Estaba muy cansada cuando llegué por fin a casa. Me había
levantado a las 6 de la mañana para acudir a los estudios de telecinco. Había pasado
más nervios que en toda mi vida. No solo en la actuación, sino en los
acontecimientos posteriores. A las 9 de la noche salió el AVE con destino
Madrid, y hasta la una de la madrugada no llegamos a nuestro hogar.
Mi cabeza daba vueltas.
Intentaba controlarme, asentar la cabeza y asimilar lo que había ocurrido en el
día. Vane ya se había quedado dormida. Estaba recostada en mí, con su brazo en
mi cintura y su cara en mi hombro. Ya no podía moverme. En la oscuridad de la
noche. y tumbada en la cama de mi habitación, miraba al techo y sonreía como
una niña de 3 años.
Pasaron las semanas y no tuve
noticias del programa. Comenzaba a desesperarme. Me dijeron que me llamarían en
poco tiempo para comenzar los ensayos de las batallas.
Durante la espera de aquella
llamada, seguí trabajando en el bar del barrio, donde los viernes por la noche
también actuaba. Los dueños del "Rincón Musical" eran los tíos de
Vanesa, que no dudaron en contratarnos al conocer nuestra desesperación.
No recuerdo la fecha exacta,
pero sí lo que ocurrió. Lo vuelvo a vivir cada noche. Es como una eterna
pesadilla que nunca acaba. No hay un día que mi cerebro no lo proyecte al
dormir. Vivíamos en Calanda, un pequeño pueblo de Huesca de apenas 5000
habitantes. Allí los rumores volaban por las calles, de boca en boca, de puerta
en puerta. Las familias tenían miedo al qué dirán. La puta apariencia dominaba
la sociedad. Por esta razón, preferimos esconder nuestros sentimientos y fingir
una amistad… Pero tras un año aproximadamente, mi padre nos pilló de pleno en
la cama. Recuerdo su cara. Estaba atemorizado y a la vez enfadado. Cerró la
puerta de golpe. Escuché varias porrazos fuera. Empezó a romper cosas. El
pueblo no estaba preparado para vivir una situación así. La mentalidad era
rudimentaria. Ambas nos vestimos y Vanesa salió corriendo. Agaché la cabeza
ante mi progenitor, que seguía tirando cuadros y libros. Todo lo que pillaba a
mano lo destruía. Empezó a llorar. Me dijo que era una deshonra para la
familia. Que le había defraudado como hija. Recuerdo cómo me sentía. No quería
escucharle… me tapé los oídos e intenté subir las escaleras, pero me frenó. Me
tiró de la capucha de la sudadera hacia atrás y me dijo que no me moviera.
Trajo un cinturón y me golpeó varias veces.
Me estremecí al recordarlo.
Después llegó mi madre, que le preguntó que había hecho para merecerme aquellos
latigazos. "¿Otra vez te ha dicho que quiere ser cantante?". Mis
padres odiaban el futuro que yo me estaba labrando. Entre todos mis amigos me
compraron una guitarra y comencé a asistir a clases gratuitas en el instituto.
Nada del otro mundo… pero aprendí lo básico. Acordes. Y en poco menos de dos
años ya componía mis primeras canciones. Ellos querían que estudiara medicina y
formara una familia con un hombre. Darle nietos. Pero mis ideas estaban muy
alejadas de las suyas. Odiaba la ciencia y odiaba a los chicos.
Cuando mi madre se enteró no
lo pudo creer. Sólo decía que cómo nos iba a mirar la gente. Que qué iban a
pensar de ellos todo el pueblo. Me sentí como una basura y una auténtica
decepción para las personas más importantes de mi vida. Era como si la gente
les importara más que yo.
Sufrí la presión durante
meses. Me pegaban, me insultaban, me trataban como una criada. "A ver si
haciendo cosas de chicas te conviertes en una de verdad". Decía Alfonso,
mi padre. Un cura venía dos veces en semana para sacar el supuesto demonio que
me invadía. Rezaba cinco oraciones y me echaba agua, santa al parecer, para
echarlo de mi interior. No me dejaban salir, del instituto a casa y de casa al
instituto. Al menos conseguí que no se lo contaran a los padres de mi chica… no
quería que ella sufriera lo mismo que yo. Estaba muy preocupada. Fue una época
muy dura… hasta que un día le contamos la situación a María, la directora del
colegio. Jamás pensé que fuera tan buena persona. Nos dijo que nos escapáramos.
Que huyéramos a cualquier parte. Nos dejó dos mil euros para empezar, con la
condición de que le escribiéramos todas las semanas. Y así fue. Planeamos el
viaje en dos semanas, durante los recreos, que era el único tiempo en el que
nos veíamos. Nos marchamos sin avisar. A eso de las 3 de la mañana en un día de
verano, María nos llevó en coche hasta la estación de Renfe, donde comenzó
nuestra nueva vida.
Vane llamó a su tía la semana
en la que comenzaron los preparativos y le contó lo sucedido. Natalia nos dijo
que fuéramos a vivir a Alcalá de Henares, con ella y Pedro. Ellos nos ayudarían
a empezar de cero.
Nos contrataron en el bar que
tenían y fuimos ahorrando. Insistí en pagarle al menos la cuota del gas o la
luz, hacer la compra al menos, pero se negaron. Pasaron los meses y tras horas
de trabajo, esfuerzo y ganas, nos mudamos de alquiler a un pequeño piso en
aquella ciudad.
Sufrimos una dura guerra fría
hasta ser felices…
-¡CARIÑO! -Vanesa me alejó de
mis pensamientos. Daba saltitos con el teléfono en la mano. -Son de la voz.
El corazón me dio un vuelco.
-Buenas tardes, ¿Marina Marín?
-me preguntó una chica de dulce voz.
-Sí, soy yo. -Vane me ponía
nerviosa. No apartaba la vista de mí. Le sonreí y le tapé la cara con la mano
entera mientras oía a la mujer. Me pidió el correo electrónico para mandarme un
calendario con los días que debía asistir. También añadiría las fechas de los
asaltos y las galas en directo. Que emoción tenía… Miré al póster tamaño real
de Malú que estaba frente a mí:
-No te decepcionaré, jefa.