El estruendoso despertador sonó,
haciendo vibrar toda la mesilla de noche. El sonido se coló por nuestros oídos,
provocando un susto mortal, capaz de incorporarnos en la cama.
-Hay que comprar un reloj, es
urgente. -propuso la cantante, que me había acompañado en la oscuridad de la
noche, una vez más.
-Desde luego. -dije, echándome
hacia atrás, con un dolor incómodo en los oídos a causa del maldito aparato.
-tantos discos de oro y un despertador de mierda. -bromeé con una pequeña risa.
Me lanzó una mirada cargada de rencor.
-Levántate, nos espera un largo
día. -me ordenó, con esa seriedad que solía forzar y que la hacía tan
irresistible.
Apenas estábamos empezando a
desayunar, cuando el pito del coche de Mari nos despistó.
-¡¡Qué mujer!! -opinó mi chica,
corriendo hacia el portón de nuestra
casa. Llevábamos una mañana de lo más escandalosa. Yo que me había acostumbrado a la silenciosa
vida medio rural. El chalet estaba apartado del mundo, a diferencia de mi
anterior hogar. Si tuviera que volver no dormiría nunca. Allí los decibelios
presumían de grandeza. Había varios bares en mi calle que traían voces de
padres llamando a sus hijos a la hora de irse, celebraciones de goles, música
alta, balonazos contra la pared. Por no hablar de la cantidad de sirenas de
policía, ambulancia, y bomberos. Aquí el ruido brillaba por su ausencia. Un
enorme silencio decoraba nuestras noches y mañanas. Lo único que nos podía
quitar el sueño eran los gruñidos y ladridos del pequeño zoo, como le llamaba
Malú, o algún canto de pájaro madrugador.
-¡¡Buenos días mi estrella!! -asomó
por la cocina, tan eufórica como de costumbre, mi mánager.
-¿En el amplio sentido de la
palabra? -sonreí.
-Sabes que sí. -me guiñó el ojo.
-Oye, ¿y este rollito? -intervino
algo celosa mi futura mujer. Ella le atizó un periodicazo en el brazo.
-¡¡Ni falta me hace repetir que soy
de otra acera!! -exclamó.
Estuvimos buscando estilistas,
pero ninguno nos llegaba a convencer. En especial a mí, que soy jodidamente
rara a la hora de vestir. Ninguno de ellos conseguía darme el estilo que
buscaba. Ese toque que quería darle a mi persona. Acabé desquiciando a Malú y a
Mari. Era demasiado exigente. Aún así lo comprendieron, sabían lo importante
que era la imagen en este oficio. Vestir de una forma u de otra me hacía
diferente, me daba distintas personalidades. Lo primero que ve alguien es el
exterior. Le tenía que entrar por el ojo para luego conocer el interior, mirar
mi alma, y a mi música en mi caso. Andábamos desesperadas. ¿Dónde estaba mi
estilista? Tenía que existir alguien, el caso era encontrarlo. Por suerte, la
maravillosa y amplia agenda de contactos de mi chica dio con algo que podría
servirnos. La mujer de Antonio Orozco. Sí, sí. Decían que era de las mejores
del país. Así que allá íbamos, dispuestas a saber si habíamos dado en el clavo.
-Mira, como no te sirva…
-murmuraba Mari mientras conducía.
-Toda buena reina tiene su sastre.
-le solté a lo más clásico.
-Me enamora cuando pronuncia esas
frases. -suspiró Malú desde el asiento de atrás.
-Vaya dos empalagosas. ¡¡AG!!
-reímos ante su respuesta.
Entramos a una cafetería de la
tercera planta del centro comercial más amplio de todo Madrid. Allí estaba
Orozco, con un café en la mano y las gafas de sol puestas. Sí, dentro de un
recinto cerrado había mucho sol. Sí.
-¿Ves algo? -fue mi forma de
saludarle, entre risas.
-Gajes del oficio, Marinita. -sabía
que odiaba que me llamara así. Pero lo seguía haciendo.
-Creo que la gente se fija más en
ti… pero allá tú.
-¿En serio?
-Hombre, no es habitual que
alguien lleve unas gafas de sol y una gorra en un sitio cubierto. Llamas más la
atención. -argumenté.
-Eres muy lista para llevar tan
poco tiempo en este mundillo… -opinó. En el mostrador, una chica morena de la
misma estatura que el madrileño se giró con un donut de lo más pringoso.
-Hola, soy Marina. -la saludé,
prestándole la mano. -una chica muy guapa, Orozco. -la joven puso cara extraña,
y la del cantautor era de descojonamiento absoluto.
-Hola, soy Isabel, tu, espero,
futura estilista. -a mi lado llegó una rubia.
-Vale… soy idiota. -me reí de mi
misma. Me disculpé y saludé, ahora sí, a la esposa de Antonio. Llevaba el pelo
enredado en una trenza. Unas gafas de sol blancas se posaban en sus pequeñas
orejas y descansaban en su cabello dorado. (Me encantaba llevar así las gafas,
podría sumar puntos). Portaba una curiosa camiseta blanca, lisa, pero con algo
que no tenían las demás. No sabía decir qué. Para la parte de abajo había
elegido un vaquero ajustado con tonos celestes y unas vans a conjunto con su
camiseta. He de reconocer que nunca me fijaba en la ropa, pero dadas las
circunstancias, lo mejor era hacerlo. Y he de decir que me gustó mucho su forma
de combinar.
-¡¡Malú, cuánto tiempo!! -exclamó
muy gentil. -a ver si te dejas ver más a menudo.
-¡¡Desde luego!! Un día podrías
invitarme a un gazpachito, que todavía me acuerdo del que me hiciste en
Sevilla. -vaya, sevillana, aunque se podía deducir de su acento. Adoraba el
seseo. Cada vez depositaba más esperanzas en ella.
-¿Tomamos algo y comentamos un
poco? -no sabía que quería hablar, pero acepté y me senté con ella y el resto, acompañados
de unos cafés para despertarnos. -cuéntame, Marina, cómo te defines.
-Vaquera. -reí. -suelo llevar
camisas.
-No, respecto a moda no, cómo te
defines como persona. -me preguntaba para qué hacía falta eso.
-Pero… ¿Qué tiene que ver esto con
la ropa? -me atreví a cuestionar.
-Es muy importante, tengo que
conocerte para saber cómo adornarte. De este modo adaptaré tu personalidad a tu
estilo. -¡Sorprendente! ¡Alucinante! era exactamente lo que quería. Una fachada
que mostrara lo que soy.
Fue apuntando todo lo que le decía
en una libreta con mi nombre. Organización, me gustaba. Parecía ser la
candidata perfecta. Estaba deseando trabajar con ella. Tras el interrogatorio,
la ficha técnica, o como quiera llamarlo, repasamos todas las tiendas del
centro comercial. No me atraía eso de meterme en un probador y que miles de
prendas pasaran por mi cuerpo mientras cuatro individuos me miraban de arriba
abajo y una de ellas, en concreto, la señorita Isabel, apuntara algo de cada
conjunto en un cuaderno azul adornado con el rótulo de "MARINA MARÍN"
en la portada.
-Ese le queda muy bien. -murmuraba
mi chica.
-No sé yo, eh, me gusta más el de
antes. -comentaba mi representante.
-Estás preciosa, Marinita. -Orozco
siempre decía la misma frase. Sin olvidarse del horrendo mote que me había
puesto. Se notaba que no entendía mucho de ropajes. Según él, todo me quedaba
perfecto, todo me hacía preciosa. Yo me limitaba a dar vueltas sobre mí y a
sonreír forzada por los halagos, o a reírme en caso contrario.
-¡¡Quítate eso!! ¡Ag! -chilló
Malú.
-Las flores las descartamos, por
favor. -rogué. Isa carcajeó y lo anotó, cómo no.
-Ay, dios mío, pareces un cuadro
del "Museo del Pardo". -bromeó Mari.
-¿No será "del Prado"? -intervine.
-Es que estás tan fea que ni en el
Prado, cariño. -su respuesta me dejó por los suelos, pero me hizo llorar de
risa.
-No le queda tan mal. Estás
preciosa, Marinita. -repitió por decimoséptima vez.
-Créeme que no, Orozquito.
A pesar de los sudores, los interminables
cambios de ropa, el estrés de las compras, las colas de los baños, las colas en
los cajeros, las colas en los probadores, y la insoportable presencia de
Antonio y sus "Marinita", el día fue divertido, y lo mejor, muy
productivo. Tenía armario para meses y meses. Además, firmamos el contrato con
Isabel. Para celebrarlo, invitamos a todos a cenar, y se añadieron nuestros
amigos Pablo y Li, que vivían un momento de lo más dulce y especial. Esperaban
su primer hijo.
-¡¡Pablito!! -exclamó Orozco al
verlo entrar de la mano de su chica.
-Veo que tú tampoco te escapas…
-reí para mis adentros.
-Isabel Coronel. -se presentó la rubia. Pablo se puso recto y llevó su
mano, completamente rígida, a su frente. Saludando al puro estilo militar. Nos
echamos a reír. -estoy acostumbrada al chiste…
-Lidia. -saludó mi mejor amiga.
Enseguida se acercó a mí para darme un abrazo. Yo le toqué la barriga y me dio
un pisotón. -aún no se mueve, pesada.
-Jo. -me quejé. -ey, lentejita…
-le dije a la panza.
-¡¡NO LE PONGAS NOMBRE!!
-Marina, deja ya de molestar. -se
acercó Malú y se apoyó en mi hombro con su codo. -¿cómo lo llevas?
-Bien, Pablo da más por culo que
él. -rió.
-¡¡TE HE OÍDO!! -chilló López.
Menuda antena parabólica…
Nos acomodamos en la mesa del patio. Encendimos las luces del jardín.
Era una velada muy agradable, fresca, y de lo más encantadora. Estábamos
rodeadas de buena gente. La conversación era divertida, reíamos una y otra vez,
raro era el momento en el que dejábamos de sonreír. Me sentía feliz, querida.
Era genial saber que tienes gente alrededor. Te hace creer que si te caes,
ellos harán de manta. Y yo era así, pensaba en el golpe cuando mejor me iban
las cosas. Extraño, irónico, pero real. Tristemente, me había habituado a eso
de estrellarme contra el muro…
La noche
terminó entre copas, estrellas, sonidos de guitarra y piano, voces de lo más
dulces, otras más roncas, y un olor a césped mojado
Muy bueno el capitulo ; estaba deseando que volvieras me leí la novel entera en una sola noche ; ganas de seguir leyéndola besos
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