domingo, 18 de mayo de 2014

Capítulo 73. TÚ.

Llegamos las dos a casa de María unos minutos antes de las diez, con una botella del mejor vino que habíamos encontrado y con un sobre que tenía que entregarle en mi bolsillo. Llamamos al timbre, pero nadie abría. Volvimos a tocar, y entonces, oí su voz.
-¡¡Pasad!! -chilló lejana. Vi que la puerta estaba encajada y la abrimos. Todo estaba a oscuras, no veíamos ninguna luz por debajo de la puerta, ni siquiera el patio interior estaba iluminado. De repente, se hizo la luz del salón y cientos de personas saltaron a la vez. Nos pegamos un buen susto, y enseguida nos reímos.
-¡¡SORPRESA!! -exclamaron. María se acercó a nosotras y nos saludó. -todo el pueblo está contigo. -me susurró al oído. Pude reconocer a muchos de mis compañeros de instituto, a algún que otro profesor de mi infancia, y a incontables vecinos. Vinieron uno por uno a conocer a Malú y a volverme a ver. Unos seguían con la misma cara de siempre, otros habían cambiado de forma radical. Tinte, maquillaje, delgadez...
-No pareces muy contenta. -me dijo Malú cuando todo empezaba a calmarse. Yo seguí con la mirada fija en un plato de patatas fritas. -cariño, ¿estás bien? -se apoyó en mi hombro.
-No. -dije con la voz quebrada. -esto no tiene ningún sentido.
-Eh, ¿por qué dices eso? -cogió mi mandíbula y la giró para que la mirase.
-Me despreciaban. La mayoría de los que están aquí me odiaban. ¿Cómo tienen la cara de venir a saludarme como si no hubiese pasado nada?
-Bueno mi amor, han pasado muchos años ya… -me peinó el flequillo con sus finos dedos. -anda, disfruta y olvídate de eso. Las cosas han cambiado. -debería seguir su consejo, pero me habían hecho demasiado daño. Me era muy difícil pasar de algo tan relevante. Me había marcado mucho.
-¡¡MARINA!! -Raquel corrió hacia mí. Estaba igualita, con aquel pelo rizado y negro como el carbón. Con aquellos ojos tan oscuros que parecían dos agujeros negros en algún lugar remoto del universo. -dios mío, cuánto tiempo.-dijo en mis brazos. Sonreí. Simplemente por el hecho de su presencia, aquella cena llena de falsos mereció la pena. Raquel me conocía desde pequeña, nuestra relación era más que estrecha. Compartimos desde la plastilina, hasta los deberes irresolubles de física y química.
-¡No has cambiado nada! -exclamé.
-Yo no, pero mi vida sí. -dijo, echándose a un lado. Vi llegar a Pedro con un carrito y un pequeño de apenas un año.
-¡No me digas! ¿Es tuyo…? -me quedé boquiabierta. -no me lo puedo creer. ¿Y ese es el padre? -asintió con la cabeza. Me eché a reír, ella me acompañó.
-Fíjate con quién ha acabado. -murmuró él. -con el cabrón de la clase.
-Tío, es que eras un torbellino. -solté. Raquel cogió al pequeño y me lo dio. -no, no. -reí.
-¿Por qué?
-Parece muy rompible. -rieron. -oye, que no, que soy muy pava a ver si lo voy a caer.
-Cógelo, idiota. -me animó mi amiga. El niño me miró sonriente, con la baba colgando. Era rubito, pero la forma del rizo era de la madre, sin duda alguna. Lo sostuve en mis brazos y me produjo una sensación de ternura indescriptible. Lo miré y él no hacía más que sonreír. Era una monada de niño.
-Le has caído bien. -rió su madre. -¿y tú, qué? -preguntó, señalando al niño con la mirada. -¿cuándo te atreverás? -solté una carcajada.
-Déjate, déjate. -seguí riendo. -ahora estoy centrada en mi carrera. -le devolví el peque.
-Sí, sí. Yo tengo el disco en casa, a ver si vienes a firmármelo.
-Por favor, faltaría más. -vi a Malú volver del baño. Automáticamente le presenté a Raquel.
-Ah, encantada. Así que erais muy amigas…
-No sabes cuánto. Aunque nos peleábamos por tus posters, pero al final siempre ganaba Marina... -reímos.
-Uy, que niño más guapo tienes. -observó. Le cogió el moflete.-¿puedo cogerlo? -ella todo lo contrario a mí. Mi chica acurrucó al renacuajo en su pecho. Yo, cuál idiota, la miraba sin perder la vista ni un segundo de ella.
-¿Te gustan los niños? -le preguntó Peter, como lo solíamos llamar en nuestra época de adolescencia.
-Me encantan. -dijo cerrando los ojos. -quiero ser madre. -se me cruzó esa frase. Mi imaginación se disparó y ya me estaba viendo con la casa llena de juguetes, las guitarras escondidas en lugares seguros y una revoltosa hija. -¿y esa cara de tonta?
-¿Qué? -volví a la realidad. -nada. -reí, dándome la vuelta, buscando algo de comer disimuladamente.
-¿Cómo lo estás pasando? -me preguntó María, con una copa de vino en la mano. -por cierto, delicioso.
-Muy bien, muy bien. El reencuentro con Raquel… joder. ¡Qué es madre! -exclamé. Me agarró el hombro. -oye, tengo algo para ti. -saqué el sobre y se lo tendí.
-¿Qué es esto? -preguntó, abriéndolo intrigada. Vio el dinero que había dentro. Me lo devolvió, yo la rechacé. -no puedo aceptarlo, lo siento.
-María, te lo debo. -giré la cabeza. -por favor. Además, te vendrá bien con la enfermedad de tu marido. Cógelo. -insistí. Me miró negando con la cabeza.
-Anda, tira. -me dijo, refutando el sobre otra vez. Pero yo fui más lista, y sin que se percatara, le metí el sobre en uno de los cajones del mueble del salón.
Esa noche me di cuenta de lo hipócrita y falsa que puede llegar a ser la gente. Todos se reían de mí al verme con aquel sueño, el que alimentaba redacciones en las clases. Se burlaban por ello. No creían en mí. Por otro lado, los que me señalaban con el dedo al verme pasear con Vanesa. Y lo peor, lo peor de todo. Estaban aquí. Estaban como si me conociesen, como si alguna vez les hubiese caído bien. Como si me hubiesen apoyado cuando más lo necesitaban, como si se hubiesen parado a escuchar mis canciones. Solo un mínimo porcentaje de los allí presentes se había portado de manera cordial y respetuosa conmigo. ¿Qué pintaban allí? Me saludaban con esa sonrisa tan poco verdadera, tan enmascarada. Ahora que había conseguido lo que quería, ahora que miraban asombrados lo que había conseguido venían en masa con el derecho de que me conocían desde pequeña. Como lo odiaba, era repugnancia infinita. Me sentía tan incómoda…  
Después de aquello, Raquel nos invitó a su casa. Nos la enseñó de principio a fin. Eran dos plantas completamente decoradas y amuebladas. Un lugar ideal para formar una familia. Estuvimos hablando hasta altas horas de la madrugada. Teníamos mucho que contarnos. Recuperé la confianza que teníamos. Quizás no recuperé, sino que simplemente nunca se había perdido. Volvimos a tenernos ese cariño, esa amistad que echaba tanto de menos. Había montado junto a su pareja un restaurante en el pueblo. Sabían organizarlo, sabían sacarle partido y sobre todo, no volverse obsesivo con el trabajo.
-A ver si pasáis por allí antes de que os vayáis.
-Prometido. -susurró Malú.
Eran una pareja estupenda, se les veía muy felices. Aunque si esto me lo hubiesen contado, no me lo hubiera creído. Ni loca. Pedro era el más gamberro del colegio y Raquel la más inteligente. No había derivada que se le resistiese. Siempre estaban en combate. No había día que no se cruzaban chillidos entre ellos. Cómo cambian las cosas con el paso del tiempo. A Peter se le veía maduro. El tener ese hijo les había hecho centrar la cabeza, y eso se palpaba. La noche transcurrió entre anécdotas del pasado, historias del presente y especulaciones del futuro. El chico se avergonzaba al oír las salvajadas que había realizado en su juventud.
-¿Y cuándo quemó la mesa con el desodorante y el mechero? -recordé. Él miró hacia otro lado.
-Sí, sí, no te escondas. -le dijo su mujer. -no tenías remedio.
-Hasta que llegaste tú. -sonrió y se fundieron en un beso.
-Yo te veía delincuente, y sin embargo…. -bromeé.
-Yo te veía con Malú y… ah, pues sí, mira. -reímos. -¿cómo lo conseguiste, putona?
-Se coló en mi casa, básicamente. No me dejó otra opción. -explicó ella.
-Totalmente, ella no me pidió que entrase. -seguí con la ironía. -entré por la ventana cual súper héroe.  
-Y puso adrede una canción en la que sabía que la besaría.
-Claro, y la activé con mi reloj de espía secreto. -reí. No podía aguantarlo más. Ellos se meaban, dando golpes en el sofá.

-Ay, que te quiero. -soltó Malú, abrazándome como podía en el sillón. 

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