A
pesar del cansancio y la fatiga post viaje, mi madre, como la de cualquier
persona, nos hizo cenar. Hambre no teníamos, solo queríamos dormir de una vez y
descansar. Pero ella insistía. Se había metido en la cocina desde que llegamos
para prepararnos de todo. Se quejaba de que siempre estaba sola y aquello era
una escusa para hacer de comer a lo grande. La mesa se fue llenando de platos y
mis ganas de comer se iban restando. Tanta comida me abrumaba.
-Creo
que esta noche voy a vomitar… -susurré sin que llegase a enterarse. Malú se rió
y se acomodó en las duras sillas que teníamos. Eran de madera con un cojín que
más que cojín era una piedra.
-No
digas eso hombre, que lo hace con todo el cariño.
-Ya,
pero es que si no tengo ganas y me hace comer… -me quejé. Volvió de la cocina
con latas de cerveza sin alcohol y Aquarius.
-Lo
siento, es lo único que bebo. -rió nerviosa. -si me hubieses dicho que venías
hubiera comprado…
-Mamá,
ya, tranquila. -la corté. No estaba yo muy acostumbrada a eso de las comidas
(abusivas) familiares. Aunque sí que quedaba algo en mi memoria. Ella cocinaba
siempre con un puñado de más, por si presentaba alguien por sorpresa. Que al
final ese puñado lo teníamos que repartir entre los tres. O cuando venían los
amigos a casa a merendar, que les metía las magdalenas en la boca de dos en
dos.
Empezamos
a devorar la cena, que más que cena era un banquete, y mi madre no dejaba de
hablar. Ella ya había cenado, cosa que me frustró porque sabía que todo el
manjar que había sobre la mesa era solo para nosotras.
-Nuera,
¿te gusta mi comida? -preguntó. Ella estaba masticando, por lo que se limitó a
asentir sonriente. -ay, Malú en casa. ¿Quién lo iba a decir cuando la veíamos
por la tele, te acuerdas Marina? -yo asentía y mi chica no paraba de reírse
disimuladamente. -oye, si quieres algo lo pides, sin problema. -comenzaba a
ponerse pesada. -te tenías que haber traído a tus perritas… las hubiésemos
llevado al campo, que aquí iban a ser muy felices.
-Se
han quedado con mi madre. -contestó ella.
-¡Pues
te la traes también! ¡Claro! -exclamó haciendo aspavientos.
-Mamá
para un rato. -dije entre risa. -que la agobias.
-No,
no, estoy bien. -refutó ella.
-Uy,
Marina hija. ¿Ves cómo no pasa nada? -suspiré y solté el tenedor. Los enormes
cuencos seguían casi llenos. -¿ya has terminado? Has comido muy poco. Venga.
-se sentó a mi lado y cogió mi cuchara, la rellenó de sopa y sujetó mi barbilla
con una mano. Malú miraba de reojo a punto de estallar en carcajadas. Me metió
el cubierto entero en la boca y dos chorreones resbalaron por mi barbilla. Ella
los rebañó y me lo volvió a meter adentro.
-¡¡Mamá!!
-grité, apartándome. Me sentía avergonzada, pero por otro lado, aquello me
parecía divertidísimo. Me reí con las dos y me limpié con la servilleta. Mi
progenitora, con la que compartía nombre, me besó en el cachete fuertemente,
dejándome una marca de carmín rojo que usaba siempre.
-Me
acuerdo cuando me despedías en el colegio y los niños me decían que quién me
había besado al ver el pedazo de tatuaje que me dejabas. -reímos al recordarlo.
Estas vacaciones iban a ser de lo más nostálgicas.
-Se
me ha ocurrido una cosa. -miedo me daba. Se acercó a una enorme estantería que
ocupaba una pared entera del salón. Se dividía en diferente cajones y baldas, y
un hueco donde cabía a lo justo la
televisión. De los libros sacó un álbum de fotos.
-No…
-lloriqueé en broma. -guárdalo, porfavor.
-No,
no. -rió Malú. -yo quiero verte a ti de pequeñaja.
-Era
un amorcito de niña. -dijo mi madre orgullosa. Se sentó entre nosotras dos y
comenzó a pasar las páginas lentamente, explicando la historia de cada foto. En
una de esas pasadas de hoja, puse la mano sobre una fotografía mía.
-¡¡Ésta
no, por favor!! -rogué.
-Pero
si es muy graciosa… -me puso ojitos.
-Haz
lo que quieras. -me levanté y comencé a recoger la mesa mientras morían de la risa
al verme disfrazada de payasa. Llevaba una peluca más grande que mi cabeza,
amarilla. Una nariz roja enorme y la cara completamente blanca. Salía sacando
la lengua y los ojos muy abiertos, de forma que parecían ocupar mi rostro
entero.
-Pero
qué monería… -opinó. -mira que ojazos verdes.
-Claro,
después de dos horas riéndote… -dije. Ella me guiñó un ojo y me sacó la lengua.
-deja de hacer eso que pareces el icono del WhatsApp. -bromeé.
Al
acostarnos en la cama en la que tantas noches me había refugiado, encontré algo
bajo el colchón. Malú se había quedado dormida nada más tumbarse, pero yo no
paraba de dar vueltas en el poco espacio que me quedaba. Parecía una hoja,
quizás sería otra de mis canciones.
Lo
abrí con cuidado. Era una carta de Vanesa. La curiosidad me llamaba. Me
incorporé, sentándome al filo de la almohada.
"Siento
mucho que tengas que aguantar todo esto por mí. Lo siento mucho. Sé que me vas
a decir que no es culpa mía, pero yo soy consciente de lo que digo. He pensado
cientos de veces en dejarte para acabar con tu pesadilla, pero te pido perdón,
no soy capaz de hacerlo. No puedo. No soy persona sin ti… cuando me besas, me
abrazas o simplemente me miras pienso que eres la mujer de mi vida, que no
terminará nunca.
Voy
a proponerte algo. Parecerá una locura, pero no tenemos nada que perder en
realidad. Aquí no hacemos nada… Vámonos tú y yo. No me preguntes dónde, ni
cuándo, solo estoy convencida de que quiero escaparme contigo. Te quiero mucho,
amor. "
Solté
su nombre a la vez que suspiré. Fue una sensación rara, como si mi cuerpo y
alma se trasladasen al momento en el que la leí aquel día. Cuando me pareció
que era la locura más estúpida y preciosa del mundo. Entonces miré a mi derecha
y vi a ella, volviendo al presente. Asimilando todo lo que había cambiado desde
esa carta hasta hoy día. Fue inevitable recordar aquel beso vacío a las tantas
de la madrugada, cuando estaba tan perdida que ni yo misma sabía quién era. Y
me sentí fatal. No le había contado nada a Malú, y el remordimiento me comía
por dentro. Era incapaz de mentirle… Me quedé mirándola. Un nudo se formó en mi
garganta. Le haría daño si se lo contaba. Pero también lo hacía ocultándolo. Se
despertó, abriendo los ojos despacio. Se los frotó y me vio con el papel en la
mano.
-¿Qué
lees? -me preguntó, paseando sus dedos por mi barriga.
-No
es nada. -dije, guardándola bajo el colchón. Ella tiró de mi mano y me la
quitó. Se incorporó y la leyó rápidamente. Me la devolvió y yo la devolví a su
lugar. -me la encontré aquí.
-Es
muy bonita. Hicisteis bien en iros. -opinó, volviendo a cerrar los ojos. Aparté
el pelo de su rostro y le acaricié la mejilla.
-Malú.
-la llamé. Levantó la cabeza para mirarme. -Besé a Vanesa cuando lo dejamos. -se
quedó sin palabras. No dijo nada. Se quedó con la boca abierta mirándome. -me
sirvió para darme cuenta de que todo había cambiado. Que ya no sentía nada por
ella.
-Pero
necesitaste dárselo para comprobarlo… -dijo molesta. -pensé que era la única
que ocupaba tu mente.
-Lo
eres. -me arrepentí de habérselo contado. No quería un drama. Se suponía que
eran unas vacaciones tranquilas. -necesitaba contártelo… lo siento.
-Has
hecho bien. No me gusta que me oculten cosas. Buenas noches. -parecía enfadada.
Se tumbó en mi pecho como cada noche y esperamos a que amaneciese un nuevo día.
Al
despertar ella no estaba sobre mí. Me puse en lo peor. Aunque era algo
exagerado. No se iba a marchar por esa tontería, o al menos, eso esperaba. Pero
la idea se despejó rápidamente al oír a mi madre hablar con ella. Escuché sus
risas rompiendo el silencio matutino y una sonrisa se me dibujó. Bajé al salón
y las encontré jugando a las cartas.
-La
que no sabía jugar… -murmuré al recordar los días que compartí en su piso
estando aún en La Voz.
-La
he tenido que enseñar yo, ¿cómo no la enseñas a jugar al chinchón? Es que es
para matarte. -me "regañó" mi madre.
-Eso,
¿cómo no se te ha ocurrido? -me guiñó el ojo Malú.
-Anda,
siéntate que hace mucho tiempo que no te meto una buena paliza.
-Mamá…
no son ni las diez.
-Que
te sientes te he dicho. -me obligó. Tantos años fuera de casa pasaron factura.
Se sumaron para manifestarse en uno solo. Todo lo que no hicimos, todo lo que
perdimos nos llegaba ahora de golpe. Ella volvió a sentirse madre, y yo a
sentirme hija.
-No
me lo puedo creer. -dije al ver que mi chica nos había ganado. -bah, la suerte
del principiante. -reímos.
-Voy
a preparar unos cafés y echamos otra. -se levantó caminando hacia la cocina.
-Siento
haberme puesto tan borde. -se acercó María Lucía arrastrando la silla. -es que
me cuentas eso recién levantada y…
-No
te preocupes. -sonreí, besándonos. Oímos las tazas posarse sobre la mesa.
Separamos nuestros labios.
-Seguid,
seguid. -dijo mi madre, haciéndonos reír. -yo ya me voy… -alzó las manos haciéndose
la inocente y corrió por el pasillo. -¡¡que se me queman los huevos!!
-¿Huevos?
-preguntó Malú. -dios…
-Vamos
a volver con 7 kilos a Madrid. -vi venir. -tendremos que estar dos semanas
comiendo verde, como las vacas. -se echó a reír. -sí, ahora te ríes, pero sabes
que es verdad.
Preciosa como siempre me encanta
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