexy. -levantó las cejas sonriente. Yo puse morritos y soltó una carcajada.  
-Si pasas al jardín verás tu sorpresa. -insinué. Corrió hacia allí como una moto y vio la cena que le había preparado. Había sacado la mesa y las sillas al exterior y había comprado algunas lucecitas para colocarlas sobre el tablero, junto a la comida.
-¡¡Vaya!! -se sorprendió. -y yo con este hambre. Qué bien, jolín. Como echaba de menos tu forma de cocinar. -confesó. Me senté junto a ella y disfrutamos de la cena. Una brisita agradable se levantó.
-Bueno, cuéntame. -dije emocionada. Me moría de ganas por oírla. Empezó un monólogo al que me enganché, dejándome totalmente hipnotizada. Su manera de explicarse me encantaba. Acaparaba toda mi atención, olvidándome del mundo que giraba en torno a mí. Luego me tocó a mí. En realidad tampoco había mucho que contar. Hablábamos todos los días. Nos acercamos más , moviendo las sillas. -¿quieres tu regalo? -sonreí.
-¿Más? -preguntó sorprendida.
-Anda, sube a la habitación.
-Uh… -sonrió perversa.
-Idiota, venga. -me puse roja. Subimos las escaleras hacia su dormitorio y pegó un chillido nada más ver el enorme presente que descansaba en su cama.
-¿¿¿¿¿PERO ESTO QUÉ ES????? -se puso las manos sobre la cabeza y se arrodilló muy cerca de él. Yo hice lo mismo, en el otro lado, de forma que el armatoste aquel quedaba entre nosotras. Quitó con rapidez el envoltorio de los 101 dálmatas que había comprado y se encontró con una caja de cartón color marrón con dos solapas pegadas con celo. -ve a por una tijera. -me ordenó.
-Anda, fina. -dije, tirando del adhesivo. -Listo. -sonrió como agradecimiento y siguió indagando. Empezó a reírse al ver el contenido de la caja. Estaba entera rellena de nuestros chocolatitos. Los M&M. -ya puedes empezar a comer para encontrar tu verdadero regalo.
-¿Qué?
-¿Qué de qué? -rió ante mi broma y se dispuso a buscar entre los miles de emanems. Comía de vez en cuando y metía la mano hasta el fondo. -te aviso, es algo muy pequeño. -reí. Qué bien me lo estaba pasando. Aunque era verdad, que estaba algo nerviosa…
-Ayúdame, porfa. -me pidió sofocada. Unas gotitas de sudor corrían por su frente. Cogí unos cuantos y me los tragué de golpe. Estaban deliciosos. Me había encargado de forrar la caja con papel de aluminio para que no cogieran el amargo sabor del cartón. Nuestras frentes se encontraron y una sonrisa se le iluminó en la cara, una sonrisa que estaba a centímetros de la mía. Lo había encontrado. Lo sacó y lo miró. Se produjo un silencio y tragué saliva.
                                    

-¿Quieres casarte conmigo?


1 comentario:

  1. Estoy enganchadissimaa!! Empeze el jueves a leermelo y ya no me quedan capítulos..aver cuando subes proximo!! Unbesooo

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